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VI

Capitulo 6

✨ Ghinco ✨

Cuando Eirene entró a su habitación, aún se sentía débil e indefensa. Sus piernas temblaban, igual que todo su cuerpo, hasta su interior. ¿Que había hecho Zolo?

Sus dedos tocaron su boca, encontrándola hinchada y aún podía sentir el hormigueo que había dejado los labios del comandante. Se mordió el suyo, saboreando el gusto de él, uno extraño y sofocante, pero tan adictivo que no podía dejar de recordarlo.

Frunció el ceño, y tironeo la goma que sostenía su cabello, con tanta fuerza que pudo sentir el arranque de algunos desde su cuero cabelludo. Enojada ahora, tiró la liga a una de las esquinas. Mientras que el miedo que había sentido bajaba, su enojo crecía más. Quería gritar de furia, de impotencia, las ganas de romper algo, específicamente la cabeza del comandante, eran fuertes.

Gruñó caminando de un lado hacia otro, apretando los puños dolorosamente. Su cuerpo dejó de temblar, para empezar a tensarse, como preparándose para una pelea. Giró en el lugar, sintiéndose más un animal salvaje y enjaulado, enojado y listo para matar.

¿Cómo Zolo se había atrevido a tocarla de esa manera? ¿Cómo ella se había dejado llevar hasta allí?

Gritó mientras daba una patada giratoria al dosel de la cama. El crujido del material rompiéndose fue muy poco reconfortante.

Su cabeza se agitó con violencia a la puerta cuando se abrió, y se movió guiada por los instintos y las emociones. Activó las cuchillas de sus muñecas y lanzó la daga a quien sea que estaba entrando.

Meissa sólo movió la cabeza a un lado y atrapó la cuchilla desde el lado sin filo, deteniendo el arma a unos centímetros del rostro de Tabit.

Eirene frunció el ceño, observando a sus hermanas entrar una a una. Todas tenían sus bolsos estilo morrales en sus caderas, Lyra, la última en entrar, fue la que cerró. Se colocaron una a cada lado de la otra, sus brazos cruzados, sus piernas separadas, sus rostros serios y atentos. Eirene conocía a cada una como si fuera ella misma, algo que era recíproco. Sabía que querían que les dijera qué sucedía, pero todavía estaba demasiado emocional para poder controlarse y hablar.

Meissa le lanzó la cuchilla y Eirene la guardo en su muñequera. Sin pedir disculpas, comenzó a caminar de nuevo.

Culpó a su cuerpo y a su tonta emoción.

Por eso ella no tenía que dejarse guiar por las emociones, la única vez que lo hizo, habían perdido a su madre... Eso la hizo respirar profundamente y su corazón comenzó a calmarse. Cerró los ojos, dejando que el frío entrara en su cuerpo y corazón. Cuando su órgano comenzó a latir lentamente y su respiración era profunda y tranquila, abrió los ojos.

Su expresión se había vuelto normal, fría, calculadora, inteligente y distante.

Se movió en la habitación, agarrando su morral que contenía todo lo que había traído. No había sacado nada, sólo los trajes cuando se cambiaba, pero los volvía a guardar cuando estaban limpios. Se abrochó el morral en la cadera, moviendo su espada a su espalda y se volvió para enfrentar a sus hermanas.

NiK entró al transbordador, sintiendo la mirada de las cinco hembras sobre él. Se detuvo, dándoles una mirada por sobre su hombro.

Las cinco estaban sentadas, el transbordador era más grande y nuevo que el anterior, tenía asientos para llevar pasajeros. Las cinco hembras lo miraban intensamente, podía sentir el peligro y el veneno desprendiendo de cada una. Hasta la más pequeña y tímida, Pleya, tenía una mirada afilada sobre él. NiK sólo alzó una oscura ceja, pero cuando sus ojos cayeron sobre Eirene, su cuerpo se crispó, su mandíbula se apretó y su labio superior se alzó para mostrar un colmillo en señal de advertencia.

No quería a la hembra cerca, pero primero estaba la misión y su deber con el Consejo.

