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Capítulo 10: El rincón de los recuerdos

Cuando la luz empezó a desvanecerse, Jace esperaba encontrarse a la chica extraña todavía delante de él. No había conseguido entender bien sus últimas palabras, parecía confusa y se expresaba de forma entrecortada. Por el contrario, estaba solo en medio de una sala grande decorada para una fiesta.

Las mesas estaban colocadas aleatoriamente pero de forma estratégica. Un escenario al fondo, con cortinas rojas y cuerdas doradas con flecos, enmarcaba el salón. Grandes ventanales limitaban el recinto en los laterales, cubiertas parcialmente por cortinas livianas de telas transparentes. Fuera estaba oscuro, pero la suave luz de las lámparas; entre ventana y ventana, encima de las mesas, en el escenario y la araña antigua justo en medio del salón, no permitía que el lugar estuviera en penumbra.

No había nadie más con él. Estaba solo.

Se acercó a los ventanales para averiguar dónde se encontraba. Copos suaves de nieve caían de un cielo gris. A pesar de la falta de luz, había la suficiente como para asegurar que todavía no había anochecido. El paisaje del exterior lo reconoció a pesar del ligero cambio en algunos aspectos apenas perceptibles. Estaba en Alacante, sin duda. Y por el tamaño del salón donde había despertado, se trataba del edificio principal. Donde se llevaban a cabo las fiestas, reuniones, entre otros eventos importantes.

― Falta menos de media hora para que todos entren. Amelia debería estar aquí ya.

Jace se dio la vuelta al escuchar la voz femenina de la mujer que entró en el salón cargada de flores azules. El cabello negro y liso, como siempre le había visto llevar, ondeaba recogido en una trenza por detrás de las flores que ocultaban prácticamente todo su rostro.

― ¿Isabelle? ―preguntó dando un par de pasos en su dirección.

― Estás más nervios tú que ella. Está con Max, seguro que la obligará a llegar a tiempo. Ya lo conoces.

Jace se detuvo al ver quién acababa de entrar con ella en el salón. Había visto muchas cosas a lo largo de su corta vida, pero definitivamente, esa era la más extraña de todas.

― Sé perfectamente donde está su vestido, Jace. Y ella no está metida en él. ¡Media hora! ¿Me escuchas cuando hablo?

Una versión más madura de él mismo observaba a Isabelle con una sonrisa divertida. Fue entonces ―cuando Izzy depositó las flores sobre una de las mesas―, que pudo apreciar su aspecto. Ella también parecía mayor. Un maquillaje perfecto volvía sus rasgos más atractivos, pero definitivamente más maduros. Era como observar el futuro.

― Izzy. Ocúpate de las malditas flores, y yo me ocuparé de todo lo demás. Solo es un vestido. Se pone y listos.

― No seas condescendiente conmigo, Jace. Ponerse un vestido así es más complicado de lo que te figuras, créeme ―lo regañó alzando un dedo acusatorio. Su otro yo más mayor, alzó las manos en señal de rendición y se alejó en dirección a la puerta.

― Como quieras. Pero intenta no matar a nadie de aquí a la fiesta. ―Luego esbozó una sonrisa antes de desaparecer por la puerta―. Recuerda que solo es media hora, seguro que puedes aguantar.

Isabelle le tiró un fajo de flores a la puerta ya cerrada, y solo una risa lejana acompañó el gesto. Ella, por el contrario, bufó enfadada.

Después de tal escena, Jace estaba más que confuso. El impulso de seguirse era demasiado, y se vio caminando por el pasillo, observando de cerca sus propios pasos. Apenas unos minutos más tarde, un par de niños de diez-once años, uno mayor que el otro, corretearon dispuestos a pasar por su lado. El Jace mayor, los detuvo con un brazo en plena carrera.

La niña, que parecía tener no más de diez años por lo pequeñita que era, estaba completamente empapada, igual que el chico, aparentemente mayor que ella.

― ¿Se puede saber dónde vais corriendo? Y mojados ―preguntó el otro Jace.

― ¡A la fiesta! ―aseguró la pequeña con una sonrisa sospechosa.

― Estábamos jugando y nos hemos caído en la fuente. Íbamos corriendo...

― ¡Para secarnos! ―se apresuró a decir la niña interrumpiendo al chico de cabellos cobrizos.

― ¡No, boba! Es para llegar antes a que te pongan ese vestido.

