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Capítulo 17:

ARLETTE:

A excepción de mi desliz con Vicenzo, hay al menos treinta hombres armados siguiéndome a cada lugar al que voy. Mercenarios y aspirantes a la mafia siciliana que son cortesía de Marcelo, quién tiene aún más que yo. Uno junto al otro, sus escoltas permanecen alineados a lo largo del pasillo que conduce a su oficina en el complejo de apuestas subterráneo que maneja. El lugar donde Francesco y Vicenzo se metieron en problemas, forzándome a tomar la decisión de traicionar la confianza de mi primo y delatarlos ante mi padre. Tomo una honda bocanada de aire ante el recuerdo. Parecen haber pasado mil años desde entonces. Antes de llegar, desabrocho el botón superior de mi vestido lleno de ellos hasta los tobillos, de cachemira roja, y huelo mi aliento. Cualquier distracción puede jugar a mi favor.

Mi reflejo en el mármol oscuro del suelo me sonríe.

Perfecta.

Para lo que vamos a discutir, necesito lucir así.

Marcelo me está esperando ─digo cuando ya estoy ahí.

Ojos saltones y barba, su mano derecha, suelta un gruñido antes de hacerse a un lado y permitirme empujar la puerta que conduce a su oficina, un despacho simple y elegante de muebles caoba. Marcelo está sentado tras su escritorio con un habano en la boca del cual se deshace cuando me ve. Usa un traje clásico. Su barba ha regresado, ocultando parcialmente su cicatriz y resaltando el verde de sus ojos. Se ve como siempre. Atractivo, sigiloso y letal.

En otra vida pude haberme obsesionado.

─Arlette ─pronuncia suavemente mi nombre mientras se pone de pie para besar mi mano, la sensación de sus labios enviando un estremecimiento difícil de ignorar a lo largo de mi columna vertebral─. ¿Cómo estás llevando el negocio? Sospecho que bien. Nadie conocía la mente de tu padre más que tú. Eres su legado.

Con respecto al manejo de sus empresas, del dinero y del blanqueamiento, no hay ningún problema. No después de la eliminación de Gerald, un cáncer que habría hecho metástasis, quizás de forma rápida y violenta, quizás sutil y lentamente y sin que lo vea venir, de no haber sido erradicado. Ya que solía irse de putas y desaparecer con frecuencia, su familia aún no ha notado su ausencia, pero cuando lo hagan ya será demasiado tarde.

Con respecto al submundo, podría ir mejor.

Comienzo a vagar distraídamente por su oficina, intentando encontrar la manera más fácil y digerible de decirlo. Decirle que intentaron asesinarme sin contarle que cuando sucedió estaba sin guardaespaldas porque no quería que nadie supiera que desobedecía sus órdenes. Que Vicenzo me ayudó y terminó tomando una bala por mí. Al darme cuenta de que no existe una, simplemente lo suelto de la manera más simple y básica.

─Los hijos de Salvatore Morello intentaron asesinarme.

Cuando me giro nuevamente hacia él, sus cejas están alzadas.

─¿Cómo sabes que fueron ellos?

Aunque todo dentro de mí clama venganza, mi sangre se ha convertido en lava hirviendo, no puedo evitar sonreír irónicamente ante el hecho de que no ha cuestionado que lo hayan intentado, sino que sepa quién. A pesar de que ha visto varias veces de lo que soy capaz, de lo que la maldición de mi madre es capaz, Marcelo sigue sin ser un creyente. Sigue cuestionándose.

Su error.

No soy la persona más lista del mundo, pero mi mente fabrica diez respuestas y escenarios diferentes ante una pregunta o situación.

Una de ellas siempre termina siendo cierta.

─Son mi único cabo suelto. ─Aunque según el código criminal de Chicago debí haberlos enviado al infierno con su padre, me abstuve de hacerlo por respeto a la esposa de Morello, quién cooperó conmigo, y a solicitud de Marcelo, pero eso claramente fue un error. Del resto, ninguno de mis enemigos es tan estúpido como para dejar tantas pistas que conducen a él─. La única persona que conocía mi ubicación en ese momento los llamó. Tengo su registro telefónico como prueba. Fueron ellos.

Marcelo rodea su escritorio para posicionarse frente a mí.

Su expresión es dura mientras me interroga.

─¿Y dónde está esta persona? ─pregunta─. ¿Su testimonio?

Alzo el mentón.

─No es necesario. Tengo pruebas, Marcelo.

