Carta n. 54 (Para mis Amig@s que están leyendo esto)
Querido amigo:
A diario intento comprender el mundo, y cada vez me doy cuenta de lo lejos que estoy de pertenecer por completo a él. Podría decirte que he encontrado mi lugar, pero no te estoy escribiendo después de tanto tiempo sólo para mentirte. He hecho cosas malas. Muy malas. He matado gente, he escondido cadáveres a tres metros bajo tierra, he guardado su sangre por si algún día necesito mancharme las manos con algo. No te asustes. Sólo procuro hallarle algún sentido a esto.
Han pasado tantas noches y tan pocos días, que se me hace difícil ya diferenciar entre la luz y las sombras. Soy incapaz de encontrar una planicie de tiempo para conjurar el sueño que alguien me ha robado. Ni siquiera escribo. O escribo poco. He buscado las palabras en medio de grietas, de resquicios, pero sólo he encontrado al viento silbando nimiedades. Quisiera también ponerle letras a eso, pero hay ruidos que ningún idioma puede traducir. Lo he intentado con el llanto, con la risa, con el susurro de un secreto, con la intensidad gutural de un grito agudo y nada. Es como si me hubiese abandonado a un estado de perpetuo silencio y yo, que siempre me he sentido parte de él, ahora comprendo cuánto vale el sonido de los momentos simples. Seguramente lo sabrás de sobra: yo comienzo a apreciar las cosas cuando las pierdo irremediablemente. Y he querido escapar. Fantaseo con acercarme a cualquier agencia, comprar un pasaje con un destino al azar y marcharme. Irme sin rumbo ni equipaje. Dejar todo atrás. Mis miedos, mis deberes, mi vida y, de ser posible, mi piel y los recuerdos; esta tormenta, la soledad y las lágrimas; la ansiedad y mis libros y que nada me importe. Cambiar de nombre. Olvidar estos crímenes, la carga de pertenecer a la vida de alguien con la certeza más absoluta de que nadie va a echarme de menos. Y comenzar de cero. Aunque para qué. Mejor quedarme así, sin responder al nombre de nadie, sin reconocer las calles y mudarme para siempre a una de esas ciudades tan perdidas que ninguno de sus habitantes tenga ya pasado ni futuro.
Anoche soñé que viajaba, por eso te cuento todo esto. Y tampoco era tan bonito. En mis sueños siempre estoy escapando de alguien. En la vida real también; el detalle es que estando despierto me es imposible identificar a quien me persigue, aunque la sensación es la misma.
Querido amigo, hoy ya no busco inspiración porque sé que si la encuentro se me escaparía. Cada vez que soy feliz ocurre lo mismo. Las personas más cercanas a mí las cuento con los dedos de una mano y aun así me sobran. ¿Quieres que te comparta un secreto? Nunca soy tan triste como escribo, pero en esta tristeza es donde me siento más cómodo, como si el negativismo fuera esa venda que les hace falta a mis heridas.
He buscado mi lugar y no. Te juro que lo he intentado. He intentado pertenecer a algún lado. He intentado ser más sensible, menos indiferente; alegrarme por cualquier motivo, ponerme triste sin razones; he intentado abrazar, mantener la calma, atemorizarme, crear miedos y sorprenderme rápido. Ser entusiasta y aguafiestas; serio y gracioso; maduro e infantil; aburrido e interesante. Lo he intentado. Pero no consigo encontrarme. También me he hecho más duro, he creado murallas en mi cabeza, inexpugnables. He hecho promesas para no cumplir; he sorprendido y decepcionado y no consigo librarme de este vacío. He intentado pasar por alto el sentimentalismo, hacer malabares con los recuerdos, glorificar las heridas, minimizar la felicidad y reducirla a un soplo que dura segundos. Comprenderás que me es difícil identificarme con un grupo de personas. Creo en Dios pero no me siento pleno con otros que también creen. Creo en los valores pero tampoco me identifico con aquellos que los practican. Odio la hipocresía, pero me es imposible entablar una relación lo suficientemente recíproca con aquellos que tratan de hacer lo correcto. Poca gente me inspira. Pocos aún los que me impulsan. Odio lo políticamente correcto y lo incorrecto también. No soy ni de derecha ni de izquierda; ni liberal ni conservador. Ni siquiera estoy seguro de ser neutro. He intentado sonreír con ricos y pobres, codearme con los de arriba y los de abajo, con los que tienen poco y con los que les sobra. Me he mezclado entre artistas e intelectuales, entre revolucionarios y pacifistas. Créeme. Pero me siento vacío. No me llenan ni las salidas ni las fiestas ni el estar a solas ni mucho menos. No encuentro mi lugar, como si al mundo se le hubiera olvidado que yo también necesito uno. Soy uno de los principales en mi especialidad del instituto y nunca me he sentido como tal. Ni siquiera me identifico con cualquier grupo de lectores; ni como escritor me siento del todo a gusto rodeado de quienes escriben. Odio los extremos, las generalidades, pero también el individualismo. No soy ni fuerte ni débil, e incluso dudo de mis convicciones. Te parecerá una tontería pero nunca he escrito nada más sincero que esto. Así que otra razón no tengo para ponerme triste. Y amarrarme al cuello esta perpetuidad de las causas perdidas.
De esos crímenes de los que hablaba al inicio y esas personas que te he mencionado, son gente que vive en ese rincón de mi memoria a la que confino todo aquello que, o me hace daño, o me estorba. No he asesinado las suficientes personas, tampoco he enterrado los suficientes cadáveres, que no son más que recuerdos grabados a fuego en el alma. Aquella sangre que emanan viene a ser el rastro que dejan pese a haberse ido. Nadie, querido amigo, nadie olvida del todo a una persona. Puedes librarte de ellas, puedes ponerlas a un lado, pero sus sombras te perseguirán aunque no quieras. Las volverás a encontrar en un detalle, en ciertos lugares; en una canción, en un libro o en una frase. Puede que incluso estén aquí, en estas palabras. Hay personas que caben incluso en una letra. Y eso, pese a todo el daño que causaron cuando se fueron, las hace especiales. Es algo de lo que nunca podrás librarte del todo. Te aconsejo que tampoco lo intentes. En mi lista de víctimas me faltan muchísimos. Poco a poco mi mente se convierte en una fosa común. Y soy plenamente consciente de que por las noches, cuando intente conciliar el sueño, rondarán sus fantasmas y me harán compañía. Después de tantos desvelos donde ocurre lo mismo, no me sorprendería mantener una conversación interminable con el pasado. Reconciliarnos y dormir juntos durante unas horas, para que al día siguiente volvamos a la guerra de siempre.
No busco tu lástima. Si la quisiera no te hubiera escrito todo esto. Tampoco busco tu odio, ni tu admiración. Busco que me entiendas o que lo intentes. Que sepas que no eres el único al que le ocurren cosas sin sentido, que no estás solo en esto. Que no eres quien se lleva el récord de cometer tantos errores a diario ni todo el cansancio de tanto luchar acallando recuerdos o a tus propios demonios. Yo también me busco, también me pierdo y estoy al alcance de un suspiro. Por ahí dicen que no hay mal que dure cien años. Aférrate a esa esperanza. Hazlo por mí, que yo sé que si este mal durara la mitad de ese tiempo, no viviría lo suficiente para ver que termina. Y mientras tanto aprenderé a adaptarme, como siempre lo he hecho. Llevo años viviendo así. Y ya me estoy cansando...
Tuyo siempre: Dieguito
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