Capítulo 16:
VICENZO:
Tras solo un par de días trabajando como el guardaespaldas de Arlette, en realidad uno solo, me siento aliviado de volver a un sitio que aún siento como mi lugar. Aunque papá ya no es el jefe y la manera en la que sus hombres lo ven ha cambiado, seguimos estando a cargo. Sigo, con la ayuda extra de mamá, en realidad, debido a que el saco de mierda ha decidido volverse un alcohólico y pasar veinte de las veinticuatro horas del día frente a la barra de la terraza. Me avergüenzo una vez más de llamarlo padre cuando, una semana después de la última vez que vi a mi prometida, tengo que pasar mis brazos por su axila para arrastrarlo a la entrada.
La mirada gris de mamá se entristece cuando me ve llegar con Constantino inconsciente entre mis brazos.
─No has hablado con él aún, ¿verdad?
Niego.
─No estoy listo.
Tras ayudar a sus guardaespaldas a meterlo en el auto, Milad echándome una mano, y verlo partir con mi madre dentro, le echo un vistazo al estacionamiento. Son las tres de la mañana. Papá se desmayó tan solo unos minutos atrás. Si me hubiera acercado a él antes de eso, no habría podido diferenciar entre cualquier otro hombre y yo. Habría puesto una bala en mi cabeza como ha hecho con todos los que he enviado a detenerlo para que deje de hacer el ridículo y vaya a casa durante estos días, haciéndome preferir mil veces su tipo de depresión después de la ruptura de mi compromiso con Arlette a esto. Al menos en ese entonces no estaba forzado a verle la cara cada día. A verlo y recordar que toda mi infelicidad, mi obligación de compartir una vida junto a alguien que no amo como él ama a mamá, se debía a que él lo perdió todo y yo estaba pagando por sus pecados, lo que aún no sé por qué pasó. Milad no supo qué responder cuando pregunté. Él también desconocía la deuda de Constantino. Tampoco hay ningún tipo de documento en la oficina. No he intercambiado palabras con mi padre y la única otra persona que podría darme respuestas es Arlette, a la cual por razones obvias no le preguntaré a pesar de que sé que no me mentirá.
Sé que se regodeará de la verdad.
Que escupirá en mi rostro que eso nos pasa por la estupidez en nuestra sangre, pero también que existe la posibilidad de que me manipule a través de ello. Cuando las emociones y las palabras juegan a su favor, es capaz de lograr lo que sea. Es así como manipulaba a su padre. Cómo ahora lo hace con Marcelo y cómo acabó con Luciano. Cómo, probablemente, convenció a Jamie de matar a Salvatore Morello cuando nunca debió haberse topado con este este lado de reflejo de la realidad que no todos ver.
─Creo que vinieron a buscarte.
Afirmo cuando, unos minutos después de cerrar el restaurante y observar a mis padres irse, una caravana familiar de camionetas se empieza a acercar a Fratello's. Hago una mueca cuando identifico el Lamborghini blanco de Arlette moviéndose en zig zags en medio de ellos. Al parecer le ha tomado el gusto a conducir. Suelto un suspiro tras arrojar la colilla de mi cigarrillo al suelo y aplastarlo con la suela de mi zapato. Le doy las llaves de mi motocicleta y de mi casa a Milad. El hombre las acepta con expresión en blanco. Al igual que yo, no usa trajes para venir a trabajar. Solo camisas y pantalones de vestir. Siempre lleva un extraño amuleto colgado al cuello que aplasté en el interior de una de mis manos la primera vez que lo noté, poco después de que papá me dejara a cargo y se auto-designara como mi tutor, puesto que pensé que podría tratarse de un micrófono. Después de Tiffany y los acontecimientos recientes, todo puede malditamente pasar, así que no me habría sorprendido si hubiera resultado así.
Por fortuna, no fue así.
─Déjala en mi edificio. Puedes descansar en mi departamento.
Se encoje de hombros.
─Sí, como sea.
Él asiente en reconocimiento a mi ex cuando esta se acerca. A diferencia de la última vez que la vi, no está usando nada extravagante. Solo un suéter negro de cuello de tortuga, vaqueros ajustados oscuros y botas de cuero que le llegan hasta las rodillas. Lo que más llama la atención de su atuendo es el abrigo que va sobre todo ello. Es de terciopelo rojo. Sus delicadas manos están escondidas dentro de sus bolsillos. Para cuando llega a mí, ya he identificado la sed de sangre brillando en sus ojos azules.
─Gerald se niega a darme su lealtad.
Afirmo, comprendiendo.
Sabía que esto sucedería a penas abandonamos la cafetería. Sin sangre de por medio, no hay ningún maldito respeto. Arlette nos hizo perder el tiempo a ambos yendo ahí, pero puedo entender sus intenciones iniciales de ser civilizada. No estaba tratando con hombres de nuestro mundo, sino con empresarios comunes.
─¿Qué quieres que haga con él?
─Marcelo me prohibió asesinar a más personas... por un lapso determinado de tiempo para evitar atraer atención innecesaria a nosotros. Es mi socio, le debo gran parte de nuestra protección en estos momentos, así que no puedo faltarle el respeto desobedeciendo sus órdenes. Es por eso que tampoco le he pedido ayuda a Francesco o hecho algo por mi propia cuenta. Los Cavalli tenemos las manos atadas ─dice─. Pero tú no.
─¿Y qué obtengo a cambio de ayudarte?
Arlette alza las cejas, sorprendida con mi pregunta.
─¿Perdón?
─Mi familia te debe, ¿no? Ir en contra de Marcelo no es algo que cualquiera podría hacer. La cabeza del idiota que quieres asesinar también debe tener un precio. No soy tan estúpido ─siseo─. Es como si me enviases a asesinar al presidente esperando que lo único que obtenga a cambio sea tu agradecimiento.
─No obtendrás mi agradecimiento, Vicenzo. Obtendrás mi misericordia. Tu padre nos debe más de dos mil millones de dólares. Esa no es precisamente una suma que puedas cubrir con la cabeza de alguien, ni siquiera con la de un presidente.
Mi garganta se seca ante la mención de la cifra.
¿Qué podría haber hecho mi padre con esa cantidad?
¿En qué se metió?
Ciertamente no se compró un auto mejor o una casa mejor. Tampoco nos llevó de vacaciones a Dubái o algo por el estilo. Si hubiera tenido acceso al dinero, estoy seguro de que se lo habría devuelto a Carlo, así que no entiendo qué sucedió con él.
─Si lo mato, ¿podrías redondear la cifra a dos billones?
Arlette se lo piensa por un momento, pero no por mucho.
─Sí.
Afirmo.
─Está bien. Estoy dentro.
*****
Antes de pasar por la casa de Gerald, pasamos por la finca en la que solía vivir Luciano a las afueras de la ciudad. Estar en ella envía un estremecimiento a lo largo de mi columna vertebral. No puedo evitar recordar las jaulas en las que las niñas eran subastadas con fines oscuros y depravados en el centro de las habitaciones de la fortaleza, pero puedo entender por qué Arlette decidió que se mudaran aquí. Con su casa parcialmente destruida, es uno de los sitios más seguros que, después de tomar los bienes de Luciano, posee. Cambio mi ropa por una camisa negra y jeans, no pantalones de vestir, del mismo tono. Cuando me reúno con Arlette en la salida, me doy cuenta de que también se ha cambiado. Está usando un simple vestido negro ajustado que cubre cada centímetro de su cuerpo. También tacones que la hacen ver más alta. Odio los centímetros extras de altura, como siempre, pero se ve hermosa. Desde que su padre murió, su belleza ha cobrado un matiz oscuro que le es favorecedor.
─¿Preparado?
─Sí.
A las afueras, rodeados de bosque y restos de nieve, le quito las llaves del Lamborghini de las manos y me adentro en el puesto del piloto. Paso el seguro antes de que sea capaz de abrir la puerta y protestar. Al escucharlo y, sorpresivamente, negarse a ser un berrinche, se ubica junto a mí con una mueca de desagrado.
─Has tenido un descenso, o lo contrario a un ascenso, de guardaespaldas a chófer. Felicitaciones. Cada vez lo haces mejor.
─Cállate ─gruño antes de acelerar.
Siguiendo sus instrucciones, llegamos a una ubicación cercana al cementerio de Chicago. Mi frente se arruga cuando nos bajamos y nos dirigimos directamente a él. Ya que no quiere llamar la atención de Marcelo o de algún otro miembro de la Cosa Nostra, no fuimos perseguidos por sus guardaespaldas, algo que es tan contraproducente como acertado. Por un lado, tiene razón. Nadie nos ha perseguido. Por el otro, podrían descubrir nuestra ubicación de alguna manera, nuestra vulnerabilidad, y fácilmente acabar con nosotros. Sin la absoluta idea de qué mierda haremos aquí, la sigo hasta un sendero de bonitas lápidas en el que finalmente veo a Gerald junto a una tumba abierta y vacía.
Su lápida no tiene nombre.
Aún.
─Gerald ─susurra ella cuando este nos oye llegar y se da la vuelta.
El hombre robusto, de aproximadamente sesenta años, abre los ojos en par en par cuando la ve. Se estremece, visiblemente aterrado, cuando me nota junto a ella. Está usando un traje gris y un sombrero, el cual se quita mientras retrocede lejos de nosotros.
─¿Esperabas a alguien más? ─pregunta a ella─. ¿A Cameron?
Arrugo la frente, pero no pregunto, suponiendo que Cameron es uno de los otros hombres que su padre dejaba a cargo de su compañía. Quizás con quién Arlette descubrió que se iba a reunir.
El idiota de alguna manera saca agallas para responder.
─¿Qué le hiciste, pequeña zorra psicópata?
Arlette sonríe.
─¿A Cam? Nada. Él me ayudó a ponerte a prueba haciendo una llamada. ─Así que así fue cómo cayó en su trampa. Mientras Arlette le habla, me fijo en la manera en la que el cobarde mantiene sus manos dentro de su chaqueta. Percibo movimiento dentro de ella, así que me adelanto y saco sus manos de la prenda. Cuando veo su celular en su interior, gruño. Lo tomo y lo aplasto repetidamente en el suelo. Cuando está hecho añicos, posiciono a Gerald junto al agujero en el suelo─. ¿Crees que la pasaste? Según tú, ¿demostraste tu lealtad a los Cavalli?
La mierda se niega a responder, así que tuerzo su brazo.
─No, ¡no la pasé! ─chilla entre temblores─. Por favor, tengo una familia. No me puedes hacer esto. Le fui leal a tu padre por veinte años. Él no aprobaría lo que estás haciendo. Odiaba la sangre.
La frialdad en el rostro de Arlette se deshace por unos segundos, pero no muestra empatía, sino dolor, antes de recomponerse como si el vejestorio no hubiera mencionado a Carlo.
Como si no hubiera dicho la verdad.
─Afortunadamente no está aquí para verlo.
Me mira, asintiendo, antes de darse la vuelta y caminar en dirección a la salida. Tomo la hojilla del interior de mis pantalones y la deslizo suavemente por su cuello. Su tumba ya está hecha, así que arrojo su cadáver en ella. Cierro la urna y lanzo tierra encima antes de apresurarme y tomar el codo de Arlette, quién debido a su calzado no ha llegado muy lejos. Cuando ella se queja, puesto que estoy prácticamente corriendo en dirección al auto, arrastrándola, hago que malditamente se calle.
─Gerald estaba llamando a alguien. No era la policía, pero llamaba a alguien ─explico─. Pueden venir por nosotros en cualquier momento. Debemos apresurarnos.
Arlette aprieta sus labios entre sí. La protesta brilla en sus ojos, pero no deshace mi agarre sobre ella. A los segundos alcanzamos el Lamborghini. Cuando estamos a punto de separarnos para entrar, cada quién por su lado, distingo una cegadora luz acercarse a nosotros. Un auto, sin placa, con un sicario apuntándola desde el asiento copiloto, su ventanilla lo suficientemente abajo para permitirle disparar, pero no para dejarnos verlo. Antes de que nos alcance, sin pensarlo demasiado la tomo de los hombros y le doy la vuelta, cubriéndola.
Lamentablemente, no soy lo suficientemente rápido.
Ambos escuchamos el estallido. Sus ojos azules, oscuro como el océano más profundo, están puestos en lo míos cuando nos encontramos nuevamente a solas, el vehículo de su asesino anónimo fuera de la vista. Termino apoyándome contra el techo metálico cuando el subidón de adrenalina abandona mis venas y una sensación extraña, la cual solo puedo describir como vacío, empieza a apoderarse de mí y a hacer mis párpados pesados.
─Vicenzo... ─susurra presionando sus manos contra mi abdomen, a lo que desciendo la mirada para ver sus pálidas manos manchadas de rojo─. Estás sangrando.
*****
Lo que sucedió instantáneamente después de que me di cuenta de que había tomado una bala por Arlette, probablemente producto del primer atentado en su contra, de la oposición a su posición, es borroso, pero recuerdo los suficientes detalles como para tener una ligera idea de lo que pasó. Me ayuda a entrar en el Lamborghini. Si antes pensé que manejaba como una demente, no tenía ni idea de lo equivocado que estaba. Recorremos Chicago de formas jamás antes vistas por el hombre, todo mientras, además, habla por teléfono con Fósil, y de un minuto a otro nos encontramos frente a la puerta de la casa en dónde fui criado, a dónde me prometí nunca más volver, y casi al instante estoy siendo atendido por el médico de la familia, quién en estos momentos hace todo lo posible por cerrar mi herida, una herida de quirófano, mientras me desangro en el sofá. Mi ex sugirió ir al hospital, pero me negué. He estado en el negocio el tiempo suficiente para saber que debido a esto podrían descubrir que fui quién asesinó a Gerald, también a un montón de personas más, y enviarme a la cárcel. Podría evadirla pidiendo favores, pero estoy harto de ello. Si le debiera algo a alguien más, no sabría cómo lo llevaría. Probablemente como papá. Me destruiría por completo hacerlo. Acabaría conmigo. Para mí es la muerte o la libertad.
Tanto mi madre como Arlette están junto a mí.
─Vicenzo ─solloza Aria al verme sangrar por la boca, determino, puesto que he empezado a sentir el sabor metálico inundarla y me estoy ahogando un poco con ella. Mamá continúa llorando mientras acaricia mi rostro, mi cabeza en su regazo, y habla al mismo tiempo. Deseo decirle que estaré bien, pero no tango fuerzas para hablar. Si mis ojos están abiertos es por un maldito milagro sagrado─. Mi bebé. Mi príncipe. Tienes que ser fuerte. Saldrás de esta. Tu vida... tu vida no puede acabar tan pronto. Eres tan joven. Ahora que estabas haciéndolo bien... no puedes irte, bebé. No aún. Tienes toda una vida por delante.
─¿Está haciendo su mejor trabajo? ─le pregunta Arlette, su voz mordaz, al hombre que se encarga de cerrar mi herida, que ha cerrado todas mis heridas desde niño, la cual no deja de sangrar.
Su nombre es Freddie. Gracias a la mafia siciliana y a su discreción, gana más que el mejor cirujano que tiene Chicago.
─Estoy haciendo hasta lo imposible por ayudarlo ─contesta sin dejar de trabajar, su mano dentro de mi carne─. Seguramente tendré éxito cerrando los sitios que la bala atravesó, pero ya he agotado mis bolsas de sangre y... se está desangrando. Los vasos sanguíneos que la bala perforó están causando una hemorragia prácticamente incontrolable. Tenemos minutos.
Tras un tenso silencio en el que solo se escuchan los sollozos de mamá y solo siento el tirón de mi cuello al intentar tragar, sin éxito, la sangre en mi boca, llena a mis oídos el sonido del llanto de Penélope. También las pisadas de los hombres de Arlette y su posterior susurrante y cálida voz mientras se dirige a mi madre.
─Aria, ¿cuál es el grupo sanguíneo de Vicenzo?
─O positivo ─responde mamá─. Pero ninguno de nosotros lo es.
Casi río.
Moriré y ni siquiera será porque no puedan curarme, sino porque no soy compatible con ningún miembro de mi familia. Tampoco con ninguno de los guardaespaldas, tanto míos como de ella, a los que Arlette les pregunta. Lo último que veo antes de dejarme ir es la desesperación en sus ojos azules mientras se acerca a nosotros. Eso por fin logra que mis labios se muevan lo suficiente como para estar sonriendo. Mi loca ex es tan buena mintiendo que estuve a punto de volver a caer en su mierda.
Diga lo que diga, no soy un puto cero a la izquierda.
