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II

Capitulo Dos

Bajo Mando

Minerva abrió la puerta lentamente para ver a la mujer acostada en la cama del hospital. Una tristeza profunda se instaló en su corazón al ver su condición.

Su rostro desfigurado por los golpes, las maquinarias que usaban los doctores para controlar sus latidos y presión. Minerva era joven, de tan solo veinte años, y jamás había visto a una mujer golpeada de esa forma por su propia pareja. Rápidamente, la pena se transformó en rabia y apretó las manos en puños.

Se relajó cuando escuchó un suave llanto e ingresó a la habitación. Su madre la había mandado a buscar a la hija de está mujer y ella la alejaría de ese hogar lleno de toxicidad. Minerva caminó hasta estar cerca de la cabecera de la cama y extendió su mano, acarició lentamente la cabeza vendada de la mujer.

-Tu hija estará a salvo- le susurró al oído.

A Minerva le habría gustado llegar unas horas antes a la casa para encontrar al hombre que había abusado de su esposa, para encargarse ella misma de él. Pero ese ya sería el trabajo de las terrenales. Su madre le había encargado buscar a sus chicas para el nuevo grupo que debía armar bajo su mando y Eirene era la primera.

Minerva irguió su cuerpo y se volteó hacia la esquina donde se escuchaba el llanto suave. Ahí fue cuando la vió.

Sentada en la esquina de la habitación, estaba la pequeña de cinco años, su primera recluta. Su largo y lacio pelo negro ocultaba su cara encerrada en sus rodillas altas, su pequeño cuerpo temblaba por cada sollozo. Ella caminó suavemente hacía esa esquina, de cuclillas frente a ella, apoyó la delicada mano sobre su cabello hasta que la niña levantó la mirada.

Ojos negros y rojos por el llanto la miraron confundida. Minerva vió la inteligencia en la pequeña y le sonrió.

-Hola Eirene. Soy una amiga de tu mamá y vengo a llevarte a tu nueva casa.

Eirene negó con la cabeza, su cabello moviéndose de un lado a otro.

-No me iré sin mi mamá-, aunque apenas lo susurró, Minerva sintió la resolución en su tono.

-Tu mamá se recuperará- la mentira le supo amarga en la boca-. Ella quería que vengas conmigo.

-¡No iré! - Gritó, enojada está vez-.¡Mí...!

— Eirene...

Tanto Minerva como la niña se voltearon a la cama con el suave susurró. La niña actuó tan rápido que un santiamén ya estaba al lado de su madre en la cama. Gracias a la sorpresa, Minerva tardó más en levantarse y acercarse. Cuando llegó a la cama, la mujer estaba usando sus últimas fuerzas para susurrar algo muy bajo al oído de su hija. La niña rompió a llorar y abrazó a su madre cuando está terminó. Minerva observó a la mujer, aunque apenas se veía la rendija de uno de sus ojos y tenía el rostro tan hinchado que parecía más un racimo de uvas que un rostro femenino, le pareció ver una sonrisa en sus labios partidos.

La maquinaría comenzó a hacer ruidos raros y frenéticos y en cuestión de minutos la habitación se llenó de doctores y enfermeras que sacaron a Minerva y a la pequeña de la habitación.

Minerva observó a la niña que se quedó mirando la puerta con el llanto bañando sus mejillas. Ella esperó, no quería forzar a la niña a separase de su madre. Por eso se sorprendió cuando Eirene se volvió a ella, con sus puños, al costado de su pequeño cuerpo, apretados. Las lágrimas habían quedado marcado en sus mejillas, pero sus ojos negros estaban secos. Había tanta resolución en su cara de niña que Minerva se asombró.

-Vamos- dijo cuando tomó su mano.

Minerva tardo en sonreír, pero lo hizo para que la niña se sintiera segura. No sabía qué le había dicho su madre en su lecho de muerte, pero la había convencido para que le acompañara.

Eirene esperó a que cada una de sus hermanas entrarán para cerrar la puerta del despacho de Minerva.

Caminó hasta ponerse en medio de sus hermanas, separó las piernas y cruzó las manos en su espalda, y observó a la mujer que las había criado. Minerva estaba parada del otro lado del escritorio y tenía una sonrisa en su hermoso rostro. Eirene esperaba que no les diera otra misión terrestre. Últimamente todas sus hermanas se estaban quejando de como el Consejo no los tenía en cuenta. Generalmente Minerva les asignaba una misión aburrida para que se entretuvieran, pero eran demasiado fáciles para ellas y sus instrumentos. Los humanos estaban muy atrás con la tegnologia a comparación del Consejo.

-Tengo buenas noticias- les dijo Minerva con una sonrisa.