─En este caso es jefe, principessa, no Marcelo ─gruñe con los puños apretados─. Y la próxima vez que vengas a lloriquear a mí, que estés intentando conseguir el permiso para mutilar a una familia a la que le has quitado todo, quiénes solo tuvieron una oportunidad de vengarse porque fuiste imprudente y te deshiciste de tu seguridad, intenta no haber desobedecido la única cosa que te pedí antes. ─Traga sonoramente. Su expresión es dura y enojada y debo esforzarme mucho por contener las ganas de abofetearlo por hablarme así, pero también de hacer algo por complacerlo. Ahora mismo me siento como si estuviera enfrentándome a mi papi. A su subestimación a pesar de que en el fondo sabe de lo que soy capaz. A sus deseos por esconder el hecho de que puedo jugar a pertenecer a la mafia. Al notar que su acercamiento no me intimidará, Marcelo suelta un sonido desgarrado y furioso que proviene desde lo más hondo de su garganta y vuelve a su silla de cuero negro. Mira fijamente el suelo, todos sus músculos en tensión, antes de calmarse y concentrarse otra vez en mí─. Ahora dime, ¿a quién mataste? ¿Quién era lo suficientemente importante como para desobedecerme y ponerte en riesgo de esa manera?

Me encojo de hombros mientras tomo asiento frente a él.

─Solo un empresario.

Las facciones del rostro de Marcelo se aprietan. Niega.

Yo muerdo el interior de mi mejilla.

─No me gusta esto, Arlette.

─A mí tampoco me gusta que intenten asesinarme, pero me estás exigiendo que lo deje pasar ─murmuro mirándolo fijamente a los ojos─. Así que espero que seas capaz de dejar pasar lo que hice. Sé que me equivoqué. Debí haber esperado. Ahora lo sé. ─Extiendo mi mano a lo largo de la madera para apretar la suya, lo cual lo toma por sorpresa. Está acostumbrado a los rudos apretones entre colegas. A los golpes. No a la suavidad─. Y agradezco enormemente que veles por mi familia y por mí.

Marcelo momentáneamente no replica más. Su mirada está en mis pechos. Su olfato está colmado de mi perfume. Mi voz es baja y susurrante. Soy la tentación de la cual debe alejarse. Ahora mismo poner distancia entre nosotros es más importante que cualquier asesinato que haya cometido. A los segundos, suspira y asiente mientras deshace el sutil contacto de nuestros dedos.

─Solo no vuelvas a hacerlo, principessa.

No lo haré.

Sonrío.

─No volverá a pasar.

No, claro que no.

La próxima vez se hará solo.

*****

Nuestras cenas familiares, antes llenas de comidas lujosas y consejos y regaños de papá, ahora son silenciosas en lo que se refiere a Flavio, Francesco y a mí. De no ser por las chicas, lo único que se escucharía sería alguno de nuestros sonidos al comer. De todas las que levantaron la mano en el yate, solo cinco viven temporalmente con nosotros. El resto, al vivir en la ciudad, regresaron a sus respectivas casas bajo la promesa de un futuro prometedor. Entre ellas están Hether, Estela y tres esclavas más que no estaban en mi celda. Gwen, una tímida y callada pelirroja pecosa que a veces susurra incoherencias sobre peces y criaturas marinas. Natasha, una morena de ojos azules que pasa todo el día destruyendo con un mazo las cosas que Luciano dejó aquí, colaborando con el equipo de remodelación que contraté para hacerle un cambio a la construcción. June, una delgada rubia que luce como una muñeca de porcelana, literalmente, y se sonroja cada vez que un hombre la mira. Estela es la única menor de edad entre ellas. La única que no regresó con su familia por mí, aunque también por ella, porque sencillamente no se lo pregunté.

Jeff, su captor, les hizo creer a ella y a su hermana que eran culpables de su propio secuestro. Estela por querer celebrar su primer día de clases con un helado. Brenda por usar una falda corta. El bocado de risotto en mi garganta desciende por mi esófago con más dificultad que los que ya he masticado.

Brenda murió creyendo eso.

No pude impedirlo, un desperdicio, pero Brenda no pasará por lo mismo. Crecerá sabiendo que sus padres son la verdadera razón por la que estuvieron en el momento y en el lugar equivocado. Sus padres, quienes dejaban toda la responsabilidad de su crianza a su hermana mayor. Fósil y Luc los investigaron. Ella es una adicta al crack. Él trabaja en una gasolinera todo el día y rara vez regresa a casa por las noches. Brenda era lo único que Estela tenía.

Al igual que mi padre era todo lo que yo tenía.

La única persona que podía decir que cuidaba de mí.

A la que podía acudir.

Cuando la cena termina y cada una de las chicas regresa a su habitación, Estela escoltada por Miriam, Flavio me toma por sorpresa dirigiéndose a mí en lugar de seguirlas. Aunque muero por abrazarlo, por estrecharlo, no puedo mirarlo a los ojos y decirle que todo estará bien. No puedo mentirle. No puedo consolarlo.

No estamos bien.

Su madre ha sido asesinada. Nuestro padre ha sido asesinado.

Sicilia volvió a Francesco un inútil depresivo.

Pequeña Beatrice está oculta en un orfanato.

No estamos bien.

─Nuestra hermana, Arlette, ¿cuándo estará con nosotros?

La furia en sus ojos azules, la demanda, seca mi garganta. Tomo un sorbo de vino antes de responder. Sea lo que sea que le diga, sospecho que no lo entenderá. Si no sobrevivimos, al menos una pequeña parte de los Cavalli lo hará. Intentaron asesinarme y estoy segura de que no será la primera ni la última vez y que si lo consiguen, irán por Flavio y por Francesco si no han ido por ellos ya para lastimarme. Suficiente tengo preocupándome por ellos dos. No puedo desviarme tanto de mi propósito actual.

La venganza y el poder son demandantes.

Y si morimos, Beatrice no solo irá a una familia normal.

Será feliz, sea lo que sea que eso signifique para la gente común, puesto que para mí felicidad era estar sentada en las piernas de mi padre mientras este acariciaba mi cabello y me decía lo mucho que me amaba. Sentirme elegida por encima de mi madre.

Protegida de ella.

─Cuando estemos seguros.

En lugar de tomar mi respuesta y conformarse con ellas, lo que ha hecho desde que regresamos de la isla, sus puños se aprietan a ambos costados de su cuerpo. Su mandíbula se desencaja. Lleva puesta un sencillo pijama gris de botones. Se ve adorable, pero no le faltaré el respeto a su hombría recién adquirida, justificada debido a los acontecimientos, diciéndoselo. Ya es un pequeño hombre hecho de la mafia siciliana. La niñez quedó atrás.

─Eso ni siquiera pasó cuando papá vivía. Somos Cavalli. Siempre querrán algo de nosotros ─susurra con los dientes apretado─. Mi hermana debería estar aquí. Así podría protegerla. Allá afuera cualquiera podría lastimarla. ─Su expresión furiosa se quiebra, dejando solo desolación tras de sí─. No quiero que nadie le haga cosas como las que le hicieron a Estela o a las otras.

Sonrío, conmovida, pero también celosa.

Ahora Flavio tiene alguien más por quién preocuparse.

─Mientras viva, Flavi, ningún hombre le hará daño.

Mis palabras por fin lo calman.

Sus hombros se relajan antes de que asienta y finalmente se acerque a abrazarme fugazmente. Mientras se retire, susurra algo más. Algo que me hace amarlo aún más. Desear que crezca ya.

─No sabes cuánto me gustaría ser mayor para ayudarte.

Lo observo irse en silencio, pero antes de que alcance el pasillo me levanto y lo sumerjo entre mis brazos. Ya su contacto no se siente como antes, algo oscuro se ha hecho cargo de él, pero de igual manera me inclino para besar su cabeza como si sus rizos dorados aun estuvieran ahí para amortiguar mis labios.

Te quiero, Flavio.

Él me aprieta fuertemente antes de responder.

También te quiero, hermana.

*****

La habitación de Estala se encuentra de camino a mi habitación, así que es inevitable escuchar su llanto y sus pisadas durante la noche. Los intentos de Miriam y Petruskha de calmarla. En vano. Estela llora casi toda la noche. Duerme cuando se desmaya alrededor de las tres o cuatro de la mañana, pero esta noche es diferente. Esta noche no solo llora. Grita. Lo sé porque estoy despierta, simplemente observando hacia la nada que se extiende por kilómetros a nuestro alrededor, la oscuridad, pensando.

Y sus gritos no me dejan pensar.

Cubro mi piel expuesta por mi camisón con una bata de seda blanca que se arrastra por el suelo. Afirmo en dirección a los escoltas que custodian mi puerta, indicándoles que todo está bien, antes de avanzar hacia la habitación de Estela. Tomo una honda bocanada de aire cuando la veo temblando en el centro de la gigantesca cama de nuevas sábanas rosadas. Tanto Miriam como Petruskha la observan con pena y tristeza. Impotencia.

─Déjenos a solas.

Ambas se miran entre sí, mitad preocupadas, mitad aliviadas, antes de recordar que estoy a cargo, lo que hace mi palabra más sagrada que la ley, y marcharse. La pequeña niña de nueve años, ya sé su edad, me mira por debajo de sus espesas y rizadas pestañas cuando se hace consciente de mi presencia, lo cual no es sino hasta que el colchón se hunde bajo mi peso junto a ella.

No dice nada al verme ponerme cómoda, su cuerpo cubierto por una sencilla bata blanca con adornos en las mangas, y se deja hacer, tensa, cuando la arrastro a mi costado. Lentamente, mientras se relaja y llora contra mí, paso mis dedos por su cabello. Los sumerjo en sus rizos dorados antes de deslizarlos hacia abajo. Cuando sus puntas escapan entre los pliegues de estos, deslizándose fuera de mi toque, repito la operación una y otra vez.

Pero no es suficiente.

Estela continúa llorando, asustada de mí, solo que en silencio. Sus manos tiemblan y su respiración suena atascada. Suelto un largo suspiro antes de aclarar mi garganta y empezar a cantar.

When she was just a girl, she expected the world... but it flew away from her reach ─susurro mientras continúo enredado mis dedos en sus rizos dorados, imitando los movimientos que los dedos de Brenda hacían ya mecánicamente─. So she ran away in her sleep and dreamed of para... para... paradise...

Y aunque Estela comienza a quedarse dormida, su cuerpo sintiéndose como una manta térmica y suave a mi alrededor, aún no puedo pensar, puesto que en lo único en lo que mi mente gira es en torno a Beatrice. Mi hermana. En cómo me gustaría sostenerla así. Calmar su dolor de esta manera. Su agonía.

Cantarle como Brenda le cantaba a Estela.

Quererla.

Amarla.

Pero simplemente no puedo.

*****

A la mañana siguiente, dejo a Luc y a Francesco a cargo de la vigilancia de Flavio. Salgo con Fósil y Miriam en un Cadillac que es perseguido por tres camionetas más. Flavio tiene razón. Aunque mi corazón no quiera arriesgarse a amar a alguien más, a preocuparse por alguien más, a ser débil por alguien más, el lugar de pequeña Beatrice es con nosotros. El solo hecho de que alguien en el orfanato pueda estarle dando del biberón con desagrado me hace querer ver sangre. Mi hermana necesita que esté ahí para ella. Que le cante. Que la proteja. Que la quiera.

Tiene mi sangre, así que debo amarla.

Tiene mi sangre, así que no puede perderse la horrible y hermosa experiencia del amor Cavalli. Tampoco nadie puede garantizarme que en el mundo normal no le harán daño. Hether vivía en él. Brenda y Estela. Gwen. Natasha. Verónica. Marianne. Todas ellas eran de ahí y terminaron en el Inframundo. Cuando nos estacionamos frente al orfanato de monjas, sin embargo, dudo por unos segundos, pero después me armo de valor y asiento en dirección a Miriam. Esta se baja de la camioneta e inmediatamente se guinda del brazo de Fósil, quién me guiña rápidamente el ojo antes de hacerla reír inclinándose sobre ella y susurrando algo en su oído. Está usando un lindo traje negro que lo hace ver un par de años menor. Ella también lleva un vestido rosa y maquillaje que le concede el mismo efecto. Ambos fingirán ser una pareja de recién casados con deseos de adoptar. Me traerán a mi hermana de regreso. A salvo, puesto que las monjas la cuidaron bien mientras recuperaba a Flavio. Nuestro hogar. Nuestro legado.

En un par de horas, cuando mucho, la tendré pataleando entre mis brazos y mirándome con sus grandes ojos azul Cavalli. La estrecharé y por fin le pondremos algo de ropa que habría aprobado Beatrice, aunque también usará los suéteres y las prendas que Miriam y Petruskha llevan días confeccionando para ella. Flavio y Francesco la conocerán y con un poco de suerte eso hará que nuestro primo se enfoque en nuestra familia. Será nuestra mayor debilidad, pero también nuestra mayor fortaleza.

Todo mejorará con ella con nosotros.

Pero cuando salen nuevamente, treinta minutos después de que entraron, sé que algo va mal. Sus miradas lo gritan. Miriam observa el suelo y Fósil está pálido, aunque firme, de la misma manera que lo estuvo cuando mi padre murió.

─Señorita Arlette...

Mis puños se aprietan. Mi corazón empieza a latir más rápido.

─Solo dilo, Fósil.

No hay nada que no podamos resolver.

Con tiempo, dedicación y más dinero. Más conflictos.

Más corrupción.

Intimidación.

Pero no hay nada, salvo la muerte, que los Cavalli no podamos solventar. Si mi padre encontró la manera de retroceder en el pasado y hacer de la fiesta de diamantes algo bonito para recordar, yo puedo con esto. Mis manos automáticamente vagan al bolsillo de mi abrigo. Con dedos temblorosos, la saco y esparzo el contenido en el asiento trasero, alineándolo con un billete de cien dólares el polvo blanquecino que contrasta aún más sobre el cuero negro. Lo necesito para sobrellevar lo que Fósil dirá.

─Pequeña Beatrice ha sido adoptada ─murmura.

Y me inclino e inhalo.

De lo contrario me desmayaré.

Llevo tres días sin dormir y mi familia me necesita alerta.


Me duermo, las amo, bai. 

NO OLVIDEN DARLE AMOR AL CAP

<3

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