Capítulo 32:
ARLETTE:
No encuentro nada divertido o interesante, incluso lo considero aberrante, en ver cómo una mujer se compromete de por vida a un hombre como Mariano Borgetti, por lo que me salto la ceremonia en la Iglesia. Debido a que la boda fue en la tarde, la celebración posterior es nocturna, una excusa para que los invitados utilicen sus mejores trajes. Le sonrío a Gavin cuando retira la funda del vestido que trae para mí. Él me devuelve la sonrisa con las mejillas sonrojadas, su mirada gacha. Además de ser mi estilista personal, empezó a estudiar diseño y costura en las mañanas. Después de prepararme para el día, por supuesto. Aunque se niega a aceptar un trabajo en Venice, la línea de ropa antibalas de Beatrice, todos sus proyectos han estado orientados a vestir a mujeres como yo. No soy ciega. Me veo a mí misma en todos sus diseños. En las correas y los detalles extravagantes, pero a la vez sutiles. En las costosas telas que utiliza. En el largo de sus faldas. No tan cortas como para dar una idea equivocada, tomando en cuenta que ser una zorra no tiene nada que ver con ser fácil, pero tampoco lo suficientemente largos como para no insinuar. Hoy finalmente llevaré algo que haya hecho para mí.
Es absolutamente precioso.
Es plateado, un color que rara vez he usado, y es ceñido hasta que llega a mi cintura y se deja caer como si fuera líquido, no sólido, sobre mis piernas. La parte superior solo está sostenida por dos tiras, su escote arremolinado sobre mis pechos. La inferior cubre mis piernas, tiene una pequeña cola, por lo que no se ven mis tacones. Después de que entro en él, Gavin pasa casi media hora cepillando y arreglando mi cabello para que caiga de manera brillosa y uniforme, con discretas ondulaciones, sobre mi espalda. Mi maquillaje se enfoca en la iluminación y el brillo, por lo que hay destellos plateados en mis ojos y en mis mejillas. Mis labios lucen llenos bajo una capa vinotinto. Solamente deja caer un sencillo diamante blanco con forma de lágrima sobre mi pecho, aretes sencillos en mis orejas. Cuando terminamos y observo mi reflejo en el espejo, me siento feliz de haber confiado en él para esto.
─Te besaría por haber creado algo tan lindo para mí, pero eso arruinaría mi labial. ─Le guiño el ojo─. ¿Te tomará mucho tiempo arreglarte? ─Gavin arruga la frente, sin entender. Alzo la voz como si estuviera dándole una orden─. Me acompañarás a la boda. Hiciste esto para mí. Mereces ver cómo todos lo admiran. Aunque me odien, amarán este vestido. Quiero que te regodees de ello tanto como yo. ─Tomo el pequeño bolso a juego que dejó en la cama para mí. Un sobre pequeño con una correa─. Tienes cinco minutos. ─Lo miro por encima de mi hombro antes de salir. Ya no se ve feliz, sino nervioso como cada vez que está rodeado de miembros del submundo de Chicago a los que no controlo, pero, al igual que yo, nació en la oscuridad, por lo que esto es algo que tiene que superar. Su orientación sexual no le debe importar a nadie mientras yo viva─. Y no te lo estoy pidiendo.
Cuando llego a la primera planta soy recibida por Francesco, viéndose hermoso en un traje gris hecho a la medida, y por Hether y Luc. Aunque conocí a Marianne antes que a la rubia, que nos vean juntas demasiadas veces es un riesgo. Trabaja como mi doble mientras se gradúa en artes escénicas, probablemente después de hacerlo continuará haciéndome favores, por lo que debo evitar que las personas se den cuenta de su existencia. Verónica se fue a la escuela de derecho de Harvard. Recordar la expresión en su rostro, tanto de desolación como de felicidad, cuando la carta de aceptación llegó a su buzón y no fue hasta que todas estuvimos con ella que la abrió, me hace sonreír, feliz de que todas ellas estén cumpliendo sus sueños a pesar de que terminaron involucradas conmigo. Hether, en cambio, se conformó con quedarse en Chicago siendo la esposa de Luc, intentando convertirse en la mujer italiana perfecta, en realidad, y ayudándome con las chicas de la isla de Luciano, pero eso no significa que sea desdichada. Mientras no haya superado el límite de su tarjeta de crédito, es feliz. Luc lo sabe y cada vez se esfuerza más por conseguir un puesto más elevado dentro de mi círculo de confianza, más dinero, pero no estoy lista para cederle el control de mi territorio a nadie. Hasta que no me sienta cómoda dentro de la Cosa Nostra, lo administraré y manejaré todo por mi cuenta, exceptuando lo que pertenecía a los Ambrosetti. Francesco ha hecho un buen trabajo manteniéndolo bajo control y en orden, lo que yo pude hacer, pero no quise. Había una sensación incómoda en tocar lo que le pertenecía al traidor que asesinó a mi padre.
Y a Vicenzo.
Mientras espero a Gavin, no puedo evitar mirar de reojo a Francesco. Él bebe una copa de vino mientras habla con Hether, quién lleva un vestido rojo con mangas amplias, su cabello rubio recogido en un moño en la cima de su cabeza. Luc fue a repasar los detalles de seguridad apenas me vio. Francesco gira el rostro hacia mí cuando siente mis ojos en él. Al instante sé que lo sabe. No es capaz de mantenerme la mirada por mucho tiempo, lo que significa que está ocultando algo. Lo único por lo que él iría a mis espaldas es su corazón. Alguien que considera un hermano. Intento no molestarme con él por eso, por no advertirme que Vicenzo estaba de regreso en la ciudad, pero es imposible.
La familia siempre está primero.
*****
Tras llegar al lujoso y exclusivo hotel en el que la celebración de la boda de Mariano se llevará a cabo, intento ocultar una sonrisa por la manera en la que Gavin, como predije, está disfrutando aún más las miradas dirigidas hacia su vestido que yo. Después de halagarlo por su traje, un modelo blanco con estampado de flores góticas, me dirijo al baño. Mis guardias se quedan esperando tras la puerta, por lo que nadie además de mí pasa. Sacando una pequeña bolsa con polvo blanco de mi bolso, lo alineo con un billete sobre el mármol del lavado y me inclino. A los segundos siento el cansancio desvanecerse como una manta que ha sido retirada de mis hombros. Me enderezo y me tomo un momento para calmarme antes de darme la vuelta y asegurarme que no haya ninguna evidencia bajo mi nariz. Aunque la cocaína se ha convertido en mi debilidad, dudo mucho que mis enemigos puedan sacar provecho de ello. Para atacarme a través de ella tendrían que vaciar la ciudad de la sustancia, lo cual sería contraproducente tomando en cuenta que son narcotraficantes.
También está el hecho de que no tiene en mí el mismo efecto que tiene en las otras personas. Mientras los demás se exaltan y enloquecen, yo solo me mantengo alerta.
─Tu favorito. ─Hether me tiende una copa de champagne cuando regreso a la mesa. Alzo las cejas. Conoce a lo que me enfrento diariamente, por lo que solo bufa con molestia antes de llevar el licor destinado a mí a sus labios cuando no la tomo de sus manos─. Si hubiera querido envenenarte, habría hecho algo más elaborado que envenenar tu copa dónde todos pudieran ver que fui yo. Habría alterado la botella desde el primer distribuidor o aprovechado todas esas pijamadas en casa de Verónica para contaminar tu esmalte con algo que te quitara la vida lentamente.
Tras servirme yo misma, alzo mi copa.
─Por ti ─susurro─. Porque te has vuelto inteligente.
─Perra ─escupe en un poco entendible italiano, pero sus labios sonríen─. ¿Cuáles son los planes para esta noche? ─Achica los ojos en mi dirección─. ¿Irás por el capo di tutti fruti?
No puedo evitar sonreír ante su apodo para Marcelo. Me gustaría enojarme con ella por hablar de él así, por entrometerse en mi vida de una manera que nadie más lo hace, pero no puedo. Ella me dio el poder de alterar la suya cuando aceptó cederme el poder sobre los bienes de Luciano sin pedir nada más que habitar bajo mi ala a cambio, pero no solo se trata de eso. Cuando necesitaba una opinión sobre si debía deshacerse o no de su hijo, me escuchó.
Lo menos que puedo hacer es escucharla, aunque no me importe.
También está el hecho de que tiene razones para odiarlo.
Al igual que todos mis hombres, los que me son leales, al menos, lo aborrece por la manera en la que supone que obedezco sus reglas limitantes. Tomo un trago de mi champagne, recordando las palabras de Vicenzo, antes de responder. Lo que mi recién aparecido ex prometido tenga que decir al respecto no debería importarme en lo absoluto, pero por alguna razón la rabia que he mantenido adormecida hacia Marcelo por ponerme restricciones ha empezado a aparecer. De acuerdo con él la mejor manera de ganarme a los miembros de la mafia siciliana, su respeto, es siendo pacifica, enseñarles que soy mejor, pero no está funcionando. La impresión que dejé en ellos cuando ataqué a Luciano, Morello y a Constantino se deshizo como polvo.
Para ellos he vuelto a ser una niña malcriada.
─¿Cómo está Matteo? ─suelto en lugar de responder a su pregunta, nuevamente reservándome mi vida privada para mí misma.
Aunque su mirada se vuelve enojada, sus labios sonríen al pensar en su hijo. Un niño de cabello rubio y ojos violeta. Aunque estos últimos lucen iguales a los de su padre biológico, Matteo es en lo absoluto como Luciano. Su sangre arrastra sus pecados, pero no los manifiesta. No aún. Es difícil amar a su madre, no todas las personas podrían soportar a Hether, pero lo hace. Luc también.
A veces el amor nace en los lugares más extraños.
─Bien ─murmura, su voz llena de cariño─. Aprendió los números en italiano antes que yo. Es muy listo. Estoy tan orgullosa.
Me reservo el comentario de decir que a su edad Beatrice ya los sabía tanto en italiano como en ruso, al igual que el abecedario y muchas otras palabras, puesto que eso me haría sonar como la típica madre competitiva, y le sonrío ampliamente en su lugar, mi atención dividiéndose entre ella y Mariano bailando con su esposa en el centro de la pista. Una chica joven y pelirroja, estadounidense con raíces irlandesas, quiénes en un pasado también fueron nuestros enemigos, a la que conoció en un bar, para sorpresa de todos, de la que al parecer se enamoró. Niego mientras muerdo el interior de mi mejilla con fuerza. Es tan ilógico. Mariano no pudo desarrollar sentimientos por Isabella, una italiana que encajaba en su ideal de perfección, y contener a sus demonios por ella, pero lo logró por una don nadie. A pesar de su personalidad abusiva y machista, sé de primera mano que no le ha puesto un solo dedo encima. Que no le ha gritado o insultado.
Él incluso le compró una hermosa galería de arte en el centro de Chicago para que expusiera sus obras, es una artista, en contra de su principio arcaico de que las mujeres no trabajan. Ellos no han cambiado, pero se han vuelto tolerantes por la mujer que ama. Por la chica que presiona su frente contra la suya con una sonrisa en su bonito rostro, viéndose hermosa en un clásico vestido blanco mientras entrelaza sus manos con las de él. Si no se tratara de Mariano, alguien a quién desprecio, incluso podría decir que lucen lindos. Que en existe la posibilidad de que haya brillo en la oscuridad y que este se mantenga en ella.
─Él me da asco ─murmura Hether─. Pero la ama, ¿no?
Afirmo, divertida con la situación.
─Sí. La bestia lo hace.
Siempre y cuando ella lo mire como algo que vale la pena por sí mismo, lo hará. En el momento en el que esa mirada cambie, sin embargo, Mariano sufrirá y eventualmente volverá a ser quién es. Hether separa los labios para continuar con nuestra conversación sobre ellos, pero una presencia tras de mí la detiene. Tomo aire antes de darme la vuelta, consciente de la manera en la que mis escoltas han empezado a acercarse, incluido Luc. Aprieto mi mandíbula cuando Francesco le impide llegar a nosotras colocando una mano en su hombro y murmurando algo en su oído que lo hace verme. Afirmo, indicándole que puedo encargarme de esto sola. Con una inclinación de su cabeza y palabras murmuradas a su intercomunicador, continúa su charla con él a pesar de que puedo sentir su tensión y sus miradas hacia mí.
Lo entiendo.
Vicenzo Ambrosetti es el enemigo.
─Vicenzo ─gruño─. ¿Qué haces aquí?
Él se encoje de hombros, lo que lleva mi mirada a su traje negro e impecable. Probablemente usando una se siente como un animal enjaulado, por lo que no lleva una corbata. La parte superior de su camisa blanca está abierta, revelando una porción de su pecho sutilmente bronceado. Aunque no termino de acostumbrarme a su cabello oscuro, no puedo evitar admitir que no luce del todo mal.
Aun así me gustaría no estarlo viendo en este momento.
─La comida es gratis ─dice como si eso explicara por qué está tan cerca de mí cuando amenacé con matarlo si volvía a verlo.
Si permanecía en Chicago.
─Vete ─suelto, dándome la vuelta, aun sin comprender por qué se empeña en estar tan cerca de mí y en hablarme, incluso en pedirme ayuda, cuando por mí Aria asesinó a su padre, de lo cual no me arrepiento. Sé por experiencia lo que experimenta su cuerpo cuando está cerca de mí, la insaciable sed de venganza, el calor apenas soportable, el temblor en las manos debido a las ganas de tomar cualquier objeto en la habitación y acabar con la persona que te arrebató lo más importante para ti, por lo que no tengo otra opción aparte de considerarlo una amenaza. Un enemigo mortal─. Permanece tan lejos como puedas o muere.
Al igual que el día anterior, Vicenzo se sitúa tras de mí.
No ignoro la manera en la que inhala con profundidad antes de hablar. Tampoco el cómo mi cuerpo responde con un estremecimiento. Aunque han pasado tres años desde que nos vimos por última vez, sin contar su visita a mi habitación el día de ayer, no ha perdido su poder de hacerme enloquecer.
─Lo siento, Arlette, ya no tomo en serio tus amenazas. ─Hether, quién había olvidado que estaba junto a nosotros, ahoga un sonido de sorpresa ante la forma en la que me está hablando─. Si quieres que lo haga, deberías empezar a cumplirlas, pero hacerlo sería ir en contra de las reglas, ¿no? ─A pesar de que me está provocando, sus ojos oscuros lo gritan, me doy la vuelta y me alejo de los demás mientras retrocede conmigo siguiéndolo─. Si me hubieras dicho que me matarías hace tres años te creería, pero ahora solo te veo y no puedo evitar compararte con un gatito rabioso. ─Sus labios se curvan, deteniendo mi mano cuando la alzo para golpearlo. Jalándome hacia él, pega sus labios a mi oído, nuestros pechos rozándose por solo milímetros─. Lo único que haces es maullar y arañar. Así no es como recuerdo a la mujer con la que toda la vida me dijeron que me iba a casar. ─Nuevamente inhala. Nuevamente tiemblo debido a la rabia. Todos nos están mirando, por lo que me fuerzo a calmarme. No quiero que se enteren que tiene algún tipo de poder sobre mí. Que puede alterarme. Tampoco quiero que se enteren de que está de regreso. Su muerte, si llega un momento en el que lo que haga opaque mi afecto por Aria, me pertenece. Vicenzo se da cuenta de la dirección de mis pensamientos y sonríe─. Bueno, algo continúa siendo igual, después de todo. ─Deslizando su mano en la mía, empieza a mecerse en mi contra al ritmo de la música. Algo clásico que la banda contratada interpreta. Lo sigo. Si bailamos no verán nada extraño sucediendo─. Como sigue importándote lo que los demás piensen de ti, que crean que eres perfecta cuando por dentro eres un pequeño desastre.
Presionando mi cabeza contra su pecho, como lo hacen las demás mujeres con su pareja, cierro fuertemente mis ojos mientras me fuerzo por ignorar su colonia con cierto deje de rosas. Vicenzo siempre ha olido de manera dulce a pesar de que todo en él grita que es ácido. Al laberinto de rosas de mi familia, específicamente, en el que crecimos persiguiéndonos y maltratándonos el uno al otro. En el que me empujaba para ocasionar que raspara mis rodillas. En el que le gritaba que lo acusaría con mi padre y le haría la vida miserable por ello, probablemente refiriéndome a que arrojaría alguno de sus juguetes favoritos a la chimenea.
Siempre me he preguntado por qué.
Por qué escogió oler así si lo odia tanto como yo.
Por qué me gusta.
─Solía ser arrastrado a estos eventos en contra de mi voluntad, ¿lo recuerdas? ─Sin entender por qué habla de esa manera, pero a la vez sí, afirmo─. Mi madre me obligaba a llevar un traje como este... ─Me alejo de él cuando me insta a dar una vuelta para posteriormente arrastrarme en su contra de nuevo─. A peinarme de una manera que no me gustaba. A oler como no quería. A tomar clases de baile. Todo para complacerte. ─Presiono mis labios juntos, sin saber qué decir. Nuestro compromiso está roto desde hace un tiempo. Ha sido libre. Ya no tengo por qué sentir ningún tipo de emoción al respecto─. Así como eso, muchas cosas más, Arlette. Hice muchas cosas más, cosas que odiaba, porque eran lo que se esperaba de mí. Me inculcaron la necesidad de protegerte aunque te detestara por ser la causante de mi ira. Al final del día no me enseñaron a amarte, pero me enseñaron a considerarte parte de mi familia. Tu madre también me lo repetía constantemente. ─Me tenso ante la mención de Sveta, mirándolo directamente a los ojos mientras habla─. Aunque no la ames, es familia y la familia se tolera y se cuida.
Me echo hacia atrás, separándome como si de repente su cercanía me quemara. Lo hace. Que me hablen de mi madre es como si dejaran caer un hielo seco directamente sobre mis nervios. Brazas. Ácido. Lo soporto menos que a Vicenzo.
─Digas lo que digas no te ayudaré a recuperar a Penélope. ─Niego, retrocediendo─. No me conmoverás. No es mi guerra, Vicenzo. No puedo involucrarme en conflictos que no me corresponden. ─Especialmente cuando ya estoy en uno─. Hazte un favor a ti mismo y a tu hermana y busca en otra parte.
Sin importarle lo que acabo de decir, viola nuevamente mi espacio personal ocultando un mechón de mi cabello tras mi oreja. Me fuerzo a mí misma a no reaccionar de ninguna manera a su toque. A no apartar mis ojos de los suyos, los cuales son tan oscuros que incluso me veo a mí misma reflejada en ellos.
─Digas lo que digas... ─dice─. Sé que inculcaron el mismo principio en ti. De lo contrario les habrías dicho a todos que estoy de regreso en Chicago y ya habría una fila de personas queriendo asesinarme. Vengarse de Constantino a través de mí. ─Se aleja, una expresión tanto victoriosa como fría en su rostro─. Tu sangre corre por mis venas, Arlette. Yo no lo pedí. Tú me la diste. Si haber crecido junto a ti, haber matado por ti y llevarte dentro de mí no me hace un Cavalli, no sé dónde están tus lealtades ahora. ─Vicenzo se da la vuelta─. Quizás con el capo ─escupe antes de irse, desapareciendo por la entrada del servicio de la fiesta.
Apenas se va, le dedico una mirada a Luc.
─Me voy a casa.
Posterior a ello empiezo a caminar con mis guardaespaldas hacia la salida. Hether no dice nada cuando regreso por mi bolso antes de escabullirme al exterior. Como si mi noche no pudiera empeorar, me encuentro con Marcelo en la entrada del hotel, su puerta abierta mientras permite que una delgada pierna se asome desde el interior de su G-Wagon. Me congelo. Es la primera vez que lo veo con una mujer. Normalmente está solo, manteniendo su compañía femenina exclusiva de su habitación, incluyéndome. Cuando veo una sortija sencilla adornando el dedo de la chica morena, quién luce incluso unos años menor que yo, me detengo, confundida. El capo de Nueva York tiene dos hijas. Una mayor que yo y otra menor. Nunca pensé que Marcelo estuviera comprometido con esta última, a quién ni siquiera investigué debido a la misma excusa que le di a Vicenzo.
No puedo estar en dos guerras a la vez.
Según mis cálculos, debe apenas haber cumplido los diecisiete.
Marcelo está por cumplir los treinta y ocho.
