Capítulo 23: Ángel caído
La conocía mejor que ella misma. Siempre había adivinado cada uno de sus pasos, cada uno de sus movimientos, todos sus pensamientos. Aunque se llevaban dos años, no parecía solo su hermana pequeña. Habría sido más fácil de entender para los demás si hubiesen nacido al mismo tiempo. Si fueran gemelos. Porque Amelia era parte de él mismo. Siempre había sido así. Es por eso que supo, antes incluso de entrar en la enfermería, que no iba a encontrarla allí. Por eso se dio la vuelta sin preguntar a nadie, dirigiéndose en silencio a la biblioteca.
Por primera vez, erró en sus cálculos al suponer que estaría en el claro donde solían entrenar. Era su lugar favorito, siempre iba allí cuando quería escapar, pero por primera vez, también tuvo el presentimiento de que no estaría allí. Pasó por la biblioteca como un impulso. Le era sencillo leer sus pensamientos, pero en esos instantes tenía la sensación de que la joven que estaba de pie, en medio de la biblioteca, no era la misma Amel que conocía.
Entró con cuidado, evitando hacer ruido.
El cambio leve de su respiración lo informó que sabía que ya no estaba sola.
― Pensaba que no ibas a encontrarme aquí.
Max había sido de la misma opinión. No terminaba de entender a la joven que estaba en esos instantes sentada sobre la madera de una de las mesas de la biblioteca. Aunque su posición parecía despreocupada, Max no pasó por alto lo que tenía justo en frente. Algo que consiguió que se preguntara de nuevo qué había sucedido exactamente.
― No se parece ―siguió diciendo. Max se aproximó con paso lento, mirando la estatua que se alzaba delante de ambos. Una que llevaba allí tanto tiempo que jamás se había parado a observarla al detalle―. Su rostro es más anguloso. Y el rictus, aunque serio, siempre tiende a inclinarse un poco hacia arriba, lo que consigue exasperar un poco a todo el mundo ―explicó.
Max pudo ver la venda en su mano derecha, la que había usado para hacer las runas. El esfuerzo de estas le habían quemado la palma, y el Iratze no había hecho más que empeorarlo. Tendría que estar un tiempo sin usar la estela. Lo que había conseguido tranquilizar a la clave de un modo que jamás había visto. Llevaba un gorro rojo de lana en la cabeza y una manta de un tono tostado alrededor de los hombros. El cabello, atado en una trenza de la que escapaban millones de cabellos dorados, caía hacia atrás descuidada.
Volvió a observar el gorro con atención, esbozando una débil sonrisa ante el recuerdo. Se lo había regalado al cumplir los quince años, después de quemar sin querer el que llevaba puesto al intentar hacer una runa de calor. Cruelmente, él se había reído, solo para sentirse fatal al saber horas más tarde que se había escondido para llorar. Amelia jamás se derrumbaba delante de nadie. Esperaba. Se enfadaba o se reía, pero cuando tenía que llorar, esperaba.
Pero nada había podido hacerla esperar entonces. Ni en el lago. Su padre decía que tenía el corazón roto. Ojalá encontrara el modo de repararlo.
― Sus ojos son más expresivos ―dijo minutos más tarde con un nudo en la garganta. Max supo que habría estado tragándose las lágrimas. Había llorado sobre el agua, pero desde entonces no la había visto hacerlo más. Su rostro se había sumido en un estupor permanente―. Son severos, pero siempre tienen un brillo. A veces es como si supieran lo que piensas, otras todo lo contrario. No importa cómo miren, siempre dicen algo.
― Es solo una estatua, Amel.
Amelia inclinó el rostro hacia atrás, observando a su hermano con cuidado.
― Sí, tienes razón. Nunca volverá a ser más que una estatua.
Max llegó a su lado. Amelia no se apartó, pero su rostro se había fijado en un punto en la mesa de caoba. No tenía los ojos rojos, pero estaba pálida. Y lo que era peor, no se la veía feliz.
― Sé que algo ha sucedido. No tengo ni idea de en qué momento, ni de qué modo, ni siquiera puedo llegar a imaginar lo que sientes. Pero sé algo con certeza ―aseguró―: Eres muy fuerte, Amel. Lo has demostrado al soportar durante años esta gran carga.
Las manos de Max acariciaron con cuidado la mano vendada de la joven. Ella alzó el rostro con incredulidad al comprender lo que quería decir con ese gesto.
― ¿Cómo...? ―pero no hizo falta preguntar más―. Papá.
― Si has soportado algo así, eres capaz de vivir con esto. Sé que lo conseguirás.
― El problema es que no hay ningún peso ―murmuró―. Solo un enorme vacío.
La mano firme de Max alzó la de ella, sobresaltándola. Depositó su estela en ella, y la cerró con decisión.
― Por eso somos Cazadores de Sombras. Todos tienen su propia historia. Y existe un modo de hacer que ese vacío, no parezca tanto.
Amelia sonrió. Hacía mucho tiempo que lo esperaba. Demasiado. Alzó los ojos hacia su hermano sin dejar de sonreír. Aunque la felicidad que pensaba que sentiría no era tanta como habría querido. Un velo de tristeza la acompañaba.
― ¿Estás seguro? Recuerda que soy un desastre.
― Recuerdo que nos has salvado la vida. Y que para la clave y para todos los demás eres un genio como Cazadora de sombras. Lo demostraste con creces. Sería un verdadero honor tenerte como Parabatai, hermana.
― No puedo hacer runas todavía... ―murmuró.
― He esperado años. Creo que puedo esperar unos días más.
Y con un abrazo sellaron la promesa. Una que deberían haberse hecho hace mucho tiempo.
Tal vez no llenase el vacío del todo, pero como Max había dicho, era una Cazadora de sombras. Y cuando luchas con todas tus fuerzas, nunca puedes llegar a casa totalmente intacta.
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"Demonios, de eso se trataba. Jamás tratamos con humanos porque son como los demonios. ¡Corrompen!"
"Son alimañas".
"Impuros".
"Jamás debimos permitir que la nueva raza que Raziel creó siguiera viva. Son como ratas; se reproducen y se multiplican. Detener la conversión no fue suficiente. ¡Debimos eliminarlos a todos!"
"¿Qué hacemos con él?"
"Miguel no está contento. Dejó pasar lo de la espada y el fuego celestial, pero esto... Tendrá consecuencias".
Los murmullos se perdieron en la oscuridad. La más negra de las celdas era lo único que podía retener a un ser de luz. Las llamaban celdas por poner un nombre, pero no eran nada. Nada limitaba el espacio. Estaban encerrados por la oscuridad.
A Raziel no le había sorprendido encontrarse en ese lugar. De hecho, lo esperaba. No había bienvenida, ni nada que se le pareciera. Los ángeles nunca habían visto con buenos ojos a los cazadores de sombra. Y hubo una época que él tampoco. Y sin embargo, ahora arriesgaba todo lo que tenía por uno de ellos. Una joven. ¿Y todo por qué?
Esa era la pregunta que no había parado de repetirse una y otra vez. ¿Había una verdadera razón para esa necesidad de mantenerla a salvo? ¿Qué explicaba que quisiera arriesgar toda su vida inmortal para preservar la suya mortal?
<<Te amo>>
Las últimas palabras de Amelia volvieron a resonar en su cabeza, como un cántico.
Amor.
Lo había visto antes. Fue testimonio de aquellos que arriesgaron su vida por amor. Durante los siglos, las mismas historias. Y jamás lo había entendido. Ni siquiera ahora. Porque no entendía la palabra, solo hallaba un sentimiento.
Le había gustado observarla.
Sentía la necesidad de escuchar y ver lo que hacía. Su forma de reaccionar.
Necesitaba mantenerla a salvo.
Deseaba estar cerca de ella.
Pero por encima de todo eso, lo que más necesitaba era que su sonrisa no se desvaneciera.
Tenía la sensación de que el mundo se sumiría en la obscuridad si ella dejaba de ser feliz. O su mundo, al menos.
Desde donde estaba lo único que veía era el deseo de los amantes. Las promesas dichas en susurros. Los sacrificios que hacían en nombre del amor. Y así lo llamaban.
En ninguna parte decía que vieras luz en alguien. O que la fuerza del poder que debió ser tuyo te inundara por dentro con esperanza. Nada decían de desear protegerla a pesar de que hacerlo condenaría tu alma inmoral.
No existía una definición única y particular para el sentimiento que experimentaba. No encontraba una palabra lo suficientemente grande como para describirlo.
"Es la hora".
La voz de Miguel en la lejanía hizo que el ángel se alzara del lugar donde había estado agazapado. Le habían quitado las alas, imposibilitándole la aparición de estas. Pero Raziel no habría hecho nada con ellas de haberlas tenido. La resignación teñía su mirada. Estaba decidido a aceptar las consecuencias de sus actos.
