Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 20

El mayordomo tocó su puerta mientras Sarket estudiaba los coeficientes de transmutación de los metales. Selene no habría aprobado tal cosa de saberlo, pues prefería el aprendizaje abstracto a la memorización, pero Sarket esperaba que ver un montón de números lo iluminara de alguna forma. 

—Joven Sarket, el joven William quiere hablar con usted.

—¿Por teléfono?

—No. Lo espera en la sala.

—Gracias, Ficks. —Se incorporó, olvidándose de cerrar el libro y devolverlo a su sitio. Le había colocado otra cubierta para tapar el título grabado en letras doradas y envejecidas: Principios rudimentarios del arte de la transmutación—. Enseguida voy.

El mayordomo hizo una reverencia y se retiró a seguir con sus quehaceres. Sarket, por su lado, se dirigió al vestíbulo y ahí giró a la derecha para entrar en una sala lateral donde usualmente aguardaban los invitados. Will esbozó una sonrisa de diablo tan pronto como lo vio.

—Por esa cara, veo que tu novia te mantiene feliz —dijo, haciendo hincapié en «feliz», de tal modo que no quedó duda de a qué se refería. Sarket tardó en contestar, aunque no fue por pudor. Con Will se deshacía de casi toda rigidez.

—Me hace feliz, pero no en el sentido que crees.

—¿Y me puedes explicar qué haces tanto tiempo encerrado en casa de una beldad accadia si no ocurre lo que pienso?

—Pues practicamos accadio.

—¿El accadio? —prorrumpió con una exuberante carcajada y una serie de señas rápidas—. ¿Qué posición es esa?

Sarket no pudo sino unírsele, aunque se contuvo tras un instante. 

—Vamos, no seas tan seco —dijo Will con su semblante despreocupado—. Te tengo que sacar de la casa de esa chica, o no sé qué podría pasarte. Demasiada compañía femenina hace mal. Así que… —Extrajo un sobre del bolsillo interno de su blazer y de ahí sacó cuatro billetes para un partido de ewein—. Nos vamos a tomar un café y luego a ver el juego amistoso entre los Diablos Rojos y los Leones, ¿qué te parece?

—Por todos los dioses, claro que sí —respondió Sarket. De pronto, se percató de la poca atención que le había estado prestando a todo aquello con lo que antes se había obsesionado. Ya no leía las nuevas publicaciones de Aeronáutica Moderna ni anotaba en su calendario los partidos de ewein. Y era bochornoso admitirlo, pero también había descuidado a sus amigos. 

«¿Estará bien tomarme un día de descanso?», se preguntó, y de inmediato llegó a la conclusión de que Selene, lejos de molestarse, alentaría que lo hiciera. Varias veces había sugerido que se quedara en casa para descansar y Sarket se había negado con obstinación inamovible. Decidió escribirle una breve nota explicando que saldría con los chicos y disculpándose por las molestias. Ella entendería.

Los gemelos no tardaron en bajar y los cuatro salieron a las calles de piedra, llenas de hojas amarillas, rojas, naranjas y pardas. El viento, repleto de toda clase de aromas atrayentes, las arrastraba y las hacía danzar en pequeños torbellinos. Los niños las perseguían entre risas y gritos, portando palos que hacían de espadas contra hojas que no eran hojas, sino ejércitos de monstruos que enseñaban los dientes ante los valerosos héroes.

Los chicos se instalaron en una mesa de un café cercano que en ese momento apenas tenía un puñado de clientes; de a ratos prorrumpían en estruendosas carcajadas. Sarket se dio cuenta de lo mucho que había extrañado eso, reír con tal fuerza que le dolieran los costados y poder hablar de cualquier cosa por más estúpida que fuera.

—Bueno, estaba el profesor Vaunt dando su clase de Biología y explicando los genes recesivos —dijo Emmerich, y su hermano tuvo que aguantarse la risa—. Por poner un ejemplo, dijo que los ojos marrones son dominantes sobre los ojos azules, así que dos padres de ojos marrones pueden tener hijos de ojos azules si son heterocigotos, pero como la gente de ojos azules son solo homocigotos, solo pueden tener hijos de ojos azules…

—A menos que se casen con alguien de ojos marrones —apostilló Diatrev.

—Claro, claro. 

Pues bueno, este chico, Arden, (creo que les hemos hablado de él), alza la mano y dice que eso no es cierto, que sus padres son de ojos azules y él tiene los ojos marrones. Y el salón entero se queda en silencio. —Diatrev imitó la expresión del profesor, de duda y de pasmo—. Y entonces Sasha, que desde que Arden le montó los cuernos le tiene una rabia de mil demonios, se levanta y grita: «¡Parece que a tu madre la visitó el lechero!».

El falsete y las expresiones fueron más de lo que Sarket pudo soportar. Se echó a reír de tal forma que si reírse de las desgracias ajenas fuera un pecado y si existiera un infierno, él habría caído en el mismísimo centro. 

—El daño que hace la ciencia... —exclamó Will cuando retomó el control de sí mismo—. Por eso me voy a hacer diplomático.

—Ajá, porque los diplomáticos son casi tan buenos como los abogados y los políticos.

—Más daño hace un ingeniero aeronáutico de pacotilla.

—Ya me verás en los periódicos más importantes — dijo Sarket con una expresión de desdén fingido. 

—Sí, el día que consigas hacer volar un aeroplano de papel.

Sarket lanzó otra carcajada y golpeó la mesa. Era cierto: aunque había diseñado una turbina que podría revolucionar el mundo de la aeronáutica, sus aviones de papel apenas volaban. 

Pasaron casi una hora ahí, hablando de anécdotas varias y riendo a grandes carcajadas, hasta que se hizo la hora de emprender camino hacia el estadio. Pagaron la cuenta y se alejaron calle abajo, hacia la siguiente parada de girobús. Sarket no supo por qué, pero giró la cabeza y vio a un hombre que, por algún motivo que no llegó a entender, le llamó la atención. Llevaba las manos en los bolsillos como muchos trabajadores al caminar tras una larga jornada. Sin embargo, sus ropas, de buena calidad y limpias, indicaban que no era ningún obrero. Llevaba una cadena de oro con un dije espiral, prueba de que era un servidor de Lakge.

Quizás lo que le llamó la atención fue que caminaba con la cabeza gacha pese a que tenía una complexión imponente y que su sombrero le tapaba los ojos. Lo que podía ver de su rostro correspondía con una mueca de dolor. «Como si la luz del sol lo lastimara», se dijo. Al recordar lo dolorosa que le había resultado la luz cuando despertó con resaca, pensó que el hombre debía de estar pasando por la misma experiencia. Pero no. «Algo está mal».

El sujeto cruzó la calle sin mirar a los lados, con la suerte de que el semáforo estaba en rojo. Se acercó a ellos por la acera, ajeno a los correteos de los niños y a las llamadas de atención de sus madres, a las chácharas de las ancianas y a los gritos de los mercaderes. Él no reparaba en nadie y nadie más reparaba en él. De hecho, solo Sarket había notado su presencia. Los gemelos y Will seguían esperando a que llegara el girobús; sus voces y risas habían adquirido una cualidad etérea, como si estuvieran bajo el agua. 

El hombre se detuvo a escasos dos metros de ellos. Comenzó a bambolearse, no de una forma violenta inducida por la embriaguez, sino con suavidad, como una brizna de hierba agitada por la brisa. Su mueca de dolor desapareció poco a poco, y alzó la cabeza, despacio. Su expresión era de la paz más pura.

Hasta que vio a Sarket.

Se abalanzó sobre él con el ímpetu de un toro. Sarket, que al menos estaba prevenido de su presencia, reaccionó por instinto y le golpeó en la oreja con la palma abierta y ahuecada. El impacto fue tal que estuvo seguro de haberle roto el tímpano. El hombre se desorientó, pero la distancia entre ellos había sido muy corta y la fuerza de la embestida, excesiva. Chocaron como imanes de polaridad opuesta y Sarket cayó al suelo. Se golpeó la cabeza, con lo que quedó tan desorientado como su oponente. Entonces, oyó gritos de alarma y el peso que lo estaba sofocando desapareció.

Pestañeó. El mundo de lejanías borrosas le indicó que había perdido los lentes, pero no tenía tiempo para buscarlos. Se incorporó como pudo. Vio que el tipo seguía en el suelo, debatiéndose con una violencia sobrehumana. Tenía a Will sobre la espalda, con ambas manos afincadas sobre la nuca, manteniéndola contra el piso, y a los gemelos agarrándole los brazos y los costados, y aun así hallaba fuerzas para levantar su cuerpo. Su voz era un gruñido bajo que se rompía en alaridos que ningún ser humano podría emitir. 

Sarket se adelantó y empujó la cabeza del hombre contra el suelo. Este lanzó dentelladas y arañó la piedra hasta sangrar, pero con la cabeza asegurada no podía mover tanto el cuello y Will lo asió con más firmeza. Miró a su alrededor. La mayoría de la gente observaba estupefacta, o eso parecía. Los ojos de Sarket distinguieron la figura de un chico.

—¡Tú! —El chico se sobresaltó—. ¡Policía…! Busca a la… ¡Mierda! ¡Busca a la policía!

El muchacho salió disparado calle abajo y con eso se desató el pánico. Sarket no estaba seguro de si alertaría a la Policía o si alguien más de los que huían se dignaría a hacerlo. La cabeza le palpitaba. Notó que el agarre de los demás se hacía cada vez más débil. El hombre, por el contrario, se debatía con más fuerza, y el hecho de que hubiera comenzado a sudar como un cerdo hacía que fuera más difícil contenerlo.

—¡Will, muévete!

—¿Qué?

—¡Que te muevas! ¡Hacia atrás! 

—¡Estás loco! ¡¿Qué vas a hacer?!

Sarket no estaba muy seguro. Barajaba las posibilidades, indeciso; no confiaba en su propia habilidad. Pero ¡qué rayos! Si seguían así, el tipo se iba a zafar. El riesgo de actuar era el mismo que el de no hacerlo, y Sarket, que no estaría tranquilo a menos que llegara todo el maldito cuerpo policial a la escena, prefería actuar. 

Will retrocedió en su espalda, permitiéndole más espacio para moverse. Sarket descartó la idea de hacerle una llave para impedirle respirar; el hombre le arrancaría el brazo a mordiscos si no era lo suficientemente rápido. Pero al ver que conseguía incorporarse lo suficiente para exponer buena parte del cuello, se decidió. Lo agarró por el pelo, le alzó la cabeza y, con el canto de la otra mano, golpeó justo debajo de la oreja. Los ojos del hombre se dirigieron hacia arriba y, por un momento, a Sarket le pareció aún más espantoso; con los ojos en blanco y el rostro contraído de rabia, parecía un espectro vengativo. Entonces se desplomó. Ellos, sin embargo, no lo dejaron ir.

—¿Qué… qué le hiciste? —preguntó Diatrev, rojo y sudoroso debido al forcejeo. Sarket entendió por su voz que no solo estaba cansado, sino también asustado. ¿Qué había hecho Sarket para que el hombre, que había estado luchando con un frenesí incontrolable, dejara de moverse como un muñeco sin cuerda?

—Lo golpeé en el nervio v-vago —respondió entre jadeos. Él también estaba asustado. Quizás lo había golpeado con demasiada fuerza y lo había matado. Ēnor le había advertido que tuviera mucho cuidado con ese punto de presión, ya que podía provocar la muerte. Pero respiraba y tenía pulso. Solo estaba inconsciente—. Lo leí en un libro —dijo para justificarse, pues lo miraban con cierta sorpresa y hasta sospecha—. Para que vean el mal que hace la ciencia… Sigan alerta, que quizá vuelva a despertar pronto. No se muevan de donde están. 

Sarket entendió en ese momento que era uno de ellos, de la gente que portaba esa enfermedad extraña, o tenía esa droga en la sangre, o veneraba a un dios sanguinario. «Y lo tenemos… A uno de ellos. Vivo», pensó. Quizás ahora el equipo de investigadores que trabajaban en los casos pudieran hallar el motivo de dicho comportamiento. Quizás pudieran encontrarle algo de sentido al asunto. No pudo evitar sentir un deje de satisfacción e incluso de alivio prematuro. 

Estudió entonces el rostro del hombre: ahora que había abandonado la máscara de la ira, parecía un sujeto normal. Al verlo le recorrió una sensación extraña, similar a un escalofrío, y no se pudo sacudir el pensamiento de que ya lo conocía. No sabía de dónde, pero lo conocía. 

De pronto, su mente hizo una conexión. Noches atrás, no sabía cuántas, había soñado con él, con él siendo perseguido por una bestia de sonrisa abominable y ojos violáceos. Forzó su mente a recordar y, si bien el alcohol borraba o diluía muchas cosas, estaba rotundamente seguro de que era él. 

Sus neuronas siguieron disparándose, enviando información de un lado a otro a un ritmo que no hacía sino crecer en progresión geométrica. «¿Y qué fue de los demás?», pensó con los ojos convertidos en círculos perfectos. No había visto las fotografías de los asesinos, pues provenían de distritos pobres y, para cuando llegaba la policía, ya estaban tan desfigurados que eran irreconocibles. Pero ¿y si había soñado con ellos? Entonces, ¿sus trastornos también se daban después de que él soñara con ellos? ¿Acaso los sueños le advertían de una transformación inexplicable tras un ataque a manos de un ente demasiado vil para ser producto de la imaginación humana? ¿Los monstruos que veía en sueños eran una advertencia en sentido figurativo? ¿O eran reales?

—Sarket, ¿qué te pasa? —preguntó Will al ver su expresión de pasmo—. ¿Te sientes bien?

—Sí… sí. Estoy bien.

El sujeto comenzaba a despertar. Todos se tensaron al mismo tiempo, pero la hostilidad que esperaban nunca llegó: el tímpano perforado y el golpe al nervio vago lo tenían tan desorientado que apenas tenía una fracción de la fuerza de un niño de diez años. A lo lejos se oyó un coro de sirenas y poco después vieron tres patrullas. Era lo más hermoso que jamás habían tenido la oportunidad de presenciar. Aparcaron en la acera y saltaron de sus vehículos con las armas en alto, asumiendo de inmediato una formación estratégica. Se veían sorprendidos, pero actuaron con rapidez. Dos apartaron a los chicos y esposaron las manos del sujeto mientras otros dos le colocaban grilletes; tanto las esposas como los grilletes estaban unidos a la cintura con una cadena, por lo que el movimiento quedaba seriamente restringido. 

—Cuidado, que muerde —dijo Will a los oficiales, y uno de ellos se les acercó.

—Deben acompañarnos a la estación.

—¿Qué? —dijeron todos al unísono. 

—Es por el protocolo de seguridad. Aún no conocemos la causa exacta, así que deben ser sometidos a exámenes.

Sarket entendía muy bien a lo que se refería, pero no tenía tiempo para ir a un sitio donde lo interrogarían y lo tendrían bajo observación por días o incluso semanas. Le preocupaban sus pesadillas y su correlación con los asesinatos, y sabía, por intuición, que los investigadores no podrían ayudarlo. Si les contaba que posiblemente había soñado con cada victimario antes de que cometiera un asesinato y además revelaba la cualidad de dichos sueños, lo más probable era que lo encerraran por más tiempo del que tenía un hombre para vivir, en una habitación acolchada y con una camisa de fuerza.

Mientras Sarket cavilaba, Will se adelantó. Sarket observó su postura y supo que intentaría negociar, salir de aquella situación de alguna forma, convencerlo de que los dejaran ir. No tuvo éxito, aunque Will no lo habría intentado si no hubiera sabido, gracias a su habilidad de leer a la gente, que tenía la posibilidad de inclinar la balanza a su favor. 

Confió en su intuición y decidió usar otra herramienta, una que nunca había empleado pero cuyo principio conocía demasiado bien. Si sugestión se fundamentaba en creer ciegamente en algo que no era real, era tan fácil como tocar la guitarra o hablar al revés. «Vacía tu mente, expulsa la duda… Ahí está».

—Tiene razón, oficial —dijo Sarket, y su cuerpo adquirió una postura sumisa. Suavizó su expresión hasta que no quedó siquiera un deje de resistencia—. No tenemos más opción que acompañarlo, por la seguridad de los demás. Agradezco mucho su arduo trabajo. —Le ofreció la mano y el oficial se la estrechó en un acto reflejo. Notó que estaba sudada. Sarket supo entonces que era seguro presionar. Aún era joven y, aunque su uniforme estaba pulcro, se veía inseguro. Los demás también. «A todos los acaban de arrancar del manzano»—. Mi nombre es Brandt. Sarket Brandt.

Sarket se aseguró de extender un poco la segunda parte de su apellido, de convertirla en una exhalación abierta cortada por una leve vibración, y luego, por el cese absoluto del paso del aire. El oficial abrió mucho los ojos y Sarket advirtió un temblor breve que denotó su sorpresa. Era seguro usar sugestión en él. Más que seguro.

—¿Señor Sarket Brandt? —repitió el apellido de la misma forma en que él lo había enunciado, pero con temor. Por supuesto, él era un chico nuevo en la cuadra, mientras que Sarket pertenecía a una familia noble. Su inseguridad se multiplicó por mil y Sarket sacó provecho de ello.

—Por favor, solo Sarket está bien. ¿Cuál es el suyo?

—Alfons Bauer, señor. A su servicio. 

Sarket asintió y retiró la mano. Vio por el rabillo del ojo que estaban levantando al sujeto para meterlo a la parte de atrás de un coche patrulla, mas no rompió el contacto visual con Bauer.

—Deben inmovilizarle el cuello de algún modo y sellarle la boca. Intentó mordernos en varias ocasiones. 

—¿Está usted bien? —No le pasó desapercibido que no lo estuviera tuteando, pero no insistió en que lo hiciera. 

—Estamos todos bien, muchísimas gracias por preguntar. —Bauer se relajó un poco, aunque se mantenía firme. «No quiere darme una mala impresión ni causarme inconvenientes; tampoco quiere arriesgarse»—. Pues bien, vayamos a la estación. Lo más probable es que en este momento mi hermano, Alden, esté por llegar a casa, y quizás le moleste un poco tener que volver a salir cuando sería mucho más fácil para él esperarme en su despacho. —El pobre hombre apretó la mandíbula y sus cejas se fruncieron un poco. Aunque Sarket no podía verle las manos, pues las mantenía a sus espaldas, sabía que estaba apretando los dedos—. A él le gusta ser el primero en recibir la información, pero qué se le va a hacer... Los protocolos fueron diseñados por nuestra seguridad.

—Bueno…

—¿Sí? —Sarket esperó por un momento, sin dejar de mirarlo.

—En realidad…, nos informaron que ya es seguro… que no se trata de una enfermedad transmisible a través del contacto físico…

—¡Espléndido! —exclamó Sarket. No olvidó añadirle una sonrisa a su rostro, una sonrisa de la que nadie sospecharía—. ¿Eso quiere decir, tal vez, que es seguro que seamos interrogados y examinados en nuestras propias casas?

—A d-decir verdad, no estoy seguro, señor…

—Sería mucho más cómodo hacerlo de ese modo. Especialmente para Alden.

El nombre fue lo que terminó por quebrarlo de manera definitiva. Bauer asintió y agachó la cabeza. Sarket entendió que aún tenía miedo, pues estaba entre la espada y la pared: si seguía el protocolo, podría enfrentarse a la ira de Alden Brandt y perder su trabajo; si no lo seguía, su jefe podría pensar que era un incompetente del que no se podía depender para nada y de igual modo perdería su trabajo. Sarket no tendría que preocuparse por pasar hambre en su vida, pero entendía que la situación económica no era favorable y se sentía mal por haber recurrido a un truco tan sucio.

—Sí, por supuesto. 

—Muchísimas gracias, oficial Bauer. —Le sonrió—. Estoy seguro de que mi hermano lo apreciará. Nos aseguraremos de que su jefe sepa de estas circunstancias, que son un poco extrañas. Sé que lo entenderá y le estará agradecido por evitar una confrontación. Ha de saber que mi hermano tiene un carácter un poco fuerte.

Aquello hizo que Bauer se sintiera mucho mejor. Por lo menos dejó de verse tan alicaído.

—Muchísimas gracias, señor. —Entonces miró a los cuatro chicos, tres de los cuales estaban boquiabiertos por algún motivo—. Permítanme escoltarlos a la Casa Brandt.

—No quisiéramos importunar, y nos preocupa que pudiera haber otro caso como este en la zona. En este momento, necesitamos a todos los oficiales de policía en las calles.

—Por favor, señor, insisto.

Sarket no quería aceptar, pero era algo que haría que Bauer se sintiera mejor, por lo que cedió. Ya había jodido bastante el cerebro del pobre hombre

--------------------------

Actualizo esta novela dos veces por semana: martes y viernes. Si te gusta, por favor vota por ella y compártela con otras personas. Si quieres apoyarme económicamente, puedes hacerlo comprando mi libro en Amazon (haz clic «Vínculo Externo» en la barra lateral para acceder a la página).

¡Gracias por leer!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro