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Capítulo 15: La runa de vinculación


―Podría funcionar.

Amelia sonrió ante la noticia. Después de asegurar que había visto la runa que podría hacerlos regresar, Amelia había corrido en busca de un folio y un lápiz, temiendo que se desvaneciera de su cabeza tan deprisa como había llegado. Había dejado atrás al ángel, que no tardó en seguirla hasta la biblioteca.

Con ayuda del libro blanco, que Raziel todavía conservaba, pudo terminar de completar la runa. O modificarla para que tuviera un punto inverso.

― He dicho que podría funcionar, no que vaya a hacerlo. No soy experto en runas, soy un brujo, no un Cazador de sombras.

― A mí no me mires, yo no había visto nunca una igual ―se defendió Jace al ver que Amelia le dirigía una escueta mirada.

― En realidad, hacía siglos que no veía este libro ―aseguró hojeando el libro blanco―. Me sorprende verlo. Pero conozco hechizos parecidos al de la runa. Tu poder de ángel ha hablado, me parece.

Amelia sintió arder las mejillas al encontrarse con los ojos azules del ángel. No había podido evitar mirarlo al recordar la razón por la que había podido crear la runa. Su interior albergaba el poder de un ángel, y no uno cualquiera. El de aquel que apenas minutos antes la estaba besando en el pasillo. Era de locos.

― Que parte de la runa sea del libro blanco... ¿no es peligroso? ―preguntó al recordar lo que le había dicho Raziel sobre quién creo esas runas.

― Cuando hablamos de un poder tan grande, a veces es necesaria la magia de ambos lados ―respondió el ángel.

El poder de esa runa podría devolverlos al futuro, esperando que esta tuviera la suficiente fuerza como para llevarlos al momento que deseaban llegar. Y a su vez, con la carencia en la runa de la curva superior, haría lo mismo con el resto del grupo pero en sentido inverso. Sería, si todo salía bien, como si ellos no hubiesen aparecido jamás.

A excepción de los recuerdos...

― ¿Reunión? ―Jace, Magnus, Amelia y Raziel se volvieron hacia la puerta, donde Simon entraba junto a Clary, que sujetaba una libreta contra su pecho.

― Tenemos la runa para regresar ―aseguró Jace. Clary alzó la libreta.

― Y yo una para olvidar.

El silencio invadió la biblioteca. Todos la miraban incrédulos, a excepción de Simon, que mantenía la expresión de disgusto.

― ¿Olvidar? ―cuestionó Jace, sorprendido de que fuera precisamente ella la que lo propusiera.

― Hay cosas que es mejor saber en el momento adecuado.

Magnus se acercó a Clary con cautela, y cogió la libreta para ver la runa. Luego la depositó sobre la mesa, mostrándosela a Amelia.

― ¡Ah, sí! ¡Era esta! ―aseguró ella como si la hubiese olvidado―. Pues no era tan difícil, ahora que la veo...

Clary parpadeó dos veces.

― Pero si la acabo de crear... ―Amelia esbozó una sonrisa ladeada.

― Sí, hace años. Aunque la has hecho antes de lo que deberías. Supongo que como se trata de la runa del olvida, nunca podremos estar del todo seguros cuándo fue creada realmente...

La puerta se abrió de nuevo, dando paso a Isabelle, acompañada de su hermano. Ambos sonreían, riendo de algo que deberían haber estado hablando. La risa murió al verlos a todos allí reunidos.

― ¿Pasa algo? ―preguntó Isabelle.

― A parte de encontrarnos en el recuerdo de mi hija que resulta ser nuestro futuro, todo es muy normal.

Isabelle fulminó a Jace con la mirada, ignorándolo segundos después para prestar atención al resto del grupo.

― Tenemos la runa para volver ―apuntó Magnus―. Y también para olvidar.

Tanto Isabelle como Alec fruncieron el ceño con confusión.

― Pero...

