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Capítulo 5

Despertó de golpe, y no por ninguna pesadilla. Se había dormido temprano y la emoción le había dado una descarga de energía que superaba su letargo matutino. Salió de la cama de un brinco y se arregló tan rápido como pudo. Aunque no desayunó, mandó preparar una cesta con pan recién horneado, queso salado, embutidos y vino, pues era imperativo presentarse con un regalo antes de entrar a una casa ajena.

Avisó al mayordomo de que iba a salir, pero este le dijo que el chófer había partido temprano a llevar a Alden, por lo que decidió usar el transporte público; si Alden llegaba antes que él, lo más probable era que asumiera que estaba en casa de Will, y si llamaba, Will lo cubriría. No tenía por qué enterarse de que había salido solo.

Los estudiantes ya no tenían que levantarse tan temprano, así que los girobuses iban relativamente vacíos. Llegó a la 567 en menos de veinte minutos y tocó la puerta con firmeza tres veces; no había timbre. Casi se le cayó la cesta cuando Ēnor le abrió.

Buenos días —dijo, y en seguida se avergonzó de su acento—. Selene me invitó a venir hoy.

La mujer tardó una eternidad en contestar, y se veía tan poco alegre de verle que Sarket creyó que le cerraría la puerta en la cara.

Tsai’kireh… informó de ello. Entre, por favor

Sarket sintió que entraba a otro mundo. Aparte de los ornamentos exóticos y la inmensa cantidad de armas afiladas que colgaban de las paredes, hacía un frío inhumano que atravesaba sus ropas de verano. El alargado vestíbulo estaba conectado a varias habitaciones de las cuales solo una, la más alejada, estaba cerrada. Las otras no estaban delimitadas por puertas, sino por arcos en cortina sobre los que una mano hábil había grabado caracteres complejos que no pudo reconocer. Ēnor giró a la derecha, hacia el comedor, donde le ofreció una silla junto a la mesa de madera maciza.

Tsai’kireh está dormida. Informaré… llegada.

Le costó entenderla, por lo que cuando finalmente lo hizo, no le dio tiempo de detenerla. Le echó un vistazo a la esquina del comedor, donde las manecillas de un precioso reloj de pie anunciaban que faltaban quince minutos para las ocho. Haber llegado tan temprano era una grosería.

Ēnor regresó pocos minutos más tarde y le preguntó si deseaba algo mientras esperaba. A pesar de que estaba siendo cordial, le daba la impresión de que no le caía bien, pues sus maneras eran deliberadamente lentas y le parecía notar en sus movimientos un claro atisbo de desprecio. 

—Sarket —oyó de pronto—, por todos los dioses, ni siquiera son las ocho de la mañana.

Y ahí, bajo el umbral que daba al comedor, estaba su salvadora. Ēnor hizo una reverencia al verla y se apresuró a retirar una silla para ella. «Un cambio radical». Al menos ahora estaría más ocupada atendiéndola.

—Lo siento —dijo en un tono de voz que dejaba en evidencia lo apenado que estaba—. No me di cuenta de la hora. Estaba tan entusiasmado que… solo vine.

Ella emitió un bufido poco femenino y dio cuenta de su plato de cereales, tras lo cual Ēnor le ofreció una botella oscura. Selene hizo acopio de entereza y bebió. Viendo la expresión que puso, Sarket llegó a pensar que era alcohol, pero no dijo nada. 

Después de comer y asearse, le pidió que la siguiera. Salieron del comedor a una inmensa sala rectangular de paredes blancas. A juzgar por su tamaño y forma, Sarket dedujo que aquella era la estancia central, cosa que le resultó curiosa porque la decoración era mínima: no había grabados misteriosos ni cuadros que aportaran algo de color; ni siquiera había muebles para sentarse.

Selene caminó hacia el centro. Tras un par de pasos, se abrieron unas puertas de vidrio que él no había notado en un principio, ya que no reflejaban nada. La siguió, intentando no dejar en evidencia su entusiasmo. Cuando hubo entrado Ēnor, las puertas se cerraron. Acto seguido, Selene tocó el cristal con suavidad y numerosas líneas azules de diferente grosor cubrieron la superficie de tal forma que las paredes blancas apenas quedaron visibles.

—¿Qué es?

—Son paredes aislantes —respondió Selene a la vez que se ataba el cabello—. Tecnología antimagos. Las usan en prisiones especializadas. Evitarán que destrocemos el resto de la casa si la situación se sale de control.

A Sarket no le habría molestado ver cosas explotando a diestra y siniestra, pero destruir una casa era realmente serio. Selene se sentó sobre los talones y le indicó que hiciera lo mismo frente a ella. Ēnor permaneció de pie junto a las puertas. 

—¿Qué haremos primero? —inquirió Sarket en un tono agudo—. ¿Me vas a enseñar a volar? ¿O a incendiar cosas? ¡Oh! ¡Tal vez puedas enseñarme a invocar criaturas mágicas y cosas así! ¡Seríaasombroso!

—No, no tienes la habilidad para hacer eso. Comencemos con lo básico —dijo ella, destrozando sus expectativas—. ¿Qué es «magia»?

Sarket hubiera contestado de saberlo, aunque su definición habría sido poco precisa. Para él, la magia era un concepto abstracto, algo que eludía su entendimiento a pesar de que había leído miles de relatos épicos que lo mencionaban. Mientras intentaba inventarse una respuesta aceptable, Selene sacó una taza de un bolso que había traído consigo y la hizo flotar entre ellos sin ningún esfuerzo. Pese a que sabía que aquello era simple para ella y para cualquier mago que se preciara, no pudo arrancar la mirada de aquella visión.

—La magia es el arte de la distorsión de la realidad mediante la manipulación de la energía, una expresión del alma capaz de extenderse al plano físico. Todos los seres vivos tienen un alma, pero son pocos los que pueden proyectar su poder.

—¿Por qué?

—Porque el alma es responsable de producir prana, energía vital. Ser capaz de hacer magia implica que produces de más, algo que no es normal. Por ende, los seres capaces de realizar magia son excepciones del orden natural, ya que poseen almas que exceden sus necesidades físicas. El exceso puede usarse para hacer magia.

»La energía vital que produce tu alma viaja a través de algo conocido como el «sistema pránico», un pseudosistema nervioso que infunde energía vital a tu cuerpo y cubre cada centímetro de tejido. Eso es lo primero que debes saber, ya que debes usar tu sistema pránico como el medio para realizar tu voluntad.

A continuación extrajo una caja de metal opaco del bolso. Tras accionar una serie de botones, Selene le mostró lo que yacía dentro. Era una joya translúcida bajo cuya superficie danzaban luces rojas, verdes y azules que interactuaban entre ellas de formas llamativas, mezclándose y apartándose para formar nuevos colores. Unas veces imitaban la apariencia de nubes calmas, otras parecían formar ríos raudos, y otras caían en copos de nieve.

Sarket no dudó en tomarla cuando ella se la ofreció. Se sentía tibia al tacto y su textura era como la de la obsidiana. 

—Este es el amplificador, ¿no? —Le daba vuelta a la joya entre sus dedos—. ¿Qué hago ahora?

—Chuparlo.

—¡¿Chuparlo?!

Esperaba que estuviera bromeando, pero su expresión seria no se deshizo en una de burla y sus ojos no dejaban entrever siquiera un atisbo de malicia. Se metió el amplificador a la boca, sintiéndose un poco ridículo. Los efectos lo golpearon al instante: se le erizó cada vello del cuerpo y un hormigueo le recorrió la piel. Cobró conciencia de cosas que para él eran extrañas, como el sonido de un corazón que no era el suyo; su corazón latía tan rápido que el zumbido en sus oídos era casi insoportable, mientras que el otro lo hacía despacio y con fuerza. 

Escupió el amplificador en un pañuelo que ella le ofreció. Se sentía eufórico por alguna razón.

—¿Puedes sentirlo? —preguntó ella. Sarket se limitó a asentir—. Bien. Ahora vacía tu mente y forma una imagen clara de lo que deseas para levantar esta taza.

Sarket respiró hondo y concentró su mirada en la taza por largo rato. «Ajá, ¿y cómo la muevo?». Selene no había dicho «abracadabra» para hacerlo, solo había posado sus ojos sobre el objeto y este se había levantado. Tal vez no le caía muy bien a la taza, porque se negaba a moverse un miserable milímetro. 

Cerró los ojos y se concentró en el hormigueo que le recorría de pies a cabeza en un intento de determinar la dirección de la corriente o un patrón que le ayudara a entender cómo mover la energía hacia afuera. Podía sentirlo, pero era demasiado tenue y no era capaz de interpretar el flujo sin importar cuánto se esforzara por hacerlo.

De súbito, su cuerpo dio un respingo y creyó entender. Se percató de la existencia de innumerables hilos que recorrían su cuerpo; si los extendía hacia fuera… Abrió los ojos y volvió a concentrar la mirada en la taza, susurrando: «Muévete, muévete, muévete».

Se movió.

Miró a Selene, quien no reciprocó su expresión de júbilo. Carraspeó y volvió a la tarea. La taza se movía un poco cada vez que la empujaba o halaba de ella. Sentía resistencia al hacerlo, aunque lograba moverla. El problema llegaba cuando intentaba levantarla, pues hacerlo requería anular la fuerza natural que la mantenía anclada al suelo, algo que para él era imposible.

—Estás pensando demasiado —dijo con una sacudida de la cabeza—. Solo hazlo.

—¿Cómo voy a hacerlo? Me estás pidiendo que rompa la ley de la gravedad.

—Estás pensando demasiado —repitió con más firmeza—. Cuando caminas, ¿sabes con qué pie das el primer paso? Cuando vas a agarrar una manzana de un cuenco, ¿le dices a tu brazo que ha de extenderse y a tus dedos, la presión exacta que deben ejercer? No, eso sería ridículo. Cuando quieres caminar, caminas sin importar qué pie da el primer paso. Lo mismo cuando quieres una manzana.

—Esas son cosas naturales.

—La magia también lo es —aseveró con un firme asentimiento—. Es una de esas cosas que pueden parecer complicadas a primera vista, pero que no lo son… Es como hablar al revés. Se ol on, satnetni ol odnauc orep, licífid ecerap oipicnirp la euq.

—¿Puedes hablar al revés? —inquirió con los ojos abiertos de sorpresa.

¿On út?

—No, por supuesto que no. Es casi imposible.

¿Odatnetni sah ol? —Sarket necesitó un momento para entender lo que decía. Meneó la cabeza—. Quizás debimos empezar con meditación para ayudarte a entrar en el estado mental correcto…

Mientras Selene iba a buscar algo más, Sarket se quedó sentado en el suelo mirando la taza. Tenía un rasguño largo por un lado. Con dos protuberancias encima, sería una carita feliz. «Una taza se está burlando de mí», pensó a la vez que soltaba una risita. Era lo más ridículo que se le había ocurrido en la semana. Luego sacudió la cabeza y cerró los ojos. Se concentró solo en respirar de manera profunda y relajada. 

Lo sintió. El flujo de energía recorría su cuerpo, emanaba de cada átomo que lo componía. También percibía una corriente externa a él que se sentía como el aire, aunque diferente en esencia. Se dejó arrastrar y descubrió que la materia vibraba de tal forma que cada partícula emitía un sonido, como las cuerdas de una guitarra bajo el rasgueo de unos dedos invisibles. Cuerdas, no hilos como había pensado en un principio. Se preguntó qué pasaría si él mismo las tocaba. Entonces se detuvo, y en lugar de dejarse llevar por el flujo de energía, lo alteró; le transmitió lo que quería hacer, lo que quería cambiar. 

Cuando abrió los ojos, la taza flotaba ante sí. Lanzó una risa exuberante. 

—Nada mal —oyó detrás de sí. Selene miraba de forma aprobatoria, si bien la taza no se mantenía estable—. ¿Ves que no es difícil en absoluto? 

—Es más simple de lo que parece, pero…

—Solo necesitas práctica —lo interrumpió—, y aprender a tener una imagen clara en tu mente. Trabajaremos en eso más adelante. Por ahora, intenta moverla en el aire. Haz todo lentamente, no lo apresures.

Sarket estaba tan ensimismado que solo pudo asentir. Selene lo observó por un momento, notando que con cada intento la taza se tambaleaba menos. Poco a poco descubría cómo moverla con precisión. Se dio la vuelta y se acercó a Ēnor, quien observaba todo junto a las puertas de cristal con el semblante impasible. Se conocían desde hacía muchos años y sabía que le estaba ocultando algo.

Pareces incómoda por algún motivo, Ēnor.

No cuestionaré su juicio —respondió en un tono neutro, respetuoso, lo cual hizo que esbozara una sonrisa torcida. 

Eres demasiado solemne. ¿Ya se te olvidó que me perseguías de arriba abajo cuando éramos niñas y que me llamabas por mi nombre de nacimiento? —Al ver que Ēnor se sonrojaba al recordar semejante descortesía, su sonrisa se ensanchó—. Ahora dime, ¿qué te preocupa?