Su cabeza se movió para ver al frente y caminar hacía su silla de mando.

Aún no podía creer como había perdido su control cuando la capitana sólo había aceptado que su cuerpo deseaba al de él, tanto como lo hacía el mismo NiK. Había olvidado la misión, que necesitaba tener la cabeza despejada de todo, sólo concentrarse en eso. Después de un baño helado, se sintió más él mismo.

Se sentó, observando a sus hombres de confianza. Ainus, en las armas, Mich manejando y preparando el transbordador para despegar, Yuta en el lugar de Nurvian y Deiti. Había planeado dejar a este último, pero Deiti había insistido tanto que no pudo negarse, después de todo era uno de sus mejores hombres y no podía dejarlo atrás en una misión tan importante.

—Todo listo, Comandante— dijo Mich después de presionar la pantalla.

NiK asintió.

—Muy bien, empecemos con esto— gruñó.

NiK observó al planeta cada vez más cerca.

La pantalla del frente comenzó a enrojecer mientras entraban en la atmósfera y el transbordador tuvo su momento duro mientras se agitaba y gemía con la fuerza de la gravedad luchando contra el. NiK sintió esa opresión en el estómago que siempre le daba cuando volvía a entrar en la atmósfera de un planeta luego de estar mucho tiempo en la nave madre.

Escuchó un leve gemido y miró sobre su hombro los asientos para pasajeros.

Lyra sostenía una bolsa marrón en su cara y hacía ruidos de vómito. La nariz de NiK se agitó y deseo no haberlo hecho cuando el olor agrio llego a sus fosas. Arrugó su nariz e hizo una mueca. Miró a las otras hembras. Pleya clavaba sus uñas en el apoya brazos como si su vida dependiera de ello, sus ojos estaban enormes mientras veía la pantalla. Meissa tenía los ojos cerrados y las facciones relajadas, como si estuviera durmiendo. Tabit parecía tener un color algo verdoso en el rostro, él no podía saber si era de indisposición o algún sistema de la hembra. Hasta que sus ojos se clavaron en Eirene.

Eirene también lo miraba, sus piernas estaban cruzadas y estaba con una pequeña cuclillas bailando en sus dedos. Su rostro no reflejaba malestar, ni aburrimiento o que le afectará en algo. Parecía como si ella siempre hubiera volado en transbordador y ya no le afectará.

NiK creyó que era muy buena fingiendo o, simplemente no podía sentir nada.

Él hizo una mueca cuando pensó en la última opción. Él había sentido como había temblado de deseo en sus brazos, pero algo había pasado para que su deseo se enfriará y NiK no podía entender el qué... Pero ya de nada servía pensar en eso.

Su mirada volvió al frente justo cuando Mich pudo controlar al transbordador, la nave comenzando a volar con rapidez por el planeta verde. La vegetación era enorme y llegaba a metros de altura desde el suelo. Habían decidido dejar el transbordador en una zona salvaje y llena de vegetación del planeta, para mantener oculta la nave. No les preocupaba ser vistos, ya que el transbordador tenía su sistema de invisibilidad y los Nakys de este planeta no habían llegado a traer un radar para encontrarlos.

Ghinco no era un planeta avanzado, estaba casi en sus comienzos. Los habitantes estaban tan atrasados en la evolución, que el Consejo no había visto en necesidad de hacer un contacto. Cambiaron de opinión al ver que a los Nakys no le había importado aprovechar la ingenuidad de una raza poco avanzada.

—Punto de aterrizaje encontrado—, habló NiK sacándolo de sus pensamientos.

—Procede— ordenó—. Listos para desembarco.

—Si, Comandante— dijeron sus machos.

El aterrizaje fue un poco revuelto, por el terreno irregular, pero Mich era bueno en lo que hacía. Sabía que la nave no había tenido más que un rasguñó que se podía arreglar fácilmente.

