Capítulo 29
No supo cuánto tiempo pasó así, pero de un momento a otro se dio cuenta de que había dejado de nevar y el sol comenzaba a asomarse por la ventana. Faltaban apenas unas horas para que cayera la noche y no pudo sino pensar que incluso con el paisaje vestido de blanco, pronto la ciudad sería dominio de ellos. Los krossis.
Le sorprendió no sentir la más mínima aversión en ese momento. Debería odiarlos al punto de querer acabar con todos y cada uno de ellos de las maneras más atroces posibles. Quizás… quizás aún no podía aceptar lo que había ocurrido, que su mejor amigo estaba muerto y enterrado, y él ni siquiera había asistido a su funeral.
«Al menos debería ir a presentar mis respetos», se dijo. Sus piernas protestaron cuando se levantó, pero no esperó siquiera un segundo antes de dirigirse al vestíbulo. Como no vio al mayordomo, arrancó su abrigo del perchero y se puso unas botas cálidas e impermeables antes de salir. Tendría que caminar, puesto que las carreteras estaban cubiertas de hielo; no había nadie paleando la nieve ni despejando las avenidas; aquellas tareas habían sido relegadas al olvido tras la angustia del Nudiaderim.
Lo primero que descubrió fue que pululaban oficiales de policía por todas las esquinas y que eran pocos los civiles que transitaban por las calles. En cada pared vio carteles pegados que rezaban:
TOQUE DE QUEDA
Se prohíbe el tránsito de ciudadanos
después de las seis de la noche.
Los oficiales se reservan el derecho
de disparar a cualquier individuo
de apariencia sospechosa que
circule por las calles de noche.
NO SALGA DE NOCHE.
NO INSTIGUE EL DESORDEN.
NO ENTRE EN PÁNICO.
Sarket miró su reflejo cuando pasó frente al ventanal de una tienda. Con sus profundas ojeras, su mirada vacua y su barba de varios días parecía un individuo que cualquier policía consideraría un buen blanco. Pero estos se limitaban a ponerse firmes tan pronto como lo veían y a alzar el arma unos centímetros como medida preventiva. Quizás vacilaban porque, a pesar de su apariencia desgarbada, sus botas y su abrigo eran de buen cuero, detalles que ofrecían una imagen confusa. No obstante, debía darse prisa. No dudarían en absoluto si no regresaba a casa antes del toque de queda.
Llegó al distrito de Senthien. Más allá del promontorio, más allá del Jardín de los Placeres, había un pequeño templo cuya simplicidad contrastaba de forma abrupta con la majestuosidad del Panteón. Detrás se hallaba un pequeño cementerio de lápidas tan variadas como los habitantes del distrito. Ahí enterraban a los extranjeros, cuyos rituales no podían ser llevados a cabo en el Panteón.
Buscó entre las lápidas. Con todo cubierto de nieve, era imposible ver cuáles habían sido cavadas hacía unos días y cuáles hacía años, mas no tardó mucho en encontrar la de Will. Era una lápida blanca, rectangular, sin epitafios ni fechas. No supo cómo ni por qué… pero sabía que aquella era su tumba. Se acuclilló frente al lugar de descanso de su mejor amigo y comenzó a hablar.
—Hey, Will —dijo con una sonrisa. Will le había dicho que quería que su funeral fuera una fiesta y que la gente lo visitara con una botella de cerveza y una sonrisa, así que intentó cumplir al menos la primera parte—. Lo siento, viejo, olvidé la cerveza. Prometo traerte una mañana. Aún tiene que haber alguna licorería abierta en estas condiciones… Por cierto, las cosas están algo mal en este lado, no sé si lo sabes…
Cerró la boca y aguardó por minutos que se alargaron uno tras otro, a la espera de que el espíritu de Will saliera de detrás de un árbol y le echara en cara la ausencia del alcohol. Pero el cementerio permaneció en silencio y Sarket terminó con la cabeza hundida. Le estaba hablando a una lápida, a una roca dura y fría bajo la cual yacía un cuerpo que no era más que un recipiente de carne que no podía vivir sin un alma, sin el alma indicada. Will estaba muerto. Will estaba muerto por su culpa.
—¿Sarket?
Sarket salió de su ensimismamiento con un sobresalto. Un hombre alto, de espesa barba pelirroja, sujetaba el portón de hierro carcomido que daba entrada al cementerio. Se veía genuinamente sorprendido de verlo ahí. Se incorporó, sin atreverse a mirarlo a los ojos.
—Me alegro de que tus heridas no hayan sido de gravedad —dijo el señor Clarke, cerrando el portón tras de sí—. No deberías estar afuera con este tiempo.
—Estaré bien, señor, gracias —respondió, con la cabeza gacha—. Solo quise venir a presentar mis respetos.
El señor Clarke se acercó a la tumba de su hijo y sacó una botella de cerveza del abrigo. La abrió con un movimiento practicado y vertió el contenido sobre la lápida.
—Es una vieja costumbre bretona —explicó mientras el alcohol caía y se hacía espuma.
—Will me pidió que le trajera cerveza si moría antes que yo. No se me ocurrió que fuera una costumbre. — El señor Clarke no dijo nada. Cuando se hubo agotado la cerveza, dejó la botella al pie de la lápida. Sarket pensó que diría algo, pero los minutos se alargaron sin que hubiera entre ellos el más mínimo intercambio. «Él lo sabía»—. Señor, estaba con Will la noche del Nudiaderim.
—Sí, eso me dijo el enano, que iba a pasar el Nudiaderim contigo. Así son los hijos. —Resopló y lanzó una risita—. Se te cuelgan de las piernas cuando son niños y te apartan a empujones en su adolescencia.
Sarket se preguntó si estaba evitando el tema. ¿Acaso no sospechaba de él? ¿Del niño enfermizo que de alguna forma ahora se presentaba ante él prácticamente ileso, cuando su muchacho fuerte había muerto? Sarket hubiera preferido que lo mirara con suspicacia, con odio, de ser posible. Pero el señor Clarke se veía en absoluta calma mientras contemplaba la tumba de su hijo.
—Señor… —se forzó a decir. Su voz apenas pudo escapar del nudo que taponaba su garganta. ¿Por dónde empezar? ¿Qué debía decir? ¿Debía decir algo, cuando parecía aceptar la muerte de Will con tanta entereza? Aunque intentó hablar, no pudo formar una oración coherente—. Lo siento —dijo tras un sinfín de intentos abortados.
—¿Lo siento? —El señor Clarke se incorporó. En muchas cosas le recordaba a Will, como la forma en que las cejas se alzaban en su frente. En realidad no sospechaba nada. ¿Cómo hacerlo, si todo era tan irreal que no podía explicarlo con palabras?
—Esas cosas, los monstruos que aparecieron la noche del Nudiaderim, me estaban buscando a mí —confesó en un susurro vacilante—. Will estaba conmigo. Me ofrecieron dejar ir a Will a cambio de mi cooperación. Él no quería, pero dijo que buscaría ayuda. Se fue. Lo siguieron… —Tragó sonoramente—. Cuando intenté huir, lo trajeron y…
—No sigas —le interrumpió el señor Clarke. Su expresión apenas revelaba nada. Sarket se dio cuenta de lo estúpido que había sido. Era mil veces más fácil de aceptar que su hijo había tropezado y caído que concebir una muerte tan espantosa.
El señor Clarke no le recriminó nada.
—Sarket, eres un chico listo, o al menos eso me dijo Will. ¿Te das cuenta de lo estúpido que suena lo que acabas de decir? —Sarket alzó la cabeza e intentó decir algo, pero el señor Clarke no le dejó—. ¿Estás intentando decirme que esos monstruos te estaban buscando a ti, particularmente, y que en un intento de no involucrar a mi hijo le dijiste que se fuera? ¿Por eso murió?
—Si yo no hubiera… —comenzó a decir antes de ser interrumpido una vez más. El señor Clarke hizo una seña: alto. Volvió a ponerse en cuclillas frente a él.
—Si yo no hubiera hecho esto, si yo no hubiera hecho aquello... Si yo no hubiera traído a Will a Austreich, no habría muerto en el Nudiaderim. Entonces, lo habría visto morir de polio roja, tal como vi morir a mi esposa y a mis otros dos hijos. —Sus ojos, acentuados por el tinte oscuro del insomnio, se fijaron en él con firmeza—. La vida está repleta de caminos. Nadie sabe lo que hay más allá de lo que puedes ver o de lo que crees que puedes ver. A veces tropiezas, te caes, te pierdes. Lo importante es seguir caminando y recorrer el mejor camino posible para que, cuando llegues al final, te digas a ti mismo: reí, lloré, amé, perdí. Fue una buena vida.
Se puso en pie y se dio la vuelta. Sarket lo oyó respirar con fuerza; parecía estar intentando contener el llanto. Solo oírlo y ver sus hombros subiendo y bajando por el empuje de los sollozos hizo que Sarket llorara también. Pero el señor Clarke enseguida se limpió la cara con la manga de su abrigo, obstinado, y se giró para mirar la tumba de su hijo con una sonrisa.
—Límpiate la cara y sonríe —le dijo con voz queda, ronca, como si el aire no pudiera pasar con facilidad por su garganta—. Que es un insulto no mostrarse alegre cuando visitas la tumba de un bretón.
—No lo sabía —Sarket se pasó la tela del abrigo por la cara para limpiarse las lágrimas y los mocos. Respiró hondo varias veces e intentó llenarse la cabeza de recuerdos gratos. No dejó que el pensamiento de que su amigo había muerto los contaminara. Logró sonreír, aunque de manera mediocre, y ambos se quedaron así por largo rato, hablando con Will en privado. El señor Clarke se incorporó y Sarket hizo lo propio.
—Tu casa está algo lejos.
—Estaré bien, señor Clarke. Llegaré antes del toque de queda.
—Bueno… entonces, adiós. Cuídate, Sarket.
El señor Clarke lo abrazó. Era la primera vez que lo hacía, y llegó a creer que no era a él a quien estaba abrazando, sino a Will. Cuando lo dejó ir, su semblante era el de un hombre alicaído, perdido en un mundo interno que compartía con la familia que ya se había ido. «Qué difícil debe de ser mostrarse feliz ante la tumba de un hijo…», pensó, y otra vez le dieron ganas de llorar. En esta ocasión contuvo las lágrimas.
Emprendió el camino de regreso por las calles dormidas, silenciosas. La nieve había dejado de caer, pero por el cielo aún se extendían los jirones de tela blanca de las nubes, tan sólidos que eran idénticos a las colinas níveas del suelo.
—Debemos irnos de Steinburg —le dijo al aire, y comenzó a oír pasos tras él. Sabía quién era; lo había seguido desde que salió de casa. Y, si Selene estaba ahí, Ēnor también debía de estar cerca, con el arco tenso y la mirada fija en su cuello, por si acaso. No podía culparla si se le resbalaba la mano después de su comportamiento. Se lo tenía merecido.
—¿Irnos de Steinburg? —repitió Selene. No podía verle el rostro, pues caminaba detrás de él y no se atrevía a acercarse—. ¿Ahora, después de todo lo que ha pasado y en esta época del año?
—Sí.
—¿No te preocupa que…?
—¿Que lastimen a mi familia? No, en absoluto —respondió con calma—. Son seres racionales, solo entienden las emociones en su aspecto más básico. Cosas como la rabia, la humillación o la sed de venganza no están en su repertorio.
—Buscaron a Will.
—Solo para distraerme y evitar que escapáramos, no para cobrar venganza.
—Podrían secuestrar a algún miembro de tu familia. Los niños aún son pequeños y no les sería difícil. Tendrían una carnada que usar contra ti.
—Sus números son demasiado bajos en este momento como para que les resulte viable atacar de frente. Vi varios tiradores alrededor de la casa e imagino que de noche el número aumentará. Alden se habrá encargado de ello. Necesitan tiempo para recuperarse. Si cruzamos el mar ahora, optarán por seguirnos.
—¿Y qué ocurrirá si deciden quedarse?
—No pueden hacerlo. Esta ciudad no puede mantener un gran número de krossis por mucho tiempo. Solo se congregan cuando la presa vale la pena.
—Sarket. —Selene se detuvo y él hizo lo propio poco después. Se giró para verla—. ¿Cómo es que estás tan seguro?
Sarket lo consideró por un momento, pero no le dio importancia.
—Es una inferencia.
—¿Una inferencia? —El blanco inmaculado del invierno la hacía lucir aún más pálida. O quizás el color se le había ido del rostro por otro motivo— ¿Basada en qué?
—En su comportamiento. Y en la lógica. Estamos de acuerdo en que se alimentan de espíritus, ¿no? Entonces, ¿por qué se mantienen ocultos en zonas poco pobladas? ¿Por qué el perfil bajo?
—Porque de otro modo tendrían cientos de cañones buscándolos en la oscuridad.
—¿Y eso qué les importa, si pueden saltar a otro cuerpo en muy poco tiempo? —Selene entrecerró los ojos—. Necesitan no solo un nuevo cuerpo, sino también energía. Si la energía que obtienen de un espíritu es insuficiente o si una cantidad de esta se pierde mientras la consumen y la procesan, la conclusión lógica es que les resulta costoso saltar de un cuerpo a otro. Por eso se mantienen en perfil bajo, tomando solo lo necesario para subsistir.
—A menos que haya una presa que valga la pena…
—Correcto. —Volvieron a andar. Debían apresurarse si querían llegar antes de que cayera la noche—. Creo que te estuvieron buscando por todo el continente, dispersos y ocultos. Cuando supieron que estabas aquí, comenzaron a incrementar sus números en otras ciudades para que no sospecharas nada y que en Steinburg las actividades siguieran transcurriendo con normalidad. Imagino que descubrieron los círculos de dispersión y así supieron que te estabas refugiando aquí. Cuando saliste de la ciudad, algunos fueron detrás de ti y otros se quedaron y se dieron a la tarea de derribar la barrera para descubrir si había algo oculto, algo que te hiciera volver.
Permanecieron en silencio por largo rato, oyendo el ritmo de sus pisadas.
—¿Cómo supieron que eran círculos de dispersión? —preguntó Selene. Sarket emitió un sonido inquisitivo—. Nos atosigaron innumerables veces durante nuestro viaje al sur y nunca mostraron la capacidad de anticipar nuestros movimientos a tal escala… ni de entender la magia compleja. Pero en la noche del Nudiaderim, atacaron las barreras. Sabían cómo funcionaban. ¿De dónde sacaron ese conocimiento?
—No lo sé. —Miró hacia arriba de la forma en que algunos miran al cielo en espera de una respuesta divina.
—Se están haciendo más listos. ¿Por qué ahora, después de tantas vidas de perseguirme y mostrar el mismo comportamiento? —Sarket siguió avanzando—. ¿Y si no comen solo para subsistir, sino también para mejorar su especie? Si ese es el caso… deben de haber encontrado otra presa en este continente, una de la que no tenían conocimiento, porque nunca antes habían estado aquí. Debieron tomarlo por sorpresa. —Sarket se estremeció solo de pensarlo.
—¿Aún hay moradores del cielo tan al sur?
—Unos pocos. El rey del cielo del sur habita aquí. Él sería una posibilidad. Tengo que volver al graeth para obtener más información. Si hay algún morador del cielo que no conteste a mi llamado, es posible que lo hayan atrapado. —Lanzó un suspiro tan largo que le hizo pensar que su expresión debía de ser del más absoluto dolor, pero Sarket no se volvió para mirarla—. Volviendo al tema de los engendros, ¿recuerdas cómo se comportaban?
—¿Te refieres a su sincronización? Sí. —Aquello llevaba tiempo molestándole—. Al principio creí que lo hacían con infrasonidos, pero la forma en que hablaron todos al mismo tiempo… ¿Has leído La colmena?
—¿De Pratcher? La he leído. ¿Estás pensando que tienen una mente colectiva y que comparten todo, desde recursos hasta la identidad? —Sarket asintió—. Si extendemos el concepto y suponemos que cada espíritu que consumen se divide equitativamente entre todos, tu propuesta cobra más fuerza. Mantendrán sus números bajos a menos que la presa valga la pena, por lo cual será prudente irnos tan pronto como sea posible e intentar perderlos de vista.
—En esa novela había un centro, un núcleo que controlaba a los demás...
—La Abominación. —Sarket la miró por fin, esta vez con extrañeza. Caminaba más cerca de él, aunque aún no estaba a su alcance—. Esa cosa come dioses, y los pequeños también lo hacen. El hecho de que hayan aparecido después del Cataclismo y de que yo no pueda verlos a pesar de tener un cuerpo humano no parece una coincidencia.
Sarket comprendió entonces que los krossis eran invisibles para Selene no porque no tuviera miedos, sino porque ese era su miedo: no poder ver, no saber dónde estaban. Quizás el miedo de él, tan abstracto que sería imposible plasmarlo en una imagen, obligaba a su cerebro a interpretar la visión de aquellas criaturas de una forma generalizada, como huargos o perros.
«Los perros de Kukorián», pensó en un momento de iluminación súbita, y sobre su rostro se extendió una sonrisa amarga al comprender que, de hecho, la imagen era acertada.
—Si la Abominación es el núcleo… ¿crees que la están alimentando? —Selene respondió con un rotundo «sí»—. Entonces, los devolveremos al agujero del que salieron. A cada uno de ellos. —Apuró el paso—. Iré a hablar con mi hermano de inmediato para comenzar los preparativos del viaje.
No intercambiaron palabra por el resto del camino.
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