A pesar la bilis que sube a mi garganta, la trago a medida que me acerco, de repente entendiendo la razón por la que nadie había conocido hasta ahora a su esposa. Debieron haberse casado o comprometido cuando ella tenía menos de quince. Marcelo me sonríe como si no estuviera teniéndome en su cama cuando llego a ellos. La chica a su lado también lo hace. Lleva puesto un vestido azul claro con destellos. Es bonita. Inocente. A parte de eso, no veo nada extraordinario en ella porque es la suciedad, las manchas, lo que en nuestro mundo termina por ser extraordinario.
Como Estela, por ejemplo.
Hether.
Verónica y Marianne.
Como todas mis chicas.
─Arlette ─dice él, besándome la mejilla a modo de saludo por quizás demasiado tiempo para estar frente a su esposa─. Bianca, ¿podrías dejarnos hablar un momento a solas? ─Ella asiente, nuevamente dirigiéndole una mirada cariñosa que no comprendo, antes de desaparecer en el interior del hotel con sus escoltas. Lo observa como su salvador─. Tu padre y su padre arreglaron nuestro compromiso cuando tenía doce. Su hermana estaba apartada para el sucesor de la Cosa Nostra de Nueva York, así que era la única con la que su padre podía negociar ─explica, su tono haciéndose frío─. Carlo sabía que yo nunca le haría daño, pero su padre no y aun así no le importó. Me rehusé, por supuesto, pero él me dejó saber que después de mí otro hombre le diría que sí. Alguien que quizás no esperara hasta que se hiciera mujer para verla de otra manera. Era tan solo una niña. Me recordaba a mi hermana. No podía dejarla a su suerte de esa manera. Terminé aceptando con la condición de que viniera a Chicago cuando cumpliera la mayoría de edad. ─Suelta un sonido ronco. Furioso─. Pero su padre está siendo atacado después de que el tuyo muriera y con él parte de su financiación. Se niega a hacer tratos contigo porque eres una mujer. En medio de la guerra interna que hay en su ciudad en estos momentos, intentaron utilizarla en su contra sin saber que a él no le importaría lo que sucediera con ella. Bianca me llamó para que la ayudara. No tuve otra opción.
No puedo verlo a los ojos en este momento, así que miro hacia la bonita entrada del hotel por la que Bianca acaba de pasar en su lugar. Viéndose tan inocente e ingenua. Ajena al mal que la rodea.
Sonriendo.
Sonriendo a pesar de haber nacido en la mafia.
─No había oído los rumores sobre Nueva York ─susurro.
Tengo un oído en todas partes, por lo que el padre de Bianca debe estar esforzándose por mantenerlo en silencio.
─Incluso los oponentes del capo quieren mantenerlo en secreto. No quieren que alguien ajeno a ellos se haga cargo. ─Él. Lo miro, segura de que con alguien ajeno a ellos se refiera a él─. Espero que entiendas la presencia de Bianca aquí en Chicago.
Afirmo.
─Lo comprendo.
Marcelo se acerca más de la cuenta, más cerca de lo que deberíamos permitir que las personas nos vean, al ver mi expresión. Al no entender qué está pasando por mi mente. Si lo que está a punto de decir, que sé qué es antes de que lo diga, me afectará de una manera que no pueda ignorar.
─También espero que entiendas que no podemos vernos como lo estábamos haciendo. Yo... ─Traga, viéndose demasiado afligido con esto para ser el jefe de la mafia, demasiado apegado a mí y a mi cuerpo─. Ella es mi responsabilidad, Arlette. Estar junto a ti me nubla la mente. No puedo decepcionarla. Le fallé a mi madre. A mi hermana. No puedo fallarle a ella. Es inocente.
Pero puedes fallarme a mí.
Porque no soy inocente.
─Está bien. Comprendo ─suelto antes de darme la vuelta y dirigirme a mi Cadillac, el aire siendo insuficiente.
Él no me detiene a pesar de saber que aunque le dije que comprendía, no lo hago. No comprendo su doble moral. Su falsedad, la cual ahora es más evidente que nunca. Marcelo juega a ser el hombre bueno, pero es malo en ello y aun así no puedo dejar de pensar en él como alguien que lo es. Frustrada, presiono mi frente contra la ventana como si el cristal pudiera poner en mi mente las respuestas que necesito. Sorprendentemente, lo hace. Antes de alejarnos lo suficiente, soy capaz de ver a Vicenzo entrando en su auto deportivo en el estacionamiento. Sin saber por qué, al instante sé que él es lo que necesito. La única persona que aceptará mis términos sin hacer caso a las consecuencias.