Todos se levantaron, moviéndose a agarrar más armas de fuego, y los auriculares para que NiK pudiera darles las órdenes si tenían que separarse. Él observó que las hembras se ponían el auricular en la oreja izquierda, su cabello luego ocultando el dispositivo. Los machos no tenían esa ventaja, por eso tenían que meterlo más de la cuenta, por lo menos él, para que no se notará a primera vista, sólo con una inspección más cercana podían velos. NiK hizo una mueca cuando el dispositivo casi entra hacia su cerebro, odiaba usarlos, les era incómodos e inescerario, ya que generalmente él trabajaba sólo. Pero ahora debía dar órdenes y estar atentos a todos, no sólo sus hombres, también en las hembras.

Él dispositivo funcionaba para hablar y escuchar, si bien tenían que apretar el lóbulo de la oreja para hacerlo, dónde se colocaba un pequeño pendiente que estaba conectado al auricular de forma inalámbrica.

—¿Todos me escuchan?— probó al salir de la nave mientras lo demás se quedaban adentro.

—Fuerte y claro— respondieron sus machos.

NiK apretó los dientes cuando las hembras no contestaron.

—¿Agrupación Ángeles Caídos?— gruñó.

—Si, señor— las cinco contestaron al mismo tiempo.

NiK asintió aunque no podían verlo. Miró el terreno mientras esperaba que los demás salieran.

Como había visto en el transbordador, la vegetación era enorme y abundante. Hojas verdes, tan grandes como él mismo, estaban esparcidas por el suelo. Los troncos de los árboles de un color negro, eran tan anchos como una pequeña nave y más largos que algunos palacios que había visto. NiK caminó, acercándose a el árbol más próximo y tocó el tronco, sintiendo la dureza y rugosidad. Sonrió al respirar el aire tan puro por su nariz, el olor a vegetación nueva y virgen, el aire lleno de vida animal salvaje.

Se volvió cuando escuchó los murmullos de sus machos.

Mich estaba cerrando la nave y preparando el escudo de invisibilidad mientras NiK se acerca a ellos de nuevo. Les dió una ojeada a las hembras, todas miraban al rededor con curiosidad.

—¡Oh mira!— susurró fuerte Pleya, apuntando a unos metros de distancia, a las hojas de unos árboles—. ¿Ese acaba de ser un mamífero de Ghinco?

NiK frunció el ceño y se volvió, las hojas se movieron con violencia mientras el animal se ocultaba de la vista.

—Oh..— murmuró desanimada Pleya de nueva—. Lo ha asustado, Comandante— dijo mirándolo con desaprobación.

NiK alzó una ceja.

—No estamos de excursión Pleya. Concéntrese en la misión.

Pleya se sonrojó y bajo la vista con un mohín. NiK mantuvo oculta su sonrisa, la pequeña hembra era tan inocente que lamentaba que haya terminado en una guerra como en la que estaban. Temía ser el testigo del día que ella perdería el brillo de su mirada inteligente y curiosa.

Eso lo hizo fruncir el ceño y mirar a otro lado de nuevo. Según lo que sabía, ellas habían querido ingresar y no podía encariñarse con hembras que podían romperse con los actos de los Nakys y las luchas. No podía hacer diferencia con ellas, tenía que tratarlas como si fueran uno más de sus hombres. Pero le era imposible no ablandar su voz para ellas, excepto para Eirene. La vió de reojo mientras ésta se agachaba para ver una de las hojas que estaban por el suelo.

Eirene era lo suficientemente fuerte para aguantar sus arranques, y puede que por eso la deseaba tanto que apenas podía pensar en otra cosa. Las hembras generalmente agachaban la cabeza cada vez que él levantaba un poco la voz o gruñía. Eirene había sido la única que le había mantenido la mirada por tanto tiempo sin acobardarse, en todo caso...

Agitó la cabeza, sin querer pensar en ello y concentrándose de nuevo en la misión. Sacó el dispositivo que mostraba el terreno de Ghinco, intentando guiarse. Encontró la dirección que tenían que tomar para llegar al pueblo donde estaba el palacio de los Nakys.

