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Capítulo 30:

ARLETTE:

Mi vestido está arremolinado sobre sí mismo junto a una de las patas de su cama de hierro. Mis joyas reposan fríamente sobre mi piel desnuda. Mis sandalias están todavía adornando mis pies. Marcelo separa mis piernas con sus manos, con firmeza, antes de situarse en entre ellas y besarme como si mi boca contuviera el oxígeno que necesita para abastecer sus órganos. No puedo evitarlo. Jadeo cuando toma mis muñecas y las mantiene juntas por encima de mi cabeza mientras su intromisión se vuelve más agresiva. Aprieto mis piernas en torno a él cuando muerde mi labio inferior antes de desviar sus atenciones a mi cuello. Le gusta contenerme dentro de su dormitorio como no puede hacerlo fuera de él.

─Tan malditamente hermosa ─gruñe sobre uno de mis pezones.

Aunque una parte de mí nunca se va a acostumbrar a cederle el poder a alguien más, disfruto cuando me deja libre para poder mantener mis muslos separados mientras sumerge su cabeza entre mis piernas. Arqueo la espalda cuando empieza a lamer y succionar. Tengo un amplio historial con las drogas, he probado casi de todo, pero lo que me hace se siente casi bien como ellas.

Señor ─jadeo─. Por favor.

De verdad él ama que me comporte como si estuviera por encima de mí.

Espera un poco más, princesa.

No quiero. ─Me retuerzo, pero eso solo causa que me mantenga con más firmeza en mi lugar─. Quiero sentirte dentro de mí. Cada centímetro hasta que me llenes de tu semen.

Aun encargándose de mi clítoris, puedo sentir la manera en la que se estremece. Otra cosa que adora es oírme hablar sucio en italiano. Seducirlo fue espontaneo. Él siempre me dice que sembré la semilla el día que compartimos un helado en la heladería de mi padre. Tras la muerte de Carlo  y tomando en consideración que su esposa nunca está por ninguna parte, llegó un punto en el que la tensión sexual se volvió insoportable. Sorprendentemente, de parte de ambos. Sé por qué. Marcelo me dio algo que ni siquiera mi padre pudo darme. 

Desde el primer momento me tomó en serio.

Siempre fui una amenaza a tomar en cuenta.

Para las viejas tradiciones de la Cosa Nostra.

Para su puesto.

Para sí mismo.

─No siempre obtenemos lo que queremos ─susurra cuando, relamiéndose los labios, asciende de vuelta a mis labios esparciendo un montón de besos a lo largo de mi piel─. Soy el capo más importante de esta ciudad y aun así no puedo tenerte en mi cama la cantidad de veces que deseo. ─Lo que dice no debería importarme, pero lo hace. Desvío mi mirada hacia su armario cuando sus ojos verdes se estancan en los míos─. No sabes el orgullo con el que sostendría tu mano. ─Mi mandíbula tiembla cuando me obliga a mirarlo colocando sus dedos debajo de ella─. Me harías renunciar a mi posición y al respeto de mis hombres tan fácilmente. Como si no significaran nada. Eres todo lo que odio, Arlette Cavalli, y aun así no puedo dejarte ir.

Envuelvo su cuello con mis brazos antes de responder, mi frente presionada contra la suya mientras se posiciona en mi entrada y empuja hacia adelante, ejerciendo presión contra mi punto más vulnerable. Quiero gritar. Quiero llorar. Quiero drogarme. Quiero hacer cualquier cosa que no me haga sentir débil entre sus brazos, como si por fin pudiera bajar la guardia de los muros que he construido a mi alrededor durante toda mi vida, pero soy consciente de que haga lo que haga, porque ya lo he intentado todo, nada eliminará la paz que siento estando a su alrededor. Él es quizás la única persona que ha inspirado en mí tanto respeto como mi padre, pero de una manera completamente diferente.

Marcelo, dentro de todo, es un hombre bueno.

Te equivocas. ─Arrastro mi lengua por su oído─. Yo siempre obtengo lo que quiero, Marcelo Astori, solo debo ser paciente.

Y aunque escucharme hablar como si lo adorara tanto que no pudiera sobrevivir sin él, tener un orgasmo sin él, lo enciende, oírme hablar con la actitud que mantengo durante las reuniones con los demás miembros de la mafia siciliana lo vuelve loco. Lo hace regresar a ese momento en la mesa, con otras personas, en el que quiso echarlos a todos y arrojarme sobre su superficie de madera con él cerniéndose sobre mí. Casi al instante siento la ira irradiar de él. Presionando mis caderas hacia abajo con sus manos, me hace consciente de su peso besándome en los labios con brusquedad y golpeándome aún más fuerte con las suyas. Echo el cuello hacia atrás cuando la intensidad se vuelve insoportable, manteniéndome tensa, pero a la vez flexible, mis piernas temblando. Cuando él termina unos minutos más tarde, mi cuerpo continúa laxo, como una hoja cayendo de un árbol. Se ríe débilmente mientras se acuesta a mi lado y me arrastra hacia él para que me acurruque a su costado.

Lo complazco.

Mientras permanezco ahí, delineo el contorno de sus abdominales con mi dedo, alegre con la manera en la que sus músculos se contraen bajo mi toque y su erección empieza a crecer, en contra de su propio cansancio, debido a ello. Marcelo es hermoso de una manera bruta. Es dos veces mi tamaño, pero lo que lo hace lucir tan malo es, junto con la cicatriz en su rostro, la promesa de destruirte con un solo golpe y la fuerza que contiene su mirada. De no ser esa esencia moralista y justiciera que lo rodea, sería el capo perfecto.

─Debes ser más tolerante. ─Besa la cima de mi cabeza después de unos minutos─. Les cedí a los Morello una parte de mi terreno para que se concentraran en algo, se dieran cuenta de que no tengo ningún tipo de preferencia por ti y dejaran de molestarte.

Afirmo.

─Lo sé. ─Presiono mis labios contra su pectoral antes de incorporarme sobre una de mis manos, lo cual trae una pequeña chispa de molestia a sus ojos, pero no puedo quedarme─. Pero no deberías haberlo hecho, Marcelo. No necesito tu ayuda.

Él alcanza mi muñeca, pero no lo hace para retenerme. 

Traza suaves círculos en ella, mirándome a los ojos, antes de soltarla.

─Aun así la tendrás. ─Al igual que yo, se levanta, lo que me permite observar a más detalle su cuerpo desnudo. Cada una de las líneas que trazan sus músculos bien definidos. No se cubre. Se acerca para besarme una última vez cuando termino de vestirme─. Continúa contradiciéndome en público o en privado y tendré que castigarte, ya sea en público o en privado.

Sonrío contra sus labios.

─No me molesta un poco de exhibicionismo.

Marcelo sonríe de forma amplia y genuina en repuesta.

Mi pecho se aprieta. Retrocediendo un paso, me agacho para abrochar mis sandalias y camino hacia la puerta de su habitación. A pesar de que siento sus ojos en mí, sus ganas de que me quede un rato más, no me detiene porque sabe que yo tampoco lo detendré cuando su esposa por fin aparezca. En todo el tiempo que llevo conociéndolo, nunca he tenido la oportunidad de verla. Apenas cruzo el umbral, me encuentro con la mirada tanto acusatoria como hambrienta de sus decenas de guardaespaldas. Porque eso, hambre de mi cuerpo y rechazo hacia la posición en la que me encuentro, es lo que sienten por mí. Siguen sin entender cómo una mujer, una niña, pudo llegar a superarlos al punto de que tengan que estar aquí por mí. No para protegerme, sino para para proteger a su jefe, a Marcelo, de su mayor amenaza.

Yo.

Luc me ofrece un abrigo cuando se encuentra conmigo en la planta baja del moderno edificio en el que vive el capo. Entro en él mientras mis ojos recorren el perímetro. No está solo. Hay cinco soldados con él y la calle está vacía. Han intentado matarme tantas veces que ya se ha vuelto una rutina inconsciente.

****

He tenido un día difícil, por lo que termino aceptando tomar un par de copas con las chicas en mi viejo club. La nostalgia se asienta sobre mis hombros cuando mis ojos se enfocan en las mantarrayas tras la barra. En el escenario. En el camino que conduce a mi antigua oficina. Recuerdo ser feliz una vez aquí. Estar conforme. No tenía todo el poder y el dinero que tengo ahora, pero tenía un hogar seguro, caliente y hermoso al cual regresar después. Mis labios se curvan hacia arriba al identificar a Hether y a Marianne hablando en un reservado con dos hombres trajeados. Son apuestos, pero después de las mujeres en las que se han convertido, estoy segura de que no los tomarán en serio.

Cuando estás en la cima, solo quieres lo mejor.

Pasas de ser la elegida a elegir.

O en su defecto, a no elegir en lo absoluto porque nadie es lo suficientemente bueno para ti, pero ciertamente es mejor estar sola a estar junto a una persona que no está a tu altura o si quiera se esfuerza por estarlo. Es imposible que no se hayan dado cuenta de que llegué, mi seguridad me delata, por lo que dos dulces rostros se giran en mi dirección al escuchar los murmullos que sueltan los clientes. Cuando me ven yendo hacia ellas, los tipos con los que hablaban se van. Luc les está dejando ver despreocupadamente su arma. 

Cobardes. 

─Pensamos que ya no vendrías ─gruñe Hether, enfurruñándose en una esquina, a dónde Luc la persigue situándose a su lado y presionando sus labios contra su mejilla, dejando instantáneamente de ser mi hombre de confianza para convertirse en esposo devoto; se enamoraron cuando Hether era la esclava de Luciano. Luc, en teoría, fue quién organizó la liberación de todas mis chicas mientras yo me encargaba del cassetto y Francesco de recuperar a Flavio. Todas ellas lo aman, pero Hether y él tuvieron una conexión que no se vio opacada por el hecho de que ella estuviera embarazada de un monstruo─. Sé que tus cualidades sociales no son las mejores, pero nosotras aquí, tus amigas, nos preocupamos por ti. ─Si fuera cualquier otra, incluyendo a Verónica, la abofetearía por hablarme así, pero Hether no sabe comportarse de otra manera. Aunque la vida la haya golpeado, es y siempre será una perra. Eso la hace fuerte. Aun después de todo por lo que pasó, no lo perdió. Sus ojos se entrecierran al no obtener respuesta. Lleva una sencilla blusa rosa y una minifalda negra. Su cuerpo no se ve como el de alguien que haya dado a luz─. ¿Dónde estabas? ¿Con Marcelo?

No soy partidaria de arrojar información de mi vida sexual. Sé cómo es. Cualquier cosa que diga no será suficiente. Empezaré describiendo la manera en la que mis dedos se curvan cuando Marcelo me besa y terminarán sacando de mí detalles sobre su pene, si tiene venas, si está depilado, cuánto mide, porque eso es sobre lo que las chicas hablan cuando se quedan sin temas de conversación, lo que me hace alegrarme de no haberlas tenido hasta ahora, puesto que de lo contrario mi mente estaría llena de penes y carente de cualquier otro pensamiento importante.

Ignorando su pregunta, desvío mi atención al vestido de Marianne. Ahora tenemos el mismo estilo, así que le pregunto dónde lo consiguió. Para evitar que las personas sepan que es mi doble, lleva puesta una peluca morena, pero aun así sigue pareciéndose.

