Se dirigió hacia el baño de aquel restaurante de carretera dejando su copa de whisky sobre la mesa, sabía que había captado la atención de la rubia con escote pronunciado y piernas largas y estilizadas, un par de miradas indirectas y ver como ella se mordisqueaba el labio inferior de su boca fue suficiente para saber que esa noche no terminaría ahogando sus penas bajo la sombra de una botella de whisky.

— Oye tú, ¿cómo sabías que vendría? — dijo la mujer cerrando la puerta de los aseos.

— No lo sabía, pero aquí estás, y no creo que sea porque quieras tener una charla sobre filosofía, ¿o sí? — dice Jon con una mueca en su rostro.

— ¿Eso suele funcionarte? ¿O lo usas como último recurso antes de terminar cascándotela en el baño de hombres? — dice la mujer mientras se acerca a Jon contoneando las caderas.

— No es que funcione, es que ha funcionado. Te he visto tocándote por debajo de la mesa, y no es por ser grosero, pero está a la vista que no llevas bragas, los labios húmedos se marcan bastante, lo aprendí en clase de anatomía.

— Cierto, no voy a negarlo, tu mirada tiene algo que me ha excitado bastante. — Poniéndose a centímetros escasos de su cuello — ¿Qué olor tan peculiar? ¿Nos conocemos de algo? — dice la mujer aspirando profundamente con sus fosas nasales.

Jon, tocando suavemente el muslo de la rubia, no puede evitar contener la excitación, subiendo la mano hasta su trasero perfectamente marcado en ese vestido rojo aterciopelado.

— Puede ser, soy un imán irresistible de mujeres perfectas, pero siento decirte que me estás mojando el pantalón y sería muy indiscreto salir por esa puerta y la clientela piense que voy tan borracho que me he meado encima. Me hospedo en este hotel que está a dos manzanas, ¿y si continuamos en mi habitación con un poco más de intimidad? — dice Jon apartando el muslo de la chica y poniendo una tarjeta en su pronunciado escote.

— Cris, mi nombre es Cris — exclama ella mientras ve como la silueta del extraño con gabardina oscura se aleja hacia la puerta.

— Lo sé — susurra Jon mientras se enciende un cigarro cerrando la puerta de los aseos.

Dando un trago a lo que le queda de whisky aguado de su copa, se acerca a la barra pagando la cuenta.

— La mesa del fondo corre de mi cuenta — dice Jon señalando con la mirada dirección donde se sentaba la mujer de cabellos rubios.

— Aquí no se puede fumar caballero — dice el camarero entrecerrando los ojos.

— Tranquilo vaquero, ya me voy — dirigiéndose hacia la puerta, agarrando el paraguas con mango en forma de cuervo que está junto a la salida, comenzando a andar entre la niebla dirección norte camino al hotel.

Continuará...