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CAPÍTULO 6: Supuesta paz

El señor Pross entró a el cuarto seguido de los demás guardias. Ellos traían agua y mis armas.

Observe mis armas y los demás objetos que llevaba el día de mi captura. No eran más que un puñado de sucias baratijas cubiertas con óxido. Habían retirado la plata que los cubría y ya no servían de nada.

El señor Pross avanzó hacia mi y yo al fin pude abrazarlo. Era un hombre bajo así que tuve que agacharse para poder hacerlo a gusto.

Esa era mi primera muestra de afecto hacia alguien después de más de 150 años. Los mismo años que llevaba muerto Alain; el amor de mi vida. Ese abrazo cálido me reconforto y sentí ganas de llorar. Porque eran muy pocas las veces en las que me permití sentir amor hacia alguien.

Mi mentor decía que el amor no era para los cazadores. Que amar a alguien sólo nos hacía sufrir. Yo comprobé eso el día que Alain murió y desde allí me prometí no volver a sentir amor por nadie. Nunca.

Pero el señor Pross me había acompañado durante tantos años que me era imposible no advertir por el algún sentimiento de afecto.

—¿Cómo te sientes? —preguntó separándose—. Dijeron que lo mas posible era que no pudieras moverte después de haber instalado el Giter.

—Sólo estoy algo cansada; en unas horas estaré como antes.

Volví a sentarme,  necesitaba recuperar mis energías.

Phoe me tendió el vaso con agua. Era de un color rojo; le di el primer sorbo y sabía a gloria. Era la primera vez que probaba algo diferente a el arroz. Seguí bebiendo hasta que me la acabe por completo. Era dulce y estaba fría.

—¿Qué es? —cuestione.

—Es un rehabilizante; lo recomendó el doctor —dijo Phoe—. Y también recomendó que guardaras reposo.

—El concejo vampírico mandó a llevarla ahora mismo —agregó el señor Pross—. Esperaba que le dieran más tiempo.

—Nosotros también pensamos que enviarán por ella hasta mañana —siguió Antry—. Pero tal parece que el Alfa oscuro llevo a cabo una masacre anoche. Por eso quieren que ella vaya a el sitio de los hechos antes de recoger los cadáveres.

—¿Crees que podrás hacerlo? —preguntó el señor Pross.

No había nada que no fuese capaz de hacer. Mucho menos iba a permitir que los vampiros me vieran derrotada. Ellos creían que con el Giter podrían controlarme.

Iba a demostrarles que necesitarían mucho más para vencerme.

—Claro que si —respondí—. ¿A dónde tengo que ir?

El señor Pross soltó una gran sonrisa. Misma sonrisa replicó Criss y Jael; a la vez que Antry les hacía mala cara.

Antry no sonreía ni porque le hicieran cosquillas en los pies.

—Afuera nos están esperando —espetó Antry—. Hay que movernos se nos hace tarde.

—Aquí están tus armas —musito Criss—, aunque no creo que te sirvan de a mucho.

—Todo eso es sólo basura. Bótalas ya no sirven de nada.

—En el comando te darán más —intervino Jael—. Además estas son muy antiguas y están pasadas de moda.

—Menos charla, ¡Ya les dije que vamos tarde! —exacerbo Antry.

Si seguía con ese humor lo iba a matar el estrés. De por si aparentaba cinco años más de los que tenía. Antry tenía 32 años. Era muy joven para tener tan mal humor.

Con fuerza me coloque de nuevo de pie y avance detrás de Antry. Me dolía el pecho sin embargo logre suprimir el dolor y camine con la cabeza erguida. Tal como lo hacía tantos años atrás.

El señor Pross camino a mi costado; y los otros guardias nos siguieron de cerca.

—Entonces, ¿Hay problemas entre el Gobierno humano y el concejo vampírico? —interrogue.

El pasillo que seguía a la habitación en la cual me encontraba era también blanco. No había nadie; todos se encontraban en las habitaciones.

Observaban por las rendijas mis pasos. Cada vez que me alejaba escuchaba como sus ritmos cardíacos se normalizaban. No logre percibir a ningún vampiro. En ese edificio habían más de cincuenta seres y todos eran humanos.

—No se que tanto alcance tenga ese lío; lo único que se es que mientras el Alfa oscuro siga con la rebelión la paz esta en juego —respondió.

—Nada me importa la paz; ni el concejo vampírico, ni lo que los licántropos hagan. Yo lo único que deseo es mi libertad.

—Los humanos son los que más pierden en esta guerra —comentó—, en cada ataque del Alfa oscuro ellos caen por decenas.

—Caen porque fue lo que eligieron. Hace más de un siglo que ellos nos dieron la espalda y decidieron acoger a los vampiros —frene mis pasos en seco—. En esa época los vampiros y licántropos habían mermado considerablemente. Si el gobierno nos hubiese apoyado en tan sólo unos cuantos años nosotros los hubiésemos exterminado de este planeta.

—Se que tienes razón. Sin embargo mi padre me enseñó que todos tienen derecho a vivir.

—¡Los vampiros y licántropos no! —exacerbe.

Los guardias se acercaron a mi. Antry se devolvió a ver que pasaba.

—Ellos han existido desde la creación del mundo —replicó el señor Pross.

—Si, y desde ese momento no han hecho nada más que someter a los humanos. Durante los primeros siglos se alimentaban de sangre humana y los licántropos comían las sombras de los vampiros. ¿Qué acaso no lo entienden?

El señor Pross se acercó a mi y me tomó de la mano.

—Lo entendemos, no obstante las cosas han cambiado y ya no son como antes —explicó el señor Pross—. Con el paso de los años, las enfermedades fueron evolucionando con el hombre. Cada vez eran mas graves y perdíamos millones de vidas a causa de ellas. Las pandemias mermaron la población humana considerablemente y la única opción que ellos vieron fue la inmortalidad de los vampiros.

—Los vampiros no son inmortales —refute alzando la voz—. Nadie en este mundo lo es. Y si es verdad que ser vampiro tiene muchos beneficios; pero algo me dice que quienes están ahora en peligro de extinción son los humanos.

Los ojos de los guardias me dieron la razón.

—Pensaron que con el tratado iban a prolongar su existencia. Al parecer lo único que consiguieron fue firmar su sentencia de muerte —concluí.

El señor Pross se froto el rostro con desesperación. Sabía que hablar conmigo no era nada fácil.

—Scarlett, el Alfa oscuro quiere acabar con los humanos y a su vez con los vampiros —agregó—. Esto no es sólo por ti. El futuro de todos esta en tus manos.

—¡No debieron colocar todas sus esperanzas en mi! —refute—. No cuando saben que lo único que ha quedado intacto en mi después de 140 años de encierro ha sido mi odio hacia los vampiros y licántropos.

—Se que en ti hay todavía algo de amor. Y por ese amor lo harás.

—No quiero a nadie en este mundo —contradije—. Ya no queda nadie por quien luchar.

Deje atrás a los cuatro guardias y el señor Pross y camine hacia donde un auto me esperaba. Sin abrir la puerta del hospital percibí a dos vampiros y tres licántropos que estaban del otro lado.

Abrí la puerta para salir al fin y ver el sol. Esperaba tanto ver sus rayos; los árboles y las montañas a lo lejos. Quería observar el cielo y ver surcar libres las aves. Añoraba el aire limpio que se entremezclaba con el agua del río.

Nada era como lo esperaba...

No había sol; ni firmamento. En la bóveda celeste las nubes eran negras y oscuras. El aire altamente contaminado olía a humo y a petróleo. Más allá no se veían más que edificios; uno tras otro y parecían no tener fin.

No habían aves, ni flores, ni árboles. Todo el paisaje era gris y negro. Atiborrado de tecnología e invenciones atroces que acabaron con la naturaleza.

Ni siquiera había un mundo en el cual vivir.

Ya no había nada.

—¿Qué fue lo que hicieron?

Tuve que contener las ganas de llorar. Aquella ciudad era una mole de concreto y acero. Percibí tan pocos humanos en aquel lugar que caí en cuenta que el lugar que acababa de abandonar no era un hospital. Era una residencia humana.

La única.

El Giter me punzo el pecho. Me sostuve del marco de la puerta para no caerme. El estaba haciéndome daño porque yo quería destruirlos a todos. Quería acabar esa ciudad completa y volverla cenizas bajo mi puño.

Quería acabar a cada vampiro y licántropo. Anhelaba vengarme por dar fin a eso que yo tanto cuide.

Tenía razón: ya no había quedaba nada bueno.

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