― ¡No me llames boba, bobo!

Aunque desconcertado, Jace no pudo evitar reír al ver que la niña intentaba pegar al chico, y este se defendía a su vez de un modo que le recordó a las riñas que Isabelle tenía a menudo con Alec cuando eran niños.

El Jace adulto, sin embargo, no parecía compartir la misma simpatía. Los separó con firmeza y adoptó una expresión severa.

― ¡Está bien! Id con vuestra madre ya. Vuestra tía Izzy está muy nerviosa y no quiero que lo esté más ―refunfuñó―. Y Max, asegúrate de que va directamente a vestirse. Si aparecéis así en la fiesta creo que os quedareis sin tía.

― ¿Se va a morir? ―preguntó la niña adoptando una expresión excesivamente preocupada. El chico le dio un codazo.

― No, tonta. ¡Es solo una manera de hablar! ―La niña hinchó los mofletes y le devolvió el codazo.

― ¡No soy tonta! Y ya sé que no era en serio.

― Sí, claro.

― ¡Que sí!

― ¡Basta ya! ¿Es que no podéis dejar de discutir por un rato? ―los interrumpió el Jace adulto―. Id a vestiros, y sin rechistar.

Los niños se dieron la vuelta, agachando la cabeza dispuestos a obedecer. Jace casi deja escapar una carcajada cuando la niña, de forma apenas perceptible, le dio un empujón al chico.

― Amelia... ―el aviso fue suficiente para que ambos emprendieran de nuevo la carrera, salpicando de agua todo el pasillo.

El Jace adulto prosiguió su camino, negando con la cabeza asomando una sonrisa por debajo la nariz.

Antes de seguirse a sí mismo de nuevo, un grupo avanzó hacia él. Y esta vez parecían poder verlo, pues se detuvieron a pocos metros de donde estaba.

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En un lugar bastante alejado del salón de fiestas, Amelia despertó con el recuerdo del agua dolorosa y punzante en su cuerpo. Antes de mirar a su alrededor, fueron sus manos las que examinó. Tocó su propio rostro, aliviada al instante al comprobar que volvía a ser visible y tangible.

― ¿¡Estás loca!? ¡Podrías haber muerto! No vuelvas a salir corriendo así, Amelia. ¡Casi no puedo contigo!

Amelia alzó el rostro al reconocer vagamente esa voz. Delante de ella el lago Linn invadía todo su campo de visión. Idris, tal y como la recordaba antes del ataque. No fue el lugar, si más no, lo que llamó realmente la atención de la joven, sino los que se hallaban en medio del escenario. Su hermano, unos años más joven, ayudándola a incorporarse del césped, ambos totalmente empapados.

No tardó ni dos segundos en reconocer el recuerdo. Tenía trece años cuando ocurrió, cuando cayó en el lago y Max la rescató. El día que todo comenzó a ir mal. El día que había querido olvidar y que no recordaba en su totalidad.

― Lo siento... Me asusté ―murmuró la pequeña Amelia agachando la cabeza.

― Era solo un patito. Muy, muy pequeño. Te aseguro que tenía más miedo que tú.

Amelia alzó la mano y se la enseñó tan cerca que de seguro Max no habría podido ver nada de haber tenido algo.

― ¡Me ha picado! No tenía miedo, quería comerme el dedo, ¡te lo juro!

― Sí, claro. E Iglesia te mira de reojo planeando un asesinato. ¿Cómo puedes tener tantos problemas con animales inofensivos, y en cambio eres capaz de dormir con ese maldito pajarraco negro? ―La pequeña Amelia frunció el ceño.

― ¡No te metas con Hugin!

Amelia sonrió ante el recuerdo. Hugin, o Hugo como todos lo conocían al principio, era un cuervo que a su madre no le gustaba nada en absoluto. No era extraño, pues la había atacado anteriormente. Además, el antiguo dueño del cuervo había sido ni más ni menos que Valentine.

Nadie habría apostado ni un centavo por ese cuervo. Nadie excepto Amelia. Todos se sorprendieron cuando una tarde, cuando Amelia tenía dos añitos, la encontraron jugando con el cuervo ―desaparecido durante años y que al parecer seguía vivo―. Su madre había querido apartarla de él, pero el cuervo se había agazapado y escondido en el regazo de la niña. Desde entonces, nadie había podido separarla del animal, y el cuervo jamás hirió a la pequeña.

Mientras veía a su hermano llevársela hacia Alacante, alegando que debían llegar a la fiesta cuanto antes, Amelia pudo ver, a metros de la escena, al ángel Raziel. Estaba vuelto de espaldas, hacia el lago.

― ¿Cómo hemos llegado aquí? ―se vio preguntando antes de reflexionar realmente en la pregunta.

El ángel se dio la vuelta poco a poco.

― Un cuervo ―comenzó―. ¿Nunca te has preguntado por qué razón congeniaste con la mascota de Valentine?

Amelia reprimió un escalofrío.

― Los animales no son malos. Todos decían eso, pero solo lo son si les enseñas que eso es lo correcto. Es como las personas, todos nacemos como folios en blanco, es lo que aprendemos lo que nos hace ser buenos o no. La diferencia entre los animales y los humanos, es que los primeros puedes volver a enseñarles, con paciencia y cariño, qué es lo correcto. No así con los humanos, que tienden a adoptar como suyas las enseñanzas que aprenden.

― ¿Hiciese eso con el cuervo?

― Es probable que se acercara a mí en un principio porque le recordaba a su antiguo dueño. No voy a negar quien es mi familia, no tiene sentido. Pero puedo negarlo y hundirme en la verdad, o bien aceptarlo e intentar ser mejor de lo que él lo fue. No me enorgullezco de lo que soy, pero sí de lo que no soy. Y no soy una asesina.

El ángel esbozó una sonrisa, acercándose a la joven. Amelia sintió tensarse por dentro. Era una sensación incómoda y que no había experimentado la primera vez que lo vio. No era lo mismo tratar con él ahora que la había besado no una, sino dos veces. Era lo más extraño que le había sucedido nunca.

― Eres una criatura extraña, Amelia. Te resultan complicadas las cosas más sencillas, y consigues que sea fácil lo más difícil.

― Quizás le doy otro enfoque a las cosas.

Raziel se detuvo a escasos centímetros de ella.

― Quizás debamos hacer todos lo mismo.

Amelia contuvo el aliento unos instantes, hipnotizada por sus ojos azules. Desde que lo vio salir del lago a ese instante, su mirada había perdido frialdad. Parecía natural estar allí, junto a él. Cuando estaba con el ángel, no era consciente de lo que era. Parecía ser lo correcto, a pesar de lo equivocada que estaba. No debía olvidar que estaba allí por su culpa, que lo único que quería de ella era una runa para regresar. Tenía que ser consciente de eso en todo momento, porque de lo contrario la situación podía complicarse.

Temerosa de que pudiera inclinar el rostro de nuevo como lo había hecho en el tejado, Amelia reculó un paso y miró hacia arriba la colina. Su otro yo y su hermano ya habían llegado a la cima, dispuestos a seguir el camino directos a Alacante.

― ¿Los seguimos? ―preguntó―. Todavía no me has dicho por qué estamos aquí.

Raziel inició la marcha, sobresaltándola unos instantes y obligándola a correr un par de pasos para alcanzarlo.

― Los recuerdos son un lugar seguro. Ibas a desaparecer. Aquí no puedes.

― ¿Y qué? ―No pudo evitarlo. La pregunta había salido de sus labios antes de que pudiera detenerla, y el ángel se dio la vuelta con confusión.

― ¿Qué quieres decir?

Bueno, la pregunta ya había sido formulada. No podía echarse atrás ahora.

― Eres un ángel, R. ¿Qué más te da que una nefilim desaparezca? ¿Hay alguna posibilidad de que les ocurriera algo a los ángeles si el tiempo se alterase?

― Si intentas acusarme de algo...

― No ―se apresuró a asegurar Amelia con rostro inocente―. Me limito a señalar un hecho. Los ángeles vivís en otro plano. Este no os afecta. Entendía por qué no puedes matarme ―aseguró rozando la runa dorada de la unión en un gesto involuntario―. Pero si desaparezco, la runa desaparecerá conmigo. Nada te impediría regresar a la normalidad...

― Es curioso ―la interrumpió―, lo sencilla que parece esa palabra al pronunciarla. Normalidad ―los ojos azules del ángel la miraron tan intensamente que Amelia tuvo que apartar la mirada―. Eres una criatura extraña, Amelia. Consigues hacer difícil lo que parece tan sencillo.

El ángel no esperó ninguna respuesta. Se dio la vuelta y continuó el camino. No así Amelia, que permaneció quieta en medio de la subida con millones de preguntas creciendo en su interior.

