Capítulo 10:
ARLETTE:
Como no sé si en cualquier momento pueda entrar alguien en la habitación, salgo de ella al par de minutos de haber acabado con Luciano. Hay dos hombres por pasillo. El primero no me ve venir, pero el segundo ya está preparado para atacar cuando lo apunto. Soy más rápida. Le disparo como le disparé a su jefe antes de hacer el próximo cruce. Esta vez son tres. No tengo una ventaja, así que la fabrico. Memorizo sus posiciones, hago estallar el bombillo sobre mí, el único que alumbra el pasillo, y les disparo tras moverme. Suelto un gruñido cuando siento el impacto de una bala en mi hombro. El hombre que me disparó no logra escapar de mí. Se desploma. Tomo su arma, puesto que me he quedado sin balas. A pesar de mi herida, de entrada y salida, continúo.
Duele.
Flavio, no duele, Flavio.
Flavio.
Flavio.
Con mi hermano en mente, exploto un par de bombillos más, ejecuto a seis hombres más, todos ellos asesinados en la oscuridad, y finalmente llego a un baño común de dos cubículos. Hay alguien ocupando uno de ellos. Sin interrumpirlo, me alzo sobre las puntas de mis pies para alcanzar la rejilla del ducto de ventilación y tomar el bolso que se encuentra escondido en su interior, el cual contiene la ropa adecuada para salir de aquí.
El traje que Beatrice fabricó para mí, que quería que usara como la imagen de su marca, se adhiere a mi piel desde mis tobillos a mi cuello, sus mangas largas hasta mis muñecas. Es blanco. Su costura fue hecha con hilos de plata. La tela es similar al cuero, pero estamos a punto de saber si de lo que está confeccionado realmente lo hace impenetrable. También hay un par de guantes y un casco. Cuando termino de cubrir cada centímetro de mi cuerpo, salgo y me miro al espejo mientras ato cinturones con armamento a mis muslos. En ese momento la puerta de metal del cubículo ocupado se abre y un chico asiático sale de él.
Emi hace una mueca mientras me tiende un intercomunicador, su mano estirando el material que recubre su entrepierna.
─Fósil.
Termino de ajustar las correas en torno a mi muslo derecho antes de tomarlo y maniobrar entre el casco y mi cabeza para ponerlo en mi oreja. El ritmo acelerado de los latidos de mi corazón se calma cuando escucho su voz. Cuando recuerdo por qué estoy aquí.
─Señorita Arlette.
Aunque sé que se está esforzando por ocultarlo, sé que está tan o más nervioso que yo. No estar aquí lo está destruyendo. Mientras hablo con él, tomo una escopeta similar a la de Jeff y la cargo.
─Luciano ha muerto. Ya pueden venir por mí.
─¿Tan rápido? ¿Por qué no espera con Emi a que...?
Escucho sonidos al otro lado de la madera, así que apunto hacia ella y disparo, formando un hueco de bordes incinerados en la madera. No era uno de los nuestros.
─Nos vemos en diez minutos. Si Flavio lo consigue y yo no, vete con él. Ya sabes cuáles son mis deseos con respecto a Beatrice. ─Le hago una seña con la cabeza a Emi─. Adiós.
Al salir del baño veo a uno de los hombres de Luciano desplomado en el piso, pero a parte de él no consigo a nadie más. Emi, con el mismo traje que estoy usando, el cual mi madrastra diseñó para papá, pero en negro, silba cuando dejamos su cuerpo atrás.
─Creo que Vicenzo y tú pudieron haber hecho una linda pareja, después de todo ─ríe mientras nos acercamos al salón en el que todos se encuentran celebrando la boda de Luciano, la música tan alta que eso explica por qué nadie escuchó los disparos. Es una suerte que hayamos llegado aquí casi ilesos─. ¿Preparada?
Hay dos guardias en la entrada. Les disparo en lugar de responder.
Trabajaron para la persona equivocada.
─Vamos.