*****
Apenas llego a casa, me dirijo a Fósil, quién se encuentra viendo a Flavio entrenar en el gimnasio que insistió en poner en el sótano cuando empezó su obsesión de rivalizar con el físico de mi ex.
─Fósil ─lo llamo, trayendo su atención al instante. Mi guardaespaldas más leal, el único al que podría darle la tarea de cuidar a lo más importante para mí, mis hermanos, me sonríe a la vez que me mira con curiosidad cuando me acerco. Está usando un traje impecable mientras observa a Flavio golpear un saco como si su vida dependiera de ello, quien lleva un par de audífonos que suenan hasta donde estoy, por lo que no me preocupa que escuche lo que voy a decir─. Penélope Ambrosetti fue secuestrada hace unos días. Sabemos que Constantino le debía dinero a un montón de personas. ─Le debía, en pasado, puesto que me hice cargo de sus deudas cuando asumí el control sobre su territorio, algo que ni siquiera Francesco sabe. Debido a que todo su dinero estaba destinado a solventar su deuda con mi padre, Constantino debía conseguir más para mantener su negocio y familia a flote. Ya que las pagué, cualquiera que tiene a Penélope quiere venganza, no efectivo. Mi intervención es la razón por la que ella, Aria y Vicenzo vivieron relativamente a salvo estos años. La muerte, sin embargo, no puedo deshacerla. Sus enemigos de sangre continúan siendo sus enemigos. Lo único que los protegería de ellos sería que Vicenzo recuperara su patrimonio como Ambrosetti─. Pero esto es más significativo. Estoy segura de que es una venganza. ─Algo que Vicenzo tampoco sabe, puesto que no tenía ni idea de lo que hacía su padre a sus espaldas. Nadie la tenía, en realidad, ni siquiera el mío─. Necesito que me ayudes a descubrir quién la tiene y cómo destruirlo. Tan rápido como puedas. Hoy, si no es mucha molestia.
Fósil arruga la frente, pero aun así sonríe como si se estuviera riendo de un chiste interno que desconozco.
─Señorita Arlette, ¿por qué acude a mí y no a Luc?
Arrugo la frente, ladeando la cabeza.
─¿Por qué no?
Fósil se levanta del banquillo en el que se encontraba sentado. Sin responder todavía, se dirige a un maletín, su maletín para información importante, y saca una carpeta marrón de él. Cuando regresa ya no intenta ocultar cómo se siente. Sonríe de oreja a oreja. Incómoda por la manera en la que me observa, sin importar la familiaridad entre nosotros, desvío mi atención a Flavio, quién ha dejado de entrenar para clavar sus ojos azules en nosotros. Al darse cuenta de que estoy mirándolo, regresa a golpear el saco con más fuerza. Claramente sigue molesto conmigo por mantenerlo apartado del negocio, pero no estoy lista para preguntarme todos los días si está haciendo algo estúpido o que termine con su cabeza siendo entregada por el correo.
Todavía no.
Cuando Flavio ascienda a su posición, no importa dónde me deje eso, tendrá las herramientas necesarias para ocuparla por más tiempo de lo que lo hizo mi padre. Estará rodeado de las personas correctas. Gobernará una ciudad limpia. El honor volverá la mafia siciliana porque la habré destruido para reconstruirla sobre sus cenizas con el fin de que él y Beatrice puedan vivir hasta envejecer. Si tengo que tomar toda la sangre por ellos, lo haré.
Ese es mi sueño.
─Porque Luc ahora es su mano derecha.
Afirmo, aceptando lo que me ofrece.
─Sí, Fósil, pero él nunca será mi hombre de confianza como lo eres tú ─le recuerdo, dándole una mirada de reojo a Flavio─. Nunca pondría mi corazón en las manos de Luc.
Como si mis palabras fueran lo que necesitaran para no sentirse desplazado, la sonrisa que tiene en la cara finalmente llega a sus ojos. Devolviéndosela, desciendo mi mirada a los papeles que me ha entregado. Leo el nombre en los expedientes policiacos de diversos países a lo largo del continente Americano y el Caribe. Estados Unidos. Salvador. México. Venezuela. Cuba. Todos ellos pertenecientes a la misma persona. Porfirio Suarez. Un narcotraficante cubano que no tiene nada que ver con el Outfit, pero a la vez sí. No con nosotros, quienes actualmente estamos en el poder, sino con el viejo. En una de las anotaciones de su expediente de Estados Unidos leo que era el distribuidor de cocaína antes de que Marcelo se hiciera con el puesto de jefe. Si luego desapareció del país, como dice, no fue en buenos términos, lo que significa que Constantino no solamente traicionó a mi padre, sino que también acudió a él a espaldas de la mafia.
No puedo evitar pensar que seguramente le pagaría el dinero que le debía volviéndolo a convertir en el distribuidor de cocaína tras la muerte de mi padre, quién hizo todos sus tratos con los italianos. No importaba que trajeran la droga del mismo lugar, si los sembradíos estaban en Italia, en Sicilia o en La Toscana, o en Latinoamérica, él amaba darle trabajo a su gente. Dentro de su ambición amaba que todos a su alrededor prosperaran. Que terminaran siendo los mejores, puesto que así podría alardear de ellos más tarde. Ya que Constantino murió, entiendo por qué fue tras Penélope. Probablemente quiere que Vicenzo haga lo mismo por él, pero Marcelo no dejará de trabajar con los sicilianos.
─¿Cómo sabías que te pediría esto? ─le pregunto al ruso tras terminar de leer a su lado, aún sin quitarme el vestido, mi frente arrugada─. ¿Francesco te dijo algo de Vicenzo?
Inmediatamente, él niega.
─No, pero quizás ayer en la noche olvidó que con las nuevas remodelaciones de la casa... el nuevo sistema de seguridad no graba una imagen de lo que está sucediendo en las habitaciones, pero sí capta las voces que superan cierta tonalidad. Ya que me confesó que se escapaba de mí y mi función ahora es cuidar de Flavio, un adolescente incluso más complicado que usted, señorita Arlette, duermo en el cuarto de vigilancia para asegurarme de que no se vaya a la media noche por el balcón con una peluca. ─No puedo evitar sonrojarme cuando entiendo que nos escuchó a Vicenzo y a mí. No porque haya sucedido algo extraordinario entre nosotros, Fósil estaba acostumbrado a oírnos discutir, sino porque haya sucedido ahora que se supone que soy inalterable e impenetrable, pero todavía eso no me explica por qué fue tras los secuestradores de Penélope sin mi autorización. Leyendo esto en mi rostro, continúa─. Y en el momento en el que Vicenzo le contó lo que sucedía, supe que lo ayudaría.
Junto mis cejas, todavía sin entender.
─¿Por qué?
Fósil se pone de pie.
Su rostro está más arrugado de lo que solía estar hace unos años, se ve más débil, pero sigue siendo una de las personas más sabias que conozco a pesar de su personalidad. Cuando era una niña sentía que tenerlo era como tener una parte de mi abuelo conmigo. Alguien a quién poder mostrarle mis sentimientos sabiendo que después me escucharía al momento de hablarle. Como una sombra amable que observa, opina y da consejos.
─Porque él nunca le ha sido desleal. Le ha fallado, sí, se han atacado mutuamente, sí, pero en lo que concierne a personas ajenas a ustedes dos, nunca ha sido desleal como su aliado ─susurra como si temiera mi respuesta─. Y la lealtad más grande es la que, conscientemente o no, va en dos direcciones.
Estoy escribiendo desde las 6 am de la mañana hasta ahora sin parar. Por primera vez, de verdad, no se ofendan, no es personal, no me importa si les gusta o no. Este es uno de los mejores capítulos que he escrito porque de verdad contiene de todo, de todos los secretos de la trama, y me encanta. En un principio lo iba a publicar en dos partes, pero luego recordé que ya solo nos quedan 12/13 caps y me falta mucho aún, así que lo subí
Así que por favor, dejen estrellitas y comentarios
En fin
Este capítulo me lo dedico a mí misma ♡
Siguiente a la mejor teoría de lo que pasará ahora
Love u
PD: no olviden leer Tanner Reed (si tiene buena audiencia la seguiré por aquí) y seguirme en Instagram y twitter, el que uso más, como oscaryarroyo
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