Capítulo 19
Lo despertó un golpe sordo que se le hizo muy parecido a un disparo de cañón cuyo bramido rebotaba contra las paredes. Se sentó de repente, alarmado y haciendo muecas porque su cabeza palpitaba dolorosamente y la luz que se colaba por la ventana lo cegaba. Otra vez oyó ese golpe. Era solo un sirviente tocando la puerta para despertarlo.
—Estoy despierto —dijo con voz rasposa.
Se sentó al borde de la cama con la cabeza entre las manos. El zumbar de sus oídos lo estaba volviendo loco y su cerebro pugnaba por partirle el cráneo con cada latido del corazón. Lo peor del caso era que no sabía con exactitud por qué se encontraba en tal estado. Intentó recordar lo ocurrido el día anterior. Recordaba la historia de Selene, que realmente era Fraer, la resurrección, beber de una botella verde... y hasta ahí.
«Dioses misericordiosos —se dijo a la vez que emitía un gemido—, ¿por qué se emborracha la gente?».
Lo que más necesitaba era despejarse antes de bajar a desayunar para lucir lo más normal posible. Se dio una ducha de agua fría que poco sirvió para reducir su dolor de cabeza, se arregló y comenzó a preparar su maletín. Encontró una nota en el escritorio:
«Bebe tanta agua como puedas, el dolor de cabeza se debe a la deshidratación producida por el alcohol. Te cambié la ropa. Tu billetera está debajo de la almohada.
Enor».
Su cara se puso caliente. ¡No volvería a tomar alcohol en su vida, se lo pidiera un mortal o un dios! «Al menos Selene está igual que yo», se dijo mientras bebía agua del grifo. A diferencia de la ducha, aquello lo hizo sentir mucho mejor, pues alivió una resequedad que al principio ni siquiera había notado. La luz y el sonido seguían molestándole, sin embargo. Rogó por que Hans no dejara caer ningún cubierto. Luego rogó por que Ava no sospechara nada. O peor, Alden.
Intentó comer con normalidad, aunque su estómago estaba revuelto y amenazaba con devolver todo. Creyó haber logrado ocultar su resaca, pero cuando Sarket se levantó de la mesa, Alden le lanzó una mirada de «hablamos más tarde» y se resignó al regaño. Había tomado dos días seguidos, se lo tenía merecido.
No le fue muy bien por la mañana. Había bebido tanta agua que le dieron ganas de orinar camino a la academia y llegó dos minutos tarde a clase. El profesor Waetcher no podía quitarle más puntos y, de todos modos, ya no importaba en absoluto, pues tenía que prepararse para la ceremonia de vinculación. El aspecto mental no le preocupaba tanto como el físico. Era necesario que su cuerpo estuviera en un estado de forma aceptable o Selene le freiría el sistema pránico.
Por ese motivo y porque no tenía muchas ganas de que el profesor de Cálculo III le escupiera encima se saltó la segunda clase. Quería observar a los atletas ejercitándose en los campos de entrenamiento ocultos tras las gradas. Luego se escabulló y sacó un libro de educación física de la biblioteca. Se mostró alegre durante el receso a pesar del fulgor del sol. Le contó a Will que Selene y él ya volvían a hablarse y este le invitó a unos tragos. Él solo arrugó la cara. Beber tres días seguidos ya sería una desvergüenza.
Salió disparado a casa. Su dolor de cabeza era casi inexistente, pero la luz seguía molestándolo y lo que más quería era tirarse en la cama cuan largo era y dormir. Se encontró con que Alden había regresado temprano, para su desgracia. No lo regañó, sino que se dedicó a lanzarle miradas de decepción extrema y un escueto «modérate», algo que le hizo reafirmar su decisión de no volver a beber. A veces, una mirada elocuente vale más que mil palabras.
Después de una siesta, echó un ojo al libro de educación física. Lo había escogido porque los ejercicios planteados no requerían pesas ni máquinas, solo el peso del cuerpo. Estaba lleno de ilustraciones de tipos musculosos haciendo sentadillas, estocadas, abdominales y flexiones, con dos manos o con una sola. Sabía que no podría hacer todo eso, pero lo que le importaba era que con paciencia y dedicación lograría fortalecerse. «Paciencia y dedicación… Paciencia».
Se pasó el resto de la noche preguntándose si Selene no podría sencillamente inflarle los músculos. No le dio tiempo de preguntárselo porque a la mañana siguiente le dijo que accedía a enseñarle senra’dei.
—¿En serio? ¿Me vas a enseñar senra’dei?
—Oh, yo no, Ēnor.
A Sarket se le cayó el alma a los pies. Ēnor se limitó a suspirar con resignación, como si ya supiera aquello pero aún tuviera esperanzas de que no fuera a ocurrir.
—¿Ēnor? —repitió Sarket con voz aguda.
—Sí. —Selene asintió, ajena a sus preocupaciones—. El aprendizaje de las artes marciales es relativamente mecánico y no es tan intuitivo como las artes arcanas en general, por lo que yo no sería buena maestra. Solo lo he dominado porque aprendo mucho más rápido, y no tuve que esforzarme mucho. Ēnor, en cambio, tuvo que apañárselas y trabajar duro, entrenar día y noche y vivir el estilo de vida de los monjes. Se ganó su habilidad con esfuerzo. Además, es mejor que yo.
Él forzó una sonrisa. Aquellas eran buenas razones y Ēnor no podía matarlo a golpes. No si su mayor deseo era garantizar la vida de Selene. Quizá su desagrado hacia él fuera producto de su imaginación. Tal vez solo era así, antipática.
Selene los dejó solos en la sala central con el pretexto de que todavía le dolía la cabeza. Sarket miraba al piso.
—No has hecho ejercicio en tu vida, ¿verdad? —le preguntó ella en un tono neutral.
—No, nunca. Iba a empezar esta tarde después de entrenar con Selene. Saqué un libro de la biblioteca.
—¿Lo tienes contigo? —El chico asintió—. Déjame verlo.
Ēnor hojeó el libro con ojo crítico. Él no creía que lo viera mal; si Ēnor y Selene se habían conocido en un monasterio, apreciaban la calistenia. Los monjes debían subir y bajar la montaña todos los días, estirar sus cuerpos con posturas complejas y fortalecer los diferentes grupos musculares con ejercicios exigentes, todo de forma precisa y grácil. Los accadios veían el senra’dei como una forma de armonizar el cuerpo con el espíritu, el camino para alcanzar la paz interna.
Pese a que Sarket veía irónico que la forma de llegar a la paz interna fuera mediante instrucción en la violencia, no pensaba siquiera mencionar el tema. El senra’dei era genial.
—Estos ejercicios no están mal, aunque solo fortalecen los grupos musculares principales. Eres libre de hacer esto en casa para complementar, pero lo mejor será que sigas los jiria.
Sarket no tenía la más mínima idea de lo que era un «jiria». No preguntó; Ēnor se había lanzado a enseñarle ejercicios nuevos y le instaba a imitarla.
Pasaron unos veinte minutos y ya estaba exhausto. Ēnor apenas estaba comenzando. Le enseñó el jiria más básico, llamado «transición». Resultó ser que los jiria eran secuencias de movimientos que, por su carácter repetitivo, fortalecían el cuerpo y promovían la memoria muscular.
Pensó que parecía fácil al tratarse de movimientos tan lentos, pero comprobó que justamente ese detalle lo hacía difícil, pues era necesario mantener cada postura por más tiempo. Tras unas pocas repeticiones, sus músculos, doloridos, imploraban reposo. Sin embargo, no se permitió verbalizar ese deseo. Sería vergonzoso, especialmente con la mujer que le había cambiado la ropa estando borracho.
Ēnor se detuvo de repente.
—Lo estás haciendo mal.
—¿Eh? —Se detuvo él también—. ¿Qué estoy haciendo mal?
La patada fue tan súbita que ni siquiera la vio venir. Le siguió un ramalazo en el costado que le forzó a combarse a un lado. De pronto se encontró en el suelo hecho un ovillo, sin emitir más sonido que el de su propia respiración desbocada. La figura de Ēnor, una silueta brumosa recortada contra las luces del techo, se inclinó sobre él.
—Todo —le respondió—. Tu postura, tus movimientos, tu atención. Tus ojos denotan que estás en otro lado. —Sacudió la cabeza. Sarket notó su desaprobación—. De otro modo, habrías notado que este jiria enseña los desplazamientos y posturas básicas, y al menos habrías tenido la oportunidad de evitarme. Ahora dime, ¿estás aquí o estamos perdiendo el tiempo?
—Estoy aquí —respondió con voz firme.
—Entonces levántate y hagamóslo veinte veces más. Concéntrate. Y dobla más las rodillas.
Sarket se incorporó con la mayor celeridad que pudo y sin dejar escapar siquiera un quejido para no dejar en evidencia su dolor. Imitó su postura, poniendo mucha atención en los ángulos de cada una de sus articulaciones y la distancia entre cada movimiento. A diferencia de los muchachos normales, Sarket se había criado de tal forma que el aprendizaje motriz se le dificultaba debido a que nunca le había estado permitido practicar los juegos de niños que mejoran la coordinación. Era sumamente torpe.
—Demasiado mecánico —dijo Ēnor al cabo de un rato—. Debes ser ligero como el viento, raudo como el agua. Y dobla más las rodillas.
Sarket asentía con cada una de sus críticas. Recibió un par de golpes más esa misma tarde, más suaves que el primero, aunque de igual forma cayó al suelo. «Si la entrenaron así, con razón está tan amargada», se dijo, pero no dejó que su mirada proyectara el pensamiento; Ēnor lo mataría.
Así fue como se sumergió en una rutina extenuante de forma obsesiva. Se levantaba temprano para hacer los jiria que Ēnor le iba enseñando y para ejercitarse por su cuenta. Luego se daba una ducha, comía como un perro famélico y salía a la academia. En clase repasaba lo que aprendía de Selene, quien empezaba a prepararlo para la hechicería compleja; recitaba mentalmente los procedimientos y remembraba la forma en que su alma vibraba en sintonía con la materia para afianzar sus conocimientos. Volvía a casa, pasaba un rato con los niños y les tocaba la guitarra. Adelantaba sus deberes escolares y luego salía directo a casa de Selene, donde pasaba al menos cinco horas.
Avanzaba rápido, por lo que cada vez estaba más cerca de convencerla para que le dejara probar magia más compleja.
—Refuerzo podría serme útil —le dijo Sarket un día. Selene frunció el entrecejo—. Ēnor ya me está enseñando a defenderme. —«Más bien a aguantar los golpes de una mujer con dignidad», pensó—. Si aprendo a reforzar mi cuerpo, sería mucho más eficiente. ¿Y quién sabe? Tal vez lo necesite. No podrían hacerme daño con tanta facilidad.
Selene lo consideró por largo rato. Entonces se levantó un poco la camisa y sacó una daga corta del cinturón. El cuero de la empuñadura era de un blanco inmaculado. El artesano había grabado la figura de un guerrero en un lado y la de una mujer joven en el otro. La guarda era un óvalo decorado con líneas que emulaban el movimiento del agua de una cascada. Cuando la sacó de su vaina sencilla, la hoja negra y magnífica le devolvió la mirada. «Wolframio norteño», pensó Sarket cuando Selene le dio un giro. La hoja de doble filo era lisa y tenía un acabado lustroso. Cerca del tope de la guarda había dos caracteres de plata.
—¿Haraeth? —Reconocía los símbolos individualmente, pero no su significado en conjunto. Se atrevió a aventurar—: ¿Dualidad?
—Sí. —Selene le ofreció la daga por la empuñadura. Él la tomó y, aunque sabía que el wolframio norteño era mucho más denso que los demás metales y estaba preparado para su peso, se le hundió el brazo. Pesaría entre uno y dos kilogramos, una exageración para una daga—. El wolframio norteño es el metal más reactivo ante la energía vital. Es un conductor natural, además de ser el más fácil de transmutar debido a que es el único metal altamente compresible.
»Como podrás intuir por su peso, esta no es su verdadera forma. La cambié para que me resultara más fácil llevarla escondida. —Tomó la daga y, con un giro grácil de su muñeca, la hoja se extendió hasta alcanzar los ochenta centímetros de largo. Se la entregó de nuevo; pesaba exactamente lo mismo—. Para reforzar un objeto, debes inyectar energía mágica en su superficie hasta formar una película protectora.
—¿Lo mismo con la materia orgánica?
—Mismo principio, pero más delicado y complejo; muchas cosas pueden salir mal. Empecemos con wolframio…
Sarket bajó la mirada hacia la hoja negra. Afianzó su agarre en torno a la empuñadura y extendió su consciencia hacia el material. Se comportaba de forma extraña, como ningún otro metal que hubiera estudiado antes.
—Ten cuidado —musitó Selene—. Es muy reactivo, puede ser delicado… Alguien muy especial forjó esa espada hace dos siglos y no creo que yo pueda igualar la calidad si llega a rompers…
Al mismo tiempo, el metal emitió un crujido agudo. Selene dejó escapar un grito de pavor y le arrebató el arma por la hoja sin dar indicios de acusar el dolor. Rojo sobre negro, Selene examinaba a Haraeth con ojos desorbitados, como si su propio hijo estuviera herido de muerte.
—¡Lo siento, Selene! —exclamó él haciendo aspavientos—. No sabía que la reacción sería tan violenta, ¡lo siento!
Pero ella no escuchaba. Estaba demasiado ocupada abriendo una caja de madera donde guardaba un montón de utensilios. Limpió la hoja con varios trozos de tela muy fina, tras lo cual espolvoreó una sustancia blanca sobre esta y volvió a limpiarla con más tela. Aplicó una delgada capa de aceite y el metal volvió a adquirir ese acabado lustroso de un negro perfecto.
Selene se calmó.
—Está bien; la transmutación es un arte complejo —dijo en un tono llano. La espada se encogió, Selene la envainó y se la guardó en la bota—. Quizás deberíamos volver a las cosas simples… como el principio de resonancia.
Sarket no se atrevió a quejarse, sino que hundió los hombros y la siguió con la mirada gacha.
--------------------
Actualizo esta novela dos veces por semana: martes y viernes. Si te gusta, por favor vota por ella y compártela con otras personas. Si quieres apoyarme económicamente, puedes hacerlo comprando mi libro en Amazon (haz clic «Vínculo Externo» en la barra lateral para acceder a la página).
¡Gracias por leer!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro