Capítulo 21: Recuerdos
― ¡Por favor! ¡Di que puedes salvarla!
Amelia escuchó la súplica débil y lejana, como un sueño. Se sentía flotar. El cuerpo le pesaba, pero parecían livianas sus extremidades. Volando en un mar de nubes esponjosas.
El dolor en el pecho no cesaba, al contrario; se hacía cada vez más fuerte. Recordaba haber visto al que había sido el ángel Ithuriel observándola incrédulo al reconocer la runa. Intentando quitarse la daga, perfectamente clavada en su espalda. No lo había logrado. Su sangre negruzca había comenzado a derramarse, a la misma velocidad que la suya propia. Cuanto más débil se sentía ella, el demonio menos poder tenía. Había apretado más la daga gemela contra su pecho, sonriendo con satisfacción al verlo caer de rodillas y agradecida por la runa que ella misma se había dibujado para no sentir dolor. Seguramente se habría desmayado por completo, o el demonio habría logrado matarla antes de que pudiera terminar el trabajo, de no ser por su hermano. Max había llegado, alzando su cuchillo serafín contra el demonio y reduciéndolo a cenizas.
De estar en todas sus facultades, Max no habría podido matar al antiguo ángel con tanta facilidad. Y estaba segura de que, de todos modos, no lo había logrado del todo. Pero dada la cantidad de sangre negra que había perdido, el joven apenas se había esforzado. Amelia no lo recordaba con claridad. En realidad, ni siquiera se veía capaz de pensar. La cantidad de sangre que el demonio había perdido era la misma que ella.
― La daga está marcada... ―escuchó que decía una voz que reconoció como la de Magnus Bane.
― ¡Olvida la maldita daga! ¡Sálvala!
Amelia supo que sus padres estaban allí también al escuchar el grito desgarrador de su madre. Si había hecho la runa correctamente, no importaba lo que hicieran. Ya estaba perdida.
― No lo entiendes. No puedo... Esta runa vincula con otra daga. Una exacta a esta ―aseguró Magnus.
― ¿Qué significa eso? ―murmuró Max con apenas voz.
― Que el efecto que da esta daga sobre ella tendrá el mismo sobre quien posea la otra ―explicó―. Ha mezclado tres runas en una sola. Vinculación, precisión y... ―Magnus pareció no poder hablar.
― ¿¡Y qué más Magnus!? ¡Habla de una vez! ―exigió Clary enfurecida.
― La runa del libro blanco. Una de ellas. Una de destrucción.
El silencio que hubo a continuación no supo si era debido a la información o a que se había desmayado. O muerto.
Amelia no lo sabía. Y tampoco le importaba. Había salvado a su familia. Era lo único que había querido desde un principio. Y todo gracias a Raziel...
Sin querer, sus pensamientos vagaron hacia el ángel. No había querido pensar en él. Ni una sola vez. Era demasiado confuso, demasiado difícil, demasiado extraño. Era un ángel. Era el creador de su gente. Y quien le había salvado la vida.
Jamás había pensado en alguien que la acompañara del modo en que sus padres lo hacían. Siempre había creído que tendría un parabatai. Pero no alguien con quien compartir algo más. Ni siquiera ahora, que su vida parecía terminar, lamentaba no haber encontrado a alguien con quien pasar el resto de su vida.
Y de repente tuvo la sensación de que sabía porque. Desde el primer instante en que cayó al agua, en el lago Lyn, su destino se había enlazado con el del ángel. Era cuestión de tiempo que se encontraran, porque ella llevaba en su interior una parte de él. Al querer destruirla, Raziel la había salvado. De todos los modos posibles.
Era por eso que jamás se había enamorado. Por eso por lo que nunca se había interesado por nadie. Siempre había sido él. Antes incluso de conocerle. Antes de que él la conociese a ella.
Por eso no le importaba morir. Si él no iba a recordarla, qué importaba dónde estuviese. Tal vez era mejor así. Tal vez ella jamás debió existir.
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La piel pálida de Amelia dio paso al pánico de los presentes. La sangre que había perdido solo podía significar una cosa; no iba a sobrevivir.
Magnus intentó frenar la hemorragia, incluso con magia, pero la runa dorada era más fuerte. La daga era exacta en todos los sentidos. No se trataba de una parecida, sino la misma. La misma daga con la misma runa.
Se sentía impotente. Eso no debería haber pasado. El libro blanco con la nota que el ángel había escrito tenía esa fecha, y una súplica clara; "sálvala".
―Sálvala... ―murmuró Magnus mientras sus dedos rozaban el cuello pálido de la joven.
Una runa dorada, que reconoció al instante, reposaba todavía allí. La última vez la había visto años atrás, cuando la joven y el ángel habían vuelto del revés todo su mundo. Se trataba de una runa especial, muy concreta. Raziel había visto que observaba la runa entonces, sabía que conocía su significado. Y lo supo. Supo exactamente qué significaba esa palabra escrita. "Sálvala". Raziel sabía lo que sucedería. Conocía lo que Amelia haría. Y también había encontrado un modo de salvarla.
Con decisión, Magnus alzó en brazos el cuerpo inerte de la joven.
―¿Qué haces? ¡Tienes que seguir! ¡Tiene que estar bien!
La voz rota de Clary, apoyada parcialmente en Jace, el cual no parecía poder articular palabra, lo rompió por dentro. Sin embargo, se obligó a seguir adelante.
― Eso intento. Y si lo consigo, lo estará. Estará bien.
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Amelia ya no respiraba, pero no había dicho ni una sola palabra a ninguno de los presentes. Clary y Jace lo seguían, mudos y totalmente blancos. Max estaba ausente, incapaz de enfocar.
El agua del lago mojó sus pies al llegar al lago Lyn, pero a él no lo afectó. Escuchó unas pocas protestas detrás de él, pero decidió ignorarlas. Sumergió el cuerpo de la joven en el agua, de modo que solo una parte de este quedara en la superficie. La sangre tiñó el agua de rojo, sus cabellos dorados flotaron como algas sobre el agua cristalina, y su piel blanca contrastaba con el rojo de su propia sangre.
― ¡Raziel! ―gritó―. ¡Ángel Raziel!
Su voz resonó sin respuesta alguna. Apretó las manos alrededor del frío cuerpo de la joven. No podía estar muerta, pensó mientras las lágrimas salían de su rostro.
Sintió una mano sobre su hombro. Se volvió para saber de quién se trataba, pero habría reconocido esa mano en cualquier parte.
Alec.
― Magnus... sácala de aquí...
― No. Espera. Solo un poco más. Él aparecerá. ―aseguró.
― No. No lo hará. Y aunque lo hiciera, no la curaría. ―Magnus apretó los puños alrededor de la camisa de la joven.
― No tiene que curarla ―gruñó―. Está muerta. ¿Me oyes? ¡Muerta!
Un siseo ahogado seguido de más pasos hizo volverse al brujo con el cuerpo de la joven todavía reposando entre sus brazos. Los miembros más destacados de la clave se habían acercado. Observando la escena enfurecidos por la osadía del brujo al entrar en el lago con el cuerpo de la joven.
― ¡Debe recibir la sepultura adecuada! ¡Sáquela de allí, por el ángel! ―gritó uno de los del consejo.
Jace se apartó entonces de Clary, cogiendo al cazador de sombras por el cuello con los ojos inyectados de dolor.
― Cállate. No está muerta, no está....
― Ha habido muchas pérdidas. Tenemos que enterrar a los nuestros. Nuestra labor es...
― ¡No está muerta!
Las manos de Magnus resbalaron por un instante, sumergiendo el cuerpo de la joven hasta el punto que la daga quedó cubierta por el agua. La runa en ella brilló. Intensa y luminosa. Magnus y Alec, que contenía con esfuerzo el dolor que el agua suponía en él, se volvieron para ver la luz que salía del centro del lago. Una figura candente apareció de las aguas. Una figura majestuosa y brillante, con las alas extendidas y un rostro inquebrantable.
"Creía haberos advertido que no volvierais a invocarme". Pronunció la voz grave del ángel.
Magnus observó incrédulo al que recordaba haber visto ya en dos ocasiones. La reacción del ángel pasó de ellos al cuerpo de la joven sumergida en el agua. Su ceño se frunció todavía más.
"¿Por qué la traes?" Gruñó.
― Sabes quién es...―dijo Magnus con apenas voz, llamando la atención del ángel.
"Hace años tuvo la mala suerte de interponerse en mi camino, y ahora está muerta. Era previsible. Tarde o temprano iba a suceder".
Magnus pudo ver a sus padres a pocos metros de lago, a punto de salir corriendo para proteger a su hija. La clave, por otro lado, parecía estar tan sorprendidos que no emitían ni el más leve murmullo.
Se volvió hacia el ángel con decisión, sujetando con fuerza a Amelia todavía entre sus brazos.
― Sálvala.
El ángel alzó el mentón con orgullo.
"¿Quién te crees para ordenarme nada?"
Los brazos del brujo dejaron de sujetar a la joven, que se hundió poco a poco en el agua. Alec pareció querer sujetarla, pero él se lo impidió. Sus ojos de gato no se apartaron ni un instante del ángel.
― No es una orden. Es una promesa, una petición ―aseguró―. Si no lo recuerdo mal, tiene parte de tus poderes. Unos que no han sido devueltos ―la atención del ángel pareció aumentar―. Ahora puedes recuperarlos.
El cuerpo de la joven se hundió unos centímetros en el agua. La luz iluminó su cuerpo blanquecino y dio brillo a sus flotantes cabellos dorados. El ángel la observó con cierta curiosidad. Reparó enseguida en la runa dorada que estaba gravada en la daga, y tentado por la duda, acercó el cuerpo de la joven hasta él. Reconoció el símbolo gravado cuando estuvo cerca. Y sonrió con cierto cinismo.
"Ha hecho uso de un gran poder. Es imposible que una simple nefilim pueda soportarlo". Aseguró el ángel "Era cuestión de tiempo que la matara".
Magnus esperó con paciencia. El ángel sujetó el cuerpo de la joven para acceder al poder que desde el principio fue suyo. Sintió el fluir cálido de su propia esencia manando de la joven, poco a poco. Apenas la había mirado. Y seguramente no lo habría hecho. Su único objetivo era recuperar su poder. Pero entonces su cuerpo pareció más pesado que al principio, y sintió que recaía de sus manos. Por suerte o por desgracia, la calidez de su poder de ángel todavía no había abandonado el cuerpo de la joven, y tuvo que sujetarla con más firmeza. Fue entonces cuando la miró. El cabello caía en cascada hacia un lado, dejando al descubierto un cuello blanquecino con una única runa dorada. La sorpresa del ángel fue notable.
Magnus pudo predecir el momento exacto en el que el ángel alzaría la mano para rozar la runa. Había reconocido el símbolo. Sabía lo que era. Y la curiosidad, aquello que no debía albergar, lo habría impulsado a tocarla. El ángel debía conocerse lo suficiente como para estar seguro de que iba a hacer eso mismo en cuanto viera la runa. Si era lo que el brujo creía, el ángel acababa de condenarse. Y lo que era más desconcertante; sabía que estaba condenado desde un principio.
Los dedos del ángel se posaron sobre el cuello de la joven. Magnus pudo ver el momento exacto en el que los ojos azules del ángel se teñían de reconocimiento. Asombro. Dolor. Angustia. Y supo que aunque en su rostro se reflejaba la verdad, la resignación, también había un poco de esperanza. No pronunció ni una sola palabra, pero su gesto lo dijo todo.
No existe mayor condena que la que se impone uno mismo, ni mejor que la que se hace por aquellos que lo merecen.
El brillo candente de su propia condena envolvió ambos cuerpos, alejándolos de allí, parando el tiempo, viajando a un lugar donde este no existía. Porque su tiempo no era presente. Su tiempo no era futuro. Su tiempo no era pasado.
Su tiempo no existía.
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¡Hola Nefilims! Sé que no es mucho, pero no he tenido tiempo estos días para dedicarle a esto, y prefiero mostraros este trocito bien y esperar un poco más para daros el final en condiciones. ^^ Espero que lo entendáis. :(
¡Besitos a todos! ¡Gracias por la paciencia! ^^
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