****

Me agacho y recojo el osito de felpa de Beatrice, con el que me topo apenas entro en mi casa. La casa frente a las aguas del lago Michigan en la que crecí. Después de un año de reparaciones y modificaciones, la mansión Cavalli estuvo lista para ser habitada de nuevo. El complejo de Luciano se terminó transformando en el refugio y sitio de entrenamiento de sus ex esclavas. Algunas de ellas llevaban años sin recibir educación, así que hice que los mejores profesores vinieran a ellas con el fin de que pudieran actualizarse y prepararse para la universidad sin tener que pasar por la horrible experiencia de ir a la escuela.

La universidad.

Antes me moría por asistir a ella, pero la realidad es que apenas tengo tiempo disponible. Entre los negocios de papá, las demandas de pertenecer a La Organización y los conflictos de la mafia siciliana, a veces ni siquiera puedo comer. Además, no hay muchas cosas que la universidad pueda enseñarme que ya no maneje. Ninguna de nuestras empresas ha terminado en la quiebra. Al menos no ninguna que no haya querido que lo hiciera. Si hay algo que no sepa, tengo el dinero para contratar a alguien que sí conozca del tema. En lugar de desperdiciar mi tiempo asistiendo a clases aburridas, puedo tener a los mejores expertos en cualquier área con un chasquear de dedo. La universidad es para personas que necesitan la herramienta de un título para subir los peldaños de la escalera. Ya yo me encuentro en la cima de esta. Dejando atrás a mis guardaespaldas, me dirijo al segundo piso de nuestra casa.

Hay más de ellos esparcidos alrededor de ella, pero ya no me siguen. Mi frente se arruga cuando paso frente a la habitación de Flavio, encontrándola vacía. Intuyendo dónde puede estar, continúo mi camino hacia la alcoba al final del pasillo. La puerta se encuentra abierta, por lo que no tengo que empujarla para pasar. Petrushkha, sentada tras la pequeña mesa del té con mi hermana, me sonríe antes de concentrarse en enseñarle a servirlo. Río bajamente. Pasé por ese entrenamiento alguna vez. Espalda recta. Mirada dulce. Inclinación sutil. Movimiento delicado de las manos. Mientras más inofensiva te veas, mejor. Mi nana aparenta ser solo una inocente anciana, pero la verdad es que solía ser un agente infiltrado del ejército soviético.

Su especialidad eran los venenos.

Su favorito, la bromadiolona.

Un anticoagulante que pasa días concentrando hasta que su dosis mínima causa desangramiento y fallo cardiovascular en segundos. Al igual que ella, siempre he amado la belleza poética de hacer que las personas de nuestro mundo mueran como ratas.

¿Cómo fue tu día? ─Despeino el cabello rubio oscuro de mi hermanita. Por regla, la familia le habla en italiano. Petruskha y Fósil lo hacen en ruso. El inglés lo aprenderá tarde o temprano. Aunque es duro ahora, Beatrice a veces llora debido a la frustración que le ocasiona que su mente tenga dos maneras diferentes de expresarse y que la ignoren cuando escoge la incorrecta, eso le ahorrará mucho trabajo en el futuro─. ¿Qué has hecho hoy?

Está usando un sencillo vestido rosa de satén con falda ancha y un par de alas pequeñas sobre su espalda, las cuales Francesco consiguió para ella en su último cumpleaños. Sus pies están cubiertos con zapatos brillantes y medias con volantes. Al igual que Beatrice y yo, ama la ropa. Es quién elige qué ponerse. Soy la única persona de la cual acepta una opinión porque dice que quiere parecerse a mí cuando crezca. Ella se desliza en su banquito rosa para que me coloque a su lado, una sonrisa amplia en su rostro de muñeca de porcelana. Es tan bonita como Beatrice. Incluso diría que más. Aunque me gustaría que se detuviera, mi pecho no deja de sentirse colapsado cada vez que la veo y pienso en lo feliz que mi madrastra habría estado con ella.