― No hay otro modo ―lo cortó Amelia―. Sé que para vosotros vuestro futuro no está escrito, pero para mí sí lo está. Quiero volver a casa. Quiero abrazar a mis padres, a mi hermano. Quiero volver a ver a mi tía Izzy y al tío Simon. Echo de menos a mi padrino Alec y al tío Magnus ―Hubo un cruce de miradas incrédulas a la vez que asombradas. Aunque no había especificado nada, Amelia sabía que habían reconocido el significado de sus palabras―. Necesito recuperar a mi familia. Y para ello, necesito que mi familia me olvide ahora, para que pueda conocerme cuando llegue el momento. ¿Lo entendéis?

Clary se acercó a ella con una sonrisa, le ofreció la libreta con la runa que ella misma había creado y asintió con la cabeza.

― Lo entendemos ―aseguró―. Lo harás bien. Estoy muy orgullosa de que vayas a ser mi hija, Amelia. Jamás podrás decepcionarme.

El abrazo que Clary le ofreció logró que Amelia se le humedeciera los ojos. Si las cosas no salían bien, al menos se llevaría ese abrazo con ella. Cuando Clary se apartó, Magnus la substituyó, encerrándola en un fuerte abrazo.

― Cuídate mucho, ¿vale? ―Amelia asintió con la cabeza. Magnus se apartó, con una sonrisa en el rostro. Isabelle se acercó también.

― Eres la envidia de todas las chicas de Idris, seguro. ¿A que sí? ―bromeó. Amelia dejó escapar una risa apagada―. No dejes que te pisoteen nunca, pequeña. Ya tengo ganas de conocerte ―afirmó dándole también un abrazo.

― Bueno, supongo que yo te debo una disculpa ―apuntó Simon encogiéndose de brazos. Amelia sonrió y lo abrazó con fuerza.

― No importa, eres mi tío favorito, no te olvides de enseñarme todas tus películas, ¿eh? ―Simon hizo un gesto de honor.

―Jamás olvidaría algo así.

Alec se acercó poco a poco, mientras Simon terminaba de apartarse.

― ¿Tu tío favorito?

― Tú eres mi padrino ―aseguró con una sonrisa.

― ¿Tengo que quejarme yo, entonces? ―apuntó Magnus logrando que Alec se sonrojara.

― Na... ―dijo Amelia restándole importancia―. Tú siempre has sido mi brujo favorito. Tengo favoritos de todo ―aseguró con una sonrisa. Magnus pareció divertirle la sugerencia.

― Debo suponer que... ―indagó Alec con cierta vergüenza. Amelia asintió.

― ¡Y adoptareis a un niño!

Risas. Bromas. Palabras que habían existido en algún tiempo futuro, pero con distintos significados. Amelia recordaba ese ambiente. Y recordaba algo más. De dio la vuelta al percibir a Jace detrás de ella. La miraba con cierta cautela.

― Yo también te debo una disculpa. Digamos que no te he tratado... con demasiada amabilidad.

― Tenías tus motivos.

― Me refiero también al futuro. No sé qué pasará exactamente por mi cabeza en ese momento, o tal vez sí y por eso me siento más responsable ―aseguró―. Solo quiero que sepas que jamás me decepcionarías. Jamás me avergonzaría de ti. Seguramente llegues a ser, junto a tu hermano, lo mejor que haré en la vida. No podría sentirme más orgulloso del resultado. De la preciosa, valiente e increíble mujer en la que te has convertido.

Amelia abrió los ojos de par en par, incapaz de creer que su padre fuera el autor de esas palabras. Jamás pensó que le escucharía decir que se sentía orgulloso de ella. Tal vez era cierto. Sí ese Jace, que apenas la conocía, sentía orgullo por ella, ¿cuánto más lo haría su padre?

Avanzó corriendo, incapaz de contenerse, y se tiró sobre su padre en un fuerte abrazo.

― Gracias... No os decepcionaré... ―aseguró.

Jace aceptó el abrazo, observando por encima del hombro de Amelia a Clary sonreír con los ojos vidriosos. Era tan hermosa, e iba a ser su mujer. No era un sueño. Realmente iba a estar con ella para siempre.

Amelia se apartó poco a poco, y borró con la manga los restos de lágrima

― Ah. Y, papá ―lo llamó antes de alejarse del todo―. No te odio. Jamás lo haré. Intenta... recordarlo.