— En marcha. Es por aquí— ordenó mientras lideraba la caminata.

—Abajo..

Eirene se agachó al escuchar la orden de Zolo. Estaban cerca del pequeño pueblo donde tendrían el primer contacto con los habitantes de Ghinco. Justo al frente de ellos, a unos pocos metros, había una clase de camino desnudo de vegetación. Eirene afiló sus ojos cuando una carreta totalmente cerrada, muy parecida a la  que se usaban en la tierra en la antigüedad, paso con lentitud tirada por lo que parecía una vaca con cara de rinoceronte. Ella frunció el ceño y se llevó la mano a la oreja derecha.

—¿Pleya?— preguntó en el dispositivo que sólo tenían para hablar entre ellas, dejando el canal abierto, para no tener que tocar el pendiente todo el tiempo.

— Mamífero de carga, se llama Ceb, y tiene una gran resistencia. Algo parecido a un caballo-vaca.

—Parece un rinoceronte— murmuró Meissa.

—Si, pero no es violento. Son animales dóciles para carga—, aseguró Pleya.

—Gracias por la información— dijo Eirene ocultando la sonrisa—, pero quería saber de quién podía ser la carreta.

—Oh.. — Eirene podía imaginar a Pleya sonrojándose con fuerza—. Lo siento.

Hubo un momento en silencio, hasta que Pleya habló por al auricular que escuchan todos.

—Es la carreta de una de las hijas Naky.

Eirene lo había sospechado y ya estaba moviéndose sigilosamente para acercarse un poco más.

—Todos mantengas sus posiciones— gruñó Zolo.

Eirene se detuvo por inercia y luego giró sus ojos y volvió a moverse, subiendo por el tronco de un árbol para tener una mejor vista. Sonrió cuando vio a Tabit ya en otro, tenía una flecha con veneno en su arco tenso.

— Meissa, dije que se mantuvieran en su lugar— la voz de NiK estaba llena de enojo.

—Maldita sea , Meissa. Que no te vea— murmuró Eirene a su hermana.

—Lo siento, está muy cerca de mi— respondió.

—¿Posiciones?— preguntó Eirene.

—Lista— Tabit la miró de reojo, su brazo listo para disparar.

—Lista— Eirene buscó con la mirada a Pleya, la encontró más adelante que la lenta carreta.

—Lista— canturreó Lyra, Eirene la vió en el suelo, siguiendo a la carreta.

Eirene apretó los labios esperando a Meissa.

—¿Meissa?

—Un segundo—, murmuró.

Eirene esperó, justo cuando estaba por preguntar de nuevo, vió un moviendo por el otro lado del camino donde ninguno de ellos habían llegado.

—Atentos, movimientos a las 2— dijo a su oreja izquierda.

—¿Qué es a las 2?— murmuró un macho, Eirene giró los ojos.

— Posición, capitana— dijo Zolo.

—Arriba, resguardada y oculta, veo la carreta moverse con lentitud. Las coordenadas son 25-b-89. Posible ataque en proceso. ¿Órdenes?— preguntó con algo de sarcasmo.

Eirene sonrió al escuchar su gruñido.

—Quietos.

—Lista, Eirene— murmuró Meissa a su oreja derecha.

—Esperemos...

Justo cuando terminó de decirlo, un grupo de diez hombres salieron de los altos pastizales. Eirene los observó, grandes y muy peludos, se movían con torpeza pero prontos a atacar. Él Ceb se puso nervioso y se movió locamente por el gritó de los hombres. Cuando ellos llegaron, tres hombres con uniformes salieron de la carreta. Dispararon a tres, que cayeron aparatosamente, pero no pudieron detenerlos a los demás.

Las cejas de Eirene fueron hasta la raíz de su cabello al ver el salvajismo de los machos peludos. Con manos desnudas y dientes filosos se lanzaron contra los guardias. Eirene escuchó un gritó femenino por arriba de los gruñidos de la pelea.

Puede que los guardias hayan sido bien entrenados, pero los peludos tenían la fuerza y cantidad de su lado. Eirene hizo una mueca cuando uno de ellos, le incó los dientes en la yugular a un uniformado y lo arrancó como si fuera un pedazo de pan.

—Brutal—, murmuró Lyra en su ojera derecha.

Pronto los peludos habían terminado con dos, el último y más grande, peleaba intentado mantenerlos alejados de la carreta. Un movimiento llamó la atención de Eirene y vió salir a una pequeña hembra de la puerta que daba de su lado, contrario a donde se desarrollaba la pelea, justo donde estaba su hermana.

—Cuidado, Lyra. Puede dirigirse a ti— le dijo por el auricular.

— Recibido..

Eirene observó a su hermana moverse mientras la hembra iba a tropezones donde ella había estado. Ella observó mejor a la pequeña hembra, cabello castaño largo y lacio, su piel blanca, orejas puntiagudas y ojos negros. Una Naky.

Un rugido llamó la atención de Eirene y miró al grupo de los machos, habían quedado tres peludos y el último guardián permanecía en el suelo en un charco de sangre, sus extremidades no estaban. La hembra Naky gritó, llamando la atención de los tres sobrevivientes, que corrieron a ella; antes de que pudiera entrar a la vegetación ya la habían rodeado.

—No interfieran— murmuró Zolo.

Eirene apretó los dientes al ver el terror en los ojos de la hembra.

—Puede ser la informante—, gruñó ella.

—Si la matan, es algo menos de lo que tenemos que preocuparnos—, dijo el comandante y ella se asombró por su tono plano, como si lo dijera en serio.

—¿Eirene?— preguntaron Tabit y Meissa, sabía que sus hermanas sólo seguirían sus órdenes. Si ella obedecía, ellas lo harían.

Ella apretó tantos los dientes que su mandíbula sonó. Zolo tenía razón, era una parte de la misión que no tendrían que preocuparse. Sus uñas se clavaron en la madera negra mientras veía como los tres grandes machos acechaban a la pobre hembra Naky.

—Por favor...—, le llegó el susurró de la Naky.

Los machos no prestaron atención y uno se lanzó contra ella. Rasgó su vestido, dejando piel pálida al descubierto. Eirene cerró los ojos y volteó el rostro. No podía verlo.

Pero no podía cerrar sus oídos al llanto y gritos de la hembra.

Decidió que no dejaría que esa guerra la cambiará, ella tenía principios que no podía romper. Y esos machos no podían ser tan inocentes al atacar a esa pequeña hembra que no podía ser más grande que Lyra. Se imaginó a su hermana en esa situación y sus ojos se abrieron y saltó sin prestar atención a la orden directa de Zolo.

Sus piernas recibieron el golpe de la caída, pero no dudó en sacar su espada y correr a los machos.

—¿Tabit?

La flecha pasó con un zumbido por su lado izquierdo, incrustándose en la nuca de uno de las machos. Este cayó en seguida.

— Lyra.

El macho que aún se mantenía de pie, se volteó al ver a su compañero caer. Una cuchilla se clavó en medio de su frente. Eirene sonrió mientras los ojos oscuros se giraban hacía atrás, un espeso hilo de sangre bajando por su rostro, y cayó como un árbol talado, pesado y sin respiración.

—¡Capitana!— rugió NiK en su oído y en todo el bosque.

Eirene llegó justo cuando el macho que se mantenía sobre la hembra Naky levantaba la mirada. Ella movió su espada, desde abajo hacia arriba, queriendo cortarle la cabeza, pero el macho era más rápido que lo que parecía. La esquivó por poco, su espada haciéndole un corte de cabello en el mentón. El macho saltó hacia atrás, dejando a la hembra en el suelo que se hizo una bola mientras intentaba cubrir su cuerpo desnudo.

—Naky— dijo el macho con un idioma gutural y cerrado, pero Eirene sonrió al entenderlo.

Ella hizo unos giros con su espada, sonriendo casi maniática, preparando sus brazos para una pelea. Terminó apoyando el filo de su espada en su hombro, mirando al macho y calculando cuando se lanzaría a ella. Eirene decidió que no lo mataría, necesitaba información de este macho.

Quiso provocarlo lanzando la espada lejos.

—Moveros, moveros—, gruñó NiK por su oreja izquierda.

Debía hacerlo rápido.

El macho decidió en ese momento lanzarse a ella, como si quisiera derribarla, abriendo sus grandes brazos y curvando su torso. Eirene esperó hasta que él estaba a unos pocos pasos, ella uso el impulso del macho y apoyó sus manos en los hombros de él. Saltó, haciendo un giro en el aire para terminar sobre la espalda del macho y mandándolo al suelo ya que perdió su objetivo. Se movió rápido, antes de que él se recuperará del golpe, sus piernas se apretaron en su grande torso, encerrando los brazos también, para tener un buen agarre. Sus brazos fueron a el cuello, con una llave para dejarlo inconsciente.

Apretó, manteniendo su cuello y cara lejos de los movimientos violentos. El macho luchó, cada vez más desesperado por no tener aire. Se giró, dejando a Eirene justo bajo el pesado cuerpo. Eirene jadeó al sentir la presión, pero no soltó la llave, apretando más fuerte en todo caso.

Sus ojos se abrieron, sorprendidos, cuando el macho comenzó a levantarse.

—Maldito bastardo. ¡Cae ya!—, gruñó entre dientes.

Eirene esquivó el cabezazo que quiso darle a su frente, sus brazos comenzando a protestar por la fuerza con que mantenía el agarré. Ella gritó cuando uñas se clavaron en sus muslos.

—¡Eirene!

Ella vio a Zolo correr a ella. Sus ojos centellantes estaban rojos, su rostro transformado en una expresión aterradora y simplemente lanzó un puñetazo a la cara del peludo. Eirene escuchó el crujido de los huesos, soltó al macho y saltó lejos cuando esté comenzó a caer, nockeado por el golpe. Zolo la agarró en pleno vuelo, su grande brazo rodeando su cintura y dejándola a su espalda, como si ella fuera una doncella desvalida, protegiéndola con su cuerpo.

Eirene miró por el costado del gran torso del comandante al macho inconsciente y bajo su mirada para ver sus ardientes muslos heridos. Espesa sangre roja salía de las cortes y se asombró. Pensó que el maldito traje era aprueba de balas.

— Maldita porquería— gruñó. Zolo se volteó y ella se asombró cuando se dejó caer apoyando una de las rodillas en el suelo frente a ella—. ¿Que haces?— murmuró al verlo con la mirada concentrada en sus heridas.

— Estate quieta— gruñó.

Eirene alzó una ceja y estuvo a punto de protestar cuando él metió su dedo en un agujero bastante profundo.

—¿Que mierda, imbécil?— gritó dándole una palmada en su mano y alejándose de su toque.

—¿Imbécil? ¿Imbécil?— gruñó bajo y amenazador, poniéndose de pie de un salto—. ¿Cómo te atreves...

Zolo se detuvo cuando la joven Naky llegó a Eirene y la abrazó, sorprendiendo a todos los que estaban en el campo y podían verlas. Eirene miró con el ceño fruncido a el comandante, sin saber qué tenía que hacer. Zolo mantenía una ceja alzada, pero no hizo ningún ademán de decirle cómo tenía que reaccionar. La mirada desesperada de Eirene fue a sus hermanas.

Lyra era la más cercana y le dijo con lengua de señas:

—Acaricia su espalda— ella movió sus mano de arriba hacia abajo, y Eirene imitó sus acciones.

—Oh, muchas gracias señora. Señora, no sabe cuánto le agradezco—, murmuró la chica frenéticamente, para luego dejarse caer y doblarse, apoyando su cabeza en el suelo.

—¿Que..?— murmuró Eirene y cuando estuvo a punto de intentar levantarla, Pleya llegó corriendo y le dijo con señas:

—Esa es la forma de decir que te deben todo, no la levantes o sabrá que no eres Naky. Mantente por encima de ella y no dejes que te mire a los ojos. Ella ahora es tu sierva.

NiK entrecerró los ojos cuando vio la forma tan helada con la cuál actuó Eirene con la hembra que ella misma había querido salvar. Sus puños se apretaron mientras ella daba un paso hacía atrás, sus ojos sin pupilas estaban lejanas, parecían aburridas cuando apenas bajó la mirada a la pequeña Naky.

Pleya se apresuró a ponerse al lado de Eirene, moviendo sus manos en ese extraño lenguaje que usaban las hembras frente a sus machos. Eirene dió la espalda a la hembra que se mantenía aún en el suelo cuando sus hermanas terminaron al lado de la capitana.

Meissa asintió cuando Pleya terminó de moverse, no fue el único sorprendido cuando la hembra, generalmente amable y distante, se movió para dar una patada en el costado de la hembra Naky postrada. De ella salió un jadeó y cayó de costado.

—¿Cómo te atreves a tocar a nuestra señora?— gruñó para escupir cerca de la cabeza de la hembra.

NiK se sintió asqueado, pero sabía que estaban actuando. Cuando Yuta quiso acercarse para ayudar a la lamentable hembra Naky, él alzó una mano deteniéndole.

—No te muevas. Éste es el actín para entrar al palacio, mantente alejado y debes hacer lo que digan los Ángeles Caídos—. Gruñó en el idioma que habían hecho con su tropa, uno que no podía ser traducido por los implantes.

Yuta apretó la mandíbula y asintió, dando un paso hacía atrás. Pero la hembra Naky, demostró ser de sangre pura cuando fulminó con la mirada a Meissa.

—No vuelvas a tocarme, sucia Meiti—, gruñó.

NiK alzó una ceja al escuchar que la Naky sabía la raza de la hembra, Meissa no se inmutó; en todo caso se movió demasiado rápido, cerrando su mano en el cuello de la Naky y levantándola lo suficiente para que los pies de está dejarán el suelo. Él se asombró al ver la fuerza de la delgada hembra, sintió la estupefacción de sus machos.

—Señora—, dijo Meissa refiriéndose a Eirene.

Eirene hizo un imperceptible movimiento de cabeza, sin volverse, y Meissa soltó a la hembra que estaba empezando a patalear. Ésta cayó con un golpe sordo y agarrando su cuello, tosiendo un poco.

NiK pudo observar que Eirene inclinaba su rostro al de Tabit y decía unas palabras muy bajas. Los ojos de Tabit se clavaron en él y asintió. Él no sabía que significaba, pero se dejó guiar por el instinto y caminó hacia las hembras. Dió una leve mirada al rostro de la hembra Naky, los ojos negros de ésta se agrandaron al verlo y él desvío la mirada de nuevo. Tabit le hizo una señal con la cabeza para que se pusiera mirando a Eirene.

Cuando estuvo en su periferia, Eirene le hizo señas con una mano para se acercará. NiK se detuvo muy cerca de ella, consciente de cómo se vería de afuera, no le importó. Estaban en medio de una misión, y si tenía que hacerse pasar por un sirviente o un guardia lo haría.

Eirene movió su dedo, diciéndole que baje su cabeza y él se detuvo cuando tenía prácticamente la nariz contra su cuello blanco y suave. Su sangre se comenzó a calentar cuando los labios de Eirene rozaron su oreja izquierda cuando le habló, apretando levemente su pendiente inalámbrico.

— Pleya me dice que podremos entrar al palacio, pero mí agrupación será las guardianes—. NiK se tensó, pero no se separó de ella, esperando toda la información—. Ellos creerán que son mis concubinos y de mis hembras. Es la costumbre de las Señoras poderosas Naky.

Reprimió justo a tiempo el gruñido de protesta. Sus dientes se apretaron, pero de todos modos asintió cuando Eirene dejó de tocar su pendiente.

Sintió el calor que desprendía el rostro de Eirene cuando ella susurró lo siguiente:

—Ahora, arrodíllate y lame mis heridas.

Continuará...

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