Chapter 2: Un pasado muy pasado
Un diminuto pero constante goteo pareció ser suficiente para conseguir que despertara. Las palmas extendidas en el suelo frío y algo húmedo la incomodaron, pero no fue eso lo que más la molestó. El olor; era repugnante.
Amelia se incorporó apoyada sobre sus palmas y rodillas. En Idris no había callejones tan oscuros, ni tan sucios. Solo recordaba un lugar donde lo había visto antes, en una única ocasión. La vez que se escapó del instituto en una rabieta y Max tuvo que ir a buscarla y traerla cargando a casa.
No es que no la dejaran visitar el mundo humano, en realidad, lo había hecho antes. Pero todas las veces parecía tener una especie de tendencia a meterse en problemas. Arrastrando a Max con ella. Finalmente, sus padres habían coincidido que lo mejor sería que aprendiera a controlar sus capacidades como cazadora de sombras antes de salir del instituto.
Alzó el rostro hacia la luz de una farola que parpadeaba poniéndola nerviosa. Los mosquitos diminutos revoloteaban, como una nube de nebulosa orbitando alrededor de su planeta. Si tuviera que hacer una metáfora con su vida, probablemente esa farola parpadeante sería la Clave, y los mosquitos revoloteando alrededor, incordiando sin hacer nada útil, sería ella.
Se levantó del suelo, intentando deducir dónde estaba y olvidando los mosquitos y la maldita farola. Era un callejón oscuro, como había supuesto en un primer momento. Dos contenedores reposaban al final, responsables del desagradable olor que inundaba la calle. No reconocería nada allí metida, tendría que salir y ver por sí misma dónde estaba. Caminó hasta llegar a la calle principal, donde la gente paseaba en tropel sin prestar atención a nada que no fuese a sí mismos. Se asomó con cautela. ¿A esa clase de gente protegían? ―pensó Amelia con una mueca―.
Observó detenidamente las tiendas que había en esa calle. Y los edificios. Conocía a la perfección ese lugar, pensó aliviada. No estaba tan lejos de casa. Había ido allí muchísimas veces para ver a su padrino y tío Alec, junto a Magnus Bane, con quien vivía. Le tenía especial cariño al brujo, y para Alec siempre había sido su ojito derecho.
Animada ante ese pensamiento, recordando a la perfección el camino por Brooklyn que la llevaría a casa de su familia, dio un paso dispuesta a salir a la calle.
No llegó lejos.
Una mano fuerte tapó su boca, instándola a volver al callejón. Alguien alto y mucho más fuerte que ella. La dejó pegada a la pared, inmovilizándola. Y unos ojos ardientes, del color de los cielos en llamas azules la observaron con furia y desdén. Amelia se sorprendió al reconocerlo.
¡El Ángel Raziel había viajado con ella a través del portal!
―Maldita nefilim... ¿Cómo te atreves a desafiarme? ¿Tienes idea del problema en el que acabas de meterte? ―gruñó con esa voz grave y terrible, pero carente del deje divino que había escuchado con anterioridad.
Amelia esperó a que su mano le dejara espacio para decir algo. Su cuerpo ya no tenía esa aura brillante.
― No suelo perder las costumbres ―comentó. Al ver que él no compartía su resignación, suspiró―. Lo arreglo enseguida. Sé dónde estoy. Solo tengo que llegar hasta casa de mi tío y advertirle lo que va a suceder en Idris.
El Ángel alzó una ceja sin perder la cara de poker. Y la dejó allí quieta, apartándose, como intentando contener las ganas de estrangularla. No era el primero ni el último que deseaba hacerlo.
― Claro. He planteado la pregunta mal. ¿Sabes acaso en qué momento del tiempo te encuentras? ―preguntó con una voz algo más normal.
Sin esa enormidad, sin ese brillo y sin sus alas doradas, el Ángel Raziel tenía un aspecto más humano del que habría supuesto. Aunque claro, a parte del color castaño de su cabello ―que ya no el dorado que había presenciado en el claro iluminado por su destellante presencia―, o la carencia de sus apéndices doradas, el ángel distaba mucho de ser un humano normal y corriente.
Su cuerpo era enorme a pesar de haber disminuido un tanto. Fuerte, majestuoso. De piernas largas de músculos definidos y brazos fuertes, gruesos como una de las piernas de Amelia. Y un rostro de proporciones perfectas, nariz recta, cejas arqueadas en un rictus severo y ojos enjoyados. Pómulos altos, mandíbula fuerte, labios llenos.
Era hermoso. Era un ángel.
―¿Qué ha sucedido? ―se atrevió a preguntar cuando lo examinó con detenimiento.
El ángel estaba todavía furioso, incapaz de decidir si era muy estúpida o la mejor de las nefilim que existía. Sin duda, hacía falta mucha de las dos cosas para poder someterlo a él.
―Has creado un portal del tiempo. Te advertí que no lo hicieras.
―Tengo un pequeño problema con las advertencias ―murmuró. El ángel señaló, sin dar importancia a su reproche, hacia un símbolo en la pared de ladrillos que seguía candente.
― Eso es...
― Una catástrofe. Acabas de ir al pasado. El problema es que no has medido la grandeza de mis poderes ―Amelia entornó los ojos.
― Ni la de tu amor propio, al parecer. ―El ángel la fulminó con una mirada helada.
― Tu portal, nos ha llevado a un pasado más lejano del que pretendías. Tanto, que nos ha trasladado a un lugar donde, por ahora, puedes estar. ¿Sabes qué quiere decir eso?
― ¿Que tengo que andar más? ―apuntó malhumorada. El ángel no parecía entender su sentido el humor. Aunque empezaba a estar tan enfadada y frustrada que no se molestó en comentar que era una broma.
― Quiere decir que nos has llevado a un tiempo en el que tú todavía no has nacido.
Amelia abrió los ojos de par en par, a medio camino de ignorar al ángel y refunfuñar de nuevo. Eso no podía ser. No podía haber retrocedido tanto, ¿verdad? Porque si era así, tenían un grave problema. No podría advertir de lo que iba a suceder. Porque en tal caso, tardaría años en que eso se cumpliera. Y lo que era más importante, si ella no había nacido aún, ¿a quién iba a advertir y quien iba a creerla? ¿Qué iba a hacer durante esos años?
― ¿Cómo sabes...? ¿Estás seguro de lo que dices? ―preguntó asustada.
El Ángel se cruzó de brazos. Algo que sorprendió a Amelia. Jamás se habría imaginado al Ángel Raziel en una posición semejante. Bueno, en realidad jamás había imaginado encontrarse de cara con el Ángle.
― Es mi poder el que compartes. Lo conozco mejor que nadie ―aseguró. Amelia intentó respirar.
― Está bien. Vale ―se convenció a sí misma―. Y... ¿Cuánto crees que he retrocedido? Es decir, ¿tardaré mucho en nacer? Porque estaría bien saberlo. Y sea dicho de paso, conocer el modo de volver. Porque ni en sueños me voy a pasar aquí diecisiete años de mi vida.
Ignorándola por completo, el Ángel apoyó una mano brillante encima de su brazo. Amelia se sobresaltó, dejando escapar un grito antes de mirarse el lugar donde el Ángel la había tocado. Una runa dorada la cubría.
― Oh. Es mi primera runa dorada... ―dijo con los ojos brillantes. El ángel entronó los ojos.
― ¿Recuerdas el lío en el que nos has metido?
Amelia dejó de mirar la runa al instante.
― Cierto. Vale. Es... sí ―miró un instante la runa y se la cubrió de nuevo con la chaqueta negra. Aunque no fue eso lo que la sorprendió. Algo había sucedido. Algo no andaba bien―. ¡¿Y mis runas!? ¡Me las has robado!
El Ángel frunció un instante el ceño, pero la ignoró y salió del callejón introduciéndose en la multitud. Amelia no tardó en seguirle.
― Solo las he ocultado. Como diríais los nefilim, es un glamour. Solo para las runas. Así, aunque te encuentres con cazadores de sombras que, evidentemente, no conocerán de tu existencia porque no existes, no van a reconocerte como una de ellos. ―aseguró intentando pasar desapercibido entre la gente. Aunque, ciertamente no lo conseguía. Demasiado alto, demasiado guapo, demasiado imponente.
― Es decir. Si me encuentro con mis padres, ellos no sabrán que soy una cazadora de sombras. Pero sigo siéndolo, ¿verdad? ―El Ángel se volvió tan deprisa que Amelia chocó contra él. La sujetó con fuerza, impidiendo que se alejara.
― No puedes encontrarte con tus padres. Eso causaría más problemas. Debes evitarlo como sea, ¿me oyes? ―y sin añadir nada más siguió andando.
― ¿Conoces la ley de Murphy, "R"? ―preguntó intentando alcanzar su paso correteando, pues sus piernas eran el doble de largas que las suyas.
― No me llames así. Mi nombre es Raziel. El Ángel Raziel para ti ―gruñó sin mirarla siquiera―. Y no. No sé quién narices es ese Murphy.
― Pues según esa ley―prosiguió ignorándole―, dice que cualquier cosa que pueda salir mal, saldrá mal.
― Perfecta definición de lo que ha pasado ―gruñó.
― El caso es que la ley de Amelia es todavía peor. En resumidas cuentas, R. Si algo está destinado a salir mal, saldrá peor. Y no es algo que pueda pasar. Es algo que pasa seguro.
La calle concurrida no entorpecía los pasos de ninguno de los dos. Eran los del Ángel los que dificultaban a Amelia, que no podía seguir su ritmo con decencia. Los demás, pudo comprobar, se dedicaban a apartarse.
Raziel se detuvo en seco, lo que provocó que Amelia volviera a chocarse contra él. Sin embargo, ella ya no le prestaba atención. Sus ojos verdes estaban fijos en una cafetería justo a su lado. Una cafetería que no debería haber visto.
― He dicho que no me llames...
― Oh Dios. Soy infalible ―dijo con cierto temor. Raziel suspiró y siguió la mirada de la joven. Maldijo su suerte cuando vio lo que había en el interior de la cafetería.
― Creo que eso nos da una idea de la respuesta a tu pregunta ―replicó con frustración.
Al otro lado de la calle, una Clarissa Fray considerablemente más joven se levantaba de la mesa y se despedía de un Jace también joven con un abrazo algo extraño, a juicio de Amelia. Jamás había visto un abrazo así.
― ¿Por qué no se dan un beso? No es que quiera que se besen, pero ese abrazo da repelús ―comentó con una mueca. Raziel sonrió por primera vez desde que lo había invocado.
― ¿Cuánto sabes de tus padres antes de tu nacimiento? ―preguntó con cierta cautela. Amelia se encogió de hombro.
― No mucho, la verdad. ―Raziel contuvo la risa, algo que resultó de lo más insólito, a juicio de Amelia.
― Ya me parecía...
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A pesar de ser irresponsable, hacer las cosas sin pensar y terminar poniéndolo todo patas arriba, Amelia no era estúpida. Sabía que encontrarse con sus padres, como el Ángel Raziel había dicho, no era una buena idea. Saber que ella no había nacido aún en esa época era desastroso. Porque eso quería decir que cualquier cosa que ella pudiera hacer, podía cambiar el futuro. Y tal vez, en una metedura de pata, provocaría que no naciera nunca.
Todas las alarmas de su cuerpo se activaron ante ese pensamiento. Sus padres, en el interior del restaurante Taki's ―por lo que pudo leer en el cartel―, estaban a punto de salir por la puerta. Y ella se encontraba justo en medio con un tipo que nada tenía de común.
Se volvió de espaldas. El Ángel se había quedado observando el interior del restaurante con palpable curiosidad en su apenas expresivo rostro. Y antes de que sus padres llegaran a la puerta y, por algún casual, repararan en ellos, el Ángel Raziel la cogió bruscamente de un codo y la alejó, cogiendo una de las cartas de menús de una mesa exterior y fingiendo estar interesado en lo que contenía.
―¿Estás segura de que quieres ir sola? ―escuchó la voz de su padre. Amelia se sorprendió. No había cambiado tanto, y el tono tan familiar hizo que recordara los últimos momentos en Idris.
― Solo voy a ver a mi... nuestra madre. Estaré bien ―contestó la Clary más joven, y con un tono también más joven, con cierta incomodidad.
Amelia abrió los ojos de par en par al escuchar lo que su madre había dicho.
― ¿Cómo..? ―dijo sin poderlo evitar. El ángel le tapó la boca antes de que pudiera añadir nada más.
Más allá del cuerpo del ángel, Amelia puedo ver los ojos verdosos de su madre posarse momentáneamente en ella con un ligero fruncimiento de cejas.
― Eh... nos vemos, Jace ―dijo al fin, dándose la vuelta.
Su padre no dijo nada, su rostro permaneció quieto unos instantes, observando cómo se marchaba. Su forma de mirar dejó inquieta a Amelia, que de repente, tenía millones de preguntas entretejiéndose en su cabeza.
― Adiós...
Su padre pasó por delante sin reparar en ellos, por suerte. Parecía estar lejos, en otra parte, y nada a su alrededor podría haberlo perturbado.
Jamás había visto a su padre con una expresión semejante.
― Veamos. ¿En diez minutos en cuantos problemas puedes verte envuelta?
Amelia alzó el rostro. Raziel seguía molesto. O indiferentemente enfadado.
― ¿Dónde vas a ir? ―preguntó recelosa.
― Quiero comprobar una cosa. ¿Puedes quedarte aquí diez minutos, sin moverte y sin meterte en problemas?
Raziel no parecía estar seguro de lo que estaba pidiéndole. Lo que consiguió que ella tampoco se sintiera del todo conforme. ¿Diez minutos sin problemas? Había pasado eso alguna vez, pero en el presente, donde nada que hiciese podría alterar nada. En el pasado... la cosa no era tan sencilla.
― Si por error piso una hormiga, ¿puedo cambiar el futuro? ―consultó entornando los ojos.
― Si cuando regreso esa es tú única preocupación, puedes estar orgullosa.
No le dio tiempo de contestar. No sabía qué clase de glamour utilizaban los Ángeles, pero estaba claro que sus capacidades eran superiores a las de cualquier cazador de sombras. Así que no la sorprendió demasiado que desapareciera en sus propias narices sin dejar rastro. Y que nadie se percatara de ello tampoco la alarmó.
Solo diez minutos quieta. Sin tocar nada, y sin hacer nada. No era tan difícil.
¿Qué podía pasar en diez minutos?
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¡Otro más! ^^ Espero que os siga gustando, y no dudéis en dar vuestra opinión.
¡¡Gracias por los comentarios y los votos!! :D
Besitos.
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