Al salir de la oscuridad, Raziel pudo ver con claridad el rostro del Arcángel. Era un reflejo de su propia expresión. La que tuvo una vez cuando miró a Ithuriel. Decepción debía ser la palabra que más se asemejaba. Era curioso que la mirada de vergüenza que Ithuriel le dedicó en su día no pudiera reflejarse en su rostro. No sentía vergüenza alguna por lo sucedido. De hecho, volvería a hacerlo una y otra vez de tener la oportunidad. Ithuriel se había arrepentido de ayudar a los nefilim. Él no.
¿Qué consecuencias traería eso?
"Van a juzgarte". Lo informó Miguel sin mirarlo nuevamente.
― ¿Para qué? Todos sabemos qué es lo que me espera. Vais a condenarme.
"No conoces el verdadero significado de la palabra Condena". Gruñó el arcángel. "Cada ángel tiene su propio destierro".
― A Ithuriel le esperaba el infierno.
"Ithuriel fue débil. Decidió sucumbir a cumplir con su condena. ¿Qué decidirás tú, Raziel, llegado el momento?"
― Si la condena es sufrir eternamente no lo culpo por...
"Silencio". Lo interrumpió mirando al frente, donde cuatro grandes tronos de luz con cinco metros de altura cada uno, se alzaban en círculo sobre una plataforma parecida al cristal. Tres ángeles de alas grandes extendidas estaban sentados en ellas. Miguel lo dejó allí, justo en medio del semicírculo, para sentarse en el trono vacío.
Las alas luminosas teñían de color cada trono. Azul, negro, Plateado y Rojo. En medio de la luz, Raziel parecía lejano. Ajeno a ese lugar.
"Raziel". El ángel alzó el rostro al escuchar la voz melodiosa de Uriel, uno de los siete arcángeles.
A pesar de haber siete arcángeles, solo cuatro presidían los juicios de los ángeles condenados. Miguel, el mayor de todos, debía estar presente en cada una de las decisiones tomadas por todos los ángeles. Por esa razón no se tomó bien el modo soberbio con el que él mismo decidió crear a los Cazadores de sombras.
Uriel, junto con Sariel, o Ariel como algunos la llamaban, eran las dos únicas arcángeles que existían. De hecho, Clary siempre le había recordado un poco a la arcángel. Uriel tenía los mismos cabellos rojos y la misma piel blanquecina. La diferenciaba sus enormes alas rojas como el fuego, y sus ojos llameantes.
"Has sido acusado de traición contra tu propia especie al ayudar conscientemente a uno de los nefilim". Resumió la arcángel.
"Por intervenir en el destino de los humanos, y de los Cazadores de sombras". Prosiguió Gabriel.
Gabriel era otro de los arcángeles, y también el que lo había advertido en múltiples ocasiones. Sus ojos lo miraban con tristeza. Decepción. Esta vez, Raziel sí se sintió avergonzado. No por lo que había hecho, sino por lo que no había hecho. Tener en cuenta las palabras de alguien que parecía preocupado de verdad por él. Jamás había entendido eso, era extraño que lo descubriera ahora, que todo había terminado.
"Según la ley. Ningún ángel debe ni puede ayudar a un humano. Ni presentarse delante de él". Continuó Rafael. "Por lo que respecta a los Cazadores de sombras, cometiste un error al devolver a la vida a uno de ellos en una ocasión. Prometiste no volver a hacerlo. Por las consecuencias. ¿Sabes qué significa eso?"
―Que estoy condenado.
Miguel se alzó en su trono. Una máscara de furia contenida y reproche se mezclaba con su autocontrol prácticamente extinto.
"¡Significa que has alterado el curso de los hechos de nuevo, significa que hay otra vida que no debería existir!"
Uriel, que seguía serena en su trono, miró al arcángel con el rostro ladeado.
"De hecho, y si me permites la observación, Miguel, la joven tuvo el destino alterado en cuanto nuestro queridísimo Raziel le otorgó un poder enorme ante su prepotente creencia que iba a destruirla" Miguel no la miró, pero si emitió un gruñido profundo.
"Por no decir que lo convocó, lo vinculó y lo obligó a ir al pasado". Prosiguió el arcángel. "¿Entiendes la gravedad del asunto, Raziel? ¿O sigues ignorándolo?"
Raziel estaba pálido. Todas las palabras de ambos arcángeles escondían una gran verdad. Y la consecuencia de dicha verdad daba como resultado una conclusión nada alentadora.
― Amelia no tiene nada que ver con...
"La nefilim es un error. No te estamos condenando únicamente a ti esta noche, Raziel. El poder que contenía esa joven en su interior, y que parte de él sigue vigente en su cuerpo, es el verdadero problema" Explicó Gabriel.
― ¡Nada de esto es culpa suya! ¡Yo le di el poder, yo le di la fuerza para que fuera al pasado, yo la devolví a la vida! Por lo que yo, y únicamente yo soy el responsable de todo lo sucedido. Creía que estaba claro que ibais a condenarme.
"Y lo haremos". Aseguró Rafael. "Pero el problema no se puede solucionar de este modo. Ella tiene que desaparecer. No es prudente que siga en el mundo".
― No podéis hacer eso. No podéis inmiscuiros en la vida de los mortales. ¡Lo prometisteis!
"¡No tienes ningún derecho a decir eso, Raziel!" gritó Miguel. "La promesa de libre albedrío era para todos los ángeles, no únicamente para unos pocos. ¿Alguna vez has obedecido las promesas que hiciste? Te perdoné hace años porque eras uno de los mejores ángeles que he conocido. Te perdoné porque creía que podrías llegar a convertirte en nuestro octavo".
Raziel no agachó la cabeza. Observó al arcángel descender del trono, situándose delante de él con las majestuosas alas negras y luminosas totalmente extendidas.
― Si lo que quieres es que pida perdón por haberte defraudado, ni siquiera con eso lograría expresar lo mucho que siento no haber sido todo lo que esperabas de mí ―aseguró con solemnidad―. Ahora bien, si lo que pretendéis en realidad es que me arrepienta de mis actos. Que confiese que me avergüenzo de ellos, no lo conseguiréis. No me arrepiento de haberla salvado. Y volvería a hacerlo tantas veces como fueran necesarias.
"¿Es una promesa?" Raziel alzó el mentón.
― Es una amenaza.
Para sorpresa de todos los ángeles, Miguel esbozó una sonrisa. Negó con la cabeza a pesar de que su expresión no era ya severa.
"No debes pedir perdón, Raziel. Realmente no me has defraudado. Aunque jamás imaginé que cubrirías mis expectativas de este modo".
Raziel frunció el ceño ante lo que el arcángel había confesado, para sentir un profundo alivio al mismo tiempo que un terrible pavor ante su sentencia. Miguel le dio la espalda, regresando a su trono al mismo tiempo que daba una orden clara y concisa.
"Cortadle las alas".
Dos ángeles con sus mismas alas doradas aparecieron a lado y lado, sujetándole con fuerza por los brazos. Hacía mucho que no sentía sus alas aparecer, y sintió un extraño dolor en su interior cuando las vio por última vez alzarse majestuosas. Cerró los ojos cuando lo postraron de rodillas.
Un silencio atroz secundó los instantes previos. Apretó los puños y esperó.
Un grito desgarrador salió de su garganta cuando sus dos apéndices fueron arrancados con brusquedad. Las plumas doradas cayeron a lado y lado, dejando a su alrededor un fondo de oro y sangre.
Abrió los ojos. Los arcángeles lo miraban con una mueca descompuesta. Miguel ya no sonreía. Su rostro transmitía un sentimiento. Respeto y resignación.
Entonces lo entendió. Habían querido condenar a Amelia. El juicio no era para él, sino para ella. Y sin apenas darse cuenta había vuelto a salvarla. Aceptando su condena.
Observó sus alas con tristeza. A diferencia de Ithuriel, él había aceptado la sentencia, incluso cuando esta no iba dirigida a él. Ese era el dolor que debería soportar, y sin embargo no era diferente al que sintió al verla muerta, ni cuando tuvo que alejarse de ella para siempre. A diferencia de Ithuriel, Raziel ya sabía qué le esperaba después de la condena. El destierro no parecía un destino tan funesto.
Mientras la sangre seguía derramándose por su espalda, rozó con la punta de los dedos sus alas rotas. Una débil despedida hacia ellas. Las echaría de menos, estaba seguro.
Sin embargo, cuando cayó al suelo, consciente de que sería la última vez que se hallaría entre los ángeles, únicamente pudo pensar en una cosa.
Ella está a salvo.
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¡Hola Nefilims! Siento la tardanza :( He tenido semana de exámenes y solo he entrado al ordenador para hacer trabajos y más trabajos. T.T Aix... ¡En fin! ¡Aquí está el siguiente!
Espero que no decepcione, que siga gustando y estéis esperando con muchas ganas el final. :D
¡¡Gracias por la paciencia!!
¡Besos y abrazos! ^^
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