Capítulo XXVI - Ahogamiento
Buscando, buscando... ¿Comida? Buscando comida... buscando comida...
Movimiento. Corrientes, corrientes; movimiento. Sonido. ¿Gaviotas? Tierra. Tierra... comida. Comida. Comida. Comida.
Comida.
***
Para cuando finalmente Raven llegó al embarcadero, la zona estaba completamente irreconocible. Los desplazamientos y ataques del monstruo habían arrasado el área por completo, inundando el lugar y llenándolo de escombros y restos de barcos. Había cadáveres por todas partes. El agua estaba teñida de rojo por la sangre de aquellos que habían muerto aplastados bajo mástiles o techos de madera.
De cerca, el monstruo ni siquiera podía describirse como grande: era un titán. Un titán colosal.
Era difícil calcular sus proporciones exactas; salvo por la aleta, permanecía completamente sumergido, hasta que atacaba; entonces, una gigantesca cabeza triangular de más de seiscientos pies surgía del océano, devorando casas, barcos, personas, y todo lo que estuviera a su alcance.
El Leviatán ya había destruido por completo la zona oeste de la ciudad, y por cómo se movía, parecía ir hacia el sur. Y hacia el sur estaba...
Un plan comenzó a tomar forma en la mente del cazador. Era arriesgado, incluso suicida... pero si quería traspasar la armadura de escamas del monstruo era la única oportunidad. Su única oportunidad.
***
Comida. Comida, comida. Al fin, comida. Comida.
...¿Qué?
...
¿Qué es eso?
...Fuego.
Odio. Odio, odio, odio, odio.
Matar.
Matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar, matar.
Matar...
***
Corre con toda la energía que tiene. Las pocas personas que quedan en la zona apenas ven un borrón carmesí cuando pasa por su lado.
El monstruo lo sigue. No tiene claro porqué; quizás es sensible al olor de su sangre, o a la magia que desprende la alabarda. Pero le viene bien; siempre y cuando esté preparado para cuando le alcance.
El Leviatán es increíblemente rápido para el estúpido tamaño de su cuerpo. Ya lo habría acorralado hace mucho tiempo si no lo distrajeran las defensas de la ciudad; hombres con enormes balistas que disparaban sin cesar contra cada centímetro de escamas que veían. Aunque la dura coraza del monstruo lo protegía de la mayoría de ataques, algunos de los proyectiles habían atravesado su aleta dorsal, desgarrandola. Los desafortunados tiradores no habían vivido para celebrarlo.
Lo único que habían conseguido era enfurecer a un monstruo que ya estaba hambriento en primer lugar.
Finalmente, Raven alcanzó su destino. Lanzó un cuchillo contra el cabo que amarraba el Gavial al puerto, cortándolo con gran precisión. Mientras el navío comenzaba a alejarse mar adentro, saltó con todas sus fuerzas, llegando por escaso margen a cubierta. El cazador no esperó a recuperar el aliento; comenzó a trepar por la red anexa al mástil, frenéticamente. Tenía que llegar a la cofa del vigía antes de que fuera tarde.
***
Muere, muere, muere, muere. Movimiento. ¿Comida? Fuego. Comida. Comida.
Abajo. Abajo, abajo, abajo. Arriba. Arriba, arriba.
Muere, fuego.
Comida.
***
Las aguas estaban completamente revueltas por los movimientos del monstruo. Y de todas formas, el Mar Gris siempre había tenido una superficie turbia. Una persona normal jamás habría podido ver nada a través de ella, mucho menos a esa distancia.
En situaciones como está, Raven casi se alegraba de no ser una persona normal.
Casi.
Pudo ver con claridad cómo se sumergía, volviendo a ascender rápidamente, con las fauces abiertas. Podría haberse tragado de un bocado a Bargleon sin siquiera masticar; y era posible que ni siquiera se diera cuenta de que se lo había comido.
La punta de sus mandíbulas emergió del mar como un bajel fantasma, chorreando agua por los cuatro costados, con dientes más grandes que un caballo sobresaliendo de sus pálidas encías, blanquecinas estacas destinadas a desgarrar todo lo que se pusiera a su alcance. Y en unos momentos, ascenderían lo suficiente para tener al cazador a tiro.
Suspiró. Un suspiro hondo, fuerte, como el que emitiría un caballo de guerra al entrar al campo de batalla. Se armó de valor. Se armó de recuerdos. Se armó de pasión mientras una miríada de recuerdos pasaba por su mente en apenas un instante.
Sus ojos se volvieron dorados.
Con la alabarda demoníaca por delante, Raven saltó de cabeza hacia las fauces de la muerte.
***
De alguna manera, consiguió sacar la pierna izquierda de entre los escombros sin rompérsela en el proceso.
A duras penas, Bill se levantó, apretando los dientes para soportar las punzadas de dolor que le subían desde la pierna. Cojeando terriblemente, empezó a caminar en la dirección en la que había ido su amigo hacía no demasiado. Quizá se hubiera echado atrás y aún estuviera a tiempo de alcanzarle.
Aquella zona del palacio había quedado completamente aislada por los derrumbes. No quedaba nadie allí; todos los que aún estaban vivos habían huido hace mucho.
El sentido de la orientación del arquero nunca había sido bueno en primer lugar, y no tardó en perderse entre los muchos corredores que se entrelazaban entre sí en patrones que le eran completamente ajenos. Al doblar una esquina, su pierna se enganchó con algo y estuvo a punto de caer al suelo. Maldijo fuertemente por la frustración que lo atenazaba.
El cadáver con el que había tropezado tomó la sabia decisión de no contestar.
Alarmado, Bill se inclinó sobre el cuerpo. Era el heraldo que los había guiado desde que desembarcaron. Dos plumas de gaviota yacían sobre su hombro, empapadas por la sangre que goteaba desde un salvaje tajo en el cuello.
El heraldo no había muerto. Lo habían asesinado.
El cazador aguzó el oído. Afuera se oían amortiguados sonidos de caos y demolición. Parecía que el Leviatán se estaba ensañando con la ciudad todo lo que podía. Intentó ir más allá de ese sonido, a los fríos y silenciosos pasillos de los alrededores...
Ruido de cristales rotos.
Muebles siendo arrojados al suelo. Alguien buscaba algo. Y lo buscaba desesperadamente.
Silencioso como una sombra, el arquero se deslizó por los sinuosos corredores. Al pasar delante de un tapiz sintió un ligero escalofrío.
Frenó un momento.
Salía aire frío de allí.
El tapiz representaba a un dios o a un rey, era difícil saberlo con seguridad. El personaje en cuestión estaba en el centro de una suerte de biblioteca, llena de libros enjoyados, cráneos de monstruos y armas antiguas. Algo en la esquina de la composición llamó la atención de Bill. En una pequeña mesa, olvidada y lejos del centro, estaba tejida una sencilla espada larga color negro obsidiana.
El cazador rozó el tapiz con los dedos en ese punto. No había nada detrás. Rápidamente, arrancó el tapiz, encontrando un hueco lo suficientemente grande como para que pasara una persona; unas estrechas escaleras que descendían. Los ruidos que habían guiado al cazador hasta allí se oían claramente ahora.
Pegado a la pared, Bill descendió las escaleras sin emitir sonido alguno. El muro estaba húmedo. Probablemente estuviera bajo el nivel del mar. La escalera descendía por lo que parecía ser una torre cuadrada.
"Es muy posible que esto esté excavado dentro de uno de los pilares que sostienen la ciudad" se dijo el arquero, reflexionando. Se preguntó si el rey sabría de aquel pasadizo. O de lo que guardaran abajo.
Al fondo de la torre los agudos ojos del cazador detectaban la luz de una antorcha. Había alguien allí abajo, y por los gruñidos de frustración que se oían, no parecía contento. Lentamente, sacó una flecha del carcaj y se puso en guardia.
