¿Por qué escribo?
Por afición, por amargura.
Para entenderme a mí,
para recordar lo que fui.
Cada personaje
es un trozo de mis emociones.
Recubro mis vivencias
con ficción,
con prosa escasa
y pobres versos.

A veces soy el protagonista,
a veces juego a ser mi enemigo.
Soy otro cuando el sentimiento
se graba en las hojas de mi cuaderno.
Muero poco a poco al ir escribiendo,
pero revivo cuando leo.

Escribir es mi dependencia,
un vicio que me ha dejado sin fuerzas,
sin ganas de vivir afuera,
porque gozo cuando tengo papel y pluma.
Quizá redacto demasiado.
Tal vez mi alma
está hecha en pedazos,
y mi demencia está poseyéndome
al compás del tiempo.

Las letras, las historias, los personajes,
las épocas trascenderán.
El orgullo de crear inmortalidad
es maravilloso, inefable.
Sin embargo, la gracia de escribir
es que siempre que existan ojos para leer,
mi esencia estará presente.
Sin importar las guerras
y la decadencia,
yo estaré ahí.