CONFESIÓN
Querido diario:
Tengo mucho que contarte. Me he inventado leyes gravitacionales y ahora, cuando me tiro desde lo alto de cualquier tristeza, en lugar de tocar fondo lo que hago es mantenerme a flote. Es como si algo me sostuviera antes del impacto, y me dejase en el aire, con las vistas rocosas subiendo hasta las nubes y una oscuridad espesa ondulando bajo mis pies. No sabría decirte con certeza si eso me preocupa o si por el contrario me alivia. Lo que sé es que por momentos me viene a la cabeza la imagen de unas cadenas rompiéndose y una sombra creciendo a mis espaldas, justo al lado de la única rendija de mi vida, por donde se filtra la luz.
No me pidas que te explique; yo intento comprenderme y te juro que a veces me noto más difícil que un ejercicio de trigonometría. Ya, no es tan difícil, una vez que dominas el resto de nociones matemáticas; pero ponerle un ejercicio de esa escala a alguien que a duras penas ha aprendido a sumar es darle un golpe a su habilidad cognitiva. Es fácil perder la paciencia cuando lo que te viene en el examen nunca fue lo que estudiaste. Eso me pasa conmigo mismo. Alguien me dijo que es porque estaba cambiando, que la pubertad me ha llegado tarde, que ya era hora de abrir mi mundo. Si quieres mi versión de la historia, querido diario, te diré que si bien es cierto que nunca me ha gustado mostrar lo que no era, tampoco me asusta ser ahora lo que nunca pensé ser. Sigo siendo fiel a mí mismo si en lugar de espantarme cada vez que me miro al espejo, sonrío. Con resignación, pero sonrío.
Han pasado muchos días desde la última vez que te escribí. Muchos años, mejor dicho. Te escribía alguien que amaba más los dibujos que las letras, y aunque te parezca sorprendente, no he cambiado desde aquel tiempo donde la mayor de mis ilusiones era que llegara mi cumpleaños. Espero que no te asuste el cambio tan drástico con lo que te escribo. De ser un niño de tantas palabras he pasado a ser un joven de tantos silencios. No te digo que soy un adulto porque, por mucho que me lo quieran hacer creer, no me comporto como tal. Me he enamorado tantas veces, que no recuerdo ya lo que era la soledad sin la presencia de una mujer. ¿Sabes lo que digo? Que es una lástima creer en un amor sucio, en un amor que no es verdadero si no te duele. Pero aquí sigo, espantando la dicha de ser como el resto, y aumentando varias cucharadas de azúcar a mi taza de café, esa que me tomo antes de un desayuno que no llega, cuando necesito saber que he despertado, y que la mañana en la que vivo no es la prolongación de un mal sueño.
Lo que sí tengo de prolongadas son las migrañas y las pesadillas. Las últimas que he tenido distan de hace un par de horas y de esta noche, respectivamente. La primera es provocada por callarme tantas cosas y la segunda por pensar demasiado. Mi cerebro es una de esas raras máquinas de fabricar relámpagos, que tienen las fauces lo suficientemente grandes como para tragarse toda la cordura que es capaz de aparentar alguien al que le cuesta controlarse. Menos mal que todo ocurre mientras duermo; así, a la mañana siguiente me siento tan cansado, que ganas de desatar otra guerra no me quedan y tengo que acoplarme a la rutina de besar mi derrota. Las guerras que siempre se pierden, supongo, no son aquellas que no se enfrentan, sino las que se enfrentan sin querer y en las que ganar significa que el resto te desconozca. No ser capaz de mirar a los ojos a las personas me parece una factura demasiado alta para mi conciencia.
Verás, yo sigo sin vicios, si es que la poesía escapa de esa definición. Sigo aguantando las ganas de hacerme poeta de cualquier mujer, aunque es cierto que mi musa puede ser cualquiera, siempre y cuando el poeta sea de mí mismo. Tampoco soy de aquellos que necesitan la aprobación de medio clero para robarle un beso a una chica, pero si limito mis fantasías a eso, me dará lo mismo escuchar una canción sin estribillo. Puede parecer bonito pero es incompleto, e incluso a mí, que siempre me ha gustado la incertidumbre en el amor, me apetecerá cambiar de canción antes de que termine. O es todo o nada, ya no me importa si es algo bueno o malo. La mayoría de personas que conozco prefieren todo lo contrario, y eso me hace pensar que voy a contracorriente por el sólo gusto de colmar la paciencia.
