Capítulo 20: ángel o demonio
Amelia observó el ejército que se había levantado en los límites de Idris, donde las salvaguardas apenas parecían aguantar. El portal se había mantenido abierto, entrando por él todos los refuerzos que necesitaban para que la ventaja de los demonios no fuera tal.
En su cabeza se formaba un cúmulo de situaciones distintas en un mismo tiempo. Recordaba haber estado con sus padre en la colina, pero también recordaba la discusión que tuvo con su madre y lo enfadada que había estado con su padre. Estaba viviendo el momento en el que el gran ejercito formado por subterráneos y Cazadores de sombras protegían Idris, pero también recordaba haber estado en el campo con Max, lanzando cuchillos y...
Max.
El recuerdo de su hermano en el campo de entrenamiento cruzó su mente como un rayo. No lo había visto desde su regreso. Sus recuerdos seguían allí. Se veía bajando la colina, tirando los cuchillos con su hermano, entrenando y hablando del problema de las salvaguardas. Recordaba el sonido de estas al caer, y ellos corriendo colina arriba en busca de sus padres. Pero nada de eso había sucedido. No en esa versión de la historia.
"Las vidas que la muerte se cobra no se redimen sin tomar nada a cambio. Y si no mueren ellos, alguien deberá hacerlo en su lugar".
Amelia se volvió blanca al recordar lo que Raziel le había advertido en el pasado. Lo que no había vuelto a considerar hasta ese instante. Estaba intentando evitar lo que había sucedido. Intentaba salvar a su familia, pero aunque había cambiado esa situación, no había alterado lo que pasaba con su hermano. Él había muerto también. Max también estaba en peligro. Y seguía en el campo de entrenamiento, a punto de salir corriendo en pos de su familia en cuanto el aterrador sonido de las salvaguardas al caer retumbara en la colina.
Max había muerto por intentar salvarla. Si llegaba al campo de batalla, sería muy sencillo que sucediera de nuevo. Tenía que evitarlo. Tenía que impedir que su hermano la protegiese. Esta vez no dejaría que nadie muriese por su culpa.
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Las salvaguardas estaban aguantando más de lo que recordaba. Al exterior todo parecía tranquilo, pero Amelia sabía que no era así. Corrió colina arriba, observando la lejanía con un pavor creciente. Si realmente era Lilith como sospechaba quien intentaba atacar Alacante, la única culpable era ella. Siempre había sido ella. Y no estaba dispuesta a que nadie pagara por sus errores.
El fuerte sonido de la salvaguarda al caer retumbó en la colina. El temblor la hizo caer un instante, levantándose tan deprisa como fue capaz. Miró hacia atrás, seguían resistiendo, y por lo que sabía, podrían retenerlo más tiempo del que recordaba. Emprendió de nuevo la marcha, decidida a encontrar a su hermano y alejarlo de la batalla. No podía arriesgarse, tenía que impedir que intentara salvarla a toda costa.
Vio a su hermano en cuanto llegó a la colina, corriendo en su dirección con preocupación.
― ¡Amel! ―la llamó―. ¿Estás bien? Eso ha sido...
Amelia lo abrazó con fuerza en cuanto llegó a su lado. Lo había visto morir. Impotente, incapaz de hacer nada por él. Y ahora estaba allí, a su lado. Vivo.
― Tenemos que irnos. Las salvaguardas han caído. Tenemos que marcharnos cuanto antes ―aseguró Amelia, con la voz teñida de miedo.
Max se apartó, mirándola incrédulo.
― Si eso es cierto, tengo que ir a combatir...
― ¡No! ―gritó involuntariamente―. No. No puedes. Ya hay refuerzos. Magnus junto a un montón de subterráneos están ayudando, tenemos que irnos...
― ¿Hablas de huir? ―preguntó incrédulo―. Pensaba que tendía que convencerte que te marcharas, no que me dejaras ir a luchar.
― Te seguiré ―aseguró con decisión―. Si vas te seguiré, y me pondré en peligro.
