Epílogo
― Ve y mira nuevamente las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.
Clary sonrió al entrar en la habitación.
Cuando todavía no conocía ese mundo. Cuando lo más importante que existía en su vida era poder ir con Simon a su cafetería de siempre a escuchar la horrible poesía de Eric, jamás pensó que podría ser testigo de algo tan maravilloso. Lo que había vivido no era un paseo por el parque, pero no cambiaría nada de lo sucedido de poder hacerlo. Su vida era perfecta tal y como era. Y tenía unos hijos también perfectos.
― ¿Y qué secreto es?
Amelia, sentada en el diván de la ventana junto a su hermano Max ―el cual se había quedado dormido apoyado en el cristal―, tenía un ejemplar de "El Principito" sobre sus rodillas. Sonrió hacia su madre.
― Es muy simple ―contestó Amelia, citando el libro―: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
― El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante ―añadió Clary sentándose en la cama, cerca de la ventana donde estaban ellos―. Lo recuerdo. Hacías que te leyera ese libro todas las noches cuando eras pequeña.
― Es fascinante el modo en que describe a la rosa ―añadió Amelia acariciando la página abierta del libro―. Hay millones de ellas, idénticas. Sin diferencia. Pero si conoces a una, si llegas a conocerla de verdad, ya no volverá a parecerte ninguna otra rosa igual. Esa será diferente.
― Eras pequeña, pero siempre tenías preguntas y dudas que me hacían ver lo diferente que eras.
Clary sonrió al ver a su hijo moverse un instante en su sueño profundo, arrimándose más a la ventana, como si esta fuera un cojín. Contuvo la risa apenas cuando vio a su hija sonreír también ante la escena.
― Recuerdo una vez, cuando terminé el libro, me preguntaste si el Principito sería capaz de proteger a su rosa ―prosiguió―. Estabas convencida de que la ingenua flor habría creído poder enfrentarse al cordero, y este se la habría comido antes de que el Principito pudiera ayudarla.
Amelia sonrió. Miró el libro con cierta nostalgia.
― A veces la rosa tiene más espinas de las que se cree. Y aun así, todavía necesita protección. Lo que realmente protege a la rosa no son sus espinas. Si ella no hubiese sido diferente para él, nadie se habría preocupado por ella. Nadie se habría preguntado si tenía solo cuatro espinas insignificantes para protegerse contra el mundo.
Max se removió de nuevo en su sitio, pareció que se despertaba, miró a un lado y al otro, pero volvió a recostarse y se durmió.
― Está cansado ―aseguró Amelia―. Se pasó la noche buscándome por todas partes, y cuando aparecí, hubo todo ese lio con la clave y...
Amelia calló.
― Estará bien ―aseguró―. Solo querían aclarar las cosas. Es una novedad, sabes cómo se toman las cosas nuevas ―Amelia sonrió. Sí. Claro que lo sabía―. Tu padre está allí con él. Y sé perfectamente que no haría nada que pudiera disgustarte.
― Sé que no le pasará nada. Es el Ángel Raziel, al fin y al cabo. Le tendrán respeto. Tal vez miedo.
―¿Qué te preocupa entonces? ―consiguió preguntar.
Los dedos de la joven se cerraron con fuerza alrededor del libro.
― Que sea demasiado importante como para estar aquí. La clave lo querrá cerca. No soy más que una Cazadora de sombras como cualquier otra.
Clary sonrió, se levantó de la cama para sentarse en el diván, entre sus dos hijos.
― Para la clave, sí. Porque no te conocen lo suficiente como para considerare diferente. Pero vi ayer cómo te miraba. Y cómo lo mirabas tú a él antes de que se marchara con la clave.
<<Y puedo asegurarte algo; Es responsable de su rosa.
Amelia se incorporó, sujetando el libro con fuerza, y le dio un abrazo a su madre. Esta la acunó entre sus brazos, recordando cuando era pequeña. Abrazando ese mismo libro mientras intentaba que se durmiera.
― Tu padre y yo siempre habíamos pensado que eras especial. Incluso Max lo decía. Pero debo reconocer que no llegué a entender hasta qué punto ―aseguró. Amelia notó su sonrisa, posada sobre su cabeza―. Por cierto, todavía no me has contado cuándo y cómo os habéis conocido. Ni siquiera imagino cómo puede el ángel Raziel haber querido salvarte.
Amelia dejó escapar una carcajada, apartándose del abrazo para mirar a su madre.
― Es una historia muy larga. ―Clary enarcó una ceja al reconocer sus propias palabras en boca de su hija―. Algún día te la contaré.
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― Jamás habíamos sido testigos de algo así. Un ángel caído. No podemos asegurar las consecuencias que ello puede suponer para nosotros.
Jace empezaba a cansarse de la estúpida precaución de la clave. Había creído que querrían alguna prueba de la verdadera identidad del que se hacía llamar Raziel, pero no había dudas. Incluso él se había mostrado incrédulo al principio. Más por el hecho de estar junto a su hija que por cualquier otra cosa. Pero en cuanto la evidencia de que era el verdadero ángel quedó irrefutablemente confirmada, había crecido un nuevo temor entre la clave. ¿Qué podía suponer para ellos que existieran los ángeles caídos? ¿Qué supondría que el propio Raziel, quien les diera vida, fuera uno de ellos?
No hacía falta decir que en presencia del ángel, la clave se mostró impoluta, cortés y temerosa. Solo ahora, cuando el ángel se había retirado, decían exactamente lo que Jace había supuesto que pensaban.
Le temían. Y no parecían conformes con la decisión de que el ángel debía regresar al instituto de Nueva York.
― ¿Crees que dejaremos de ser Cazadores de Sombras? ―preguntó un miembro del consejo.
― Si puede haber ángeles caídos, y si Raziel puede ser uno de ellos, significa que existen ángeles con más poder que él. Y que nosotros no somos más que piezas sueltas en su juego ―repuso otro sin dejar de mirar con atención una hoja repleta de garabatos delante de él.
Jace suspiró.
― ¿Acaso pensabais que erais el centro del universo? Que la Tierra gira alrededor del sol y no al revés hace siglos que fue descubierto.
― Por ahora no existían pruebas físicas de la existencia de más ángeles. ―protestó intentando defender su afirmación inicial.
― ¡Venga ya! ―exclamó Jace con indignación―. Yo mismo vi a uno de ellos hace años.
― Lo que no sabíamos hasta ahora era el verdadero rango del ángel Raziel ―interrumpió el inquisidor la acalorada discusión, para luego añadir con desprecio―. Y de todos modos de eso tampoco hubo pruebas.
Jace apretó los puños.
― ¿Qué pruebas más necesitabais? ¿Su cabeza en un tarro?
El sonido de unos aplausos procedentes de la puerta de entrada desvió la atención de todos los miembros del consejo. En el umbral, apoyado en el marco, Magnus Bane contemplaba la situación en silencio.
― Por lo que veo, las costumbres no se pierden.
― Llegas tarde ―refunfuñó Jace. Magnus sonrió.
― Me han entretenido ―contestó―. ¿Y bien? ¿Cuál es el veredicto?
Jace no contestó esta vez, volvió a sentarse en el umbral de la ventana donde había estado hasta que el ángel se retiró del salón, observando el paisaje exterior como si fuera mucho más interesante que la conversación que tenía lugar en el interior.
― Es, sin duda alguna, el ángel Raziel ―aseguró el inquisidor―. Le hemos ofrecido un puesto aquí, en Alacante. Para que pueda ayudarnos y tenga mejor acceso a todo lo que él mismo ha creado.
― En resumen, para tenerlo controlado ―aclaró Magnus. Jace le dedicó una sonrisa cómplice ante la afirmación.
― Es del todo innecesario este comentario.
― ¿Por la verdad que esconde?
Magnus apenas pudo contener la risa cuando vio al Inquisidor perder los papeles de nuevo ante las palabras mordaces de Jace. Era conocedor para todos que no se llevaban nada bien. Pero hacía años que Jace no contestaba con tanto afán a sus pullas. Tal vez que su hija se hubiera convertido, gracias a su poder reprimido, en una gran Cazadora de sombras tenía algo que ver.
― La contestación ―interrumpió el miembro del consejo que representaba a los Vampiros―, ha sido un rotundo no.
― Se ha negado ―clarificó Magnus. El vampiro asintió.
― Aseguró que tenía una misión importante, y no puede inmiscuirse en nuestras leyes.
― Sí. Ha hecho un estupendo discurso sobre el libre albedrío y la innecesaria preocupación de la clave ante este suceso ―aclaró Jace, dirigiéndose únicamente a Magnus―. Pero como todos ya sabemos, que la clave se "preocupe" por la nueva situación del ángel, es inevitable. Lo que está claro es que no van a imponerle su voluntad. Así que el ángel va a hacer lo que le dé la gana.
― Bien. Es bueno saberlo ―apuntó Magnus, sentándose en su puesto en el consejo―. ¿Algún tema más que debamos debatir?
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Después de la pequeña reunión con la Clave, Jace había esperado poder hablar con el ángel. Tenía muchas preguntas que necesitaban una respuesta urgente. No había podido decir nada estando la clave delante, pero para Jace no pasó desapercibido el evidente lazo con su hija cuando llegaron al Instituto.
Que el Inquisidor estuviera allí cuando regresaron después de horas buscando a Amelia, no había sido una casualidad. Su hija había estado vigilada desde que sucedió el derrumbamiento de las salvaguardas, desde que revivió a manos del mismo ángel con el que acababan de hablar. Temían que su poder pudiera repercutir en la clave. Que hubiesen dejado marchar al ángel sin condiciones se debía solo a su identidad. Los comentarios posteriores a su marcha del salón fue más que suficiente para deducir que no estaban conformes con el veredicto. Querían al ángel Raziel a su lado, no en el instituto de Nueva York donde no podrían controlar todos sus pasos.
Al llegar a la biblioteca del edificio principal de Alacante, donde la clave había sugerido al ángel que podía permanecer hasta que partiera de nuevo a Nueva York, Jace lo vio de pie frente al gran ventanal. A un lado estaba la escultura que lo conmemoraba. Era extraño verlo allí. No tenía aspecto de ángel, pero las heridas de sus alas rotas estaban allí para corroborar su identidad.
― No es necesario que te inventes nada amable para favorecerlos. He podido escuchar absolutamente todas sus dudas ―dijo el ángel antes incluso de que se le ocurriese algo que decir.
Poco a poco, el ángel se dio la vuelta. Jace no se había movido de delante de la puerta.
― Debes tener muchas preguntas también, ¿verdad? ―Jace se removió en el sitio, incómodo.
― Hay muchas cosas que no termino de entender. Pero no soy ciego.
― Te preguntas por qué salvé la vida de tu hija. También salvé la tuya, si mal no recuerdo.
― Clary te lo pidió. ¿Quién te pidió a ti que salvaras a Amelia?
Ante la pregunta, el ángel acompañó su risa con un suspiro resignado. Jace no terminaba de entender cómo era posible que ese que tenía delante, pudiera ser el mismo ángel Raziel con el que habían tratado en el pasado.
― Podría contestar lo evidente, que vuestro brujo me la trajo. Pero eso no explicaría la razón por la que la salvé ―contestó al fin―. Podría decir que es especial. Que tiene en su interior parte de mí poder y me sentía responsable de su vida de algún modo. Pero tampoco sería esa la razón por la que está viva ahora ―siguió.
― ¿Entonces, por qué?
― Mi gente suele asegurar que el libre albedrío viene de la mano del destino. Todo el mundo tiene el poder de elegir, pero cada elección lo lleva directo a su destino de un modo u otro. No se puede escapar de a lo que estás destinado. Y nadie conocer qué es exactamente ese fin ―El ángel se dirigió al centro de la biblioteca, rodeando la mesa y acercándose a Jace con cautela―. Pueden pasar muchas cosas, pero el destino siempre encontrará el modo de abrirse paso. ―Luego murmuró―. Incluso si tiene que retroceder en el tiempo para cambiarlo todo...
― ¿Qué tiene eso que ver con mi hija? ―lo interrumpió Jace, cansado de evasivas.
― ¿Esa es tu pregunta más importante? ¿La que más necesitas saber?
― Necesito saber si corre peligro. Quiero saber si eres una amenaza o...
El ángel rio.
― Tal vez lo sea, aunque de un modo puramente sobreprotector en el que un padre podría referirse ―apuntó―. Jamás seré un peligro real para tu hija, Jonathan Herondale. Eso es algo que puedo prometerte. Es por ella que estoy aquí. Por ella que he perdido mis alas. No existe nada en el mundo ya que pueda amenazarla.
<<Hay algo que no he dicho a la clave ―confesó después―. Y estoy seguro de que no vas a decírselo cuando lo sepas.
― ¿El qué?
― Sí hay un verdadero motivo por el que estoy aquí, por el que soy un ángel Caido. Hay un fin para lo que soy.
Jace esperó, y vio en los ojos del ángel que necesitaría más que su palabra para que él lo comprendiera. Así que con una mano tiró del borde del cuello de la camisa, exponiendo parcialmente su pecho izquierdo y mostrando la runa dorada que reposaba en él.
― Soy responsable de la seguridad de tu hija. En todos los sentidos en que se puede ser responsable de alguien.
Con el ceño todavía fruncido por la preocupación y el recelo, Jace alzó el rostro hacia el ángel.
― Un mundano-vampiro y luego cazador de sombras casado con mi hermana. Mi parabatai casado con un brujo. Quien creí durante mucho tiempo que era mi hermana convertida en mi esposa. Por no hablar de un gato inmortal y los abuelos de mis hijos, una ex cazadora de sombras y un hombre lobo que aparecen de vez en cuando en las fechas importantes ―contempló Jace esbozando una especie de sonrisa al terminar―. Me parece que un ángel caído no será lo más interesante que encontremos en las reuniones familiares.
Jace alzó la mano, ofreciéndosela al ángel en señal de confianza. Raziel había visto ese gesto en muchas ocasiones. Tal vez, entre los cazadores de sombras, era uno que Clary habría aportado de algún modo. O quizás los seres humanos no eran tan distintos de los nefilim, igual que estos no lo eran tanto de los ángeles.
― Bueno, supongo que habrá más problemas con la clave, nunca nos aburrimos con ellos, pero al menos parece que por aquí las cosas están un poco más calmadas.
Tanto el ángel como Jace se dieron la vuelta al escuchar al brujo entrar en la biblioteca. Traía una expresión relajada, al parecer el brujo sabía más de lo que todos suponían.
― Bane.
Magnus sonrió al ángel, como esperando lo que iba a decir. En cambio, el ángel se mantuvo callado. Jace fue el que se volvió.
― ¿Han dicho algo más? ―Magnus se encogió de hombros.
― Nada que deba preocuparnos ahora ―Jace asintió.
― Entonces será mejor regresar a casa. ¿Has avisado?
― Está todo listo, Jace.
― Entonces iré a despedirme de Izzy. Antes de que me arranque la cabeza, la próxima vez que venga de visita y sepa que he estado aquí y no he dicho nada sabiendo que se encontraban en Alacante.
Magnus vio marcharse a Jace, quedándose a solas con el ángel.
― Me alegra verte ―apuntó Magnus segundos más tarde.
― Me gustaría darte las gracias ―Magnus abrió los ojos ligeramente sorprendido. Aunque lo había esperado, no por ello dejaba de ser sorprendente.
― Debo decir que hasta que no la vi en el campo de batalla herida no supe exactamente qué significaba tu mensaje. Pensaba que te referías únicamente al día de la caída de las salvaguardas. Pero fue mucho más que eso.
El ángel sonrió.
― Sabía que la consecuencia de salvaros la repercutiría directamente. Y que entonces entenderías hasta qué punto debías salvarla.
― Lo que no comprendí era que tu intención de salvarla llegara hasta tal punto. Debo confesar que estoy sorprendido. Por lo que también te debo un agradecimiento. Es mi sobrina, al fin y al cabo.
El ángel pareció recordar entonces algo importante, pues se giró parcialmente, buscando algo en su chaqueta vieja de cuero castaño. Magnus frunció el ceño un instante, con curiosidad, alzando las cejas en cuanto vio lo que las manos del ángel sostenían.
― Se me olvidó devolver esto a su sitio ―apuntó tendiéndole un volumen grisáceo con las letras en dorado con el título de; Ostium Apertum.
― El libro de los portales. ¡Hace años que lo busco!
El ángel sonrió. Lo sabía mejor que nadie. Amelia fue quien lo extrajo de su lugar. Quien se lo ofreció antes de ser capturada por su propia familia.
Jace regresó minutos más tarde. Para entonces, Magnus ya tenía preparado el portal para regresar a Nueva York, donde estaba seguro, los esperaban desde hacía días. Jace fue el primero en atravesarlo, y el ángel procedió después.
― Supongo que no hace falta que lo diga, Jace ya habrá sido suficientemente explícito ―apuntó Magnus antes de que el ángel atravesara el portal―. Pero si le haces daño, no solo te faltarán las alas.
El ángel, en otra época habría enfurecido ante tal amenaza. No ahora, cuando estaba seguro de que lo que tenía que cumplir no le resultaría en absoluto difícil. No cuando si Amelia sufría algún daño quien resultaría irreparablemente lastimado sería él.
― Recuerdo a la perfección el momento más doloroso de mi existencia, brujo. Y te aseguro que no fue cuando me arrancaron las alas.
Magnus reprimió la amplia sonrisa, que liberó cuando el ángel atravesó el portal. No había más que decir. Con ese argumento, toda amenaza quedaba reducida a cenizas.
Al fin y al cabo, era el único que podía recordar que esas palabras tenían fundamento. Sí, sin duda alguna.
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La última vez que Amelia había decidido hacer una runa a solas, las cosas habían ido realmente mal. Sí, bueno, la última, última vez fue cuando invocó al ángel Raziel y los hizo retroceder en el tiempo. Consiguiendo alterar el futuro al conocer a sus padres y poniendo en riesgo su propia existencia, pero no se refería a esa vez en concreto. Esa vez había sido catastrófica a un nivel superior. En la que Amelia estaba pensando mientras situaba la estela en su brazo para crear una runa, era en la última vez que el resultado había ido solo "realmente mal".
Ese día, antes de que las salvaguardas cayeran, había discutido ―como era costumbre―, con su padre. Su hermano había regresado horas antes de una misión en Nueva York, donde unos demonios habían entrado en una fiesta de disfraces de un instituto. Ella no había podido ir, algo que se había acostumbrado a asumir, pero esa vez lo habían acompañado sus dos primos, que tenían su misma edad y se habían convertido en parabatai pocos meses antes. Eso dejaba a Max con cierta desventaja para luchar. Aunque según su padre él hacía lo mismo con Izzy y Alec y nunca tuvieron problemas.
Ahí había comenzado la discusión. Porque Amelia sabía que Izzy y Alec eran hermanos, por lo que era evidente que iban a protegerse aun no siendo Parabatai. Pero Max no tenía esa ventaja. De hecho, su único punto a favor habría sido ella misma.
Así que se sintió tan impotente al verlo regresar herido, sabiendo que ella tendría que haber sido quien lo protegiera, que había querido aprender más deprisa.
No debería haber hecho esa runa. Ahora sabía que había sido una imprudencia y una temeridad. Sabía que podía hacer mucho daño con ese poder que entonces no sabía que tenía. Pero ahora que lo conocía. Ahora que podía controlarlo. Necesitaba practicar y adoptarlo como propio. Necesitaba aprender a usar bien el poder del ángel.
La runa combinada se creó poco a poco sobre su brazo. Cuando empezó a hacerlas, estas tenían una chispa dorada que no había comprendido. Pero como lo normal es que fueran oscuras, siempre salían mal. Ahora que conocía su verdadero aspecto, la runa aparecía dorada sobre su piel. Al menos sabía qué runas no debía crear. Las rojas estaban terminantemente prohibidas. Las del libro blanco no era prudente hacerlas bajo ningún concepto. Pero esa era inofensiva.
Lo primero que se acercó fue una pequeña libélula azulada. Amelia alzó una mano, donde la pequeña alada se posó dejando las alas transparentes inmóviles. El dulce siseo que emitió sus labios hizo que la libélula volviera a alzar el vuelo, planeando alrededor del lago Lyn donde Amelia había ido a ensayar. Junto a esta empezaron a unirse pequeños grupos de insectos más, hasta que formaron una espiral de colores entorno al lago.
― Don de lenguas, Confianza, Talento... ―Amelia sonrió sin darse la vuelta al reconocer la voz detrás de ella―. ¿Me dejo alguna?
Cerrando los ojos por un instante, la joven se apoyó sobre sus manos y se volvió hacia atrás, donde pudo ver al que fuera el ángel Raziel de pie, a pocos metros de ella.
― Persuasión ―añadió―. Mitad Don de lenguas mitad persuasión, con un trazo de confianza y un punto de Talento.
Raziel avanzó hasta llegar al borde del lago, junto a Amelia y el espiral de insectos voladores.
― Acabas de darle un giro al poder del ángel. Cuando Miguel te dijo que no lo usaras para ir hacia el pasado, no se refería a que lo emplearas para someter a toda la especie de insectos voladores.
― Dicho así me hace ver como un ser cruel e insensible ―protestó con una dulce mueca.
El ángel se agachó hasta quedar a su altura. Con una mano recogió una piedra plana del suelo, y la lanzó haciéndola votar hasta que cayó justo en el centro. La piedra creó unas hondas que consiguieron deshacer el espiral de seres alados, devolviéndolos cada uno a lo que estaban haciendo antes de que se unieran en un solo propósito. Amelia se acercó las rodillas al pecho, y suspiró con pesar.
― Jo. ¿Por qué has hecho eso? Estaba practicando. Es la primera runa que hago que no incendia, destroza o hace explotar algo.
― Bueno, mi deber es controlar lo que haces.
― Oh, y qué tenía de malo que las pequeñas libélulas volaran un rato en círculos. ¡No estaba haciéndoles daño, protector de la naturaleza! De hecho, antes de que comenzara la primera, le he preguntado si quería hacerlo, así que no la he obligado―se quejó.
El ángel contuvo la risa apenas.
― Siempre te inventas unos nombres muy extraños...
― Lo de Murphy no me lo inventé, que conste ―apuntó.
― Lo sé. Pero no he desecho tu runa por eso ―Amelia se volvió, alzando una ceja esperando su respuesta con cinismo.
― Ah, ¿no? ¿Por qué, entonces?
El ángel dejó caer su peso hacia atrás, sentándose en la hierba, a su lado. De ese modo, era difícil imaginarlo en medio del lago, bañado de luz y con sus majestuosas alas. O las que tuvo en su día.
― Creo que tenemos cosas de las que hablar, dadas las circunstancias. Y tener a unos pequeños seres voladores dando vueltas alrededor del lago consigue poner nervioso a cualquiera ―refunfuñó. Amelia esbozó una sonrisa ladeada.
― ¿Estás nervioso? ―inquirió con cierto tono de burla sospechosa. Raziel enrojeció levemente.
― No he dicho eso. Solo que esos bichos son... ―emitió un suspiro―. Lo que quiero decir es que es difícil hablar contigo sin ninguna otra distracción como para añadir a esas... esas...
― Libélulas ―lo ayudó. Luego apoyó la mejilla sobre su antebrazo, entornando los ojos con curiosidad―. ¿Sin ninguna otra distracción? ¿Soy una distracción?
Raziel se quedó mirándola sin parpadear. Abrió la boca solo para volverla a cerrar y abrir de nuevo sin emitir ni un solo sonido. Amelia dejó escapar una risa.
― Sí, es cierto. Estás nervioso ―aseguró―. No entiendo por qué. ¿Qué tienes que decirme que no sepa ya, R? ―preguntó mirando hacia el lago―. Eres un ángel caído, te han hecho responsable de mí. Seré tu problema y un engorro para el resto de tus días, o de los míos...
― Quería hablar sobre por qué casi haces que te mate ―la interrumpió. Esta vez le tocó a Amelia sonrojarse.
― Ah, eso...
― Sí. Eso ―gruñó―. Me hiciste creer que ya no te importaba. Que tenías que matarme para seguir con tu vida perfecta ahora que eras la cazadora de sombras que siempre deseaste ser.
― Al parecer no lo logré lo suficiente... ―murmuró. Raziel la sujetó de un brazo, consiguiendo que Amelia se volviera a pesar de su reticencia a hacerlo.
― ¿Te das cuenta de lo que habría pasado? ¿Te das cuenta de que habría podido matarte? ―Amelia frunció el ceño, enfadándose por momentos.
― Eso era precisamente lo que deberías haber hecho, R ―lo regañó―. No lo entendía antes, pero lo vi claro cuando Miguel apareció en mi habitación. Era un problema desde que tu poder entró dentro de mí. Había estado a punto de matar a mi familia, de morir yo. De hecho, tanto mi familia como yo morimos, aunque no en el mismo espacio temporal. Y salvaste mi vida arriesgándolo todo. Tus alas. Te arrancaron las alas para que yo pudiera vivir. Y aun así mi existencia seguía siendo un peligro.
<<Nada podía asegurar que en un futuro no pudiera crear otra runa catastrófica. O que el poder que todavía llevo dentro me dominara e hiciera algo de lo que no habría vuelta atrás. Viste lo que hice contigo. Si soy capaz de dominar a un ángel...
― Amelia. Soy responsable de eso. No pienso permitir que tú pagues por algo que yo hice ―Amelia apartó el rostro, volviéndolo de nuevo hacia el lago.
― A veces tienes que afrontar las consecuencias de tus actos.
― ¿Eso es lo que hiciste? ¿Estabas afrontando las consecuencias al intentar que te matara? ―la regañina implícita en la pregunta ofendió a Amelia, que se volvió para mirarlo a los ojos.
― ¡No! ―gritó―. ¡Lo hice porque si no me matabas y recuperabas tus alas, Miguel iba a matarte a ti!
Raziel abrió los ojos de par en par al escucharla.
― Dijo que el poder que tenía era similar al que tú seguías albergando. Y dos poderes con fortalezas tan similares podrían ocasionar fisuras en el plano donde los ángeles residen. No pueden coexistir dos poderes iguales, siempre tienen que complementarse. Por eso, si yo no había muerto y tú seguías con vida, el poder del ángel que teníamos seguiría existiendo en un mismo universo, en un mismo plano físico ―argumentó. Raziel suspiró.
― Así que al arrancarme las alas no había conseguido eliminar el poder del ángel que seguía teniendo. Y tu poder tampoco había sido suprimido del todo ―Las manos del ángel sobre la hierba, arrancaron trozos verdes encerrándolos en sus puños―. Por eso Miguel pretendía matarte.
Amelia asintió con pesar
― Quería devolverte las alas.
―Y tú aceptaste morir para recuperar el equilibrio haciéndome creer que eras tú quien quería matarme a mí.
― Yo era un problema. Siempre lo he sido. Aunque habría sido doloroso para mi familia, a la larga habría sido mejor. Este poder que sigue en mi interior... es peligroso.
― ¿Habría sido mejor? ―repitió con incredulidad.
― Los ángeles se habrían alegrado por mi muerte. Tú habrías recuperado tus alas. Tú mundo...
― Mi mundo ―se burló con una risa sarcástica. Amelia se volvió hacia él.
― Sí. Te mentí al decirte que no me importabas, y lo siento. Pero era lo único que podía hacer. Era lo que creía correcto. ¿Qué alternativa tenía?
Raziel la miró a los ojos.
― No dejar que te maten, por ejemplo. Te salvé la vida. Te devolví a ella. ¿Acaso eso no te dice nada? O es que dar mis alas para salvar tu vida es sinónimo de; "Voy a dejarme matar para que este ángel que parece no saber lo que quiere recupere sus alas".
La mano de la joven encerró su boca reprimiendo una risa.
― ¿Eso era sarcasmo? ―Raziel gruñó.
― Lo digo en serio, Amelia. ¿Por qué crees que te devolví a la vida? ¿Por qué crees que permití que me arrancaran las alas? ¿Por qué crees que no fui capaz de matarte cuando tú parecías tan dispuesta a hacerlo? ¿Por qué crees que soy ahora un ángel caído? Gracias a lo cual, por cierto, no hace falta que ninguno de los dos muera.
Los ojos de Amelia tomaron un matiz extraño, algo parecido a cuando estás a punto de llorar, pero intentas reprimirlo.
― No eres nada de lo que imaginaba. Eres amable, tienes consciencia y eres responsable de tus actos. A pesar de hacer años que los hiciste. Pensaba que al ser un ángel serías mezquino, orgulloso, engreído y todo poderoso.
― Y era así, Amelia. No te engañes pensando que no lo era, que has descubierto cómo es el ángel Raziel en realidad ―aseguró―. No lo has descubierto, lo has creado. Tú me has hecho así. Por lo que es por ti que soy lo que soy ahora.
― Lo siento... ―murmuró Amelia con pesar al comprender que ella era responsable absolutamente de todo lo que le había sucedido. Raziel acarició su mejilla con ternura, impidiendo que volviera a bajar la mirada.
― No lo sientas ―la contradijo―. Yo no lo siento en absoluto. Me gusta lo que soy. No me importaba ni siquiera ser un ángel con las alas rotas, siempre que supiera que tú eras feliz.
Amelia abrió los ojos de par en par, temblándole el labio inferior.
― ¿Me quieres...? ―murmuró con apenas voz.
― Amor. Esa palabra... ―Raziel suspiró―.No podría llamar amor a lo que siento por ti.
Amelia sintió arder el rostro. ¿Acaso dejaría de meter la pata algún día? Pero entonces el ángel frunció el ceño, observando con cautela su mano sobre su mejilla.
― Nunca he entendido bien esa palabra. Y creo que no quiero entenderla ―aseguró. Luego la miró directamente a los ojos, logrando que su respiración se entrecortase―. Tú eres la palabra que describe el sentimiento más fuerte que existe en mi mundo. Así que tú eres lo que siento. Tú es la palabra que describe lo que para mí es más fuerte que a lo que vosotros llamáis amor.
Por unos segundos, Amelia no supo qué decir. Lo que acababa de afirmar Raziel era más de lo que se podía decir solo con palabras.
Los ángeles no entienden los sentimientos, por eso no le había puesto nombre a lo que sentía. Amelia lo había traducido con amor, pero no él. Raziel no podía decirle que la amaba, porque no entendía lo que eso suponía. Así que le había dicho con otras palabras lo que sentía por ella.
Jamás había pensado que pudiera haber algo más hermoso que alguien te dijera te amo. Excepto, al parecer, esa simple palabra.
― ¿Acabas... acabas de convertirme en un sentimiento? ―murmuró en un hilo de voz. Raziel se encogió de hombros.
― No sabía cómo decirte lo que significas para mí. Y como lo que más me importa en este mundo eres tú, me ha parecido lo más adecuado decir que tú eres el sentimiento más grande que existe.
Amelia intentó no llorar, pero al parecer las emociones empezaban a jugarle una mala pasada.
― Eso es...
― ¿Incorrecto? Nunca he hablado de sentimientos, así que supongo que estaba destinado a decirlo mal.
Amelia sonrió, inclinándose más hacia él.
― Iba a decir precioso ―aclaró―. En comparación, creo que mi confesión debería repetirse.
El ángel esbozó una sonrisa ladeada mientras entornaba ligeramente los ojos.
― Bueno, tú entiendes más esa palabra que yo. ―Amelia negó con la cabeza.
― El problema es que no sería del todo cierto. Amar puedes amar a mucha gente. Puedes decir te amo, pero no siempre tendrá el mismo valor. Creo que he conseguido encontrar las palabras que describen exactamente lo que siento. Gracias a ti.
―¿De veras? ¿Y qué palabras son esas? ―Amelia cerró los ojos al ver que el ángel se acercaba más, sonrió al sentir su respiración entrecortada sobre sus labios.
― Eres el sentimiento más grande que tengo.
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Amelia siempre había querido ser una cazadora de sombras como lo era su hermano. Sin causar problemas a todas horas, sin nada de lo que avergonzarse.
Estaba cansada de que todos la vieran como la peor cazadora de sombras de la historia. Cansada de fallar siempre en todo.
Pero no importaba lo que pensaran los demás, porque si fallaba era porque ella no creía lo suficiente en sí misma como para lograr lo que se proponía. Era cierto, la gente solo veía lo que tenía delante. No profundizaban porque no había motivos para ello. Si ella no era capaz de ver, ¿cómo iba a hacerlo nadie más?
Y ese era el problema. No que fuera un desastre como cazadora de sombras. No que tuviera un poder que era incapaz de controlar. No lo que pensaban los demás de ella. Sino lo que pensaba ella de sí misma.
Nunca se logra ver a uno mismo como realmente es. Y cuando se consigue, a veces no se acepta.
Mientras el ángel presionaba los labios contra los suyos, besándola como ya lo había hecho en otras ocasiones, Amelia tuvo la sensación de que por fin, al fin, aceptaba algo en su vida. Algo que Max le había dicho en muchas ocasiones, que su madre le había recordado otras tantas. Y que su padre había querido enseñarle de algún modo;
Era diferente.
Y por fin había entendido que ser diferente no era algo malo.
Fin
¡¡¡Bueno, Nefilims, llegamos al final de la historia! :) Espero de corazón que hayáis disfrutado cada capítulo hasta el final. Que no os haya destrozado la historia en ningún momento o fastidiado de algún modo la saga. Sería horrible si fuera así U.U
Ahora solo me queda daros las gracias por acompañarme en esta locura, y pediros una pequeña petición. En mis relatos, ya sean fanfics o historias propias, suelo dejar una pequeña enseñanza. Esta creo que queda clara; Aceptate tal y como eres. Así que mi petición es precisamente esa. Aunque sea una tarea difícil y pueda ser muy sencillo olvidarlo. :)
Os deseo lo mejor. Espero poder disfrutar de vuestros comentarios en un futuro. ^^
¡¡¡Gracias!!!
PD: Como ya he puesto en otros capítulos, en instagram tengo algunos fanarts de Cazadores de sombras (como la escena del beso en la corte seelie, la escena de la tercera entrega, cuando Jace se confiesa a Clary, entre otras que podrían interesaros). Podéis encontrarme con este nombre; elisabetllaberia
¡Besitooos y abrazos! ¡Nos leemos! :)
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