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Capítulo 7

Jackson regresó a la cama jalando el cuerpo de Nadia junto al suyo, ella estaba un poco fría por las temperaturas del blanco invierno. Ella era muy pequeña en comparación con su metro ochenta y siete. Eso le gustaba, le hacía sentir muy protector con ella. Acarició el cabello negro de ella, olía a miel y canela. Su esencia era la misma, eso le volvió loco. Ella era un manjar para él. No sabía cuánto tiempo dormiría, seguramente un par de días para adaptarse a su marca. Él no quería la responsabilidad de tener una manada, sentía que le había fallado a sus padres. No quería volver a sentirse solo, que su gente dependiera totalmente de él. Solo deseaba una cosa, encontrar a su otra mitad para poder vivir con plenitud a su lado, ella estaba ahora a su lado y era perfecta.

Nadia se removió entre sueños, sentía la calidez de un cuerpo, pero no sentía la necesidad de abrir los ojos. Todo lo que deseaba era pegarse más y más a el. Sus sentidos estaban aturdidos y no podía sentir los olores o escuchar algún ruido, algo andaba mal. Pero se sentía muy segura abrazando al cálido cuerpo junto al suyo. Le gustaba la extraña sensación que le producía sentir los brazos alrededor de su espalda y cintura, acariciándole con lentitud. El vago recuerdo de su hermano y ella preguntando a su madre constantemente por su padre, llegó a su mente. Durante años ellos veían familias unidas, padres cuidando a sus hijos con amor, veían como su tío cuidaba a sus primos. Les compraba juguetes, los llevaba al parque y jugaba con ellos. Su madre los amaba, eso nunca lo negaría ninguno de los dos, pero eso no era suficiente. Ellos anhelaban el amor de un padre, ni su tío o su abuelo podrían cubrir esa parte tan importante para ellos. Desear lo que no puedes tener. Con el tiempo, ya en su adolescencia simplemente lo guardaron para ellos. Eso le hacia recordar algo de las travesuras que hacían con su hermano.

Aiden y ella tendrían unos cuatro o cinco años.

Estaban en su primer día de preescolar, ella vio a otra niña ser llevada por su padre a la escuela. La pequeña estaba tan asustada como ella. El hombre le había susurrado que todo estaría bien, y le había dado una paleta. Giró para ver a un Aiden de mejillas regordetas y sonrojado viendo la misma escena. Ambos miraron a su madre mordiendo su labio inferior y los ojos brillantes con lágrimas no derramadas observándolos.

—Disiste que papi nos taedia —Un Aiden con su pequeño entrecejo fruncido, había dicho unas palabras muy duras sin saberlo—. No do veo.

Su madre se agachó, viendo de uno al otro acariciando el dorso de sus pequeñas manos.

—Pronto, tu abuelo lo está buscando.

—Etonces él nos va a taed —Nadia había chillado feliz.

—Estoy segura que sí, mis amores.

—¿Cuándo va a venid? —Aiden caminó tomando la mano de ambas. Era muy posesivo con las mujeres de la familia. Su abuelo y su tío solían decir que solo a él le confiarían la seguridad de sus esposas.

—No lo sé, mi campeón. 

Él infló su pecho orgulloso como hacía cuando su madre le decía así.

—Yo quiedo que nos vamos al parque.

Su madre rió por la forma de hablar de ambos. No podían decir algunas palabras o pronunciar bien otras.

—Nadia mi ángel, sé dice. Yo quiero que nos lleve al par...

Su madre calló cuando entendió lo qué ella estaba tratando de decir.

—¿Ed tío también puede id con mis hedmanos?

—Campeón son tus primos y todavía son muy pequeños para ir.

—¡Mami! —Aiden se ofendió.

—Tengo ambde —Nadia jaló su mano.

—Nadia ya comiste.

—No, yo también tengo ambde.

Ella les miró con el entrecejo fruncido, no había pasado mucho tiempo desde que habían desayunado cereal de colores y leche. Eso era lo que habían pedido.

—¿Están seguros?

—Sí, mida —Aiden levantó su camisa del colegio enseñándole su estómago que empezó a gruñir.

Nadia iba a hacer lo mismo, pero su madre la detuvo sonriendo muy tensa.

—Ustedes saben cómo cambiar el ritmo de un día complicado.

Ese día no fueron a la escuela su madre habló con el director que era amigo de su abuelo. Eso lo descubrieron años después. Después fueron a la casa de sus abuelos a comer. Ellos los iban a cuidar el resto del día.

—¿Así qué mis pequeños tienen hambre?

Ellos le sonrieron a su abuela.

—¡Abuelos!

Gritaron para correr a abrazarlos.

—Niños hijos del mal, ni siquiera saben para qué es la escuela y ya se andan fugando —su abuelo despeino a ambos y ellos sonrieron con inocencia, sin comprender lo que les estaba diciendo—. Vayan con su abuela a comer.

—Vamos mami —Nadia la tomó de la mano, ella sonrió con amor mirándolos.

—Vayan, yo tengo que hablar con su abuelo.

Su abuela los llevó a la cocina preguntando qué les gustaría comer. Aiden abrió el refrigerador seguido de su hermana, viendo el congelador señalando la carne.

—¿Carne?

—Sí.

—Yo quero —Nadia confirmó con su pequeño estómago gruñendo igual que el de Aiden.

—Bien, carne será. Siéntense y coman otra cosa mientras la preparo.

Ellos negaron y sus ojos se pusieron rojos por un momento. Su abuela grito por la sorpresa. Su madre y abuelo llegaron inmediatamente viendo sus ojos rojos.

—Tendo ambde —Aiden habló con sus ojos verdes otra vez.

—Yo también —Nadia gruño con sus ojos todavía rojos cruzando sus pequeños brazos sobre su pecho.

—¡Nadia Anne, siéntate y espera que este lista la comida! ¡Tú también, Alec Aiden!

Ella parpadeó y sus ojos regresaron a su verde natural.

—Lo siento —dijo al borde de las lágrimas.

—No es tu culpa princesa —su abuelo despeino su cabello mirando a su madre, ella sólo se encogió de hombros.

Tres meses después estaban en clases adaptándose a la vida de la escuela.

—Aidi mida, es pada papi.

Nadia había dibujado una familia de palitos con cabeza y cuatro extremidades, estaban ellos cuatro tomando sus manos.

—¿Qué es?

Ella lo fulminó con la mirada.

—Somos nosotdos. Papi, mami, tú y yo.

Ella sonrió con orgullo.

—Somos feos, wacada.

—Aidi malo...

Ella empezó a llorar y Aiden intento abrazarla, ella no lo dejó y él también empezó a llorar a todo pulmón. Los maestros les llamaron la atención, fue inútil, su tío tuvo que ir por ellos antes de que sus pulmones empezarán a colapsar.

—¿Ahora qué hicieron? —preguntó él cuando los sacó de la escuela. Se agachó a su altura mirándolos hipar.

Nadia le enseñó el dibujo señalando a Aiden.

—Aidi dijo wacada somos feos.

Obviamente un adulto entendió la situación tan infantil.

—Es hermoso cariño a tu madre le va a gustar ¿verdad Aiden? —su hermano asintió limpiando las lágrimas de su mejilla con el dorso de la mano—. Me veo muy guapo cariño.

Aiden negó tratando de que su hermana lo perdonará.

—Eds papi.

Su tío se puso pálido.

—Es hermoso. Vamos, los voy a llevar a comer.

—¡Sí! —gritaron ambos.

—Pero primero ambos tienen que abrazarse y perdonarse mutuamente, como los hermanitos que son.

La comida podía hacer maravillas con el temperamento de Nadia.

Habían cosas que no podía recordar con claridad. Por ejemplo su madre les había enseñado una foto de su padre cuando tenían cinco meses asistiendo a preescolar, como un regalo por portarse bien. Ellos habían saltado de alegría viendo una simple fotografía, después de eso su madre nunca se las volvería a enseñar. Cuando tenía siete años su abuelo les estaba enseñando a usar un pequeño arco, usando flechas que parecían para jugar, por lo inofensivas que eran sin una punta. Tenían una ventosa para adherirse a dónde fueran disparadas.

El premio sería llevarlos a comer adonde el ganador quisiera.

—No puedo, abuelo —Aiden estiró el arco con la flecha apuntando a una enorme rueda de madera con cuatro círculos rojos. Era la décima flecha que fallaba—. Es difícil.

—Mira, el secreto está en la confianza y la firmeza —su abuelo disparó la flecha dando en el banco, Nadia aplaudió feliz—. Ves, no es tan difícil.

—Eso fue grandioso abuelo.

Él sonrió mirándola sentada en el suelo en posición de indio.

—¿Quieres intentarlo?

—¿Estás seguro?

—Sí, ven... —él le tendió la mano ayudándola a ponerse de pie. Le dio el arco mirando a un Aiden aburrido y quejándose—. Vamos a hacerlo interesante —le susurró en el oído para que solo ella lo escuchara. Miró a su hermano sentado jugando con la cinta de sus zapatos—. Si puedes darle a tu hermano, será una porción extra para ti de todo lo qué puedas comer...

Sus ojos se iluminaron escuchando con atención. Su tío llegó segundos después de que su abuelo le dijera.

—Viejo, ¿ahora qué maldad los estás influenciado a hace?

—Los estoy inspirando —corrigió—. Veremos quién es la presa y quién será el cazador.

—¿Enana, ya has disparado una flecha antes?

—No —ella negó intentando sujetar el arco—. Pero yo quiero ir por hamburguesas.

Respondió desde el suelo, estirando el arco con sus pies y manos. Apuntando la flecha en dirección a su propia frente.

—Son niños, no hay presa o cazador.

—Ya verás, a lo qué me refería.

Unos minutos después los adultos hablan de cosas que ella no entendía. Aiden estaba molestando a las hormigas en el suelo. Ella había descubierto cómo funcionaba el arco y estaba apuntado a su ingenuo hermano.

—¡Ay! ¡Nadia, el blanco está ahí! —se quejó su hermano.

Ella simplemente le apuntó con la pequeña flecha con ventosa, le dio en la frente y él salió corriendo lejos de su alcance.

—¡Aiden ven aquí!

—No, te voy a acusar con mamá.

—Ves... La motivación es buena a veces.

Su tío achicó los ojos mirando a su abuelo.

—¿Déjame adivinar le prometiste postres sí le daba a su hermano?

—¡Ay, Nadia! ¡Ya deja de pegarme!

Cinco ventosas después los habían llevado a comer hamburguesas. Aiden también estaba feliz de ser parte del logró de su hermana. Él mismo se ofreció en secreto para ser el blanco de su hermana la próxima vez.

Ambrose festejaba su mayor logro, sonriendo viendo al hombre mayor arrodillado y atado de pies y manos. La suerte le estaba sonriendo en ese momento, se sirvió una copa de vino, caminando alrededor del patriarca de los cazadores. Considerado el rey de los malditos bastardos que más odiada. Acabando con el hombre y con el otro el maldito cazador que Anker tenía prisionero no habría un líder para esos malditos seres aberrantes, asesinos de lobos y vampiros, por naturaleza. Podría retar a Anker por el liderazgo de los lobos bendecidos y empezar su imperio donde no habría lugar para vampiros, brujos y asquerosos humanos.

—Ustedes los lobos son demasiado presuntuosos.

—Los cazadores no son mejores, ¿verdad?

—Sabes... Me he estado preguntando por qué todavía estoy sin una lesión.

Ambrose rió con locura.

—Mañana tendré una ejecución frente a las manadas más poderosas —se agachó mirando a Dustin Blackwood con superioridad—. ¿Sabes a quién tendré qué ejecutar?

—Eres patético lobo —Dustin se burló escupiendo el suelo donde el lobo estaba parado, haciéndolo saltar hacia atrás—. Ves, nunca has podido igualar el poder del bastardo de Anker.

Ambrose pateó el estómago de Dustin con furia, el hombre cayó al suelo riéndose del lobo.

—¡Soy mejor! Siempre lo he sido ¿Ya se te olvidó que la puta de tu hija estuvo follando con él? Era una perra con suerte. Está muerta y todo el linaje de cazadores le seguirá.

—¿También en eso envidias a Anker? —Dustin escupió las palabras provocando al lobo—. ¿No me digas qué te gustaba mi hermosa Alaia? Jamás hubieras estado a su altura, mírate lobo, no tienes valor alguno.

—¡Yo encontré a esa puta! ¡La llevé a la manada más cercana, la cual era la del maldito traidor!

—No te preocupes viejo —Ambrose palmeó la cara de Dustin, dejando una marca en la mejilla—. También voy a matar a Thomas, él es un problema menor estando en la manada de Anker.

Dustin suspiró con tranquilidad. No había mencionado a ninguno de los mellizos. Era una suerte para él mantener en secreto su existencia. Lo sentía por James y por él mismo, pero estaba seguro de que el hombre también estaría de acuerdo en dar su vida para proteger la de ellos. Había perdido a su única hija no perdería también a sus nietos, aunque estaba seguro de que Anker mataría primero a Ambrose cuando se enterará de que la vida de sus hijos estaba en juego. Esa sería la última carta que él iba a jugar antes de morir. Una forma de asegurar a los clanes y los cientos de vidas que estarían desprotegidas.

—¿Ya has olvidado el tratado de paz?

—Algo sin importancia para mí —Ambrose elevó la copa en un gesto de victoria, después la tomó de un trago—. Mañana Anker perderá el respeto de las manadas cuando corte tu fea cabeza.

—Él no te cederá su título.

—¿Eres estúpido? No quiero su título, lo quiero todo.

—Estás demente.

Aiden estaba dormido, muy tranquilo ajeno a los problemas que se acercaban. Tenía dos días en una cama de hospital recuperándose.

Anker estaba sentado viendo por la ventana. Su tranquilidad se fue cuando Ambrose lo retó mañana a las doce por el título de líder de los Alphas bendecidos, por ende también cómo cabeza de las manadas del mundo. Ellos eran una especie de consejo sobrenatural para mantener el orden y hacer justicia, entre el mundo sobrenatural. Los vampiros y brujos también estaban en el. Ellos tenían que mantener un orden natural de las cosas.

Definitivamente algo malo estaba por venir y ellos estarían en medio de todo. Decidió llamar a Jackson y a los otros dos lobos.

—¿Dónde estás?

Escucho las sábanas moverse para luego escuchar pasos y una puerta abriéndose y cerrándose con suavidad. Por algún motivo cerró los ojos con fuerza tomando el puente de su nariz con dos dedos, quería matar a Jackson sin un motivo. Bueno, el motivo era porque por alguna razón se sentí o mejor dicho tenía su instinto sobreprotector por ambos mellizos. Los sentía suyos. No podía soportar ver a Jackson llevándose a la joven, quería desgarrar sus viseras y arrojarlo por la ventana.

«Vamos Anker.... Respira o irás y le patearás el culo»

—Hola...

—¿Dónde estás?

—Durmiendo...

Un gruñido salió de la garganta de Anker.

—Espero por tu bien, que no te hayas propasado.

—Para tu información viejo amargado, ella está descansando, no ha despertado. ¿Cómo está su hermano?

Jackson bromeando, eso era una novedad. Anker bajo la voz mirando a Aiden profundamente dormido en la camilla.

—Supongo que igual que ella, no ha despertado o se ha movido en toda la noche.

—Bien, ¿para qué llamaste?

—Supongo que nuestro querido Ambrose ya te llamó.

—Sí, el hombre no pudo evitar jactarse de atrapar al líder de los cazadores, hoy a las doce tendrá el honor de ejecutarlo, según sus propias palabras.

—¡Qué!

—¿No te lo dijo?

—No, el hijo de puta solo me dijo que todos nosotros teníamos que ir al límite de la frontera de las dos manadas. La suya y la nuestra.

—Eso sería en tres horas, ya veremos qué haremos.

—Te veo en unas horas.

Jackson le dio una confirmación y corto la llamada.

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