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NUEVAS IDEAS

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Narradora Pov

"Buenas noches, cariño." "Bu... buenas noches", balbuceó. En esa noche había estado en las piernas de su mamá Elaine recibiendo suaves caricias. Diana se removió ante el recuerdo mostrado en sus sueños.

"Has hecho bien tu primera caza. Estoy orgullosa", le dijo su madre Bernadette después de recibir los resultados en ese mismo día. "Sin embargo, veo que el arco no es tu especialidad." La cachorra la miraba atentamente encontrándose completamente llena de lodo. "Tu madre está esperándote para ducharte." "Puedo hacerlo sola", contestó. Bernadette se rio sutilmente. "Ella desea consentirte antes de que seas más grande."

"¿Alguna vez has pensado en las estrellas?" Diana negó con la cabeza. "Son hermosas", le dijo Elaine. "Me encanta verlas, pero me gusta más que me acompañes a verlas, Diana." La cachorra le sonrió y se recostó en el cuerpo ajeno, siendo recibida de inmediato con cariño.

"¿Cuantos años tienes?" "Seis." "Tenemos la misma edad", comentó alegré Elsy.

"La hija de la líder, será la siguiente líder", dijo una de las defensas de la manada Cavendish. "La he visto y no es muy buena con el arco. No creo que pase esa prueba." "Puede mejorar." Diana se encontraba oculta escuchando accidentalmente la conversación. "Es hermosa y talentosa en algunos aspectos." "Sin duda, cuando crezca, se parecerá a nuestra líder." "Son casi similares", afirmó el otro.

"¿Por qué no deseas comer?" La cachorra no respondió. "¿Estás enojada?", volvió a preguntar Elaine. "¿Qué sucede, cariño?" Diana la miró con un semblante triste. "Tengo sueños." "¿Qué clase de sueños?" "¿Te iras de mi lado?" "No tengo intenciones de irme de tu lado, Diana." Elaine le dedicó una sonrisa suave. "Conmigo a tu lado, nunca estarás sola." La cachorra sonrió levemente. "Gracias... mamá."

"¿Qué haces?", le preguntó Bernadette entrañada del comportamiento de su cachorra. Diana de dos años de edad estaba registrado algunos cajones de madera que contenía varios papeles. "Ven aquí." La líder la tomó por los brazos y la sentó en sus piernas. Diana desesperada intentó bajarse. "Diana", llamó, pero la mencionada hizo caso omiso. Bernadette suspiró y observó a Elaine entrar a la habitación.

"Es curiosa." "Es asombrosa", corrigió Elaine. "Le interesan los libros." "Le gusta aprender. Está ansiosa y hambrienta de conocimiento." Bernadette frunció el ceño y miró con atención las acciones de Diana. La niña se encontraba acomodando y rasgando unos papeles en el suelo. Una vez que acabó se puso de pies con ayuda de sus manos y les mostró lo que había hecho. Ella hizo con las hojas varias letras que, al final, formaron su propio nombre. Bernadette y Elaine estaban impresionadas.

"Ella lo dijo... Ella me lo dijo..." Bernadette solamente la escuchaba llorar en sus brazos. "Ella dijo que no se iría de mi lado." «También me lo dijo a mí, hija», contestó en su mente conteniendo las ganas de desahogarse en ese momento. "Tranquila... Yo estaré contigo." Esas palabras hicieron que Diana se aferrara más a ella.

"¡Madre!", exclamó aterrorizada en busca de la mencionada. "¡Madre!" Diana salió del hogar con miedo. Sus orejas captaban los gritos de sufrimiento de las personas. Una vez afuera contempló lo que sucedía. Sus ojos se humedecieron y su expresión se cambió a una de horror. Había sangre y extremidades fuertemente extraídas por todos lados. Y cachorros y adultos eran asesinados sin piedad. La luna estaba roja.

"Mamá..." musitó débilmente. "Mi espíritu te cuidará. Y que los ancestros te guíen a tu nuevo hogar." La cachorra recibió un collar y un libro. "Comienza de nuevo." Diana la miraba con miedo y lágrimas aún en sus mejillas. Su madre las limpió y le sonrió con dulzura. "No dejes que nuestra sangre termine aquí."

"Diana." Ella la miró. "Te quiero."

Lentamente sus parpados se abrieron y sus sentidos poco a poco se despertaban. Diana sintió sus mejillas húmedas y su nariz mojada. Se limpió sin parar de llorar e intentó cesar las lágrimas, pero era casi imposible teniendo en mente aquellos recuerdos que la lastimaban y la llenaban de enojo. «Ellos me quitaron lo último que tenía», pensó sintiendo la ira acumularse en su pecho. «Ellos la asesinaron».

Diana miró la pequeña mesa que se encontraba a un lado de ella. «Ellos... asesinaron a mis amigos». Su ceño se frunció con fuerza e, impulsivamente destrozó con su mano la mesa y el suelo.

—¡¡¡Ah!!! —gritó de cólera, tristeza e irritación—. Madre... —susurró respirando pausadamente.

«Lo siento... No he podido de dejar pensarte y no creo que pueda... cumplir con lo que me pediste».

Habían pasado un mes completo desde que vio por última vez a la castaña. Diana empezaba a pensar que la había abandonado, puesto que, normalmente Akko la visitaba dos veces. Un día sí y otro no. Luego venía el otro y los siguientes permanecía en sus entrenamientos, sin embargo, el tiempo se alargó y su paciencia se estaba acabando.

La última de los Cavendish quería buscarla e implorarle que aceptara su petición, pero no podía y, sabía que, si Akko había desaparecido era por esa razón que Diana intentaba evitar. «Me dejó», se dijo mientras escribía en su quinta hoja. Le era difícil enfocarse en lo que estaba haciendo, sin embargo, en ese mismo día se levantó con recuerdos pasados que le causaron tristeza, y como era de esperarse la castaña no demoró en aparecer en sus pensamientos.

«Ha pasado mucho tiempo». Su mano se movía delicadamente sobre el papel. Lo que hacía era un libro que trataba acerca de la historia de los Cavendish. Ella deseaba que se expandiera a aquellas personas que estuvieran interesada en saberlo. Y también, a los nuevos Cavendish que traería. Aunque Akko la dejara, ella aún tenía las intenciones de seguir y llevar a cabo la responsabilidad con la que su madre la había dejado.

Pasaron las horas y su mano se cansó. Ella miró las veinte hojas que había escrito en todo el día. No había comido, pero tampoco tenía hambre como para hacerlo. Estaba decaída y su apetito desapareció por completo. Juntó los papeles en orden y los guardó en un cajón, para después, salir de su hogar y caminar hacia el lago dispuesta a darse un baño.

Era de noche y no tardaría en acostarse a dormir, aunque la sola idea de hacerlo la espantaba. No deseaba soñar con lo mismo.

Despojó su vestimenta y entró al lago de un salto. Seguidamente empezó a asearse, para después agarrar aire suficiente, sumergirse y bucear hasta lo más profundo. Sus pensamientos desaparecieron por un instante y sus ojos se abrieron contemplando los peces que nadaban a su alrededor.

«Que hermoso...», pensó. La luz nocturna le daba un toque mucho más resplandeciente y bello al lago. Su mente se sintió en paz y sus manos tocaron la arena del fondo. Se dio la vuelta y nadó hacia la superficie. Tomó aire tranquilamente y movió algunos de sus mechones hacia atrás. Darse una ducha la había relajado, sin embargo, su mente nuevamente comenzó a pensar y una idea repentina apareció creándole curiosidad.

«Tal vez podría...» Rápidamente salió del lago, tomó su vestimenta y se adentró a su hogar. Buscó otra prenda limpia en la habitación y se la colocó sin ningún soporte para sus pechos. Era de noche y no había nadie más que su propia presencia.

Volvió al salón y sacó de una de las cajetas hojas en blanco. Inmediatamente se fue a la mesa que se encontraba atrás de su hogar y empezó a apuntar la idea. Era sorprendente como su mente podía quedarse tranquila por unos cortos minutos y luego volver a trabajar.

Lo que tenía en sus pensamientos, era una medicina que no les permitiera a los enemigos pasar. En otras palabras, era como una barrera repelente de su especie, sin embargo, lo que pensaba ella que necesitaba era la sangre del líder para que todos estuvieran encerrados, puesto que, si la líder de los Kagari o los demás lideres habían tomado en consideración el símbolo que creó, necesitarían encerrarlos a todos por completo; no obstante, ¿Cómo les entregaría la medicina inconclusa que haría?

Diana pensaba que después encontraría la manera. Además, le serviría también a ella si los enemigos intentaban atacarla, pero primero era necesario combinar la medicina con la sangre del líder. Cuando lo pensaba con detalles le resultaba complicado, mas sin embargo, no imposible.

Tardó aproximadamente tres horas haciendo pequeños garabatos en un intento de unir bien los ingredientes correctos. Gracias a las enseñanzas de los libros que le había traído Akko, podía hacer muchos experimentos a su favor, sin embargo, hasta el momento comenzó a examinar con detalles las diferentes hojas, plantas y demás que se utilizaban para hacer simples medicamentos.

Una vez que acabó miró el resultado y una sonrisa sutil se dibujó en sus labios. «No parece tan... descabellado», pensó con un poco de gracia. A veces lo que se le ocurrían parecían cosas irracionales, pero a la vez divertidas. Tenía muchas ideas más en la cabeza que empezó a apuntar con emoción.

Llegó a un punto donde su sueño se hacía cada vez mayor y su productividad fue bajando lentamente. Sin embargo, había acabado lo que se presentó en su mente con dibujos y pasos a seguir. Más adelante pensaba poner a prueba cada uno de ellos.

En el momento que observó las hojas con intenciones de recogerlas, sus orejas captaron unos pasos aproximarse con firmeza. Diana utilizó su olfato tratando de identificar a la persona desde la distancia, pero, al no reconocerlo gruñó ligeramente. «¿Quién es?», se preguntó levantándose cautelosamente de la silla de madera.

Los pasos no se detuvieron y cada vez eran más cerca. Diana no permitiría que la persona desconocida llegase a entrar sin permiso. Lentamente y con precaución caminó hacia el frente por un costado de su casa, y ahí, lo observó. Había un lobo de una manada que desconocía acercándose. Ella pensó en Akko, y en la posibilidad de que la castaña le hubiera dicho a alguien donde vivía.

Sus manos temblaron ligeramente, pero contuvo ese temor y se preparó para atacar. Gruñó cuando estuvo más cerca y de un salto cambió su apariencia y amenazó a la persona encapuchada mostrando sus dientes. El desconocido se detuvo y la giró a ver lentamente.

—¿Me vas a morder, bebe grande?

«Esa voz...», pensó sorprendida y enseguida volvió a su forma anterior.

—¿Akko...? —dijo insegura intentando ver debajo de la capucha.

La mencionada se la quitó y la miró con interrogación.

—¿Qué haces despierta?

«Akko...» Su cola empezó a moverse agitadamente y con rapidez la abrazó no dándole tiempo de reaccionar.

—Akko... —susurró con alegría conteniendo las lágrimas.

«Volvió...»

—¿Dónde estabas? ¿Por qué te fuiste por tanto tiempo?

—He estado pensado y... tratando de convencer a mis madres en... algo.

Diana no preguntó y la aprisionó más contra su cuerpo. Su cola no había dejado de moverse de manera contenta y sus parpados estaban cerrados disfrutando de la calidez de la castaña.

—Bien. Basta. Aléjate —le ordenó e intentó separarla.

La última de los Cavendish no quería soltarse y no lo hizo, por miedo a que desapareciera otra vez. Akko reconoció su fuerza y dejó que la siguiera teniendo cerca.

—Te extrañé... —musitó.

La castaña suspiró resignada y palmeó la espalda de la Cavendish en un intento de consuelo. Demoraron unos pocos minutos más en esa posición hasta que, Diana, la soltó.

—¿Tan feliz te he puesto con sólo verme? ¿Se te ha subido la esperanza?

«¿Esperanza?», se preguntó confusa. Ella estaba tan contenta de verla que no había pensado en lo otro, en absoluto.

—¿Sabes a lo que he venido? ¿no?

—¿Te despedirás?

—Ya quisiera —dijo tomando más distancia y desviando la mirada—. He aparecido entre medio de la noche con una capucha que confunde mi aroma.

«Cierto...» Diana no logró reconocerla.

—¿Sucedió algo?

Akko la miró y sus mejillas sutilmente se ruborizaron. Seguidamente cruzó sus brazos y desvió otra vez la mirada.

—Vine a ayudarte, Diana. En tres días es mi celo.

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Fin del Cap. 10 (Nuevas ideas) 

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