Veo mi sombra y me doy cuenta de que a ella también le falta algo. El amor resultó ser los minutos de un atardecer cualquiera; hermoso, pero efímero. Al final llegó la noche, el respirar profundo y el ancla del sueño más insignificante del mundo. Cuando se va alguien que no se despide, te mudas a una soledad que no deja de llamarla de vuelta.

Escribo poemas, pero de qué sirve. O mejor dicho, de qué servía. No escribo si te pienso, porque si escribo termino pidiéndote de vuelta, por eso no te pienso aunque el precio sea no poder escribir. El amor es una canción mal entonada; y es más fácil equivocarse queriéndote que cantar una en otro idioma. Es triste: abrir la mano y que se caiga tu mundo; intentar alcanzar algo y que el futuro se esfume. ¿Coincidir? Llámalo como quieras. Nunca me ha gustado el hecho de que quererte y olvidarme se hayan escrito en la misma línea.

Si todo es cuestión de perspectiva, creo que a mí me tocó la parte en la que el mundo se parece más a una pirámide que a una esfera. Tú no vuelves; yo no me atrevo a gritar que te quiero. Mientras más feliz eres, más baja es mi esperanza. Tu lejanía es otra señal de que mi vida se acaba. A fin de cuentas de qué me sirve esperar, o aguantar el frío más cruel si no puedo conseguir el calor de un recuerdo tuyo que no escoza. Me tapo los oídos para no oír llorar al cielo, escojo las canciones con cuidado, porque ahora hasta las que no hablan de ti me hacen recordarte. Me pierdo un poco entre los libros, adquiero su color, sus páginas llenas, su fin trágico.

¿Te dije que me gustaban los finales trágicos? Sólo hablaba de los libros, nunca imaginé que nos ocurriría a nosotros.