Capítulo 22:
CARLO:
Las bodas italianas no me desagradan. Estoy acostumbrado a desenvolverme en este tipo de escenarios, pero hoy, en particular, hay un sentimiento agridulce expandiendo mi pecho. Por un lado, se suponía que sería yo quién esperaría a Aria, la criatura más dulce de la mafia siciliana, al otro lado de la Iglesia, pero por el otro no estoy seguro de que el hecho de que esté por entregarse a alguien más sea una perdida. Se aman. Están esperando un bebé. Su primogénito. Nunca esperé nada más que buena compañía y herederos de mi ex prometida, así que no es como si no pudiera conseguir a nadie más para rellenar el papel. Mi alianza con ella no me habría traído ningún tipo de prestigio o aumento de mi riqueza, todo lo contrario a lo que hubiera ocurrido con su familia, por lo que el vacío que siento probablemente es solo eso.
Un vacío que debe ser rellenado con lo siguiente.
─¿Cómo luzco? ─pregunta cuando su estilista termina de retocar su maquillaje, un velo cubriendo su rostro de ángel.
El vestido que está usando está hecho de encaje y satén. Es del blanco más puro que existe, pero no tan blanco como su piel. Su cabello luce aún más oscuro y brilloso por el contraste. Sus ojos grises, nuevamente, no abandonan los míos. Además de mantenerme la mirada, me hace sentir como si viera a través de mí. A través del hombre que mi familia me hizo para sobrevivir.
A mi alma.
Pero en mi caso, no siempre es visible.
Ese es el por qué hice uso de mi propio dinero y poder para lograr que ella y Constantino pudieran estar juntos sin que nadie interviniera. De alguna forma, él siempre tiene un puñado de migajas de bondad para ofrecerle. Migajas sin las que Aria no sería feliz ya. No después de haberlas conocido y terminar de florecer, convirtiéndose en la bella mujer frente a mí, gracias a él.
─Hermosa ─respondo, un poco incómodo por el papel que me toca desempeñar, ofreciéndole mi codo─. Siendo honesto, demasiado buena para cualquier hombre en esta Iglesia, Aria.
Ella no envuelve nuestros brazos al instante, sino que intensifica la manera en la que me observa mientras dirige sus manos al borde hecho de pedrería. El que no vaya a casarse conmigo no significa que vaya a ser pobre. Constantino puede cuidarla.
─¿Incluso para ti?
Ya que actuar de otra manera sería completamente equivocado, desvío mi mirada al ventanal multicolor que está por encima de nosotros, bañándonos con una especie de arcoíris debido a la manera en la que la luz lo atraviesa. Es la primera vez que una mujer me deja sin respiración y eso, en este momento, es inadmisible. Mis sentimientos, de ser reales, debieron llegar antes. El remolino en mi pecho solo debe tratarse de nostalgia dirigida a un futuro que nunca sucederá, no a cualquier otra emoción extraña y desconocida. Trago un par de veces antes de girar el rostro en su dirección y responder de manera suave.
─En especial para mí.
Ella solo me mira en silencio por unos segundos más antes de alzarse lo más que su atuendo le permite y presionar sus labios rosados contra los míos, lo que no me toma en lo absoluto por sorpresa debido a la naturaleza del beso. Una despedida. Ambos entreabrimos la boca, pero ninguno de los dos se atreve a hacer algo más que compartir aliento. Es un cierre, no una invitación.
─Te equivocas, Carlo ─susurra aun estando demasiado cerca─. No sabes cuántas noches no pude dormir preguntándome qué era lo que me faltaba para ser la adecuada para ti, para que me miraras como lo estás haciendo ahora, pero después de conocer a Constantino y darme cuenta de que el amor de verdad no se trata de cambios, sino de aceptación, supe que nadie nunca es malo o bueno para otra persona. En nuestro mundo no se trata de lo que haces, es sobre lo que eres y lo que creas con alguien más, la manera en la que se complementan, y nosotros simplemente no nos complementábamos del todo. ─Me estremezco al sentir el dorso de su mano contra mi mejilla─. Pero eso no quiere decir que no merezcas ser feliz con alguien más. Por hacer cosas como permitir que Constantino y yo seamos felices juntos cuando hasta mi propio padre amenazó con matarme, quizás eres tú quién es demasiado bueno para cualquier persona en esta Iglesia. ─Cubre su rostro nuevamente. Su maquillaje sigue intacto, por lo que Constantino probablemente nunca sabrá que besé a su esposa antes de que se casara con él─. Incluyéndome.
A pesar de que no estoy del todo de acuerdo con su lógica, no le quito la razón. Cualquier otro hombre del submundo habría acabado con ellos. Este es un día que se supone que debe ser feliz, sin embargo, así que tomo la iniciativa de entrelazar nuestros codos e iniciar el trayecto hacia el altar. Una vez el sonido de la marcha nupcial invade mis oídos, una oleada de recuerdos explota en mi mente, la cual inicia con la manera en la que sus ojos grises brillaban como el neón cuando nos conocimos. Con cómo supe que era diferente a las demás debido a su forma de hablarme. Por cómo se sonrojaba con cualquier cosa que decía cuando cualquier otra chica habría intentado meter su mano en mi pantalón.
Mientras el cura habla, ya posicionado junto a Constantino, puesto que también, a parte de ocupar el puesto que debería estar ocupando el padre de Aria, soy su padrino, nos veo a ella y a mí bailando. Yendo a Cavalli Enterprises. La veo siendo la única preguntándome si estoy bien cuando mi padre murió. Ensayando una y otra vez en la cocina hasta lograr la receta de estofado de mi madre, una mujer que provenía de una familia pobre en Milán, que ni siquiera recordaba hasta que la probé de nuevo.
─¿Alguno de los presentes se opone a esta unión?
A pesar de que no tengo planeado decir nada, siento la tensión emanar de Constantino. Él incluso se gira fugazmente para verme.
Niego.
Él se relaja, visiblemente aliviado, y se da la vuelta. Aunque una parte de mí ame a Aria, no es suficiente. Soy una persona egoísta. Avara. Si la reclamara frente a todos, lo perdería. ¿Por qué conformarme con uno cuando puedo tenerlos a los dos? Aunque están juntos, siempre estarán juntos gracias a mí.
Me lo deben todo.
Por ellos me he quedado sin nada.
*****
No asisto a la fiesta que le sigue a la boda. Me dirijo directamente a uno de mis bares. En lugar de encerrarme a mi oficina, me siento frente a la barra con la chaqueta de mi traje desabrochada de la misma manera que lo haría cualquier borracho de turno hasta que mi garganta se hace insensible al escozor del whisky.
*****
Para alrededor de las nueve de la noche, solo dos pensamientos rondan por mi mente. Uno, Moses es la sombra que me persigue a todos lados, por lo que estoy moderadamente a salvo.
Dos, Chicago me pertenece.
Literalmente.
Ya que últimamente me he dedicado a invertir en ella, casi el cien por ciento de los proyectos que están desarrollándose en este momento en la ciudad tiene mi financiación, lo que me hace el dueño de sus calles hasta que sea devuelta mi inversión y me hace sentir lo suficientemente invencible como para entrar al club nudista ruso que le pertenece al hombre al que le rebané recientemente el rostro. Algo dentro de mí se regocija en la manera en la que todas las ratas rusa giran el rostro hacia mí cuando entro en el local de mala muerte. Mi camisa está arremangada y mi cabello hace un par de horas ha dejado de estar en orden, así que no estoy precisamente formal. Eso no impide, sin embargo, que las putas se sienten en mi regazo mientras me fumo un cigarrillo y presencio el show en el escenario.
─No follo putas rusas ─grazno mientras aparto a una de ellas cuando desliza sus dedos al cierre de mi pantalón, empujándola suave, pero firmemente, hacia el regazo de Moses.
─¿Seguro? ─pregunta mi guardaespaldas, quién la acepta con un vaso de licor en la mano, señalando algo frente a nosotros─. Porque quizás ella podría hacerle cambiar de opinión, señor.
Cuando enfoco nuevamente mi atención en el escenario, no puedo evitar admitir que realmente estoy tentado de romper mi propia regla, por sanidad, debido a la rubia contorsionándose suavemente alrededor del tubo de pole dance. Su cabello, que casi puedo definir como blanco, se balancea de un lado a otro sobre su espalda con cada uno de sus movimientos. Es lacio. Probablemente también suave. Lo suficientemente largo como para envolver en mi puño y halar de él cuando acabe en su interior. Me remuevo, incómodo, mientras dejo escapar el aliento al concentrarme en cómo su piel contrasta con el encaje negro del traje que está utilizando. Está hecho de tiras de encaje que cubren los puntos más vulgares de su anatomía, pero dejan en exposición al aire todo lo demás. Sus largas piernas. Su abdomen plano.
Su cintura estrecha.
Sus pechos.
Cuando asciendo a su rostro, ya no solo se trata de una tentación.
Voy a violar mis propias reglas por esta mujer.
*****
Ya que asesiné a su amante, eso explica por qué le dedica a Iván unos minutos antes de marcharse. Su padre nunca permitiría que se desnudara, incluso frente a su propia gente, de esta manera, por lo que no me sorprendo cuando se escabulle de manera solitaria fuera del club de su prometido, quién por alguna razón permite y auspicia su comportamiento irracional y desbocado.
Piensa que es lista, así que mira por encima del hombro una cuantas veces de camino al taxi que la espera en la esquina de la calla, pero no lo hace tantas veces como para notarme cerca.
─¿Qué se siente ser secuestrada dos veces por la misma persona? ─pregunto tras empujarla en el interior de una de mis camionetas con ventanas tintadas, por lo que nadie más que Moses y yo presenciaremos su reacción─. Sveta.
A pesar de que se estremece, sus ojos azules como el cristal no abandonan los míos. Está usando un vestido suelto color gris, así que puedo ver su entrepierna debido a la manera en la que permanece desparramada sobre mi asiento trasero de cuero.
─No lo sé, Carlo ─responde─. ¿Por qué no me lo cuentas tú?
Arrugo la frente.
─¿A qué te refieres?
Ella sonríe.
─A la manera... ─empieza a decir mientras ocupa asiento en mi regazo, lo cual no me produce ni la mitad de la repulsión que me ocasionó su compañera─. En la que no has dejado de pensar en mí. Puedes secuestrarme la cantidad de veces que desees, tienes los medios, pero mientras más lo hagas, más secuestré tu alma.
La manera en la que se está convirtiendo en una puta parlanchina le está restando atractivo a la situación. Aunque en cualquier otro momento la escucharía y me reiría de cualquier cosa que saliera de su boca, ahora mismo prefiero gastar mis energías en algo más, por lo que coloco una de sus manos sobre su nuca y la acerco a mí. Para el momento en el que nuestros labios se juntan, me doy cuenta de que no hay vuelta atrás.
Voy a follar a esta rusa.
*****
─Que nadie me moleste ─le digo a Moses cuando llegamos a casa, Sveta en mis brazos, su expresión entre victoriosa y entretenida─. Hasta mañana al mediodía.
Mi guardaespaldas asiente antes de desaparecer.
─De acuerdo, señor.
Antes de que empiece a subir las escaleras, ella hace que gire mi rostro hacia el suyo apretando mi mandíbula con su mano. Fuerte. Suelto un gruñido debido a ello, pero la complazco. Dejo de lado la lujuria que me consume, el deseo de enseñarle que hay alguien por encima de ella, alguien que no es tan permisivo como su padre, para prestarle unos segundos de atención a lo que sea que la princesa rusa quiera decir antes de ir a mi habitación.
─¿Qué sucede?
─De alguna manera, siempre supe que volvería aquí.
Suelto un bufido.
─No estás siendo divertida esta noche. ─La dejo sobre el suelo. Ella me mira con las cejas alzadas, confusión en su mirada─. Estás dándole demasiada importancia a esto. Extraño a la pequeña ninfómana rusa que solo piensa en follar.
Por un momento me atrevería a decir que luce herida, pero se recompone tan rápido, volviendo a adoptar su mentón en alto y su postura, que no sabría decir si en realidad algo en mis palabras la lastimó. Antes de que pueda continuar pensando en ello, sin embargo, se da la vuelta y empieza a subir las escaleras. Su trasero luce tan bien desde abajo que no es hasta que me silba sutilmente que recuerdo que debo seguirla. Con una sonrisa en su lindo rostro de muñeca, me mira por encima de su hombro.
─¿Vamos?
*****
Mi dormitorio nunca se ha sentido tan lleno como ahora. A pesar de que solo somos Sveta y yo, la tensión sexual entre nosotros puede cortarse con un cuchillo. Quiero un vistazo para mí solo de lo que vi en el club, por lo que me siento en la orilla de la cama después de pedirle que baile para mí. Ella lo hace con una sonrisa que no llega a sus ojos, lo cual me importa una mierda, puesto que de todas formas trae una erección a mi entrepierna. Cuando tengo suficiente, mis pantalones abajo y mi miembro en la mano, su cuerpo nuevamente desnudo, solo cubierto por la fina pieza de encaje, le hago una seña con la mano para que se detenga.
─Suficiente. ─Me echo hacia atrás─. Ven.
Sveta empieza a avanzar hacia mí, pero de repente se detiene abruptamente, una sonrisa adornando su precioso rostro.
─¿O si no... qué me harás?
Desencajo la mandíbula.
─No quieres saberlo.
─¿Y si quiero?
Tiene esa expresión de niña mimada que tanto me saca de quicio, así que me incorporo para atraparla y arrojarla a la cama, atarla si es necesario, pero huye de mí apenas me pongo de pie. Mi pene sigue fuera de mi ropa, duro, por lo que gana unos segundos de ventaja mientras lo guardo. Para el momento en el que vuelve a entrar en mi campo de visión se encuentra terminando de bajar las escaleras, por lo que desciendo estas de dos en dos tras ella. Cuando llego al primer piso, corro a la cocina, dónde la vi ingresar.
Me siento estúpido por preguntarme si no le importa que mis empleados pudieran verla desnuda por accidente. Cuando la encontré, estaba haciéndolo para un montón de hombres hambrientos sin titubear, por lo que por supuesto que le da igual.
─Lo siento ─murmura sin aliento─. Tengo hambre.
─¿Qué mierda significa eso?
Violé un montón de reglas trayéndola aquí para follar.
Follar.
No para comer.
─Hasta que mi estómago no esté lleno, no obtendrás nada bueno de mí. ─Hago una mueca cuando saca una caja con pizza fría y vieja del refrigerador, la cual estoy seguro de que le pertenece a alguno de mis chicos, y la lleva a su boca─. ¿Quieres?
Niego.
─Por favor, lava tus dientes antes de volver a entrar en mi habitación. ─Me doy la vuelta─. Te espero ahí.
─No entiendo cómo puedes ser tan inteligente y estúpido a la vez.
Ya que probablemente pensó que no la escuché, me detengo abruptamente bajo el umbral de la entrada a la cocina. Lentamente, me doy la vuelta con la ceja alzada.
─¿Perdón?
Sveta aprieta la mandíbula.
─Me oíste bien. Te crees muy listo, pero eres estúpido.
Estoy tan impresionado por su manera de hablarme, no recuerdo que nadie aparte de mi padre me haya hablado así alguna vez, que no puedo evitar prestarle realmente atención.
─¿Podrías explicarme por qué piensas así?
─Por supuesto que sí. ─Antes de continuar, muerde una porción repleta de cebolla. Me estremezco─. Si sigues pensando que después de tratarme como una puta cualquiera me acostaré contigo, sea quien seas, estás completamente equivocado.
─Porque lo harás. ─Afirmo─. Eres una puta rusa.
Sveta niega.
─No, Carlo, no soy una puta rusa cualquiera ─suelta─. Soy una puta rusa que puede darte lo que más deseas en este momento.
Alzo las cejas.
─¿Sexo?
Ella rueda los ojos.
─No. ─Se inclina hacia mí de tal manera que su mano termina presionando la mía─. Un acuerdo de paz entre los rusos y los italianos. El poder sobre la venta de drogas en Chicago. La paz en la ciudad. ─Ya que nadie además de su padre conocía sobre mis intenciones, hago la suposición de que sacó la información de Mark o de Iván, su mano derecha─. Con respecto al sexo... disculpa, me acabo de dar cuenta de que no follo capos italianos.
Las amo, las extrañé, me duermo, bai
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