«Vamos, hombre. Tenía muy claro que eras un completo inútil, pero al menos intenta no ponerte en evidencia tan descaradamente»
-¡N-n-no la encuentro! ¡No está por ningún lado! P-p-p-pe*
«Calla, idiota. No estamos solos»
Bill maldijo, saliendo de su escondite con el arco en ristre. Pero al entrar en el cerco de luz que proyectaba la antorcha, la mano le tembló un momento por lo que vió.
Era una sala espaciosa, bastante parecida a la representación del tapiz. Estanterías y mesas derribadas se esparcían por todo el suelo, cubiertas de libros y estatuillas religiosas. Un cuchillo ensangrentado goteaba lentamente, clavado sobre un libro con una espada en su carátula.
Sobre una de esas mesas volcadas, con un atisbo de cruel inteligencia en sus ojos, una enorme gaviota de color gris se acicalaba las plumas. El arquero reconoció enseguida al animal; había intentado cazarlo más de una vez durante la travesía por el Mar Gris, siempre sin éxito, como si sus disparos perdieran toda la potencia y puntería que los caracterizaba mucho antes de poder alcanzarla.
Pero lo que verdaderamente le sorprendió no fue la gaviota. Fue el hombre, medio encorvado sobre una estantería, con las manos convertidas en garras por un rictus nervioso y los ojos inyectados en sangre. Su antes impoluta túnica gris estaba ahora rasgada y manchada de escarlata. Su pelo, que ya clareaba la primera vez que lo vió, era ahora completamente blanco, con grandes calvas producidas por el estrés. Tenía la cara completamente consumida, como si no hubiera comido en semanas; olía a perro mojado, a vagabundo, y a algo más. A locura.
«Ah, es cierto. ¿Vosotros ya os conocíais, no? Bueno, Rudeus Adersin. Veamos si suplicar por tu vida resulta más entretenido que tus quejas»
***
-¿Her...mano?
La chica lo repitió una vez más, como si a pesar de estar muriéndose pudiera malgastar sus energías en comentar estupideces. Browën arrugó la nariz. Cómo la odiaba.
Pero era suya. Así que, mientras le siguiera siendo útil, era estúpido matarla. Bastaría con un... castigo.
Sin mediar palabra, la agarró del pelo y le estampó la cara contra la pared, una, dos, tres veces. Ella apenas gritó, estaba demasiado exhausta. Probablemente hubiera perdido mucha sangre. El noble la obligó a levantar la cabeza para mirarle.
-¿Siquiera tienes la más remota idea de todo el dinero que me has costado? ¿De los favores que he tenido que pedir? Esta vez has ido demasiado lejos, escoria.
-Hermano... por favor...
Hmp. Parecía que alguien no había escarmentado lo suficiente.
Con salvajismo, lanzó su cabeza contra el suelo y la aplastó fuertemente con la nota. Se oyó un crujido. ¿Le había roto la nariz? Quizás. Tampoco es que le importara mucho.
-No sé cómo te permites faltarme al respeto de esta manera. Especialmente en ese estado de vagabunda en el que te encuentras. Pensaba que eras más lista. ¿El pequeño cepo que instalamos en casa no te sirvió de nada?
-... Por qué... haces esto...
Browën miró a la chica, preocupado. Tenía los ojos vacíos. Chasqueó la lengua, con disgusto. Era justo como se temía.
-Volviste a olvidarlo, ¿Verdad? Qué si te metes en mi camino, hay consecuencias. En serio, no entiendo cómo tu mente puede ser tan cobarde como para bloquearte esos recuerdos. Ni cómo tú eres demasiado débil como para enfrentarte a ellos.
Con satisfacción, observa el rostro de la chica teñirse de miedo poco a poco. Ella comienza a vomitar.
-Ahhh, parece que finalmente lo recuerdas. Entonces, veamos. ¿Qué debería hacer ahora...?
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