Ēnor vaciló antes de contestar. Aunque sabía que Sarket no podía oírlas, bajó la voz.

¿Es posible que en un futuro sea su nasciare?

Selene pestañeó como si la idea no se le hubiera cruzado por la cabeza y se mantuvo callada por largo rato, analizando posibilidades. Entonces sacudió la cabeza. 

No lo había considerado… Es muy temprano para definirlo, y la verdad es que no lo traje aquí con esas intenciones. Algo está mal en él, aunque antes no sabía con exactitud qué.

¿Y ahora?

Akatta —respondió sin vacilación. Ēnor dio a entender con un gesto que no conocía dicha enfermedad—. Su alma es insuficiente para su cuerpo. Con el tiempo, sus órganos se han atrofiado y su crecimiento se ha estancado debido a la falta de energía vital. Apenas veo su aura titilar como una estrella a punto de apagarse.

»Es una enfermedad más bien rara, pero lo que me sorprende es el hecho de que su alma no se sienta pequeña, sino… incompleta, como si le hubieran arrancado un trozo. —Ēnor abrió los ojos de par en par—. Nunca había visto esa anomalía.

¿Y dicha… anomalía lo hace adecuado?

¿Quién sabe? —Selene lo miró de soslayo antes de volver a enfocarse en Ēnor—. Sus intentos son torpes, pero ha entendido la metodología más rápido de lo que esperaba. No obstante, está el asunto de la compatibilidad. Quizás debido a su anomalía no puedo ver su esencia, no conozco el núcleo de su alma, y sabes que…

—¡Ayuda!

Selene se giró justo a tiempo para ver que Sarket había creado una bola de fuego que estaba a punto de estallar. Él lo sabía, y en su pánico no pudo conjurar una imagen clara para evitarlo. La explosión lo mandó volando contra una pared de cristal. Selene alzó la mano para escudarse del calor y la presión. Luego, cuando supo que había cesado, se dirigió hacia Sarket, quien boqueaba como un pez fuera del agua.

—Respira hondo —le dijo con suavidad, dejando una de sus manos suspendida a varios centímetros del pecho de él. Sarket se forzó a inspirar suficiente aire para que su pecho tocara la mano de Selene—. Buen chico. Otra vez… Estás bien, ¿verdad? —Sarket asintió—. Ahora, Sarket, ¿te das cuenta de la estupidez que acabas de cometer?

—¿E-estás bien? —le preguntó entre jadeos. Cuando Selene le puso los lentes y vio que no tenía ni un rasguño, suspiró aliviado—. Yo… yo solo… 

—Tú solo decidiste experimentar con fuego y descubriste que es un elemento volátil. Y ahora tienes un montón de raspones y te has quedado sin cejas.

Se llevó una mano al rostro, horrorizado. No quería pasar las vacaciones sin cejas. ¡No vería el fin de las burlas!

—Sí tengo cejas —susurró al sentir el vello bajo sus dedos. La miró por un momento, encontrando un destello de malicia en sus ojos—. Eso fue cruel.

Selene se limitó a tomarlo del brazo para que le mostrara las quemaduras. Sarket sintió un pinchazo y vio, maravillado, que las heridas se cerraban como si nunca hubieran aparecido. 

—Reparar tejido orgánico es un arte que requiere una cantidad ingente de energía por más pequeño que sea el daño. Además, solo unos pocos tienen el talento y la sutileza para restaurar las funciones del organismo. Si esto fuera más grave, no sé si habría podido sanarlo. —Entrecerró los ojos, con lo que su mirada se tornó aún más aguda—. Sin mencionar que duele.

Selene se estaba tornando pálida, por lo que Sarket retiró el brazo para que no siguiera, pero ella insistió e incluso le hizo mostrarle el otro.

—Mis ancestros saldrían de sus tumbas y atormentarían mis sueños si te dejara salir herido de mi hogar —dijo, obstinada. De todos modos apretó un rasguño a modo de retribución, y el ardor hizo que Sarket siseara—. Agradezcamos que tengo esas paredes aislantes y que el aire esté hecho principalmente de nitrógeno —prosiguió con un conato de sonrisa—. Sabrán los dioses qué habría sido de mi casa si se te hubiera ocurrido aumentar la proporción de oxígeno. O de hidrógeno.

«Boom». El hidrógeno y el oxígeno eran inflamables. Lo había leído en los libros y vivido en carne propia cuando, hallándose bajo la tutela de un profesor de juicio cuestionable, inflaron unos globos con hidrógeno y los encendieron con fósforos. Se habían reído a carcajadas con las explosiones, sin lugar a dudas. Sin embargo, Sarket no estaba tan loco como para cambiar la composición del aire… adrede. 

—Lo siento —susurró con una expresión sombría. Selene se ablandó un poco—. No sabía que era tan peligroso. 

—No. —Sacudió la cabeza. Su voz era suave—. En parte es mi culpa. La magia es algo tan natural para mí que, a decir verdad, no sé cómo enseñarla. Fue irresponsable por mi parte dejarte hacer este ejercicio sin guiarte de manera adecuada. 

—Fue asombroso —replicó Sarket. No quería que se sintiera mal por un desliz—. Soy un completo novato y no tengo tu talento, pero puedo aprender a hacer al menos lo básico sin poner en peligro a nadie. 

Selene lo miró con total seriedad. Luego, asintió. 

—La próxima vez comenzaremos con meditación y ejercicios de concentración para evitar este tipo de accidentes... ¿Cómo te sientes? 

—Bien —respondió. 

Se miró donde las quemaduras habían chamuscado su piel, pero no había indicios de que hubiera habido una herida jamás: ni un tono sonrosado, ni una sensibilidad incómoda, ni cicatrices. Pensó por un momento que quizás su condición podría ser sanada mediante las artes arcanas, pero fue apenas una idea fugaz. Pese a que Selene intentaba ocultarlo, su respiración era agitada y estaba pálida como la cera. Sanar su condición era imposible para ella, y él no se atrevería a pedírselo aunque no fuera así. 

—Podría ser perjudicial para ti si continuamos. Hemos terminado por hoy. —Sarket se levantó y Selene hizo lo propio, aunque con mayor dificultad. Ēnor tuvo que ayudarla a erguirse. Sarket sintió tal vergüenza que se deshizo en disculpas, pero ella alzó una mano para acallarlo. Parecía ser la clase de persona que prefería morir a hachazos antes que admitir debilidad—. Puede que sientas efectos desagradables mañana al no estar acostumbrado a un exceso de prana. Vuelve el martes y podremos continuar. 

—Por supuesto —respondió él. Tuvo que morderse la lengua para no disculparse de nuevo—. Gracias por recibirme. Ha sido genial, de verdad.

Inclinó la cabeza en señal de respeto al salir. Selene devolvió el gesto con un asentimiento leve que Ēnor se vio forzada a imitar con mayor reverencia, no sin dejar de mirarlo con recelo. Sarket decidió que quizás le desagradaba porque lo veía como un problema, y al haber hecho estallar esa bola de fuego solo había confirmado sus sospechas. 

—Lo siento —le susurró cuando Selene se volteó para entrar a la casa. Le pareció que Ēnor suavizaba un poco su semblante antes de inclinar la cabeza de nuevo y cerrar la puerta. Sarket emprendió el camino calle abajo, rumbo a la siguiente parada de girobús. Se descubrió silbando una melodía animada. «Mira quién está de muy buen humor hoy», se dijo. Aún sentía la corriente de energía dentro de él, y aquello le generaba euforia y bienestar. 

Quizá por eso no apuró el paso. Quizá por eso se fijó en muchos detalles. Quizá por eso notó que la gente miraba el periódico con expresión sombría. Quizá por eso reparó en el título de la primera página. Sin importar las circunstancias fortuitas que le llevaron a examinar el periódico, definitivamente, fue la noticia en primera plana lo que lo hizo desvariar.

¡Mujer muere despedazada por un caníbal!

Sarket se dirigió al punto de venta más cercano. Leyó la primera página, que relataba el último día de la vida de Agna Vatdn y su asesinato a manos de Jorre Hans, un hombre joven que había desaparecido tras una noche de copas. Agna había dejado el trabajo a las nueve en punto, como de costumbre. Fue atacada por Hans en la maraña de callejuelas del distrito de Faderan, brutalmente golpeada, arañada y mordida hasta morir. Hans la arrastró de un brazo hasta un callejón más alejado, donde procedió a comérsela hasta que fue descubierto por unos niños. La policía lo abatió a tiros cuando hubo fracasado todo intento de apresarlo vivo.

Ese fue el primer asesinato inexplicable de Steinburg.

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