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CAPÍTULO 2: Concejo Vampirico

Estaba ansiosa. Anhelaba tanto ver el sol; las aves, los árboles. Poder oler las flores y tocarlas, mi corazón daba brincos de felicidad: Tendría mi libertad, a cambio de ayudar a los vampiros.

Aun así no sabía si podía controlarme. Si cuando los tuviera cerca no sentiría deseos de matarlos.

Debía hacer un gran esfuerzo, sino volvería a prisión. No soportaría mas tiempo en soledad. 140 años fue un castigo suficiente.

Ese día el señor Pross traería el tratado que debia firmar. Una vez firmado podría salir de allí. Me dieron ropa nueva, el uniforme naranja que usaba estaba muy desgastado.

Me permitían bañarme una vez a la semana. Un agujerillo cerca del retrete se abría y por allí surgía agua durante tres minutos.
Lo sabía porque me había tomado la tarea de contar los segundos, cuando solía llevar la cuenta de los días y de los años.

La ropa que me dieron era toda de color negro. Un fastidio para mí, odiaba el color negro porque los vampiros lo aman. Aunque era una cazadora solía ir siempre vestida de rojo, como la sangre. De ahí venía mi nombre: Scarlett.

La ropa la entraron por la ventanilla, junto a un espejo. Soy mujer y era normal que fuera vanidosa. Más cuando llevaba 140 años sin ver mi reflejo.

Seguía pareciendo una mujer joven. No había envejecido ni un milímetro. Debía ser por las almas de los Lords. Recordaba cuando las suprimí, sentí el dolor de cada una de sus víctimas.

Ellas fueron libres gracias a mí y de seguro sus almas marcharon hacia el paraíso. Aun así la mía no lo haría, Dios me abandonó el mismo día que elegí esta vida.

Deje mi cabello suelto. Me mire de nuevo en el espejo. No era una mujer bonita, mucho menos si se me comparaba con las vampiresas. Ellas tenían cuerpos esculturales y pieles como de terciopelo.

Me apodaron Scarlett por la sangre de tantos vampiros que había derramado. Su asquerosa y horrible sangre viscosa. Mi espada muchas veces se impregno de ese líquido fétido. Cuando recordaba el olor de la sangre de un vampiro me daban ganas de vomitar.

Escuche el sonido de varias pisadas en el pasillo. Camine hacia la puerta esperando que se abriera. En vez de eso de la ventanilla y del agujero de la ducha empezó a salir un vapor de color amarillo.

Olía a óxido, sabia de que se trataba. Era vapor de oro, iban a doparme para que no pudiera defenderme. Apreté mi nariz con fuerza, podia permanecer sin respirar mucho tiempo así que no iban a lograr su objetivo.

Las paredes metálicas de la habitación empezaron a abrirse. Los disparos no se hicieron esperar. Sucedió lo mismo cuando me cambiaron de cárcel.

Esta vez no eran balas normales, sino unas cápsulas con líquido del metal precioso.

Empecé a sentirme mareada, hasta del techo salían los misteriosos proyectiles. Fue imposible esquivarlos, me atacaron en centenas, mi visión se volvió nublada, y mis sentidos se estropearon por completo.

Aun en el suelo atontada por las drogas logre sentir los pasos de alguien. Las botas recién lustradas no podían ser de otros sino de los guardias de la cárcel.
Eran tres:

—1, 80 cm de estatura, 85 kilos, humano. 1, 65 cm de estatura, 60 kilos, vampiro. 1, 70 cm de estatura, 80 kilos, humano.

Mi voz fue como un susurro pero estoy segura de que me oyeron.

—No es suficiente para poder reprimirme, nada lo es...

Me taparon los ojos. Luego los oídos, la boca, la nariz y me ataron de manos; mis cinco sentidos vedados.

Pero el viento me daba en la cara: Fuerte y frío. Íbamos hacia la parte alta de la montaña, lo sabía porque mi cuerpo ascendía.

Cerca mío iban ellos. No sabía cuantos pero mi piel podía sentirlos cerca. Si tan sólo tuviera mis manos libres. Eso seria mas que suficiente.

 
***

La silla estaba fría. El ambiente más. Unas manos se asieron de mi cuello y me pusieron algo que identifique como un collar. Era de plata, ¿Cómo lo sé? Por su frío, misma frialdad me acompaño desde que me convertí en cazador.

Mis armas eran de plata. La plata es sagrada. El arma mortal de los vampiros y los hombres lobo.
Primero me abrieron los oídos. No había una sola voz en la sala.

Sólo una mosca encima del escritorio que esta justo al frente de mí. El sonido de un zapato talla 42 al ser golpeado en repetidas ocasiones contra el suelo. Piso de mármol.

Una hoja de papel se ondeaba con el viento; hoja tamaño carta hecha en papel de caña de azúcar.

Alguien se acercó y me descubrió la boca. Saboree el aire, sabia a podredumbre con chocolate, miel y anís.

Me destaparon la nariz: Olor a muerto, 7 vampiros y 12 humanos.

Y ahí estaba el olor característico de uno de los Lords justo en el centro del estrado, al frente de mi.

Es Lord Marshall, el mas joven de los Lords. El más miedoso. La razón por la que no lo asesine fue porque cuando empecé a cazar a sus hermanos se escondió en lo profundo de la Antártida donde yo no pude encontrarlo. El olor a muerto es característico de los Lords.

Huele a café con canela, una greca reposa en el pasillo contiguo. También huele a menta, un humano mastica chicle desde hace ya dos horas. Uno huele a cigarrillos, fumador desde los doce. Uno huele a jabón barato; noche entera en el prostíbulo.

La misma mano fría me descubrió los ojos.

El rostro de Lord Marshall: 140 años sin ver a nadie más que mis abogados y ahora lo primero que veía era el rostro de mi enemigo.

La piel extremadamente pulcra lucia unos tonos rojizos. Debia ser producto de algún maquillaje. Las facciones de Lord Marshall eran más finas y delicadas que las de sus hermanos. Aunque claramente se parecía muchísimo a ellos.

No podía mover ni un centímetro de mi cuerpo, sólo la cabeza. La silla de acero era “supuestamente irrompible”. Mis pies y manos tenían grilletes. Sabía porque lo hacían, todos ellos me tenían miedo.

—Esta ante este juzgado para requerir una rebaja en su pena.
La voz de Lord Marshall me taladraba la cabeza.

Sonreí de lado. Cuántas veces no pedí una rebaja de pena ante el gobierno humano y me fue negada. Ahora el concejo vampírico me concedía una rebaja sólo porque me necesitaban.

¿Bajo que precepto podía firmarse ese pacto?

Ante el Lord me vi débil. No de fuerza pero si de espíritu. Vi mi incapacidad y la poca entereza que tenía para mantener mi voluntad. Cerré con energía mis puños haciendo que las grilletes chirriaran. No iban a aguantar mi furia y mi coraje. Iban a ceder y yo iba a sucumbir a mi naturaleza depredadora.

Yo estaba en la cima de la cadena alimenticia en ese preciso momento, y como tal completaría mi tarea. Asesinaría a Lord Marshall. Podía saborear la victoria de darle continuidad a mi misión sagrada.

No sentí la aguja de la inyección sólo el efecto calmante que realizaba en mi cuerpo. Me impedía moverme. Y cualquier intento por escapar era inútil. Me paralice de pies a cabeza.

—Señorita Scarlett esta frente a este estrado para solicitar una rebaja en su pena —La voz de Lord Marshall solo aumentaba mi ira—. Consciente de ello debo informarle que cualquier intento de huir será tomado como un desagravio, y su pedido será revocado.

—Lord Marshall el menor de los doce hermanos. El mas joven, el más altivo y el más cobarde...

—Se le prohíbe hablar, guarde silencio.

Necesitaban más que inyecciones para poder callarme. No se cuantas me pusieron la única certeza era que no eran suficientes.

—No ha cambiado en nada. Sigue teniendo la misma mirada que aquella última vez que nos vimos...

El golpeteo del martillo acallo mis palabras.

—Guarde silencio.

Dos vampiros se acercaron a mi con unas armas extrañas que no logre distinguir. 140 años de avance no habían pasado en vano. No sabía que hacían esas armas y la verdad tenía todas las ganas de averiguarlo. Al fin y al cabo lo mas grave que podría pasar era que me asesinaran.

—Yo si lo recuerdo —seguí con voz firme—. Lo recuerdo huyendo aterrorizado como un cobarde mientras yo cercenaba la cabeza de su hermano Lords Hills. El grito para que usted le ayudará y usted sólo huyó...

A decir verdad esperaba una reprimenda más grave. El corazón se me detuvo por unos instantes y una pequeña hemorragia me salió de la boca. Era tan sólo un choque eléctrico, en serio que esperaba más.

Alguien a uno de mis costados lanzó un gemido que alcance a oír. Era un humano; un policía que no pasaba de los 25 años. Conocía ese sentimiento, se llamaba impotencia y si alguien se llamaba a sí mismo justo tendría que haberlo sentido al menos una vez en la vida.

Los humanos permanecieron inmóviles, sólo observando como los vampiros acababan conmigo.
Los choques fueron uno tras otro.

Como era de esperarse no lograron hacerme mayor daño. Aun así baje mi cabeza y la descolgué, deje de respirar y cerré los ojos.

Iba a hacerme la muerta a ver que reacción tenían.

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