Petrushkha me está enseñando a servir el té ─responde torpemente en italiano, su voz pequeña y dulce, mientras abraza su osito de felpa cuando se lo devuelvo. Con su frente arrugada con concentración, extiende su brazo regordete y toma la tetera, una pieza de porcelana que alguna vez me perteneció─. ¿Quieres? ─pregunta, mirándome con esperanzados ojos azules─. Es té de jazmín con... con... ─Sus párpados se abren abruptamente, llenos de pánico, haciendo que sus espesas pestañas choquen con sus mejillas y cejas. Mira a Petruskha, pero esta niega, luciendo repentinamente triste─. Canela blanca.

Terminó hablando en ruso.

Me inclino hacia adelante para besar su frente, un recordatorio de lo mucho que la amo, pero me pongo de pie y abandono su habitación sin dirigirle ninguna palabra más. Sus lamentos, como si alguien le hubiera roto el corazón, llegan a mis oídos apenas llego al pasillo, pero me fuerzo a mí misma a ignorarlos y a dirigirme en su lugar a las mazmorras, no importa lo mucho que desee dar la vuelta y complacerla en todo lo que quiera. 

Le hice una promesa a su madre.

A mí misma.

─Flavio ─suelto cuando lo encuentro en la celda de uno de nuestros más recientemente prisioneros, el hombre de los Morello al cual Francesco atrapó y se dedicó a torturar por días hasta que reveló la ubicación del contenedor─. Ya ha sido suficiente.

Mi hermano deja caer el cuchillo que sostiene para mirarme, su ropa, un polo negro y unos jeans oscuros, completamente cubierta de sangre. Tiene quince años, pero está a unos quince o veinte centímetros de ser tan alto como yo. A diferencia de Francesco, ha trabajado en convertirse en alguien robusto e intimidante, por lo que su delgadez está empezando a desaparecer para ser suplantada con músculo. Continúa siendo callado e inteligente, prudente, pero su frustración por crecer y echarme una mano lo está consumiendo. Soltando un gruñido, para alivio de nuestro prisionero, se aleja de su espalda, la cual estoy segura que se encuentra rebanada como un jamón durante las festividades, y se acerca a la pared más cercana para golpearla.

En lo absoluto impresionada, alzo una ceja.

─¿Cómo pretendes que me convierta en el mejor capo de Chicago si no me dejas practicar? 

Me cruzo de brazos, agotada de esta conversación.

─El mejor capo no es quién se ensucia más las manos.

Él bufa.

─No eres la persona más indicada para decirme eso. ─Su mandíbula se aprieta, llevando mi atención a su rostro enojado. Su grasa de bebé ha desaparecido. Sus rizos también. Su cabello está rapado de la misma manera que lo estaba cuando lo saqué de la isla de Luciano. No dejó que volviera a crecer después de eso. Mi hermano se convirtió en un jovencito atractivo. Es como estar frente a mi padre─. Si no fuera por Marcelo, el agua saldría roja del grifo. ─Aunque tiene razón, tampoco soy tan sanguinaria. Adoraría matar a quiénes se interponen en mi camino. Los demás pueden continuar felizmente viviendo bajo mi yugo─. Dame una asignación. Solo una. Me vuelve loco saber que esos imbéciles continúan sin tomarte en serio mientras yo estoy aquí sin hacer nada por la familia. Ya crecí, Arlette, no soy un niño.

Ya que sé que esto verdaderamente no lo deja dormir por las noches, coloco una mano sobre su hombro y lo estrecho suavemente. Flavio se ve obligado a relajarse con ello. Tanto él como Beatrice se calman con mis muestras de cariño. Les hace recordar que no solo soy quién está, por su bien, a cargo, sino que también soy su hermana y que todo lo que hago es por ellos.

Y aunque él ya no lo cree así, por Francesco.

Otra piedra en mi corazón.

─Puedes ir con Fósil a buscarme un par de brownies a la heladería de papá. ─Una heladería que ya no nos pertenece, puesto que Luciano se la vendió a un comprador anónimo, el cual no he podido encontrar, cuando estuvo a cargo de nuestro patrimonio. Además de los diamantes Cavalli, forma parte de las pocas cosas que no he podido recuperar. Por suerte, continuó funcionando de la misma manera que lo hacía cuando nos pertenecía, lo cual es extraño, y el menú sigue siendo el mismo. Podría demandarlos por la receta, está registrada bajo nuestro apellido, pero sería una acción ridícula tomando en cuenta que hay otros asuntos más importantes de los cuales tengo que ocuparme─. He tenido un día duro.

Flavio vuelve a gruñir, apartándose de mí, pero aun así lo escucho dirigiéndose a Fósil cuando sale de la celda. Sonriendo, satisfecha, me acerco al hombre de los Morello. Continúo molesta por las decisiones de Marcelo, soy perfectamente capaz de lidiar con mis problemas sola, pero estaría actuando como una desagradecida si no le muestro que al menos hago un intento por complcerlo.

─Puedes irte ─le digo mientras suelto las restricciones que lo mantenían colgando sobre las puntas de sus pies, lo cual hace que caiga como peso muerto en el piso, permitiéndome ver lo que Flavio hizo, por lo tanto, una mezcla de su tejido adiposo posterior con sangre. Me arrodillo junto a él, quién no deja de llorar, aunque solo quiero ir a cambiarme y continuar trabajando─. Eres libre de hacer lo que quieras, pero si yo fuera tú no volvería con mi jefe. Odian más a los traidores de lo que me odian a mí. Esta noche los enojé, así que probablemente buscan con quién desquitarse. Lo mejor que puedes hacer es desaparecer.

Tras indicar a mis hombres dónde deben dejarlo luego de que un médico lo ayude a recuperar tanto como pueda su espalda, me dirijo a mi habitación. Marcelo sabe que está aquí, así que no puede morir. Tomo una rápida ducha caliente y entro en un pijama blanco antes de ir a mi oficina. La oficina de papá. Me siento en su silla y contemplo el laberinto de rosas del jardín cada vez que necesito hacer una pausa de la lectura de los documentos que ameritan mi aprobación para su posterior ejecución.

Entre ellos su testamento.

Pasé por encima de él cuando fui con el Fiscal del Distrito, por lo que no tiene ningún tipo de validez en tribunales, pero copias suyas continúan siendo enviadas a todas las direcciones en las que me establezco. Al igual que el dueño de la heladería, el remitente es ilocalizable, lo cual solo significa que alguien importante está tras su envío. Sospecho que se trata de él. Carlo Cavalli. Pero aunque sea mi padre, me niego a complacer sus deseos. No pisotearé todo lo que soy solo para hacerlo feliz en el más allá, así que tendrá que conformarse con la sangre que aún no he terminado de derramar en su honor. 


Holaaaaaaa

¿Qué tal el capítulo?

¿Qué tal Marcelo y Arlette?

¿Flavio y Beatrice?

El siguiente estará bien, pero el siguiente a ese aaaaaaaaaaaah ya lo quiero escribir

Capítulo dedicado a: 02M_velez y AndreaVillalong 

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PD: dentro de poco empezaré a escribir la historia de Seth, no sé si se acuerdan, el que le ofrece la pastilla a Arlette, en Litnet, ahora Booknet, (paga, pero no la pondré tan cara) y es el mismo universo que esta historia (en realidad todas mis historias, - las de fantasía, suceden en el mismo universo, si leyeron la versión que puse a la venta de DE, se pudieron dar cuenta de los brownies), así que pueden ir abriendo sus perfiles 


No olviden seguirme en Instagram y Twitter: oscaryarroyo 


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