Epílogo
El pequeño barco cabeceaba acusadamente, surcando las olas del agitado Mar Gris como si de una serpiente se tratara. El velero no tenía tripulante alguno; el timón y los remos se movían solos, igual que los cabos que amarraban las velas. Solo dos personas permanecían allí, de pie en la popa del navío, contemplando la gigantesca humareda que salía de la antaño gloriosa Middagstal.
Y esos payasos se creían elegidos de los dioses.
Del dios de la muerte, quizás.
-Uno menos. Es imposible que el arquero haya sobrevivido a la explosión- rezongó el híbrido, mirando fijamente a su acompañante, esperando. El nigromante puso los ojos en blanco.
-Lamento decepcionarte, pero sigue vivo. Si su alma hubiera pasado al otro lado, lo habría notado al instante. Después de todo, está vinculado a una Profecía.
"El destino deja una mancha imborrable."
-Maldición. ¿Nadie puede quedarse muerto en estos tiempos? Malditas sean sus agallas. Dime qué, al menos, conseguiste lo que querías. Porque sería desagradable haber viajado hasta el culo del mundo por nada. Y sabes que no soy muy buen compañero cuando me pasan cosas desagradables.
Zor puso los ojos en blanco una segunda vez. Cuando llegó a la Torre, había tenido un murciélago de mascota durante una temporada. Pero cuánto más tiempo pasaba con su peludo interlocutor, más se empañaba el buen recuerdo que tenía del animal. Estaba seguro de que su murciélago no había sido tan sumamente irritante.
Sacudiendo la cabeza, sonrió. No importaba. No ahora que finalmente había obtenido la pieza que le faltaba para ganar este juego.
Con ceremonia, sacó de entre su túnica un objeto alargado, envuelto por completo en vendas negras llenas de runas brillantes. Medía unos cuatro pies de largo, de ángulos afilados por debajo de la tela. Ni siquiera un pequeño fragmento asomaba por debajo del sello, y aún así, un aura maligna procedía del objeto, que pesaba muchísimo más de lo que debería al mismo tiempo que se sentía más liviano que el aire que respiraban.
Hasta un niño habría podido decir que no pertenecía a este mundo en lo absoluto.
-Pues claro que la conseguí. Sinceramente, fue bastante decepcionante. Encontrar el paraíso no fue ningún problema, y el esbirro de Mørksot era tan inútil que para cuando empezó a sospechar donde estaba el arma, yo ya estaba llegando al embarcadero. Ahora, el demonio ya no supone ningún problema. Y mucho menos los cazadores de la Profecía. Después de todo, en su propio destino está escrita ya su muerte.
"Y los muertos no hablan. Por más que duela."
Ambos cayeron nuevamente en un silencio tenso, pero al que ya estaban acostumbrados.
Miraban las olas grises que se estrellaban con fuerza contra los muros de la ciudad como los ejércitos de una tormenta, aunque no había tormenta alguna.
Finalmente, el envite de las aguas perdió algo de potencia, hasta que repentinamente se detuvo por completo, regresando a la normalidad.
-Tal vez deberías hacértelo mirar- dijo el híbrido, con una sonrisa perversa en la cara- Uno solo de ellos bastó para vencer al Destructor de Ciudades. ¿Crees que, cuando te enfrentes a ambos, vas a correr mejor suerte? Vigila por donde caminas, humano. El campo de batalla es un hielo extremadamente fino, y subestimar al oponente puede ser un paso en falso. El último paso en falso.
-Hmp. Tal vez tengas razón, monstruo. O tal vez no.
Su interlocutor soltó una siniestra carcajada, atenuada por el chillido de una gaviota en algún lugar lejano.
-Cierto, olvidaba que el mayor talento de la Torre es un ente especial y todopoderoso. Tienes, cuánto, ¿Veinte años? Para mí no eres más que un feto, humano. ¿Cuántas veces has participado en un combate fuera de los negros muros de tu escuela? Has crecido en un período de paz; jamás has visto la guerra. Eres un humano sobreprotegido; no sabes lo que es la persecución, el intento de exterminio de una raza entera. Te voy a dar un consejo, el último: sigue creyéndote invencible. Sigue pensando que eres superior. Y cuando te caigas desde lo alto de tu castillo, cuando te rompas todos los huesos del cuerpo al impactar contra el suelo, cuando estés agonizando, esperando a la muerte; entonces, mi rostro será lo último que veas, y mi estómago la última morada que conozcas.
Con un gruñido hosco, el híbrido se retiró a la proa. Zor no se movió. Permaneció en silencio, observando las olas, mientras el pequeño velero fantasma en el que viajaban se aproximaba de vuelta a la civilización, de regreso al continente. En algún lugar lejano, una gaviota chillaba.
"Algún día, todo esto será mío. Algún día, todo esto me rendirá culto. Algún día, todo esto reflejará mi imagen."
"Algún día, esa tragedia será erradicada."
"Y los muertos podrán descansar en paz."
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