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La despedida había dejado otro silencio en la sala. Amelia se había alejado para revisar las runas que debía emplear a continuación. No era algo sencillo. Tenía que crear dos distintas en un mismo lugar, una en cada lado, y saber exactamente la intención que disponía en cada una. El tiempo de retroceso, el tiempo de avance. También debía calcular el grado de la runa de olvido. Depositándola en la piel de cada uno de ellos segundos antes de que atravesaran el portal.

Por lo tanto, lo que tenía que hacer era un portal temporal hacia el pasado, transportar a su familia haciéndolos olvidar, y después del esfuerzo de todas esas runas, debía crear otra para ir hacia el futuro.

― No podré... ―murmuró con solo pensarlo. El viento pareció llevarse su lamento, aunque el aire formaba parte también del mismo recuerdo.

― ¿Por qué?

La voz del ángel la sobresaltó. Alzó el rostro desde su lugar en el suelo, sentada en el balcón de la biblioteca con la libreta junto a sus piernas, el lápiz reposando en su oreja derecha y la estela de su padre entre sus dedos.

― ¿Qué? ―decidió decir.

― ¿Por qué dudas? Sabes lo que tienes en tu interior.

Claro que lo sabía, él mismo se había encargado de comunicárselo. Reposó la espalda en la balaustrada blanquecina, alzó la libreta del suelo, estudiándola con paciencia.

― Jamás he hecho tantas runas... ―al ver la mirada inquisitiva del ángel suspiró―. Eso ni siquiera lo hice conscientemente, ¿vale?

Raziel se agachó, sentándose con ella, apoyado también en la balaustrada. Era realmente extraño ver al ángel así. Sentado de un modo tan despreocupado, tan... humano.

― Creaste dos runas de unión, una encima de ti y otra en el lago. También creaste la runa de la copa y de la espada, runas que ningún nefilim debería conocer. Y luego hiciste un portal del tiempo, que retrocedió veinticinco años hacia el pasado ―resumió―. Hacer unas cuantas runas del olvido y dos portales no parece tanto, ¿verdad?

Amelia entrecerró los ojos.

― No es lo mismo. Eso lo hice sin ser consciente, me encontraba en una situación...

El ángel, que ya no mostraba ni una triste sonrisa, contrajo levemente el gesto.

― ¿Delicada?

― Sí. No es lo mismo pensar en hacer algo, que hacerlo sin pensar. No sale igual. Me da miedo que no lleguen al punto en el que empezó a cambiar todo. O que yo no consiga llevarnos hacia el futuro, momentos antes de que...

― Solo tienes que concentrarte y pensar en el instante exacto al que quieres llegar. Te ayudaré materializando este recuerdo, así el viaje será más corto.

Amelia se sorprendió momentáneamente que no comentara, como solía hacer, que sus padres estaban muertos y no podía cambiar eso. Pero la sorpresa duró apenas segundos, estaba más preocupada por lo que debía hacer ahora.

― Para nosotros, para ellos no tanto. Al final tal vez es lo mismo.

Raziel observó la hoja que mantenía sujeta con la mano. Se decidió a cogerla para ver mejor las runas, rozando un instante sus dedos sin querer. Amelia se estremeció. Apartó la mano tan deprisa que la libreta cayó al suelo. Ninguno de los dos se movió.

Segundos más tarde, el ángel recogió la libreta con cuidado.

― Te debo una disculpa.

Las palabras fueron tan inesperadas como sorprendentes. Amelia se volvió hacia él, totalmente incrédula. Al ver que ella no parecía entenderlo, decidió extenderse en su explicación.

― No tuve en cuenta el impacto que podría suponer sobre una nefilim tan joven el poder de un ángel. Debería habértelo quitado, pero tú ya lo habías asimilado. Habría sido peor hacerlo ―explicó―. Aunque lo que realmente siento es haber tenido la intención de eliminarte con ese poder.

Con un suspiro, Amelia alzó el rostro para observar el cielo estrellado de Idris. Esbozó una sonrisa triste.

― Debió de molestarte mucho que una niña de trece años pudiera con tu poder cuando tu intención era castigarme ―aseguró―. Apuesto a que cuando supiste lo mal que lo llevaba por culpa de eso, te pareció un castigo más apropiado, después de todo.

Raziel contrajo el gesto.

― En realidad no ―aseguró―. Hasta el día que me invocaste en el lago, después del ataque, no supe que el poder del ángel había sido un inconveniente para ti. Por eso, cuando descubrí lo insegura y lo poco que confiabas en ti misma empecé a sentir curiosidad por conocer tu pasado. ¿Por qué tú, que contenías sin problemas parte de mi poder, parecías tan ajena a él?

Amelia abrió los ojos ante la sorpresa.

― ¿Por eso me llevaste a este recuerdo? Querías saber qué sucedió exactamente después de que cayera al lago. Desapareciste para ver qué era lo que estaba haciendo yo durante todo el tiempo.

― El poder se desató con la primera runa que dibujaste.

Amelia se incorporó, quedando sentada de frente al ángel. Él inclinó el rostro hacia ella.

― Pensabas que había aprovechado tu poder. Por eso parecías especialmente molesto conmigo al principio. Creíste que al invocarte estaba retándote de nuevo.

Raziel sonrió.

― Supongo que tienes razón.

― Estaba en lo cierto, entonces. Me habrías matado sin pensarlo de no ser por la runa de vinculación. Esto... ―murmuró mirando la runa―. Te impide hacerme daño.

― ¿Por qué piensas que quiero hacerte daño, Amelia? ―ella parpadeó.

― No veo por qué no querrías hacérmelo. Soy una cazadora de sombras que ha conseguido someter a un ángel mediante runas que no debería saber de no ser por el mismo ángel que ha logrado someter. Por no hablar que lo llevó al pasado dejándolo atrapado y provocándole un preocupante dolor de cabeza ―resumió―. Si yo fuera tú, también querría matarme. Y supongo que lo que te lo impide es esta runa.

― ¿Quieres decir que si no tuvieras esta runa ya te habría matado? ―Amelia se encogió de hombros.

― Y supongo que si desaparezco también afectaría.

El ángel frunció el ceño.

― Sería un desastre ―aseguró―. Si dejaras de existir, el futuro cambiaría por completo. Seguramente regresaría de inmediato, porque tampoco me habrías invocado, ni tendrías parte de mi poder. Si dejaras de existir, ni siquiera recordaría este instante.

― ¿Y eso no sería bueno? ―preguntó sorprendida.

― No ―aseguró―. No me gusta olvidar.

Amelia miró la estela que seguía en su mano y la apretó con fuerza. Se puso de rodillas mirando al ángel directamente a los ojos. Él pareció sorprendido ante la reacción de la joven, pero no hizo indicios de moverse. La observó acercarse a él hasta que posó sus manos sobre sus hombros. El ángel parecía incapaz de moverse, observándola.

Raziel compuso una mueca al sentir un pequeño pinchazo. Se volvió para ver la estela sobre la runa de vinculación, seguidamente de una serie de lazos brillantes que la envolvieron hasta reducirla a líneas inteligibles. Luego desapareció.

Se volvió hacia la joven, que acababa de sentarse de nuevo en el suelo con el rostro decidido.

― Cuando devuelva mi pasado a su sitio, nada te impedirá matarme si así lo deseas. No pienso dejar que este poder siga dominándome. Si la única razón por la que has estado jugando conmigo es por esto, se acabó.

Sacudiendo el polvo invisible de sus pantalones, Amelia se levantó. La libreta en una mano, la estela en la otra y el lápiz en la oreja, miró al ángel por última vez antes de adentrarse de nuevo en la biblioteca.

― ¿A qué te refieres con jugar contigo? ―preguntó él interrumpiendo su avance. Amelia se detuvo.

― Besarme. No podías matarme, ni hacerme daño por el vínculo, así que empleaste otro método ―aseguró con una mirada helada―. ¿O acaso me equivoco?

El ángel no contestó. Ella no esperó.

― Ya me parecía.


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¡Buenas Nefilims! Un capítulo más ^^ ¡¡Espero que siga gustando!!

Si hay alguna cosa que no os parezca lógica o no os guste por algún motivo, ¡no dudéis en comentarlo! :) Estaré atenta para leer vuestros consejos ^^

¡¡¡Un beso enorme!!!

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