Capítulo 19:
VICENZO:
Su cabeza cuelga hacia adelante. Está usando el mismo traje con el que lo vi hace tres días. Cuando, después de estar en otro plano mientras su primogénito casi moría en la maldita sala de su casa, despertó y pasó por mi habitación. Desprende una tóxica combinación de orine y licor. Ya mi madre ni siquiera se molesta en ocultar su decepción. Cuando está en el restaurante, lo cual no ha sido mucho últimamente, pues ha permanecido cuidándome en casa, solo le ofrece negaciones de cabeza. Tras un par de horas viendo a Constantino en la misma posición, la rabia termina de consumirme. He intentado salir de esta habitación desde que Arlette se fue. He pateado la puerta tantas veces que en algunas zonas se encuentra astilladla con la huella de mis zapatos. Mi jodida ex prometida me encerró con él tras rechazar mi oferta de dar caza a sus enemigos, el único motivo por el que me levanté de mi vieja y cálida cama, porque simplemente le dio la gana de torturarme.
Solo vine porque cazar a los Morello nos habría hecho libres.
Si Marcelo no estuviera en medio, interponiéndose, como siempre, ya nuestra deuda estaría casi saldada, pero en su lugar he terminado encerrado junto a una de las personas que más aborrezco sin motivo alguno. Él, antes el hombre al que más admiraba. Quién quería ser al crecer. El más despiadado. El más feroz. El que tomaba lo que quería cuando quería. Ahora nada.
Mi padre.
Constantino Ambrosetti.
El causante de toda la mierda que hay dentro de mí.
Si estuve toda mi vida obligado a aceptar a alguien que no amo, con una lunática, fue por él. El hizo de la falta de reconocimiento a todos mis logros y esfuerzos su pasatiempo. El nudo en mi pecho, lleno de frustración, tiene su firma. Para mi padre nunca nada de mí ha sido suficiente. Aún cuando lo perdió todo, sigue sin creerme lo suficientemente bueno como para liderar.
Ahora veo el por qué de su miedo. Soy su hijo.
De tal palo, tal astilla.
Su rostro finalmente se revela ante mí cuando me acerco y lo alzo con mis propias manos. Mis facciones son más suaves que las suyas debido al toque de los genes de mamá, pero ahí está. A excepción de la cicatriz cruzando mi mejilla que no ha terminado de desaparecer del todo, me veré justo así en un par de años. Mi cabello rubio se aclarará todavía más, volviéndose blanco, de la manera en la que el suyo lo ha estado haciendo durante el último par de años. Mi frente adquirirá arrugas de fruncimiento. Probablemente también mi rostro adquiera algunas pequeñas cicatrices como las de él.
Seré un imbécil.
Pero nunca, jamás, me traicionaré o a los míos.
Antes de hacer algo de lo que pueda arrepentirme más tarde, me doy la vuelta y nuevamente empiezo a buscar alguna pista que me indique el por qué mi padre hizo lo que hizo ya que puede que esta sea la última vez que tenga la oportunidad de hacerlo. Por qué se endeudó con Carlo Cavalli. Por qué prácticamente le vendió nuestra familia. Al igual que la última vez, no consigo absolutamente nada. Aunque la perra loca Cavalli puede tener las respuestas que quiero, él es el único que sé con certeza que sabe qué hizo con el dinero. Ya que Arlette nos encerró aquí para eso, para destruirnos, para entretenerse con nuestros problemas, finalmente la complazco.
Sacudo a Constantino hasta que despierta, de lo cual hace un lamentable espectáculo de vomito y sonidos de dolor sobre la alfombra. Cuando termina, traspaso rápidamente la oficina y coloco mi mano sobre su cuello. Después de todo lo que he tenido que pasar por su culpa, de toda la humillación que ha sufrido nuestro apellido, me he ganado el derecho de sostener a mi progenitor así. Sus ojos oscuros tardan en adaptarse a la luz y en captar mi rostro. Una vez se da cuenta de que soy yo al que se enfrenta, deja de intentar luchar contra mí. En su condición, hasta Kai y Flavio le ganarían sin sudar. Solo habría que ponerle el puto pie. Pelear conmigo sería absurdo.
—¿Por qué les debemos dinero a los Cavalli?
Las pálidas mejillas de Constantino se vuelven rojas ante mi pregunta.
—¿Quién te crees que eres para cuestionar mis acciones, hijo? —gruñe con las manos sujetando mis muñecas una vez se da cuenta de que no lo dejaré ir a menos que me dé una buena respuesta—. No sabes lo que es ser el jefe. Has estado demasiado ocupado en mi prostíbulo como para preguntártelo.
Aprieto su cuello con más fuerza.
—No. Si lo sé. Lo he estado siendo por un tiempo. Desde que Carlo murió y decidiste entregarte al alcohol y convertirte oficialmente en la puta del Outfit. Primero era Carlo, lamiste su culo por años, pero nadie te decía nada porque al menos eras leal. Luego pasaste a Luciano y, ¿ahora qué? ¿Irás por Arlette?
Su mirada se llena de ira.
—En ese caso no puedes juzgarme. Al igual que yo, te dejaste aplastar.
Al sentir sus huesos ceder contra mis dedos, empezando a deformar la anatomía de su garganta, lo suelto abruptamente. Me doy la vuelta antes de que pueda descubrir si sus palabras me afectan o no. Son ciertas, pero él es el que nos metió en esto. Es su culpa, me recuerdo, lo que quiere es ponerlo sobre mí.
Hacerme sentir como el causante cuando él es el responsable.
—¿Por qué les debemos? —repito, mis hombros subiendo y bajando al ritmo e mis abruptas respiraciones—. ¿Puedes al menos ser el hombre que me gusta recordar como mi padre en esto? Mírame y dime por qué mi alma ya no es mía.
Esta vez cuando lo encaro, algo ha cambiado en él. Ya no se ve reacio a responder. Sí cansado y al borde del colapso. También empieza a tomar un aspecto enfermo que antes había pasado por alto. Su hígado no debe estar bien. Sus riñones en cualquier momento podrían fallar. No recuerdo la última vez que lo vi comiendo o bebiendo algo que no tuviera alcohol en su composición.
—Quería que los Ambrosetti dejáramos de estar en la sombra. Conocí a un sujeto que me pedía una cantidad exorbitante de dinero para iniciar su negocio petrolero. Dijo que en menos de un año me lo devolvería con una tasa de interés del trescientos por ciento. Era demasiado, pero en un año sería el triple, así que se lo pedí prestado a Carlo. Él me lo dio a un doscientos por ciento de interés, pero eso no me preocupó porque al final del día tendría tres mil millones de dólares en el bolsillo para mí. —Su mandíbula se tensa. Sus puños igual—. Él huyó. Desapareció. Nunca existió ningún negocio. Cuando terminó el año, no pude seguir ocultándoselo a Carlo. Él me pidió el dinero y yo no lo tenía. Le expliqué lo que sucedió temiendo que fuera contra nosotros, pero me dijo que no tenía que preocuparme por ello. Que mientas fuéramos familia, ningún mal negocio podría arruinar nuestra amistad. —Toma aire antes de continuar—. Es por ello que no podías separarte de Arlette, Vicenzo. Si lo hacías...
—Él nos cobraría.
Papá afirma.
—Y por el momento, Arlette solo sabe cuánto dinero me prestó Carlo, pero no conoce la tasa de interés. —Se pasa una mano por el rostro—. Son seis mil millones de dólares en total. He pasado todos estos años intentando hallar al hombre que nos metió en esto, pero es como si la tierra se lo hubiera tragado.
No puedo evitar retroceder ante sus palabras.
Si Arlette lo descubre, entonces le debería cuatro mil millones.
Tendrían que dispararme cuatro veces más.
—¿Cómo se llamaba él?
Antes de responder, papá se dirige al viejo archivador donde almacenaba la información de sus clientes y extrae una delgada carpeta que cualquiera pasaría por alto. La he abierto incontables veces y lo único que contiene es una foto de un hombre moreno y aspecto pulido de mirada serena.
Sus facciones son italianas.
—Maximiliano Capozzi. Todo un actor. Si lo hubieras conocido, incluso tú habrías caído en su trampa. Lo investigué incontables veces antes de darle el dinero y todo parecía tan legitimo, pero luego se volvió humo.
—¿Hace cuánto pasó esto? ¿Dónde lo conociste?
—Cinco años. Aquí. Él vino al restaurant.
Hago una mueca.
—¿Qué pasó hace cinco años? ¿Qué hizo que quisieras superar a Carlo?
Constantino me ofrece una sonrisa triste.
—Empezaste a mostrar abierto interés por el sexo opuesto —susurra—. Y me di cuenta de que nunca amarías a Arlette como amo a tu madre.
Sin dejarme llevar por los sentimientos, me fuerzo a mí mismo a ser duro al respecto, pues es de nuestro legado del que estamos hablando. Aunque sea cierto lo que dice, lo cual dudo, no es una razón lo suficientemente fuerte.
Algo me dice que hay más.
—Tomaste una pésima decisión basándote en tus sentimientos. Eso no hace que te odie menos por cómo nos destruyó. Tu respuesta me es conmovedora, pero ambos sabemos que mi felicidad no es lo suficientemente importante para ti. No porque seas un mal padre, sino porque nací en la mafia —respondo—. Eres un hombre ambicioso y no, no soy como tú. Soy estúpido, pero no soy tan estúpido como para jugar un juego que no entiendo contra un experto.
En lugar de enfurecerse, papá sonríe a pesar del dolor en sus ojos.
Lo herí.
—¿No lo eres?
Mientras la puerta finalmente se abre, dirijo mi mirada al micrófono y a la cámara en la esquina superior de la oficina, los cuales han estado ahí desde que tengo uso de memoria. Los cuales olvidé por completo, absorto en mi ira hacia él.
—Mierda.
Mientras es arrastrado fuera de la oficina, papá niega casi con tristeza.
—Lamento habernos sumergido, pero hoy, hijo, tú nos ahogaste.
No le quito la razón.
Yo lo obligué a hablar.
Ahora Arlette sabrá que no son mil millones los que les debo.
Pero él pudo haber obviado esa parte y no lo hizo, obligándome a compartir la culpa que traen consigo las consecuencias de sus malditas acciones. Ella no es estúpida. Tarde o temprano lo habría descubierto, pero ahora soy responsable de acelerar el proceso. Ninguno de los tipos que antes trabajaban para mi padre se atreve a tocarme, saben de lo que soy capaz, y los que están al servicio de los Cavalli solo me hacen señas para que me salga de la oficina. Lo hago tras capturar rápidamente el rostro del hombre que le robó tanto dinero a mi padre.
No puedo creer que continúe respirando.
Por años, prácticamente desde niño, he sido entrenado para cobrar las deudas de mi familia. He asesinado a personas por dinero. Por incumplimiento de su palabra. Por no respetar el plazo. Ninguno de ellos me interesaba y la mayoría obtuvo una muerte difícil de digerir, pero esto es malditamente personal.
—Vicenzo —me llama Francesco cuando se topa conmigo en la terraza. Al igual que yo, está usando un traje, pero luce todo menos incómodo en él. Es como si la mierda se acoplara a sus largas y tonificadas extremidades—. ¿Todo está bien? Escuché que Arlette te encerró con Constantino. Lo siento por eso. He intentado convencerla de que deje pasar la deuda de los Ambrosetti, incluso intenté pagarla, pero no ha superado su resentimiento contra tu padre. —Su frente se arruga—. Por cierto, ¿no deberías estar descansando todavía?
Me encojo de hombros.
—Me ha hecho cosas peores. —Le echo una rápida mirada a los hombres con los que estaba, obviando su observación sobre mi lamentable y patético estado. Hombres de Marcelo, entre ellos Iván, lo cual explica su expresión de desagrado. Francesco tolera al capo, pero este tampoco es de su agrado—. Aunque no fue agradable, tampoco fue del todo una pérdida.
A la mierda Constantino.
Incluso a la mierda el dinero que les debo a los Cavalli.
Ahora tengo un objetivo.
Los objetivos, la sangre, son la razón por la que vivo. Por la que me apodan la muerte. Son lo que acelera mi corazón y lo llena de calidez.
—¿Quién va a morir hoy? —pregunta al reconocer la sed de sangre en mis ojos y mientras se reclina en la baranda de la terraza que da con el restaurante abierto al público común, inspeccionando a los clientes como si entre ellos se encontrara Maximiliano Capozzi, lo cual no es tan descabellado.
—Todavía no sé su nombre —susurro para que solo él escuche—. Pero ya que no puedes ayudarme a recobrar mi libertad, ¿por qué no me ayudas a joder al maldito que me la quitó? A parte de mi padre, por supuesto.
Francesco sonríe disimuladamente.
—Cuenta conmigo. —Se endereza—. Pero primero debo terminar con el papeleo. Arlette literalmente me está usando para limpiar su basura.
Me encojo de hombros. Es mi mejor amigo, pero se lo merece por no imponerse y dejarla resolver todo por sí misma. Es más inteligente que nosotros, pero no es invencible. Lo más importante, no es un hombre. De una forma u otra, esto terminará consumiéndola de una manera que resultará peligrosa para todos.
Incluyéndola.
Pero ese ya no es mi problema, me recuerdo, pues constantemente continúo olvidándolo. Actuando como si nuestros destinos continuaran entrelazados.
—Te espero aquí.
Cuando vuelvo mi vista al frente, no puedo evitar soltar el aire que he estado reteniendo desde que puse un pie fuera de mi cama esta mañana. En otro momento continuaría molesto con mi padre, con Arlette, con el mundo, pero tuve una experiencia cercana a la muerte que me dejó aterrado, aterrado de no saber qué sería de Penélope y de mamá sin mí, de mi padre, y ahora solo estoy cansado. Desgastado. No siento arrepentimiento alguno de las cosas que he hecho o de cómo las he llevado a cabo, pero ahora veo cuáles, independientemente de la mala opinión de Constantino, estuvieron mal. Cuáles pude haber hecho mejor de haber puesto más atención.
Supongo que a eso se le llama madurar.
*****
Cuando Francesco y yo llegamos a mi vieja casa dos horas después, nuestra presencia en la habitación en la que crecí se siente demasiado pesada para poder ser contenida por las cuatro pares que nos rodean. A medida que le relato la historia de papá sobre cómo se endeudó con Carlo, la expresión de Francesco se vuelve cada vez más seria y preocupada, lo cual me percato que intenta esconder. Cuando uno de sus hombres interrumpe nuestra conversación sobre Maximiliano Capozzi para hablar con él, su expresión se vuelve tan mortificada que ya no lo puedo pasar por alto. Justo en ese momento mamá está ofreciéndome galletas en una bandeja, así que tomo un par y se las tiendo.
Francesco declina.
—No, gracias.
Arrugo la frente, llevándolas a mi boca.
—¿Qué sucede? —pregunto mientras mastico.
Francesco luce como si estuviera en medio de la espada y la pared con respecto a mi pregunta, pero eventualmente se rinde y lo suelta.
—Es tu padre —responde—. Fue a Cavalli Enterprises a hablar con Arlette.
Son casi las dos de la mañana, así que no se me ocurre ningún buen tema de conversación que pueda ser discutido a esta hora, en especial entre ellos dos. Tomo mi chaqueta, lo primero que hice al llegar a casa fue cambiar mi traje por vaqueros y una camiseta blanca, y salgo de mi habitación. Tanto mamá como Francesco me siguen. Ella se ve aterrada, como si hubiera llegado a la misma conclusión que yo, que después de nuestra emotiva charla Constantino está planeando estúpidamente hacerle daño a Arlette, lo cual podría y no podría suceder, ambas alternativas preocupantes. Francesco, por otro lado, no deja de evitar mi mirada, pero de todas maneras me sigue.
Lo entiendo.
Nuestras familias tienen motivos de sobra para ser enemigos ahora.
Pero somos como hermanos.
—Vicenzo —me murmura mamá, sus labios presionados fugazmente contra mi frente, antes de que entre en mi deportivo—. Ten cuidado, por favor.
Le sonrío.
—No es la primera vez que arrastro su culo borracho de regreso a casa —intento calmarla—. No te preocupes. Llegaremos pronto.
Mamá no se ve como alguien feliz cuando me separo de ella. Sus ojos grises son sinónimo de nervios. Una vez corto el cordón umbilical entre nosotros, arranco y me dirijo lo más rápido posible a la torre de acero y cristal en la que hace tan solo unas semanas Carlo murió. En la que hace tan solo unos meses me reuní con él. Cuando entramos, nos dirigimos directamente al ascensor del servicio de mantenimiento. No pregunto. Francesco habló con sus hombres de camino aquí y estos les dijeron dónde podíamos encontrar a mi padre.
Mi corazón se acelera con anticipación cuando llegamos a la terraza.
Mis vasos sanguíneos se dilatan, la tensión de mi cuerpo perdiéndose, cuando Francesco guarda distancia de mí, su dedo índice sobre su boca, pidiendo silencio, a lo cual asiento, y ambos empezamos a escuchar la voz de Arlette. Casi agradezco el espacio, puesto que lo necesito para procesar la imagen que se encuentra ante mí. Constantino Ambrosetti, el temible y grande, amado y odiado, está situado en el borde de la orilla del techo de un rascacielos.
Se ve miserable.
Ella como si lo disfrutara.
Diga lo que diga, en ese momento dejo de estar enojado con mi padre.
Solo puedo sentir pena por él.
—¿Sabes cómo lo supe? —pregunta lo suficientemente alto como para ser escuchada por encima del sonido del viento—. Porque este edificio es una caja de máxima seguridad. Mi padre nunca ha escatimado en gastos en lo que a nuestra protección se refiere, lo cual significa que solo alguien en quien confiara, alguien a quién amara, pudo haber ingresado un ejército aquí.
—Lo siento tanto —llora él mirando hacia el abismo—. Carlo era mi hermano.
Me detengo abruptamente. Francesco también lo hace,
El mentón de Arlette tiembla, pero su expresión permanece indiferente.
—Eso no te impidió que lo asesinaras sin tener el valor de verlo a la cara —replica ella—. O que no hayas sido si quiera lo suficientemente hombre como para asumir la responsabilidad de tus acciones y así al menos dejar vivir a su esposa. A su hija. No respetaste su familia. Mi familia. ¿Por qué habría de respetar la tuya una vez me deshaga de ti, padrino? —canturrea esto último.
Papá gira su rostro hacia ella, permitiéndome obtener un vistazo de las lágrimas descendiendo y secándose sobre su mejilla.
—Por favor, déjalos fuera de esto.
Arlette le sonríe.
—Lo haré —dice—. Mientras cumplas tu parte del trato.
—Arlette...
—Ambos sabemos que ellos estarán mejor sin ti.
No entiendo a qué trato se refiere hasta que lo veo tomar una honda bocanada de aire e impulsarse hacia adelante. Estoy demasiado lejos para alcanzarlo, pero Francesco no. Aunque mi padre haya asesinado a su tío, prácticamente también un padre para él, alcanza su mano y lo jala hacia atrás. Constantino termina desparramado sobre el suelo. Francesco junto a Arlette. Ella ya no lleva el mismo vestido negro con el que la vi más temprano, sino un traje oscuro de falda y zapatos altos. Su cabello se mueve al compás del viento.
Antes de que el alivio empiece a invadirme, le tiende un arma a Francesco.
—Tienes menos de diez segundos para remediar el error que has cometido.
Mi mejor amigo me mira.
—Arlette... no. —Él niega y retrocede—. No puedo hacerle esto a Vicenzo. No podemos —insiste—. Constantino asesinó a mi tío, eso lo entiendo, pero estaríamos actuando como ratas si le hacemos lo mismo a Vicenzo y a Pen. Encontraremos otro castigo. Prisión. Tortura. Lo que sea, pero no lo mates.
La furia empieza a vislumbrarse en el rostro de su prima.
Yo miro a mi padre aún hecho un desastre. La posibilidad de huir de aquí ni siquiera pasa por mi mente. Hay al menos diez guardaespaldas que irían contra nosotros custodiando el interior del acceso a la terraza. A penas estos se den cuenta de que algo anda mal, tomarán partido por su jefa.
—No es lo mismo. Mi padre era lo único que...
—No —gruñe él—. Corta esa mierda. Mi tío Carlo no era el único que te amaba. Beatrice te amaba. Flavio lo hace. Fósil. Petrushka. Tus amigas. —A medida que habla, se acerca a ella. Suena sincero, pero también puede ser una táctica para quitarle el arma. Espero que no—. Yo también. Aunque Carlo no esté, no estás sola. Jamás estarás sola mientras haya un Cavalli vivo.
—Tú no entiendes. —Me apunta directamente cuando me arrodillo para ayudar a Constantino a levantarse—. Mi padre era el único que me conocía realmente, lo cual lo hacía el único que realmente me amaba.
Antes de que Francesco tenga la oportunidad de decir algo más, hablo.
—Tu padre no era el único que te conocía realmente —suelto en ruso, esperando que ni mi padre ni Francesco entiendan—. Yo lo hago y aún así, a pesar de que incluso nuestro mundo oscuro estaría mejor sin ti, me importas.
Arlette no dice nada ante mi confesión. Solo me mira fijamente antes de parpadear y bajar el arma. Por unos segundos sus ojos azules parecen haber cobrado algo de cordura, pero no duran mucho tiempo de esa manera. Nuevamente apunta a mi padre a pesar de que su mirada dura, como la de cualquier hombre de la mafia siciliana, está puesta en Francesco.
—Estaría menos decepcionada de ti si hubieses muerto en Sicilia.
Sus palabras lo lastiman, pero no lo marcan tanto como lo que me dice papá.
—Vicenzo —murmura, consciente de que a Arlette en realidad le vale una mierda todo: mi padre asesinó al suyo y su muerte es lo que sigue—. Lamento tanto haberte decepcionado.
Antes de que pueda responderle, se oye un estallido.
Su sangre salpica mis manos.
Cuando asciendo la mirada para encontrarme con los ojos del autor de su asesinato, me encuentro con un par de motitas grises llenas de lágrimas.
—Lo siento, Constantino —llora mamá mientras, tras dejar caer el arma junto a ella, se arrodilla junto a su esposo, quién a pesar de haber sido disparado en el pecho por su mujer no deja de mirar a esta con amor—. Lo siento tanto. Son nuestros pecados. No los suyos.
Él niega.
—En los brazos de la mujer que amo... —escupe mientras deja caer completamente su cabeza sobre su regazo, sangre manando de su boca—. No hay mejor forma de partir.
Poco a poco, segundo tras segundo, la luz desaparece de sus ojos.
HOLAAA
¿Cómo están?
Yo estoy súper feliz porque Nova Casa ya publicó la portada y sinopsis de DE. Si conocen a Nathan y a Rachel, pueden ir a darle amor a sus publicaciones en Instagram (los post de la editorial) e ir pidiendo a sus librerías favoritas que los soliciten para que puedan comprarlos una vez salgan. Si me va bien con DE, es probable que se publiquen más de mis novelas con esta editorial (como Arlette) ♡
¿En shock?
El siguiente, desde el punto de vista del cual será narrado, las dejará aún más en shock (los si hay chicos)
¿Cómo creen que la muerte de Constantino afecte a Vicenzo?
Love u
Capítulo dedicado a: DianaPadilla96
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