*****
Nuevamente, sé que no estoy muerto cuando los rayos de sol atraviesan la ventana de mi vieja habitación para impactar con la fría piel de mi rostro, calentándolo. Ni siquiera logro incorporarme cuando lo intento. Lo único que logro es un patético alzamiento de cabeza, tensando mi cuello, que trae una insoportable y profunda punzada de dolor a mi abdomen. Cuando miro hacia arriba, veo bolsas con sangre y otros medicamentos sobre mí, los cuales viajan a mis venas a través de una vía. Al echarle un vistazo al despertador encima de la mesita de noche, descubro que son las siete de la mañana del mismo día. Aún eran las tres cuando llegamos al cementerio. He estado inconsciente solo dos horas.
─No te ha tomado mucho tiempo. No quería sentir que te debía nada, no puedo deberte nada, así que también te salvé a pesar de que, al igual que tú, pude haberte dejado morir y hacer del mundo un lugar mejor debido a ello ─susurra Arlette de pie junto al ventanal, enseñándome su antebrazo con una bandita─. O negativo. Sin VIH o Hepatitis. Aunque no estoy segura de lo que los químicos que tomé por años hagan en ti, soy donante universal. Puedo salvarle la vida a todos, pero nadie puede salvármela a mí. ─Sonríe cuando suelto un gruñido áspero─. Por desangramiento, quiero decir. ─A medida que se acerca, su rostro se torna serio y amable─. Gracias por tomar una bala por mí.
Toso varias veces antes de poder hablar. Mi sangre hizo coágulos desagradables con sabor a hierro y putrefacción que siguen adheridos a mis encías. Estoy sin camisa, también sin pantalones, pero cubierto por una sábana, hecho mierda ante ella.
─No fue gratis ─digo─. Quiero una reducción de mi deuda.
La sonrisa vuelve a su rostro, pero esta no es sarcástica.
De alguna manera, me resulta cálida.
Quizás son las drogas que deben estarme suministrando o las drogas que dejó de tomar para mantenerse cuerda. Ella alza el mentón y cuadra sus delicados hombros antes de responder, poniéndole fin a cualquier sentimentalismo en nuestra charla.
─Mil quinientos millones en lugar de dos mil.
Hago una mueca.
─Tu padre le puso un precio mucho más alto a tu vida antes de morir ─le recuerdo con tono cansado y al borde del colapso, pero firme: esta es una batalla que no voy a perder─. No está siendo justa y no permitiré que me estafes. Aunque mi padre no actúe como uno, soy un maldito Ambrosetti. Sé de deudas más que tú.
Ya que tengo razón, tarda en contestar. Carlo Cavalli la valoró públicamente como su diamante más precioso, en igualdad de precio a la suma de todos los que su familia poseía, antes de morir. Eso hacía billones. Billones que acabo de mantener seguros.
─Justicia no es mi segundo nombre. ─Venganza y locura sí, pienso. Tras unos segundos de silencio, puesto que no me rendiré tan fácil, finalmente cede dejando caer sus hombros─. Pero está bien, Vicenzo. Mil millones en lugar de dos. No te daré nada mejor.
Todavía continúa siendo más dinero del que alguna vez, probablemente, haré en toda mi vida, pero la opresión en mi pecho se reduce a la mitad. Ahora solo la mitad de mí le pertenece.
─Me parece bien.
Por alguna razón, no se ve tan ojerosa como hace unas horas. Sale después de que me echa un último largo y silencioso vistazo. Mamá, Francesco y los chicos entran en su lugar. Antes de que empiecen a hablarme, extiendo mi mano y palpo el lugar junto a mí en la cama. Está caliente, lo que significa que Arlette durmió junto a mí.
La perra loca Cavalli me necesita para descansar en paz.
La perra loca Cavalli, quién ahora corre literalmente por mis venas.
Su maldad.
Su enfermedad.
Hi!
Espero que les haya gustado el cap. Ya cada vez faltan menos para que la parte que tanto quiero escribir empiece y de verdad la tentación de escribir el próximo capítulo súper apresurado es grande, pero necesito atar muchos cabos sueltos que no cabrán solo en uno, desde ambos puntos de vista, así que tienen que tener paciencia. Mientras mayor sea la calma, peor será la tormenta jaja
¿Parte favorita?
¿Son #TeamArlenzo o #TeamNOArlenzo?
Capítulo dedicado a Joanna33Lopez por sus comentarios
Siguiente dedicación a la opinión más completa de la historia hasta donde vamos
Las quiero, hasta pronto, no olviden dejar comentarios y estrellitas <3
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