Capítulo 44:
ARLETTE:
Después de que los invitados empiezan a irse y tanto Vicenzo como Francesco, Kai y Emi prácticamente se desmayan en el jardín, alrededor de la una de la mañana, me acerco al granero de Gavin. Dejo mi velo con él antes de entrar en el abrigo oscuro con hombreras que mantiene abierto para mí. Hay preocupación en sus ojos mientras me ve marchar, pero no me para. Nada puede hacerlo. Nada me detiene del hecho de que acabo de casarme y estoy a punto de cometer mi primera infracción marital. Prometí tantas cosas ante un Dios en el que no creo que estoy segura de que no cumpliré, pero también de que Vicenzo lo sabe, puesto que él tampoco tiene pensado hacerlo.
No mentir.
No engañar.
Estar con él en la salud y en la enfermedad.
Permanecer juntos hasta que la muerte nos separe.
Escucho el revuelo del personal buscando el cuchillo de plata con el que cortamos nuestro pastel de bodas, pero no les presto atención mientras me pierdo entre los invitados y desciendo al sótano. Algunos de mis hombres me notan, pero no me dicen nada mientras me dirijo al Audi de Vicenzo debido a que es el automóvil que más me conviene. No son un problema. En diez minutos cambian de guardia y no regresan hasta mañana a la misma hora. Tomo su gorra de béisbol del asiento copiloto antes de arrancar. Por suerte mis guardaespaldas apartan a las personas y a los autos de la entrada para dejarme salir sin que tenga que esperar que se muevan. Es lunes, así que el tráfico nocturno en Chicago es prácticamente inexistente.
Antes de dirigirme a mi sitio de encuentro con Marcelo, con quién pasaré más de dos tercio de mi noche de bodas, hago un recorrido por todas las cámaras en la calle de la ciudad. Por el territorio ruso. Por el área de los Morello y de Marcelo. Sobre todo, por la zona de los Ambrosetti, dónde entro y salgo de un hotel con una reservación a mi nombre. Una vez el deportivo de Vicenzo ha sido visto lo suficiente, me desvío a las afueras de la ciudad. Paso el complejo de Luciano en el proceso. Me interno en uno de los bosques adyacentes a Chicago y apago el motor frente a la otra mitad de mi herencia. Una que no me arriesgaría nunca a reclamar. Me bajo todavía con la estúpida gorra puesta y sosteniendo una linterna para alumbrar en la oscuridad.
La verja de hierro de la mansión Vólkov no se ha movido en años. Cuando ingreso la llave en el candado que la mantiene cerrada el metal hace un sonido oxidado antes de que esta se abra prácticamente por sí sola. El pasto ha crecido tanto en la ausencia de mantenimiento que ni siquiera soy capaz de ver hacia los laterales a través de él. Me enfoco en el camino que conduce a la entrada principal hasta que llego a la doble puerta de madera. Tras ingresar otra llave en su cerradura, hago fuerza para empujarla. Esta protesta al inicio, pero se abre soltando algunas astillas.
El frío en el interior del hogar abandonado de mi familia materna acaricia y estimula cada poro de mi piel. No he estado aquí desde la muerte de mi abuelo, por lo que no reconozco nada de lo que mis ojos ven cuando alumbro con la linterna. Cuando mi madre supo que la casa era parte de mi herencia, no de la suya, no volvió a venir. Toda la vida me negó mi conexión con la Bratva, por lo que no entré cuando Fósil una vez me trajo para convencerme de hacer un recorrido por los recuerdos de su pasado. Dejo las llaves junto a la mesa bajo el candelabro del recibidor. En la pared frente a mí hay un ventanal desde el que se ve la sombra de un lago y las de los árboles alrededor de él al moverse. Apago mi linterna, sintiéndome extrañamente reconfortada por el ambiente, al escuchar el sonido de un motor rugiendo en el exterior. Ya que los servicios básicos son inexistentes aquí y no tengo ni idea de si hay un generador o de si este funciona, todo a mi alrededor queda a oscuras. La puerta sigue abierta, por lo que la brisa de la noche deja de entrar a través de ella cuando un cuerpo se posiciona en la entrada. Vuelvo a encender la linterna cuando me aseguro de que solo se trata de Marcelo. Mi teléfono no deja de sonar en mi bolsillo, probablemente Luc ya se dio cuenta de mi ausencia, pero mi GPS está apagado y me aseguré de que el auto de Vicenzo no tuviera un dispositivo de localización activo antes de tomarlo.
Gavin es el único que sabe dónde estoy, o más bien con quién, pero él no hablará hasta que sea demasiado tarde.
Incluso si lo hace ahora, ya lo es.
─Mierda, Arlette ─gruñe Marcelo cuando me alcanza, sus ojos entrecerrados por la luz que continuo apuntando directamente hacia él, y me rodea con sus brazos─. No te basta con volverme loco, ¿también quieres que esté ciego, princesa? No me parece malditamente justo.
Me encojo de hombros, una sonrisa tirando de mis labios cuando verifico que no hay nadie tras él y que a la lejanía no se logra identificar otro cuerpo en su Mercedes. Después de que me rogara que no me casara con Vicenzo, a pesar de que él está casado con Bianca, las posibilidades de que aceptara venir aquí eran altas, pero las posibilidades de que viniera sin nadie no, pero lo hizo. Confió en mí lo suficiente.
Finalmente.
Sin decir nada más, permito que me mesa contra su cuerpo mientras inhala fuertemente sobre mi cabello, absorbiendo mi aroma. Su cuerpo tiembla contra el mío, pero no se avergüenza de ello. Presiono mi cabeza contra su pecho. Mis manos también se estremecen. Todo mi cuerpo lo hace. Quiero esto casi como deseo que mi padre no hubiese muerto. Su poder. Su amor. Su debilidad. Obtener el corazón del capo de tutti capi ha sido mi mayor logro, pero también uno de mis mayores sacrificios. Me tomo un momento para permitirme a mí misma disfrutarlo echándome hacia atrás y evaluando su expresión atormentada. Todo lo que le he hecho en los últimos días lo ha destruido, pero aun así Marcelo Astori vino aquí por mí.
Siempre ha roto sus propias reglas por mí.
Se ha arriesgado por mí.
─Dime lo que más quieres en este mundo ─susurra sosteniendo mi rostro entre sus manos─. Y será tuyo con tal te deshagas de Vicenzo Ambrosetti. Lo que quieras, princesa. Incluso rehacer toda la mafia siciliana de Chicago.
Retiro sus manos de mi rostro.
─Saber lo que más quiero en el mundo podría alejarte.
Marcelo niega.
─Intento ser bueno, pero ambos sabemos que no lo soy. ─Traga mientras deja caer los brazos─. El hecho de que no me gusta que los inocentes sufran no me hace menos capo. Ambos sabemos que pude haber salvado a Isabella Morello de Mariano, pero no lo hice y continúo considerándolo un aliado. Que pude haber matado a Luciano, pero no lo hice. Que puedo hacer un montón de cosas, pero no las hago.
Esta vez soy yo quién sostiene su rostro.
─Porque ambos sabemos que cuando alguien cae, puede venir alguien mucho peor. ─Acaricio la línea de su mandíbula, todo en mí disfrutando de cómo tiembla y se endurece bajo mi toque─. ¿De verdad quieres saber qué es lo que más deseo en el mundo, Marcelo? ─Delineo el contorno de su cicatriz con mi nariz mientras espero que asienta, lo cual hace con los puños apretados─. Me gustaría que estuvieras muerto ─respondo tras apartarme para dirigir mi mirada directamente a sus ojos verdes.
En el momento en el que las palabras abandonan mi boca, Marcelo empieza a retroceder. El hombre más duro de la mafia siciliana se rompe. Su expresión dice claramente cuánto le duele el hecho de que lo haya manipulado con lo que más quiere, a mí, para venir aquí, lo cual involucra, en parte, el haberme casado con Vicenzo y usar su rivalidad hacia este a mi favor, pero fue el propio Marcelo quién me dio la idea cuando trajo a Bianca e insinuó que sería un desastre debido a ello cuando nunca me dejaría arrastrar así. No cuando nunca, jamás, rogaría por amor.
Pero si lo dijo, es porque se miró en un espejo.
Porque así es como él actuaría.
Lo demostró retirándome su apoyo con los Morello.
─Cuando me dijiste que viniera aquí, sabía que existía un cincuenta por ciento de posibilidades de que esto fuera una trampa, pero todo en mí me gritaba que le hiciera caso al cincuenta por ciento que decía que realmente me querías. Que todo lo que has hecho últimamente ha sido por despecho, puesto que antes de Bianca éramos perfectos ─dice después de un breve momento de silencio.
─¿Antes de Bianca o antes de Vicenzo? ─susurro en respuesta─. ¿O antes de ambos, Marcelo? Fue solo una dulce coincidencia el hecho de que pusieras las ideas en mi mente en el momento en el que él regresó a Chicago. Si pensabas que era tan estúpida como para arruinar todo por lo que he trabajado por ti, significaba que estabas dispuesto a hacer lo mismo por mí ─le explico─. ¿O me equivoco?
Él no lo afirma, pero tampoco lo niega.
En lugar de verme, camina en círculos por la sala de los Vólkov. Ni siquiera considera irse. Ya ha confirmado que le tendí una trampa, por lo que seguro piensa que el sitio se encuentra rodeado de mis hombres. Pudo haber sido así, pero no iba a correr el riesgo de que Marcelo lo descubriera. Tampoco me pondría a mí misma en una situación de peligro si no supiera que hay altas posibilidades de que salga de ello en una posición a mi favor. Viva, al menos. No puedo morir. Mi familia todavía me necesita para mantenerse a flote. Tampoco nadie puede enterarse de que fui yo quien estuvo aquí con él. Absolutamente nadie.
─¿Por qué él? ─pregunta mientras se detiene a mirarme, acercándose─. ¿Por qué Vicenzo Ambrosetti? Hay un montón de hombres en la mafia siciliana que podías haber utilizado. ¿Por qué ir con de quién tu misma te deshiciste?
Esta es la última charla que alguno de los dos tendrá, por lo que no tengo ningún problema con responder a sus preguntas. Mi espalda choca contra el vidrio de las puertas dobles que dan con el lago cuando se acerca de nuevo, la cola de mi vestido arrastrándose por el suelo. Iba a cambiarme, pero la droga que puse en los bombones de la sala del novio hizo efecto antes de lo que tenía previsto y su tiempo es limitado. Nunca hubiera podido escapar de casa con Francesco y Vicenzo persiguiéndome.
─Porque hay tanta historia entre Vicenzo y yo que sé que si un día me mata no me apuñalará por la espalda. ─Alzo el mentón cuando envuelve mi cuello con sus manos tras quitarme la gorra de Vicenzo, lo cual ocasiona que mi cabello caiga sobre los laterales de mi rostro. No ejerce presión contra él, pero el deseo está ahí. El problema es que su deseo de matarme es mucho más débil que la esperanza, que su estúpido sentido del bien y su amor─. Así que probablemente lo habría visto venir antes de que suceda. ─Mis manos van a sus muñecas─. No puedo decir lo mismo de ningún otro hombre de la mafia siciliana.
Los ojos de Marcelo se llenan de dolor.
─¿Desde cuándo lo sabes?
─Siempre lo he sabido, Marcelo. ─Al recordar el motivo por el que estoy aquí, el odio en mi voz finalmente deja de disfrazarse. La dulzura y la sutileza desaparecen. Estoy frente a un traidor. Un mal asesino─. Siempre he sabido que tres hombres mataron a mi padre y que uno de ellos no fue Luciano. ─Mi mandíbula se aprieta antes de seguir. Su respiración se paraliza─. Que tú sembraste la idea, Salvatore se dejó llevar y Constantino la ejecutó. Tres hombres en los que mi padre confiaba... en Luciano no.
─¿Entonces todo fue una mentira desde el principio?
─Ni siquiera tienes que preguntarlo. ─Mis labios se curvan cruelmente hacia arriba─. He pasado tres años esperando esta oportunidad. Bianca y Vicenzo me la regalaron. Los celos te nublaron. Te hicieron ignorar tu sentido de auto-preservación. Uno contra el que he estado luchando desde que asesinaste a mi padre para ganar tu confianza y vengarlo sin morir en el proceso. ─Mientras sus manos comienzan a apretar, la luz en él apagándose, la bondad, deslizo una de las mías en el interior de uno de los bolsillos de mi abrigo─. Se acabó, Marcelo ─consigo susurrar, quedándome sin aire, mientras mis ojos se llenan de lágrimas─. Mis hombres tienen este sitio rodeado ─miento, el pánico invadiéndome debido a que todavía no encuentro lo que busco y cada vez se me hace más difícil respirar, pero al escucharme su agarre se afloja─. Si me matas, te arrastraré conmigo. ¿Esa impotencia de querer simplemente asesinar a alguien y no poder? Es así como me he sentido todos estos años. ─Mis dedos se curvan alrededor del mango del cuchillo de mi pastel de bodas, el cual tiene las huellas de dos personas en él─. Eso es odio, ira y dolor, no amor, pero definitivamente más útil.
Cuando termino de hablar, su agarre se refuerza.
─Si lo que dices es cierto y tus hombres están fuera, si te mato o no de todas maneras este es el final para mí ─gruñe en mi oído, acercándose como necesito que lo haga para ser letal, pero mis parpados luchando contra el impulso de dejarse ir─. Pero te arrastraré conmigo, princesa.
─No me arrastrarías sola ─susurro, lo que hace que finalmente me suelte y parpadee, pero no se aparte.
Antes de que decida volver a actuar contra mí, deslizo el cuchillo en su pecho. Encima de su corazón. Inmediatamente su camisa blanca se tiñe de rojo. Marcelo se tambalea hacia atrás y resopla mientras intenta sostenerse a sí mismo apoyándose en la mesa. Lo empujo y cae en el suelo. Aún con el metal atravesando el órgano más importante de su cuerpo, consigue murmurar para mí.
─Tenía una buena razón.
No es una disculpa, pero es una explicación.
No asesinó a mi padre por ambición.
─Lo sé ─respondo mientras clavo más profundamente el cuchillo en su pecho con la suela de mi zapato─. Yo también la tengo, Marcelo. Me arrancaste el corazón del pecho como yo lo estoy arrancando del tuyo.
De rodillas junto a él, espero a que sus ojos se cierren, lágrimas deslizándose por sus mejillas. Intento recordar lo que me vi forzada a hacerle a Beatrice cuando, tras quitarme el abrigo, desciendo el cuchillo hacia abajo y dirijo mis manos a sus intestinos todavía en movimiento. Beatrice, una inocente embarazada a la que cualquiera de ellos tres asesinó. Pienso en ella y en que casi pequeña Beatrice no lo logró para no flaquear y no sentir asco.
Aun así lo que le dije es cierto.
Siempre puede venir alguien peor.
*****
Conduzco a casi ciento ochenta kilómetros por hora para que el módulo que Marcelo puso junto a una gasolinera, probablemente al tanto de sus planes, no pueda reconocer el auto de Vicenzo a simple vista. A casi esa misma velocidad llego al edificio del apartamento de soltero de mi esposo y dejo su Audi en el estacionamiento subterráneo antes de salir a la calle y tomar un taxi a casa. Luc, como sabía que lo haría, me espera en la entrada con un ejército de hombres listo para ser desplegado por Chicago y encontrarme. Sus hombros descienden hacia abajo con alivio y cansancio al verme. Me sostiene con actitud preocupada cuando me tambaleo torpemente, puesto que el dolor que he estado conteniendo todos estos años me golpea. Me debilita y se lo permito. Por fin me he ganado el derecho de llorar a mi padre. A pesar de que quiero que las lágrimas salgan, sin embargo, estas no lo hacen. Temo que el haberlas contenido tanto hizo que se secaran, pero después de tres años mi corazón sigue rompiéndose de la misma manera que lo hizo cuando lo encontré en su oficina.
Mi padre está muerto.
Por fin sus asesinos están muertos.
─Algunos invitados me amenazaron esta noche ─le informo mientras me aprieto más contra mi abrigo, cuidándome de no enseñarle la sangre─. Retira a nuestros hombres de la entrada, pero no los eches. Mantenlos aquí, en el segundo piso de la casa, protegiendo a mis hermanos, y en el jardín.
Aunque se ve impactado por la noticia, está al tanto de cuáles serán nuestros movimientos a partir de ahora y no contradice mis órdenes, puesto que él mismo me ayudó a crear todas nuestras estrategias de defensa. Luc debió haber manejado el secreto de mi huida, por lo que Fósil es el único al que le debo una actualización de las circunstancias. Me abraza y me ayuda a subir a mi habitación cuando le digo cómo han amenazado mi vida y cómo sucumbí al irme con Marcelo por protección, nunca hallándolo. No le digo que lo maté aunque lo deseo.
Nadie puede saber que fui yo.
Antes de abandonarme, me cuenta que Vicenzo no ha sido visto desde que se desmayó en el jardín, pero que debió haber salido debido a que su auto no se encuentra en el estacionamiento. Mi abrigo continúa limpio y solo la parte superior de mi vestido se manchó de la sangre de Marcelo, por lo que después de lavarme la cara y tomarme un momento para relajarme mientras le envío a Marcelo un mensaje cambiando la dirección de nuestro encuentro y diciéndole que lamento la tardanza, desciendo nuevamente por las escaleras, entro en el cuarto de seguridad para borrar todas las cintas de grabación de la noche de hoy y me dirijo a las mazmorras. Flavio me abre después de que golpeo la puerta de hierro tres veces con mi puño.
─Ya está despierto ─dice mientras sale cerrando la puerta tras de sí, cortando el inicio de un gruñido furibundo proveniente desde el otro lado, a lo que afirmo.
Antes de que se marche, sin embargo, tomo el mango de su camisa y lo envuelvo entre mis brazos con fuerza. Flavio me devuelve el abrazo, pero sus ojos azules se ven confundidos mientras alza la cabeza para mirarme fijamente. A medida que crece los abrazos se reducen, pero eso solo los hace más especiales. También los de Beatrice. Un día no me necesitarán más y será tanto un alivio como un dolor. Habré perdido mi razón de existir entonces.
─¿Marcelo fue un imbécil?
Aunque me gustaría decirle que no me cubrió para que pudiera pasar mi noche de bodas siendo una adultera, sino vengando a nuestro padre, no puedo hacerlo.
─Nunca llegué a verlo. No estaba en el sitio.
Algo parecido al alivio se apodera de su rostro.
─Por mucho que no me guste Vicenzo, al menos sabes que esperar de él. De Marcelo no ─susurra, viéndose repentinamente incómodo─. No quiero inmiscuirme en tu vida privada, Arlette, pero ellos dos se detestan a muerte. Temo que seas tú la que muera de los tres si no lo hace uno de ellos. Solo es cuestión de tiempo para que se maten.
Mis labios se curvan lentamente hacia arriba.
─Tomaré en cuenta tu consejo.
Tras asentir, Flavio abandona las mazmorras. Tomo el pomo de la pesada puerta de hierro y tiro de ella hacia mí. Este es el único sitio de la mansión que no tiene cámaras, por lo que es el único en el que Vicenzo podía estar mientras el sistema de seguridad siguiera en marcha. Sus ojos oscuros y enojados dan con los míos cuando entro en su celda. Sus brazos se sacuden contra las cadenas que los mantienen extendidos hacia arriba. Hay un bozal de metal oscuro, contrastando contra su piel, cubriendo su boca y toda su mandíbula. Continúa usando su traje. Mientras deslizo el abrigo por mi cuerpo, revelando las profundas manchas de sangre en él, sus sacudidas de protesta e ira se detienen, la confusión predominando.
Sus facciones continúan duras, sin embargo, mientras me presiono contra él con el objetivo de ensuciarlo. Ni siquiera se mueve cuando nuestros torsos chocan entre sí o cuando mi pecho se presiona contra su espalda. Solamente continúa respirando honda y profundamente. Cuando la sangre ya no puede ser traspasada hacia él, me desplazo hasta acabar junto a la puerta, de espaldas a Vicenzo, y tiro de mis brazos hacia atrás para poder alcanzar el cierre de mi vestido. Este debe ser empujado hacia abajo para vencer la resistencia que impone el líquido rojo que cubre mi abdomen y pecho desnudo. No llevo ropa interior. Cuando me doy la vuelta, sus ojos negros son intensos.
Ya no le importa estar amordazado.
Atado.
Haber sido drogado.
Solo la sangre en mí.
Esta vez desabrocho su camisa cuando me aprieto contra él, mi piel se erizándose y mis pezones endureciéndose debido al contraste entre la superficie fría de su piel, pero el infierno bajo ella. Vicenzo no se limita a respirar esta vez. Vuelve a sacudirse contra las ataduras, pero la llave está abandonada en la mesa metálica en una esquina. Dirijo mis labios a su oído cuando me encuentro casi seca de la sangre de Marcelo. Si hay un voto que sé que ambos pensamos mantener y no fue dicho durante la ceremonia, es que ahora sus pecados son los míos y viceversa.
─Marcelo Astori, el jefe de jefes de la mafia siciliana, ha muerto. ─Al escucharme un estremecimiento de lo que sospecho que es placer recorre su cuerpo. Me sitúo frente a él tras tomar las llaves de sus cadenas antes de seguir, mis manos jugando con sus abdominales, los cuales se contraen bajo mi toque, antes de ascender mis caricias a su rostro. El lugar dónde mi padre lo marcó es suave, sin cicatriz, pero todavía soy capaz de sentir la marca bajo su piel. Sé que él también─. Y tú lo has asesinado, Vicenzo.
Vicenzo deja caer sus brazos cuando lo libero, apresurándose por ir tras de mí y presionarme contra la pared con fuerza. Gruñe, por lo que suelto una débil risa antes de quitarle el bozal. Flavio odia escucharlo hablar. Sin embargo, Vicenzo no dice ni una palabra cuando lo libero. Encaja sus manos en mi cuero cabelludo y tira de mi cabeza hacia atrás mientras se presiona fuertemente contra mí.
Es una forma diferente de perder el aire.
De morir.
Suelto lo más parecido a un último aliento sin que mi corazón se detenga antes de que estampe sus labios contra los míos. El pelear contra él me hace olvidar lo que hice y por qué tuve que hacerlo en primer lugar, el dolor y la pena acumulados, por lo que casi instintivamente rodeo su cuerpo con mis piernas cuando me insta a hacerlo. Su lengua se mueve ávidamente contra la mía mientras me lleva al otro extremo de la habitación y me deposita en el suelo, pero sobre mi vestido, movimientos que contrastan con nuestro beso y con la manera en la que tiro de su cabello, acercándolo y alejándolo al mismo tiempo. Controlándolo, pero también sucumbiendo. Tiemblo cuando sus manos se deslizan por mis costados y el frío del metal del reloj de mi padre en la muñeca de Vicenzo, ahora mi esposo, me rasguña. Mi piel continúa manchada en algunas zonas debido a que tuve que hacer que pareciera que había sido él, cruel y sanguinario, como una obra de arte del terror, por lo que sus manos se ensucian.
Continuamos besándonos incluso cuando mete un par de dedos en mí, haciendo que me aleje antes de que mis caderas se ondulen hacia arriba exigiendo más. Lo que encuentra lo hace jadear con aprobación antes de que retire su mano y empiece a trabajar en su cinturón y en el cierre de su pantalón. Ya no soy una niña inexperta, por lo que tomo las riendas de la situación cuando entra en mí meciendo las caderas en contra de sus duras estocadas. Mis uñas se deslizan sin piedad por su espalda mientras tiro de mi cabeza hacia atrás debido a la intensa intromisión.
Tras obtener de mí lo que quiere, un grito que acalla con su boca y el estremecimiento de mis muslos, se retira de mí y esparce su semen sobre los restos de la sangre de Marcelo en mi estómago. No puedo evitarlo. Soñolienta, pero preparada para continuar con esto, suelto una débil y ronca carcajada debido a su manera de acabar.
Las personas no cambian.
Cambian las circunstancias.
Vicenzo siempre será un asesino territorial e inmaduro, pero ahora es el asesino territorial e inmaduro que es mi esposo. Una pieza a la que le sacaré mucho provecho. Rueda sobre mí para acostarse a mi lado, todavía jadeando, y mira hacia el techo con la mandíbula apretada.
─No soy un esposo florero.
Dándome la vuelta, me apoyo sobre mi codo para alzarme y verlo. A pesar del fruncimiento de sus cejas, sus ojos brillan con interés cuando extiendo mi mano, la mano en la que ahora mi alianza y mi anillo de compromiso se encuentran, hacia abajo. Para su consternación, ignoro su pene semi-erecto para tomar su muñeca. Desabrocho el reloj en ella con facilidad. Me incorporo y lo sostengo frente a su rostro nuevamente molesto, pero también exhausto, cuando lo tengo.
─¿Leíste el grabado del reloj?
Tras mi pregunta, ni siquiera me mira cuando responde.
─No.
Suelto un suspiro, dándoselo.
─Hazlo.
─Para el jefe de jefes ─pronuncia en ruso, a lo que afirmo mientras me cubro con mi abrigo, dejando a mi vestido descansar en paz bajo nosotros, puesto que Gavin, quién sabía que se arruinaría, hizo dos─. Con amor, Sveta.
─Mi madre se lo dio a mi padre ─le cuento mientras me mira y se cierra los pantalones al mismo tiempo, sus movimientos mecanizados al mantener su concentración en mi rostro─. Cuando ambos mataron al capo jefe de su época. Desde entonces mi padre fue el verdadero capo di tutti capi, pero se escondía tras la imagen de casetto. Apreciaba el poder de la posición, pero prefería la seguridad del silencio. Todos desde entonces han sido...
─Una imagen ─completa él, en lo absoluto sorprendido.
─Sí ─susurro mientras llevo mi mano a su rostro, delineando nuevamente su cicatriz─. Aunque con Marcelo no fue muy reservado al respecto. Todavía no sé por qué.
─¿Cómo te diste cuenta?
Hago una mueca.
─Cuando asumí el control y vi que la mafia siciliana se habría derrumbado de no ser por mí. Marcelo era fuerte, pero no era tan inteligente. Tenía que haber alguien tras él. Mi padre era la razón más obvia. Fósil lo confirmó. ─Mi mano se hunde en su cabello─. No eres un esposo florero. ─Ante su silencio, me sitúo sobre sus piernas y sostengo mi rostro entre sus manos, mi cabeza inclinada sobre la suya─. Mi vida es un tablón de ajedrez en el que no eres un peón, sino el rey. Tus movimientos son más limitados que los de la reina, pero no podría ganar la partida sin ti. ─Tomándolo de sus manos, nuevamente deslizo el reloj en su muñeca mientras hablo. Cuando termino beso el cristal en él con mis labios, mis ojos en los suyos─. Porque hasta que Flavio cumpla la edad suficiente, hoy has matado a Marcelo Astori y eres el nuevo jefe de jefes de Chicago.
¿Qué tal?
¿Cómo se sienten?
Falta 1
Mañana anuncio las dedicaciones. Me tengo que poner a revisar hoy ♡
-huye-
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