Se dijo que no le importaba. Que daba igual las razones que tuviera. El hecho era que estaba ayudándola. Tal vez tenía más poder con esa runa dorada de la que suponía. ¿Sería posible que aun desapareciendo siguiera ligado a ella? ¿Era posible que creyera que si desaparecía ella podía pasarle lo mismo a él?

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Minutos más tarde, Amelia y Raziel llegaron al edificio donde tendría lugar la fiesta. Habían seguido a la pequeña Amelia junto a su joven hermano Max. Ambos correteaban, mojándolo todo a su paso. Antes de llegar al pasillo, dirección a las habitaciones para encontrarse con su madre preocupada y con el vestido apunto ―como Amelia recordaba―, vieron acercarse a Izzy junto a Simon, ambos discutiendo sobre algo que ninguno parecía tener claro qué era. Amelia supo que esos no eran sus tíos, sino el Simon y la Izzy que había conocido del pasado.

― ¡¿Los has traído?! ―exclamó Amelia hacia Raziel en un susurro ahogado.

― No tenía más remedio. Eras la que estaba más alejada de todos, y el circulo lo tuve que agrandar lo suficiente para que entraras en él.

Amelia tragó saliva cuando se acercó dispuesta a hablar con ellos. Como supuso, no estaban muy contentos de verla, y de no ser por Raziel, seguramente se habrían lanzado a por ella.

― ¡¿Dónde nos has enviado?! ―Izzy parecía estar tan nerviosa como irritada.

― Isabelle...

― ¿Dónde están los demás? ¿Y mi hermano? ¿Dónde está Jace? ¿Dónde...? ―Simon la sujetó con fuerza por los hombros, sacudiéndola unos instantes y dejándolos a todos sorprendidos.

― ¡Tranquilízate! Los encontráremos, te lo juro, pero tienes que relajarte. ¿Vale?

La firmeza de sus palabras pareció hacer mella en Isabelle, que no volvió a gritar más. Simon, sin embargo, no desistió ni olvidó lo sucedido. La mirada penetrante de quien había descubierto Amelia, era un vampiro, preguntaba sin palabras, o más bien exigía, saber lo sucedido.

― Estamos en mis recuerdos ―contestó finalmente Amelia. Raziel no pareció oponerse a que lo explicara.

― ¿Cómo?

Amelia, en lugar de contestar, miró a Raziel.

― Yo os he traído. Para evitar que desaparezca.

Simon pareció iluminarse.

― Un segundo. Déjame pensar ―Y de hecho, pareció reflexionar de verdad―. Si es cierto que eres hija de Clary, ¿significa que esto es... algo así como nuestro futuro? Es decir, que por aquí debe haber una versión de nosotros pero mayores, ¿no? ―Amelia dejo entrever los dientes en una expresión que parecía considerar ciertas sus palabras, aunque con algo de reticencia a aceptarlas―. Quiere decir que algo habéis cambiado, ¿verdad? Si ella está en peligro de desaparecer... ―Se había dirigido a Raziel. El rostro endurecido del ángel aceptó sus palabras como correctas.

― ¿Quién es tu padre? Si estás desapareciendo significa que ha muerto o...

Esa era la pregunta. Quién era su padre.

― No importa eso. No está muerto, pero no podéis saber quién es, es peli...

― Peligroso, sí. Bueno, de un modo u otro, si seguimos aquí tal vez lo descubramos.

Mientras Izzy y Simon se dirigían hacia el pasillo, siguiendo el lugar por donde habían desaparecido los dos pequeños, Amelia le dirigió una mirada asustada a Raziel.

Era cierto. Si seguían en ese recuerdo, tarde o temprano sabrían quién era su padre. Teniendo claro ya que Clary era su madre, y sabiendo que ellos creían que era hermana de Jace... ¿Cómo se tomarían el saber que su padre era precisamente él?


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¡Hola Nefilims! 

Lo sé, ayer no actualicé U.U Pero hay una razón de peso para ello. A parte de no encontrarme nada bien, hoy por la mañana tenía un examen práctico que me tenía bastante preocupada. Así que me pasé horas hasta que no pude más y me dormí XD

Espero que la continuación sea de vuestro agrado ^^ Para compensar, tal vez mañana actualizo. ¡Aunque no aseguro nada! 

¡Besitos y abrazos!

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