Max contrajo el gesto, enfureciéndose por momentos.
― Amel... Sé que quieres luchar, pero...
― No. No, Max. Lo que quiero es que nos vayamos.
Otra explosión hizo que la colina retumbara de nuevo, desviando la atención hacia la ciudad. Aunque Amelia habría querido poder alejar a Max de la batalla, y de hecho lo había intentado, también sabía que sería imposible. Y así fue, Max salió corriendo cuando el temblor cesó, y Amelia se vio corriendo detrás de él.
― Supongo que será inútil que te diga que te marches ―repuso Max mientras corrían. Amelia lo miró con resolución―. Necesitarás esto, entonces ―y le lanzó la daga. Una que todavía conservaba en el forro de sus pantalones de combate.
Amelia observó la daga. E inconscientemente palpó la que tenía en sus pantalones. Seguía allí. La misma que Max le había ofrecido en la otra realidad. ¿Qué significaba que existiera? ¿Querría decir que esa otra versión había existido de verdad? ¿Tal vez, aunque lo hubiese cambiado, pasaría de todos modos?
El miedo se apoderó de ella, aunque no detuvo su paso en ningún momento.
Llegaron a la ciudad justo cuando las salvaguardas empezaron a ceder. Vio a sus padres, preparados para la batalla y seguros de sí mismos. Habían luchado en otras antes, y ahora estaban más preparados. Todos los subterráneos, junto a su familia, se posicionaron para la lucha. Vio a Max sacar sus dagas, dibujar un par de runas sobre su piel y girarse hacia ella para hacer lo mismo. No queriendo alterar las cosas, Amelia se lo permitió. Una de fuerza, otra de agilidad, una de combate. Esa, sin duda, la necesitaría. Cuando Max se preparó para combatir contra la horda de demonios que entraron en avalancha en Idris, Amelia se dibujó otra runa más. La de intuición. Necesitaba prever lo que iba a suceder. Necesitaba adelantarse para poder salvar a los que amaba. Se negaba a volver a verlos morir.
La lucha comenzó con violencia. No había visto la avalancha en su otra realidad, pero recordaba la invasión de los demonios en Alacante. Matando indiscriminadamente. Estos no llegaron lejos. El ejército construido por subterráneos y cazadores de sombras había frenado el avance enemigo con éxito.
Vio a Max a metros de ella, peleando con dos demonios de rango medio sin dificultad. Amelia alzó su daga con destreza, haciendo acopio de valor y llevando a la práctica lo que sabía que podía hacer. Tenía que hacerlo, podía hacerlo. Y lo hizo.
El primer demonio lo abordó con torpeza. La daga casi se le escapó de las manos cuando este la atacó. Cayó al suelo, rodando sobre sí misma y volviendo a la posición inicial. Consiguió evitar al demonio, colándose entre sus piernas y clavando la daga justo detrás de él. Mientras el demonio se volatizaba, regresando al lugar del que provenía, escuchó otro detrás de ella. Vio a Max al darse la vuelta, con una sonrisa satisfecha.
― Bien hecho, hermanita ―la felicitó―. Te cubro las espaldas ―aseguró. Amelia sonrió.
― Yo las tuyas.
Por primera vez en toda su vida, Amelia sintió que las cosas empezaban a ser como debían ser. Max peleando a su lado, defendiéndola mientras ella hacía lo propio. Como siempre debió ser. Como sería si todo salía bien. Y Amelia estaba dispuesta a que así fuera. Su parabatai. Así era como debía sentirse en una batalla.
La cantidad de demonios empezó a reducirse. Los subterráneos mataron a una gran cantidad de ellos, y los que quedaban fueron reducidos por los cazadores de sombras. Aunque hubo bajas, no fue ni mucho menos una masacre.
Vio a su hermano derrotar a otro demonio, el último del grupo que se había acercado donde estaba. Y le sonrió con complicidad. Quería decirle cuanto antes que quería ser su parabatai. Que quería compartir la runa que los vincularía para siempre. Y entonces el rostro de su hermano cambió. Su tez se volvió pálida, y lo vio correr en su dirección como un rayo.
Amelia se dio la vuelta a tiempo de ver a un ser extraño que iba hacia ella dispuesto a matarla. Dio un paso hacia atrás, incapaz de reaccionar. Max llegó hasta ella, y el impacto del demonio cayó sobre él, enviándolo lejos.
Amelia ahogó un grito. Sacó la daga, blandiéndola con fuerza y alejando al ser. Este retuvo la hoja, y aunque rajó su palma, esta se curó al instante. El ser iba encapuchado, y aun así supo de quién debía tratarse. Solo había un demonio que quisiera su muerte. Solo uno que hubiera prometido vengarse. Lilith.
Ignorando al demonio, Amelia corrió hacia su hermano. Al otro lado de la calle, Max se incorporó un poco con la respiración entrecortada. Amelia respiró más tranquila. Seguía vivo.
― Amel, cuidado.
Amelia se dio la vuelta, empuñando su daga y posicionándose delante de su hermano. Dispuesta a protegerlo con su vida.
― No lo lograrás esta vez ―aseguró―. Esta vez no los matarás. Es a mí a quien quieres. No a ellos. Luchemos entonces, Lilith.
El demonio empezó a reírse. Una risa escandalosa y grotesca que se descomponía en dos voces. Sus manos, delgadas y huesudas se alzaron de la manga de la túnica que cubría su cuerpo. Sujetó la capa con cuidado. Uñas largas y negruzcas rozaron la tela de un modo delicado para tratarse de un demonio.
Retiró la tela, ocultando su rostro en una maraña de cabellos oscuros que caían hacia delante. Desató el lazo que ataba la túnica y esta cayó al suelo en un ruido sordo. Amelia abrió los ojos de par en par y retuvo el aliento al ver las huesudas y rotas alas negras que salían de la espalda del demonio. El cuerpo consumido y marcado por cicatrices antiguas de latigazos y cortes que reconoció. Sabía exactamente cómo se las había hecho. Sabía quién era.
Y no era Lilith.
― Volvemos a vernos, engendro de ángel ―susurró su voz gutural―. ¿Dónde está tu ángel ahora?
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Amelia observó al que fuera un ángel. Se había equivocado. Del todo. Había supuesto que se trataba de Lilith. Que era ella la causa de ese ataque. Ahora estaba confundida.
― Ithuriel ―lo nombró por primera vez. El ángel caído, el demonio, la miró con esos ojos rojos como la sangre que antaño le parecieron tan tristes.
― Hace años que nadie me llama por ese nombre ―aseguró con una sonrisa―. Pero supongo que tú solo me recuerdas por ese.
― Creí que habías muerto...
El ángel, ahora demonio, dejó escapar una risota.
― Ave ataque vale. Preciosas palabras, ¿verdad? ―se burló.
― Raziel te alivió el dolor. Él...
― Ningún ángel me ayudó cuando caí. Nada de lo que hice fue suficiente. Compasión... ―la risa grotesca del demonio volvió a inundar su doble voz―. Eso que los humanos sienten. Era débil. Un engendro débil y patético. Pero ella me dio otra opción. Un mundo sin dolor. ¿Qué me dieron los ángeles? ¿Qué me dieron los cazadores de sombras? ¡La compasión, las segundas oportunidades, no sirven de nada!
Amelia se levantó, apretando la daga llena de sangre alrededor de sus dedos.
― Tú creías en ello. Por eso ayudaste a mi madre. Ella lleva tu sangre. La llevaba, al menos. Tú mismo lo dijiste. ¿Por qué dejaste que te corrompieran?
― Al principio solo fue por miedo. Lilith me libró del dolor después de la muerte. Un ángel, cuando muere del modo que yo lo hice, solo le espera agonía. Ella me dio la opción de escapar. La única entre todos en lo que confiaba que se preocupó realmente por mi dolor ―gruñó con amargura―. Llevaba años encerrado, sufriendo. Y ni uno solo de esos que llamaba hermanos se preocupó por mí. Nadie me buscó. Todos creían que me lo tenía merecido. Por sentir compasión por vosotros. Era patético.
<<Pero ella no lo vio así. Me dijo que era el ser más fuerte que había visto, y que merecía una segunda oportunidad. Lilith me brindó la absolución. Con una única condición; que matara a los cazadores de sombras.
<<No me avergüenza decir que para ese entonces no sentía ningún tipo de compasión por vosotros. No después de lo que me tocaba pagar por confiar en uno de ellos. Pero mi objetivo, la venganza, fue más fuerte cuando vi a Raziel contigo.
Amelia sintió que se le encogía el corazón. Ithuriel, en su primera realidad, había ido para matar a sus padres, para eliminar la raza de los cazadores de sombras desde su sede. Lilith los había guiado. Pero ese Ithuriel tenía otros motivos en esta realidad. Había ido a por ella. Directamente. Y creía saber el motivo.
―Quieres matarme. Aunque tu misión es matar a los cazadores de sombras, te sentirás realizado si consigues matarme.
Ithuriel esbozó una sonrisa aterradora.
― Mi patético objetivo de ayudar a vuestra raza me hizo prisionero, pero Raziel jamás se preocupó por eso. Tenía la capacidad de ir al pasado e impedir mi caída. Creía que era porque no podía hacerse, pero entonces vi cómo arriesgaba la suya para salvar a tu familia. Para salvarte a ti. ¿Qué tenía él que yo no tuviera para poder sentir compasión sin sufrir ningún castigo? ¿Por qué estaba dispuesto a arriesgarse por ti, una cazadora de sombras vulgar y común, en lugar de a su hermano, su compañero de sangre?
― Y por eso has venido a matarme. Para vengarte.
― Yo perdí mis alas por vosotros. Lo he perdido todo. Raziel lo ha dado todo para salvarte a ti. Para devolverte a tu mundo. Ni siquiera lo recordará, pero tú sí. Y seguramente conseguirá condenarse cuando lo recuerde... Es cuestión de tiempo.
Amelia no consiguió entenderlo. Ithuriel quería vengarse de ella. Porque Raziel la había salvado en lugar de a él. Pero no sabía qué tenía que ver que Raziel lo recordara o no.
― Esto no tiene ningún sentido. Has perdido. Hemos matado a todos los demonios. Tú plan ha fracasado ―aseguró. Ithuriel sonrió.
― No. En absoluto. Mi plan no ha fracasado, solo el de Lilith, que a fin de cuentas, no me importa en absoluto. Jamás volverá a importarme otro motivo que el mío propio.
― Siento mucho lo que te pasó. De verdad. Y estoy segura de que Raziel también lo sentía ―aseguró. Apretó la daga con fuerza―. Pero no permitiré que ganes. No me rendiré.
Ithuriel alzó el rostro con orgullo.
― No esperaba otra cosa. De otro modo, habría sido muy aburrido.
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Ithuriel atacó antes de que Amelia pudiera siquiera alzar la daga. Consiguió apartarse a tiempo, alejando al demonio de su hermano. Los ojos rojos del ser que ante fuere un ángel volvieron hacia el muchacho que seguía tendido en el suelo. Demasiado cansado y herido para moverse. Amelia hizo el intento de ir para protegerlo.
― No te molestes. Si lo mato solo conseguiré que te enfurezcas, y lo único que quiero es matarte ―aseguró.
― Pensé que querías vengarte. ¿Por qué debería creerte si puedes hacerme más daño matando a mi hermano que a mí?
― Porque no es a ti a quien quiero hacer daño ―aclaró sorprendiendo a Amelia―. Quiero que Raziel sufra. Y el único modo que tengo de hacerle verdadero daño es matándote a ti.
― ¡Ja! ―se burló―. Eso solo sería posible si le importara algo. Y ahora ni siquiera me recuerda.
Ithuriel estiró sus alas rotas, sus uñas se volvieron afiladas cuchillas.
― Ha arriesgado más de lo que yo arriesgué en su tiempo. Si mueres, aunque no te recuerde ahora, puedo asegurarte que lo hará. Y le dolerá. Lo pude ver en sus ojos. No creo que exista nada en este mundo que pueda importarle más que tu vida. Y pienso terminar con todo lo que quiere. Como él hizo conmigo al abandonarme.
Amelia consiguió frenar las cuchillas negras con la agilidad que su hermano le había otorgado con la runa. Apenas era visible ya, pero funcionaba. Se apartó de nuevo, haciendo volar la cuchilla y retornándola a su mano con eficacia. El demonio apenas se inmutó. Atacó de nuevo, con decisión y precisión.
Su hermano estaba a salvo. Sus padres también. Todos estaban a salvo ahora que el motivo era distinto. Se había equivocado al pensar que Ithuriel quería vengarse de ella. Lo que quería era vengarse de Raziel mediante ella. Al ir al pasado, Amelia había cambiado los motivos que impulsaban a Ithuriel a atacar. En un principio solo era una responsabilidad, una promesa. Ahora era venganza.
Consideraba una traición que Raziel quisiera salvarla a ella antes que a él. Estaba dolido porque habían dejado que sufriera. Y quería desquitarse matándola a ella, creyendo que eso afectaría a Raziel de algún modo.
Pero estaba equivocado. Raziel no la recordaba. Raziel la había enviado al futuro para que salvara a su familia. Tal vez incluso sabía que moriría en el proceso. Por eso le había dicho que la muerte se cobraría otra vida en lugar de la de su familia.
Amelia miró la daga en su mano, quedándose pensativa por un instante.
Era ella.
Ella era la solución.
La vida que debía cobrarse.
Viendo la daga en su mano, supo exactamente lo que debía hacer. Observó a su hermano, tirando en el suelo, con una sonrisa triste. Habría sido un parabatai perfecto. Pero tal vez nunca podrían ser las cosas como debían...
Corrió uno metros, alejándose del demonio y alejándolo a su vez de todo el mundo. Colina arriba. Sujetó la daga con fuerza, sacando la estela y gravando una runa en ella. Rozó con la punta de los dedos la gemela en sus pantalones y sonrió con tristeza.
Ithuriel voló con sus alas negras, persiguiéndola con apremiante velocidad. La embistió en el último instante, logrando que ella reculara un paso, observándolo aterrizar con las alas desplegadas.
― Eres más cobarde de lo que pensaba. ¿Intentas huir? ―gruñó con burla.
Amelia sonrió.
― Jamás.
Entonces se dejó caer a un lado, sujetando la daga con una mano y logrando que volara hacia el demonio. Este sonrió, apartándose de la trayectoria, pero la daga hizo un giro extraño y se clavó justo detrás de él.
― ¿Se puede saber qué haces? ¿Crees que puede matarme un simple cuchillo? ―apuntó con incredulidad, aunque incapaz de quitarse la daga.
Amelia sacó su gemela del bolsillo. Una runa extraña brillaba en ella, una runa dorada. El demonio observó la suya clavada en su espalda, otra runa dorada brillaba en ella. Abrió los ojos de par en par. Incrédulo.
― Simplemente, estoy buscando otro enfoque.
Y sin esperar un solo segundo más, clavó su daga en su propio pecho.
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¡Hola Nefilims! ¡¡Siento la demora!! Como ya dije a algunos, tenía estreno de teatro este fin de semana de una obra/concurso donde teníamos que cantar una canción cada uno y no he podido actualizar. Sé que no interesa mucho, pero me hace ilusión decirlo jejej ¡Gane! :D Así que canté dos veces jajaja (ya no molesto más con el tema, perdón XP)
Gracias por el apoyo y por esperar con paciencia. :)
¡Besos a todos!
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