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Capítulo XXVII - Locura


-Rudeus… ¿Qué has hecho?
 

 

El mentalista se tapa los oídos y se hace un ovillo en el suelo, gimoteando, asustado ante la gravedad de las palabras del cazador. Si todavía estuviera en plena posesión de sus facultades se avergonzaría de sí mismo y su falta de dignidad. Por desgracia, las había perdido hace mucho tiempo, justo al empezar la partida. Desde fuera, era un hombre terriblemente poderoso, que había vivido mucho más de lo que la mayoría imagina gracias a la magia que corría por sus venas.

    

Pero por dentro…

    

Por dentro solo era un desecho vacío, podrido hasta la médula, sin ningún tipo de orgullo o alegría. Solo eterno sufrimiento para el pobre e iluso pecador que había descendido completamente a los más hondos abismos de la locura.

   

Parpadeó varias veces. El suelo temblaba de nuevo, pero no sabría decir si más fuerte o más débilmente que antes. La voz del arquero le llegaba distorsionada, no era capaz de entender las palabras. No quería ser capaz de entenderlas.

    

"Es un mal sueño, solo eso. Es un mal sueño y pronto despertaré…"

"Si tan solo no hubiera…"

Comenzó a sangrar de la nariz otra vez. La hemorragia era intensa; podría morirse desangrado en cualquier momento, casi sin notarlo.

"Si tan solo (¿Quién soy? Mi nombre…¿Cuál es mi…?) no hubiera…"

El anciano se preguntó qué habría irritado hasta ese punto a un ser con semejante fuerza, que le haría resistirse tanto. Le rodaron los ojos. La verdad… tampoco importaba…

(¡¿Cuál es mi nombre?!)

"Si tan solo nunca hubiera pactado con él…"

"Si tan solo me hubiera mantenido alejado de esos demonios."

   
   

***

(El pasado, una semana antes del Deshielo)

  
  
-Lord Rudeus.

El líder de los mentalistas levantó la vista de la miríada de documentos que se esparcían por su mesa de trabajo en un estricto orden de prioridades. Dirigir la organización más prestigiosa de Nøard no era una tarea fácil; pero modestia aparte, él estaba más que a la altura de la tarea.

-Dime, Javver.

-Es Browën Wenderkarp, señor. Está en la entrada trasera, aporreando la puerta.

-Que Hemmelgher nos asista- dijo el mentalista, poniendo los ojos en blanco a tiempo que se levantaba- Ese estúpido niño de sangre caliente va a derrumbar todo lo que hemos construido si no tenemos cuidado.

-Sigo sin entender cómo pactó con alguien como él, señor- el chico que había ido a reportar la noticia parecía tener gran cantidad de pensamientos bullendo en la cabeza- Ese mons… esa persona es peligrosa.

-Desde luego que lo es. Pero hay algo que no estás teniendo en cuenta.

-¿Señor?

-Yo lo soy más.

     
«Lord Rudeus. ¿Interrumpo algo, quizá?»

    
Lo primero que pensó fue que aquella voz ni siquiera se parecía a la humana para empezar. Era parecido a como siempre había pensado que sonarían los dragones si se tomaran la molestia de hablar el lenguaje humano; una voz grave, rasposa, con un tono burlón completamente antinatural que le ponía todos los pelos de punta.

      
"¡¿Quién eres?! ¡¿Cómo has logrado penetrar mis defensas mentales?!"

«Sooo, tranquilo. He venido en son de paz (por ahora, al menos). Tengo una oferta que hacerte. Algo que te convertirá en el mentalista más poderoso que exista»

”Ya soy el mentalista más poderoso que existe. Mi talento*"

«Perdón, error mío. El humano más poderoso que exista, que existiera y que existirá. ¿Te resulta más atractivo ahora?»

"...¿Quién eres?"

«Baja al tercer sótano, subnivel seis, habitación seis. Nos vemos pronto, mentalista»

     
-Esto… ¿Lord Rudeus…?

El anciano parpadeó. Su subordinado lo miraba, con cara de preocupación. La conversación se había hecho más evidente de lo que quería.

-Jevvar. Entreten a Wenderkarp todo lo que puedas. Pon las excusas que creas convenientes; usa la fuerza si es necesario.

-Pero*

-Ahora.

El tono de Rudeus no admitía réplica. Su subordinado, tras unos instantes de vacilación, hizo una inclinación y abandonó la sala.

       
El mentalista esperó en silencio hasta que el eco de los pasos en el suelo de piedra desapareció en la lejanía. Se puso en movimiento. La expectación de todo aquello lo impulsaba a andar, cada vez más rápido, cada vez más abajo, por los fríos corredores del edificio de piedra gris. El símbolo del Encapuchado seguía su trayectoria con su mirada sin ojos, apostado como eterno centinela en las esquinas de los cruces.

      
Aquellas capuchas habían visto mucho, sin duda. No en vano el Gremio de Mentalistas había sido el primero en ser catalogado como tal. Aquellas piedras eran mucho más antiguas que el primero de los Gobernadores; por aquellas salas habían caminado reyes, hace muchos, muchos ciclos.

     
Finalmente, el anciano alcanza su destino. Una puerta de madera negra permanece cerrada ante él. Es extraño, piensa; jamás había visto aquella puerta. De hecho, cuanto más lo pensaba, más seguro estaba de que el edificio no tenía seis sótanos.

      
-¿Cómo… he llegado aquí?

«Deja de perder el tiempo con preguntas estúpidas y entra, mentalista. ¿O has venido aquí solo para admirar la madera?»

Rudeus apoya las manos sobre la puerta, dudando de repente. Traga saliva. Lo cierto es que no sabe quién o qué es esa voz. Ni lo que quiere de él. Y todos han oído alguna vez historias infantiles sobre tratos con seres extraños que surgieron de la oscuridad y se llevaron a los desafortunados protagonistas de aquellos cuentos de vuelta consigo.

«¿No vas a abrir? Me equivoqué contigo, entonces. Lástima. Podrías haber sido tanto… supongo que el potencial desperdiciado es algo inherente al talento, después de todo. Hasta nunca, pequeño humano»

-¡Espera!- empujando con fuerza, el mentalista movió la negra puerta de doble hoja hacia dentro.

«Ah. Tan codiciosos. Tan ansiosos. Tan predecibles»

        
No veía absolutamente nada. El oído, el olfato y el tacto también parecían haberlo abandonado. La boca le sabía a sangre. Era como si absolutamente todas las cosas que existían hubieran desaparecido en el momento que abrió la puerta. Solo quedaba la Oscuridad más allá de la oscuridad. La Nada.

      
”¡Eh! ¡¿Adónde te has ido, feo sucedáneo hijo de*?!"

      
Unos gigantescos ojos rojos aparecieron frente al líder de los mentalistas. Aunque no parecía que los estuviera viendo, de alguna manera los sentía, como una imagen grabada a fuego en lo más hondo de su cerebro. Sin pupila ni iris, alargados, de un tono muy apagado, como las brasas de una cocina justo antes de apagarse por completo. Todo en aquellos ojos desprendía una repulsiva sensación de peligro. Un cartel de aviso.

     
Cuidado.

     
«Sé que el vocabulario de los monos es bastante limitado, pero intenta cuidar tu lengua en presencia de un ser superior, escoria»

"..."

«Y ahora se quedó mudo. Típico. Bien, pequeño humano disfuncional, quiero que hagas una cosa por mí. O más bien, que controles una cosa»

Nítidas imágenes comenzaron a desfilar por el cerebro de Rudeus en una mareante vorágine. Un mar oscuro, aguas profundas, una cadena infinita bajo una montaña de hielo. Una bestia dormida…

”Imposible. Si intentara controlar algo a esa distancia, mi cabeza…"

«Yo me ocupo de los detalles. Ten. Bebe"

     
Un cáliz dorado apareció sobre un pedestal de mármol negro a pocos pies del mentalista. Tragando saliva, comenzó a caminar bajo la vigilante mirada de los ojos rojos. Tambaleándose, avanzó paso a paso. La sensación de no pisar nada al caminar lo distraía y hacía perder el equilibrio, retrasando su marcha. Tras unos instantes que se le hicieron eternos, llegó al objetivo. Un burbujeante líquido negro llenaba el recipiente hasta el borde, reflejando en su superficie el rostro pálido del anciano.

    
Dudó un momento. Sintió el calor del fuego detrás de él, y supo que había llegado a final de trayecto. Ya solo le quedaba una opción.

    
Bebió de un solo trago la espesa sangre del demonio.

    
Comenzó a caer, gritando de agonía. Sentía su cerebro agrietarse y su cuerpo pudrirse, como si un nigromante lo hubiera maldecido de manera especialmente violenta. Y entonces, por un pequeño resquicio, algo comenzó a gotear en su mente; un estado desconocido, que antes simplemente habría definido como un mal funcionamiento de la mente, pero que había resultado ser mucho más; algo que su pobre alma humana intentaba asimilar desesperadamente mientras notaba como iba a ser desgarrada, fibra a fibra, día a día, hasta alcanzar un punto de no retorno.

    
Locura.

      
«Despierta al Leviatán de su sueño, mentalista. Cumple mi voluntad y yo cumpliré tus deseos… si sobrevives lo suficiente, claro»

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