Y está bien, lo acepto. Me he enamorado. No voy a darte detalles, sólo te diré lo que me digo cada vez que me enamoro: «Dame unos días». Bien para comenzar el proceso de desenamoramiento o bien para terminar amarrándome por completo. Me he enamorado de la manera que me habla, de cómo me hace volver a querer ser yo cuando pronuncia mi nombre. Me he enamorado del placer de la derrota, del «quítate» cuando estoy tan cerca, del «suéltame» cuando la abrazo, de sus brazos rodeando los míos cuando caminamos, del brillo que hay cuando me mira y del parpadeo que da para disimularlo. Me he enamorado de sus comentarios inoportunos sobre su exnovio, de que tiene que regresar a casa temprano porque su madre se preocupa y la atiborra con preguntas que nunca le ha gustado contestar. Está bien, dije que no iba a darte detalles, pero ya vas conociéndome. También comprenderás con el tiempo que soy más feliz percibiendo un imposible que la posibilidad de lo que no existe. Y eso es lo peor. No me he enamorado de una mujer, me he enamorado de la incertidumbre. A estas alturas, si leyeras lo que he escrito con anterioridad tantas veces, no te sorprendería si esto me parece el paraíso. Un caos en mitad del desorden, como una parte del todo. El amor. O la completa estupidez.
En fin...
Querido diario, a continuación te voy a relatar el resumen de esta semana tediosa y lo que espero para la próxima:
He tenido más problemas de memoria que antes. Siempre he sido selectivo hasta con mis recuerdos y he aprendido a recordar únicamente lo que quiero, pero en estos días hasta eso me ha fallado y es como notar que mi mente envejece más que mi cuerpo (aunque respecto a esta afirmación, quienes creen que soy mayor, diferían con facilidad).
He tenido exposiciones y exámenes. No me preocupan mucho las notas de las primeras, pero de las segundas, toda el aula ha salido desaprobada. Se trata de un examen con temas de química y algo de biología, y aunque mi puntaje fue inferior que diez, es la nota más alta que recuerdo haber sacado por mis propios méritos en esa asignatura. En toda mi vida.
Ser delegado de una especialidad te aumenta estrés, a menos que sepas sobrellevarlo y vivir con eso. El estrés que tengo no es mucho por las responsabilidades que me ponen, porque son menos pesadas de las que esperaba; lo que me pesa más es el estrés que estaba ahí antes de que me pusieran más carga. Hoy ha sido el día del campeonato que organicé con los delegados de otras especialidades. He confirmado que me gusta el fútbol más cuando lo veo que cuando lo juego, y aun así me gusta poco, así que imagínate. Por cierto, dudo mucho poder cambiar de opinión, al menos durante varios años más.
Mi fantasma ha vuelto a hacerme visitas. No te he contado esto, porque pertenece a esos temas que callo porque el secreto me parece delicioso. Sólo te diré que gracias a él me siento menos solo. Quizá algún día escriba al respecto.
Mis bloqueos de escritor han sido más frecuentes también. A veces no es tan malo no saber de qué escribir, sino el no saber cómo escribir. Temas me sobran, lo que me faltan son palabras. Con esto confirmo que si mi vida tendría un sinónimo, sería «ironía».
He almorzado más que la semana anterior, y hasta me he permitido al menos a un par de desayunos. Te parecerá raro, supongo, pero esta excentricidad te gustará con el tiempo, o al menos eso espero. Voy al instituto con el estómago lleno de aire y agua, aunque no sé hasta qué punto es científicamente correcto afirmar lo del aire. Mi padre me dice que es bueno tomar agua, pero que durante las mañanas es menester un poco de azúcar también, pero sigo siendo amante del Hache dos O. Qué podemos hacerle.
Esta semana he estado más sentimental que de costumbre. Quiero pensar que es por el invierno, que se ha oficializado hace unos días apenas. Sigo andando por la calle sin abrigarme, y puedo decirte, querido diario, que este invierno es menos cruel que el anterior. Me encanta esta estación. Lo juro.
De ella te hablaré por otros medios, no te preocupes.
Lo que espero para la próxima no es mucho. Completar una exposición que dejé a medias por falta de tiempo, no estresarme tanto, poder juntar la suficiente valentía para tomar una píldora que actúa para las migrañas. Y antes de que me tomes por un cobarde, mi razón es que esa píldora tiene efectos secundarios, y ciertas cualidades de mi organismo me indican que soy más propenso a ellos que al alivio. Aun así. Con respecto a mi salud, por desgracia (porque sí, me gustaría que fuera diferente), no suelo preocuparme mucho. «Moriré joven», suelo decir a veces, disfrazando esa expresión con un tono de sarcasmo que pocos detectan, sobre todo mis amigas. No les gusta que hable de esa forma. Les costará aceptar que me suelo burlar más de mí que de cualquiera. Y que, teniendo en cuenta mi sentido del humor, eso suele ser una ventaja. También espero poder llegar al próximo sábado recordando que existes y que tengo que escribirte otra carta. Quiero una rutina de producciones e intentaré crearla contigo. Deséame mucha suerte.
Fin.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro