Él ya no soy Yo
He abierto las cortinas y una luz metálica se ha filtrado desde el exterior. Me he puesto a adecentar este cubículo en el que vivo desde siempre y del que intentaste sacarme. El desorden que dejé sólo se ha incrementado. He encontrado los muebles y las mesas cubiertos por una capa de polvo, la pintura de las paredes deshilachadas como piel de serpiente y los objetos de los estantes más pequeños, como si se hubiesen encogido con el tiempo.
Extrañaba este aura de melodrama, la de una soledad mordiente, que adoquina mis sueños cuando cierro los ojos y procuro encontrarme contigo. Pero no estás. Adónde te has ido, a veces quiero pensar que me es indiferente. Pero no lo es. Esta casa poco a poco vuelve a ser lo que era, pero le sigues faltando tú. Faltas entre los libros. Sin embargo, siempre te encuentro en las canciones que oigo a solas, como recordando un pasado en el que todo se veía más claro. Los sillones, las mesas, los estantes vuelven a tener la pulcritud de antes de mi escape a tus brazos.
He visto el primer atardecer a solas, pero si quieres que te sea sincero, la sensación no cambia mucho de cuando los veía contigo. Creo que parte de ti siempre supo que tarde o temprano iba a volver y a buscarte en todos los vacíos que hay en mi vida y que todavía tienen tu perfume. Lo sabías. Desde el principio. Sabías que me iría sólo para volver. Sabías que salía y que no era para siempre. No, yo no creo en el para siempre, pero creía en ti y aunque tampoco esperaba que esto durara más de lo que nos ha durado, tenía la esperanza de que no nos hiciéramos tanto daño con fingir que estábamos bien al lado del otro cuando ninguno de los dos se preocupó mucho por conocer más de ambos. Quédate, me dijiste, cuando yo estaba ya a las puertas. Me miraste enojada, y yo confundido, sólo me dejé llevar por el vaivén de tus pupilas.
Desde aquí se ve el mar. Y el sol reflejándose y pintando de un azul naranja el océano. Es como la primera vez, sólo que entonces no era verano, sino otoño. Me he asomado a aquel mirador, me he apostado a la baranda para contemplar la playa y me he dejado envolver por la brisa, como la primera vez. He mirado a mi izquierda, como la primera vez también, pero ahora no te he encontrado. Echarte de menos nunca estuvo en mis planes.
Hoy escribo, busco palabras, les doy forma y las uno, sólo para darme con la sorpresa de que todos mis recuerdos contigo son más grandes que mis ganas de vivir sin ti. No vuelvas, yo tampoco iré a buscarte, pero quiero que sepas que te quiero y que más que guardarte rencor lo que te guardo es distancia, porque sé que si estamos lo suficientemente lejos el uno del otro, la esperanza pronto se va a cansar y va a abandonarnos a nuestra suerte. Verás que cuando menos lo esperemos, lo último en lo que pensaremos al finalizar el día será en nosotros. Quizá sea que te duele que te haya dejado, pero sé que eres consciente de que tú hace tiempo que ya te habías ido. Lo que dejaste en tu lugar sólo era una chica con tu mismo nombre y tu misma voz. Lo demás, lo que me mantenía contigo y lo que nunca quise perder, te lo llevaste a hurtadillas cuando yo no podía verte. Nunca supe que escapar de esta prisión iba a ser tan cruel, si estando en libertad tampoco ibas a acompañarme.
Buscaré en el fondo del mar la respuesta que nunca me diste estando en la orilla. Te prometo que no tomaré las mismas decisiones si llego a estar con otra. Vaciaré el cajón donde guardabas los besos para ese día especial que nunca llegó, y los esparciré por las corrientes más gélidas de mi olvido. Si no llegan a perderse, al menos van a congelarse por el camino. Me libraré de todo lo que dejaste y volveré a usar mi escritorio para enfrentarme a las páginas en blanco, donde esta vez narraré historias en las que el protagonista volveré a ser yo. Yo, el que me creo. Yo, el que me hundo. Yo, el que me salvo. Yo, el que me inspiro. Yo, el eje central de mi universo. Eres la última por la que he girado mis estrellas, mis satélites. Si me arriesgo a querer de nuevo, haré de mi musa parte del decorado y nada más. El centro —y esto no es egoísmo, que lo sepas—, volveré a ser yo. Mil veces yo.
Por eso he vuelto. No me odies. He vuelto ya borrando las huellas para evitar que tengas la tentación de venir a por mí sólo para arrastrarme contigo a otra incertidumbre. La brisa del mar me ha devuelto el último suspiro que exhalé en tu nombre y por fin, lejos de ti —y esto me da tanta pena decirlo—, siento que estoy dando pasos por el camino correcto. Vuelvo tal como al principio. Vuelvo al mismo lugar, a la misma rutina. No intentaré ahora más que ir en contra y buscar mi sitio lejos del lugar en el que siempre quise quedarme: tu vida. Me reintegraré al mundo, a escuchar a las calles contarme sus secretos, a dormir bajo las estrellas, a hacer realidad esa vida alternativa sin ti a la que tanto le tenía miedo. He desempacado el rencor, he acomodado nuestras fotografías junto al hogar y, para cuando se haga de noche, voy a prenderles fuego para alumbrar con la luz de aquel pasado este presente tan oscuro. Voy a comenzar a mirar el lado bueno y menos amargo de la vida, comenzando por lo que hay tras mi ventana: el mar cristalino promete un paraíso perdido. En los últimos días me he sorprendido pensando en ti menos de lo habitual y, cuando leo los poemas que te escribí, me parece leer la mente de alguien que creía conocer pero que ahora sólo me resulta entrañable. Ese que fui contigo es el que te llevas. Sólo no vayas a ser demasiado cruel con él, porque es, a mi pesar, lo único bueno que he hecho en toda mi vida.
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