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Runas Rojas

                Prólogo:


El sol empezaba a desaparecer por el horizonte. No era la primera vez que subía al monte más alto de Idris para contemplar cómo anochecía, pero sí lo era que alguien más apareciera por allí. Sus cabellos dorados brillaban con el sol como el oro, a diferencia de la mujer que acababa de sentarse a su lado. Los de ella parecían llamas de fuego, creciendo con destellos luminosos al azotar el viento sobre sus mechones. Era hermosa.

―¿Intentas escapar de nuevo? ―preguntó la mujer con una mueca divertida pero con clara reprimenda.

― Si intentara escapar no habría ido al punto más alto de Idris para que todo el mundo pudiera verme ―gruñó.

La mujer de rojos cabellos suspiró con cansancio. Era de saber que no podía hacer nada contra su voluntad, pero no por ello se empeñaba en intentarlo. Sabía dónde debía ir. No era difícil hallar a quien buscaba. A quien conocía mejor que a sí misma.

―Amelia, sé que es difícil aprender...

― ¡Oh! ―exclamó alzándose con frustración―. ¡Tú no lo entiendes, mamá! Tú eres una buena cazadora de sombras. Lo haces bien, has nacido para ello. Pero cada vez que intento hacer una runa, la mezclo sin querer y causa... problemas ―aseguró moviendo los brazos, desolada―. ¡Yo soy un problema! No hay nadie en Idris que no conozca a Amelia Herondale Morganstern, la hija defectuosa. El único milagro que soy es el de ser la peor cazadora de sombras de todos los siglos. Soy una verguen...

―¡Ni se te ocurra decir eso, señorita! ―la interrumpió―. No eres ninguna vergüenza, me oyes. Eres preciosa, tienes un poder en tu interior mayor del que crees. Solo tienes...

― Que aprender a utilizarlo. Lo sé ―dijo a su vez―. ¿Por qué siempre me repites lo mismo? Mi hermano es perfecto. Siempre lo aprende todo a la primera, no comete ni un solo error y sabe comportarse y relacionarse con todo el mundo. ¿Por qué soy tan diferente? ¿Por qué no puedo ser como vosotros? ―se quejó.

La mujer sonrió con cierta ironía y melancolía. Su mente se hallaba lejos, en el pasado.

― Yo también lo era. Hace tiempo... ―murmuró―. No siempre he sido la cazadora de sombras que conoces, hija. Te pareces más a nosotros de lo que crees.

― No lo creo. Todos estarías mejor sin mí ―aseguró con apenas voz. Su madre dejó escapar una carcajada.

―En realidad, eres igualita a tu padre.

Amelia observó con cautela a su madre, sabía que tanto ella como su padre habían sido leyendas. Habían salvado a todos los nefilim del ataque del hermano de su madre. Arriesgaron sus vidas para poder salvar a muchos. Conocía la historia. Conocía lo que se contaba de ellos. Pero su madre se mostraba reacia a explicar cómo comenzó todo. Quien había sido antes de convertirse en una heroína. Alguna vez le había preguntado por ello, pero siempre sonreía con cierto recelo, y la miraba un instante antes de contestar esa frase que se sabía de memoria:

―Es una historia muy larga. Algún día te la contaré.

Pero Amelia empezaba a dudar que ese día fuera a llegar realmente.

―Aquí estáis. Tendría que haberlo supuesto ―dijo una voz muy conocida detrás de ellas.

Amelia miró a su padre con cierto recelo, pero este solo le devolvió una sonrisa temerosa. Estaba en una edad difícil. Y tal vez precisamente por lo que había dicho su madre, que se parecían mucho, era por lo que no congeniaban demasiado. O tal vez más de lo que debieran, pues siempre era una discusión cuando tenían que hablar.

― Hay algo que preocupa a la Clave, creo que pasa algo con las salvaguardas ―informó con cierta cautela. O lo que era lo mismo y Amelia conocía a la perfección, con la clase de precaución que su padre empleaba para que ella no metiera las narices donde no debía―. Requieren nuestra presencia, Clary.

Clarissa Morgenstern, o Clarissa Fray o Fairchild, como ella prefería que la llamasen, era conocida por su capacidad de crear nuevas runas. Pero a diferencia de ella, su madre se sabía a la perfección todas las demás runas antiguas.

Clary frunció el ceño del modo que solía hacer cuando algo la preocupaba o era de suma importancia, conocía esa expresión mejor que nadie. Era aquella que empleaba cuando debía ir a matar demonios. Su hermano Max hacía lo mismo.

Dos años mayor que ella, Max era la perfección personificada. Era el hermano perfecto, el estudiante perfecto, el cazador de sombras perfecto. Y a sus diecinueve años, era perfectamente capaz de ir con sus padres a proteger a los humanos. Ella, por el contrario, era igual que su hermano, pero al revés. Era su antónimo. Por completo. Y por supuesto, hasta que no dejara de mezclar runas logrando causar catástrofes, no iba a salir del instituto o de Idris. Y aunque su madre se mostraba algo más blanda, era su padre, Jace Herondale, o Lightwood, como prefería llamarse, quien daba mayor negativa. Y por esa razón estaba enfadada con él en ese instante.

―Enseguida volvemos, cariño. Regresa con tu hermano y hazle caso por una vez en tu vida ―le suplicó Jace antes de tirar de la mano de su madre para ir al edificio donde se reunía la Clave.

Amelia no contestó. Le dedicó una mirada envenenada y se cruzó de brazos taciturna. Su padre no insistió. Ni siquiera se volvió a mirarla. Empezaba a hartarse de que supusiera siempre que iba a obedecer sus órdenes sin más.

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Max estaba, como siempre, preparándose en el campo de entrenamiento. En realidad, ellos lo llamaban así desde que eran lo suficiente mayores como para lanzar un cuchillo, pero no era más que un campo verde desde donde se podía ver el Lago Lyn, de donde emergió el Ángel Raziel. Como ya era habitual, Max lanzaba cuchillos a un árbol hueco, brincando y saltando como si fuera un verdadero demonio de rango superior. Amelia suspiró antes de descender la colina y reunirse con él. No era que quisiera practicar y así obedecer a su padre, pero necesitaba saber si Max sabía algo sobre la Clave. Tenía una sensación extraña, y quería asegurarse de que no sucediera nada que pudieran lamentar.

― El árbol no estará más muerto por tirarle más cuchillos, "M".

Max se volvió antes de lanzar la daga que tenía en la mano y sonrió a su hermana pequeña. Su cabello cobrizo estaba revuelto, sudado pero brillante. Unas gotas bajaban por su fuerte mandíbula, perdiéndose en la chaqueta de cuero negro de su uniforme. Sus ojos ocres brillaron con el sol casi extinto. La emoción en su rostro cuando luchaba era tal que logró causar cierta envidia en Amelia. Ojalá fueran más iguales.

― ¡La hija pródiga ha vuelto! ¿Qué clase de veneno circula por las calles de Alacante para que te atrevas a venir aquí, Amel?

Amel era como Max la llamaba desde que era pequeño. A los dos años, Max no sabía decir su nombre completo, y siempre se quedaba a medias. Con el tiempo, Amel se convirtió en su apodo cariñoso. Igual que Amelia llamándolo por la inicial "M".

―La Clave ―Max lo comprendió al instante.

― He oído que hay un problema con las salvaguardas ―aseguró. Amelia suspiró.

― Adivino quien es tu fuente... ―gruñó. Max se acercó y posó su mano izquierda, la que no sujetaba la daga, sobre su hombro.

― No seas tan dura con él. Intenta protegerte. Se lo pones difícil, fierecilla ―se burló. Amelia lo miró con el ceño fruncido, y le propinó un golpe carente de fuerza en su brazo.

―No puede protegerme de todo. Tengo diecisiete años, el año que viene seré mayor de edad y podré ir a matar demonios. ¿Cómo narices voy a hacerlo si no he salido nunca de aquí? ―se quejó. Entonces Max le tendió la daga, obligándola a cogerla, y se apartó.

― Entonces demuéstrales que están equivocados. Enséñales que eres capaz de hacerlo.

― ¿Y si no lo soy? ―preguntó con miedo. Max sonrió.

― Eres tú la única que te pones limites, Amel. Solo tú ―Luego miró el árbol, y frunció el ceño cuando Amelia lanzó la daga y la hizo introducirse en la copa con un giro extraño, clavándose la punta en el interior del tronco en lugar del exterior―. O tal vez solo necesites enfocarlo de otro modo...

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― ¿Qué queréis decir con runas rojas?

Jace posó la mano en el hombro de su mujer, intentando calmarla, pero Clary no pareció querer contenerse. Y su alteración conseguía poner nerviosos a todos los demás.

― No lo sabemos. Nunca las hemos visto antes ―contestó un nefilim del consejo.

― ¿Habéis llamado a Magnus? ―preguntó Jace con seriedad. El inquisidor carraspeó y asintió levemente con la cabeza.

― ¿Qué quiere decir exactamente con ese gesto? ―exigió Clary, algo más alterada que antes, si eso era posible.

― No puede hacer un portal para llegar aquí. En realidad ―hizo una pausa para aclararse la garganta, parecía asustado―, ninguno de los nefilim fuera de Idris puede llegar de ningún modo aquí. Y tampoco ningún otro miembro del consejo.

Jace se adelantó, situándose al lado de Clary. No había ningún tipo de indiferencia en su rostro. En realidad, parecía que todos los presentes sabían qué sería lo que diría el Inquisidor antes de que su boca volviera a abrirse.

― ¿Qué estás diciendo? ―exigió. El inquisidor alzó sus ojos con impotencia. Esa que tanto Clary como Jace se habían acostumbrado a ver en el rostro de la Clave.

― Que estamos atrapados aquí. Alguien ha convertido Idris en una ratonera.

--,.

Clary respiró profundamente cuando vio la runa roja más próxima y reconoció su significado. Tenía cierta facilidad en recordar runas, a pesar de haberlas visto una única vez. Y esa en concreto sabía dónde la había visto antes.

― ¿Qué sabes, Clary? Conozco esa mirada ―aseguró Jace.

La Clave estaba preparando a los Cazadores de sombras que se encontraban en Idris para la posible batalla. Ya nadie dudaba de sus precauciones, pues bien sabían que tenían razones de sobras para ser precavidos. Así que tan solo Clary y Jace se habían acercado a las salvaguardas para ver de cerca las runas rojas.

― Están hechas con sangre ―aseguró mirando más allá de la aparente protección que ofrecían.

― Y... ―Jace esperó. Algo en el ambiente lo alarmó como solo una vez antes lo hizo. Recordaba demasiado bien la sensación como para olvidarla.

― Y es una de las runas que aparecían en el libro Blanco.

Jace observó de cerca la runa escrita sobre la roca, al otro lado de la salvaguarda. Era más grande de lo habitual, y su tono rojo llamaba la atención demasiado. Como si quisieran que todos se percataran de ellas. No intentaban ocultarse, estaba claro.

― ¿Recuerdas qué hacía? ―preguntó con cautela. Clary se alzó y lo miró a los ojos con cierto temor.

―No es una runa que pondrías a alguien a quien quisieras proteger ―aseguró―. En el libro aparecían algunas runas que no deberían utilizarse jamás. Pero recuerdo que antes de que Magnus se quedara con el libro, me advirtió que no debía caer en manos equivocadas por una buena razón.

Las manos de Clary, más duras ahora después de años de entrenamiento que cuando empezó, rozaron la piedra donde otras runas reposaban en ellas. Alejadas de ellos y tan cerca al mismo tiempo.

― Las runas que nosotros usamos son de protección, fortaleza, alianza, sanación... ―Los verdes ojos de ella volvieron a centrarse en los ocres del Cazador de sombras―. Estos son de destrucción.

Entonces Jace lo comprendió.

― Quieren volver a destruir las salvaguardas.

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¡Hola! ¡¡Aquí el prólogo y pequeño avance para ir "encendiendo motores"!! Empezaré a subir capítulos el lunes 19 de Octubre. Iré subiendo uno o dos capítulos por día. A excepción de algún día que no pase por casa, por lo que no podré acceder a los capítulos. :S 

Espero que os atraiga la idea, y os guste tanto el fanfic como el modo de escribirlo. No sé si he conseguido guardar la esencia de los personajes ya conocidos, debo reconocer que estos me han costado especialmente. Así que pido perdón de antemano si no lo consigo del todo. :(


¡¡Besitooos!!

  Si alguien me quiere seguir en Instagram, este es mi nombre para buscarme; elisabetllaberia Tengo dibujos de la saga entre otros fanarts y originales.   


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