Eirene alzó una ceja, pero se mantuvo callada. Sintió la miradas de sus hermanas, pero ella se concentró en los ojos verdes de Minerva. Era una mujer de unos cuarenta, pero si no la conociera, pensaría que estaba al rededor de su edad, que era 24. No era raro, la mayoría de las amazonas eran híbridas, mujeres humanas embarazadas por extraterrestres, con más fuerza y velocidad que un mujer normal. Envejencían más lento también.

Minerva miró de una en una hasta que volvió a centrarse en Eirene.

-El Consejo al fin han decidido darles una misión.

Eirene sintió las comisuras de sus labios alzarse un poco, pero mantuvo la postura. A diferencia de sus hermanas que sonrieron abiertamente, Lyra, la más joven, prácticamente saltaba emocionada.

- Lyra-, gruñó Eirene, la muchacha en seguida se compuso aunque su sonrisa no se había borrado.

Eirene siempre estaba preocupada por la facilidad que Lyra mostraba sus emociones. Había intentado duro que fuera más seria, más fría, pero era algo que no podía cambiar. La chica ya tenía 19 y ya no podían pelear con su alegre carácter.

Minerva sonrió de nuevo.

-No seas dura Eirene-, le regañó suavemente. Ella asintió, pero tampoco podían cambiarla a su edad.

Minerva caminó para rodear el escritorio y apoyó en una esquina su cadera, cruzándose de brazos.

-Mañana partiremos a el punto de abducción y nos llevarán a la zona de encuentro. El Consejo no me ha dicho su misión aún, pero empaquen todos sus armamentos y trajes.

Eirene asintió, no eran muchos de todos modos. El traje que había hecho el Consejo para ellas era prácticamente irrompible. Sus armas eran la mayoría pequeñas y objetos que disfrazaban su verdadera forma. Tendrían que guardar más que nada objetos personales.

-A primera hora de mañana las quiero listas- su expresión había cambiado, volviéndose completamente sería y sombría.

Las cinco asintieron y se voltearon cuando Minerva les hizo la seña que era todo.

- Eirene-, la llamó cuando Tabit abrió la puerta. Ella se volteó-, necesito hablar contigo, a solas.

Eirene miró a sus hermanas, todos los ojos llendo desde ella a Minerva. Asintió a sus cuatro amigas y caminó hasta colocarse de nuevo en su lugar. Eirene se quedó con la mirada fija en Minerva y escuchó como la puerta era cerrada suavemente. Minerva se movió y acercó a ella, sentándose ahora  al frente. Eirene supo en seguida que eran malas noticias cuando ella suspiró, pero no mostró en su rostro la preocupación que surgió.

-El Consejo ha aceptado darles una misión porque yo los llame-. Eirene parpadeó ante la información, por lo que tenía entendido, el Consejo debía llamarlas-. Esto es una prueba, y estarán bajo mando de uno de los comandantes del ejército del Consejo.

Eirene se tensó, no pudo evitar mostrar su disgusto. No era sólo que alguien les mandaría, sino que sería un macho.

-Pero, yo conozco a las chicas mejor que nadie. Puedo...

Minerva alzó una mano y ella se detuvo en seguida.

-No es negociable, Eirene. Este macho ha peleado contra los Nakys toda su vida. Él los conocerá mejor que tú, debes obedecer sus órdenes.

Eirene se tensó, ella sólo respondía a Minerva y era porque la respetaba y era casi como una madre para ella. A Minerva le había costado entrenarla, su carácter demasiado fuerte y dominante, gracias a la sangre del macho que había sido su padre.

Minerva se la quedó mirando unos segundos, seguramente esperando que ella asintiera. Pero Eirene no podía prometer algo que no estaba segura que iba a cumplir.

Ella jamás le mentiría a Minerva.

La mujer pelirroja suspiró y la miró con una pequeña sonrisa.

—Te conozco Eirene, sé que esto no es como las entrene. ¿Puedes al menos intentar seguirle la corriente?

Eirene dudo.

— Aprenderé rápido—, prometió de mala gana—, él no puede manejarnos a nosotras y el Consejo debe admitir que somos una fuerza aparte de ellos—. Ella se mordió el labio, rápidamente lo soltó, una mala costumbre que ella misma odiaba—. Obedeceré en lo que crea que es necesario, Minerva.

Minerva asintió y una sonrisa divertida comenzó a mostrarse en sus facciones.

— Su nombre es NiK, y fue criado con Lax—, dijo mientras se ponía cómoda en la mesa.

Eirene alzó una ceja negra.

—¿El cornudo?

Minerva resopló divertida.

—No le digas de esa forma Eirene. No es educado—, era un regaño, pero ella notó el brillo en sus ojos.

—Mis disculpas— susurró.

Minerva asintió, pero de nuevo la sonrisa surco en su rostro.

—Si, con el cornudo—, Eirene alzó una ceja—. Yo soy tu superior y lo conozco desde hace mucho tiempo. Lax es un sinvergüenza con las hembras, pero es sumamente inteligente y poderoso. No lo llames de esa forma frente a él, ni de su hermano adoptivo—. Eirene hizo un movimiento de afirmación—. Es sensible con sus cuernos y cola—, susurró mientras se levantaba y caminaba para sentarse del otro lado de su escritorio.

Eirene guardo la información en su memoria, había conocido al miembro del Consejo hacia uno pocos años. El macho había sido irritante y un pervertido a toda regla. Ella lo había mantenido muy vigilado cuando se percató que miraba mucho a una de sus hermanas. Eirene lo enfrentó su última noche, diciéndole que debía permanecer lejos de su hermana. Principalmente porque ella era una adolescente aún.

Él había huido tan rápido que había dejado rastros de polvo cuando corrió a su nave.

—No lo haré— prometió.

—Muy bien. Ahora escucha bien, esto es una orden—. Eirene sintió a su cuerpo tensarse y miró fijamente a Minerva—. Si vez que la vida de tus hermanas o la tuya está en peligro, haz lo que consideres necesario. Las quiero completas. No teman matar, ya no estarán en la tierra. No importa quién sea, macho, hembra o cría.

Eirene agrando los ojos, ellas jamás dañaban a estos últimos.

—No es como aquí, Eirene—, aclaró Minerva—. Las hembras pueden ser mucho más crueles que los machos allá arriba—, ella apuntó con su dedo al techo—. Tienen que ser astutas y despiadadas para sobrevivir en un universo gobernado por machos. Ustedes serán más que ellas. Lo primordial es la seguridad de tus hermanas y tuya, luego está la misión. ¿Me entiendes?

—Lo sé, los camaradas primero. La misión después. Siempre se puede volver a intentar mientras estemos vivas.

Minerva asintió.

—Bien, ese es uno de los momentos que apoyaré tu desacato—. Ella apretó los labios, Eirene la conocía bien y sabía que estaba molesta.

—¿Sucede algo?

—Debo admitir que llamar al Consejo fue un impulso, pero ahora que estoy más fría no sé si hice lo mejor—, susurró. Minerva negó con la cabeza y agitó la mano como si espantara una mosca—. No tiene importancia. Ya está hecho. Puedes irte.

Eirene asintió, pero Minerva ya estaba revisando unos papeles que tenía extendidos en su escritorio. Ella no esperó que levantará la mirada para salir de su despacho.

Cerró la puerta y comenzó a caminar por el largo pasillo, sus caderas agitándose con cada paso. Antes de llegar a la curva del pasillo, podía sentir los movimientos de sus cuatro hermanas esperándola allí.

Ella sonrió.

Cuando paso la curva, ellas se voltearon a mirarla. Eirene no se detuvo cuando paso entre ellas y una a una la siguieron. Meissa y Pleya, por su lado derecho y Lyra y Tabit, por su izquierda Ella sabía que tenían curiosidad por lo que Minerva le había dicho a solas. Eirene no tenía secretos con su hermanas, sólo las estaba guiando a sus habitaciones para hablar tranquilamente.

Ella no quería seguir las órdenes de un macho...

Ella despreciaba a los machos, desde que tenía uso de razón, ellos siempre eran la enfermedad que aquejaba a la tierra y al universo. Su ansiedad de poder y sus creencias que podían manejar a su antojo a los más débiles, le enfurecía.

Sus puños se apretaron, la única emoción que le gustaba mostrar era la ira. Porque así sus enemigos sabrían que ella no se detendría hasta derrotarlos. Tabit le decía que era muy fría y Lyra decía que le faltaba chispa, pues a Eirene no le importaba esas minudecias.

Eirene apuró su pasó cuando empezó a sentir que la sangre comenzaba a calentarse. Ella anhelaba meterse en esa guerra. Pero protegería cueste lo que cueste a sus hermanas. No dejaría que ningún macho les mandará como carne de cañón o unas tontas agüateras.

Les mostraría a ese NiK que ella mandaba en los Ángeles Caídos.

Y vengaría a su madre.

Porque su propósito por ganar esa guerra era personal. Nunca olvidaría lo que le había susurrado su madre.

—Ve con Minerva. Ella te enseñará... Busca a... Heius... él es un Naky...

No importaba quien se metiera en su camino.

Ella mataría al macho, por lo que le había hecho a su madre. Había engañado a su madre, dejandola embarazada sin que ella lo supiera y cuando su esposo se había dado cuenta que Eirene no era su hija biológica, se había vuelto loco contra su esposa. Y aunque habían podido huir por unos años, el hombre las había encontrado. Le dió una paliza tal a su madre, que la había matado.

Ella encontraría al macho, lo haría arrepentirse del experimento que había hecho con el cuerpo de su madre...

Y ningún macho extraterrestre, comandante o no, se pondría en su camino.

Continuará...

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