Estamos a punto de entrar cuando coloco una mano por delante de él, impidiéndolo. Antes de ingresar, dejo caer tres ganadas de humo. Soy una maldita afortunada con recursos, por lo que mis juguetes son caros. Emi, ante una señal, hace verdaderamente estallar con granadas de verdad los sitios en los que los hombres con armas se sitúan. No hay rastro de Hether o de Estela. Mientras ninguno de ellos entiende por qué nos disparan, por qué me disparan, y aún así continúo caminando hacia ellos, dejo de lado la facilidad de la pólvora y tomo un par de cuchillos atados a mis muslos. Disfruto enormemente de la mirada de terror en sus rostros cuando tomo a uno de los suyos y lo degollo deslizándolo por su cuello. Lo vi riéndose cuando golpeaba a Hether.
No soy la experta aquí, lo es Emi, esa es la razón por la que me acompaña él y no Kai, así que mientras yo me encargo de cinco o diez, los moratones formándose en los sitios donde las balas impactan, él ha vaciado de almas casi todo el salón. Cuando escuchamos cómo más de los hombres de Luciano se acercan, es momento de irnos. Emi se da cuenta de ello y le hace una seña a una de las cámaras. Lanzo más granadas de humo. Cuando ellos llegan, nosotros salimos y Kai los encierra haciendo uso del sofisticado sistema de seguridad que diseñó para Luciano.
Tanto traficantes como sus soldados, todos están encerrados.
Esperando que nuestra distracción haya funcionado, corro hacia el exterior siguiendo el mismo camino que recorrí cuando llegué. Ya fuera de la prisión de Luciano, Emi se encarga de dos pares de sicarios para que podamos descansar en paz. También comete el error de quitarse el casco antes de que estemos a salvo. Un hombre, escondido en la penumbra, apunta directamente a su cabeza. Abro la boca para advertirle, incluso alzo mi arma para dispararle, pero no lo hago lo suficientemente rápido. Una bala se encaja en su mejilla En la de la rata, no en la de Emi.
Dándome la vuelta, a una distancia de doscientos metros, Francesco apoya el rifle sobre su hombro mientras aumenta la velocidad con la que se dirige a nosotros. Flavio va a su lado. Su camisa está manchada de sangre, pero luce entero, así que no es de él. Antes de que Emi pueda ponerse nuevamente su casco, lo tomo y lo coloco sobre su cabeza. Ojalá Beatrice hubiera tenido tiempo para hacer algo de su tamaño. Lo abrazo antes de dirigirme a Francesco. Ya no es el mismo que abandonó Chicago, ese chico no habría sido capaz de fingir ser el lame botas de Luciano, pero yo tampoco soy la misma Arlette. Seguimos siendo Cavalli, sin embargo, y ese compromiso va más allá de cualquier otra cosa.
─Debemos irnos ─digo─. Ya.
─Kai nos está esperando en la playa. ─Echa un vistazo a nuestro alrededor─. También Luc. Logró salir unos minutos antes que tú.
Afirmo, moviéndonos más rápido.
Mi hermano permanece en silencio entre nosotros, Emi frente a él, yo detrás y Francesco junto a mí. Tras unos minutos, llegamos a la playa. Tal y como le pedí a Fósil, este ya se encuentra llegando a la isla con refuerzos. Trabajo duro en impedir que mis labios se curven hacia arriba cuando identifico el rostro de Marcelo. Él dijo que tenía que estar realmente enferma de la mente, incluso más que Luciano y mi madre juntos, para que mis planes funcionaran.
Al parecer lo estás.
Cuando le hace señas a sus chicos para que se bajen de los cinco yates que trajo y terminen la carnicería que los Cavalli empezamos, niego, impidiendo que se bajen. Ellos son mi plan B.
Mi plan A aún no ha fallado.
En lugar de ir con él, ocupamos asiento en bote en el que Luc y las chicas de la isla, al final solo habían veinte, las de nuestro pasillo, se encuentran. Mientras nos alejamos lo suficiente de ella, acomodo a Flavio en una esquina. Beso su frente. Él me mira con ojos cálidos y se acuesta, sus párpados cerrados mientras finalmente se siente a salvo. Sus manos están manchadas de sangre, pero ya no parece tan afligido por ello como antes.
Ya no es solo un niño.
Tras quitarme el casco y asegurarme de que está tan cómodo como puede estarlo, me enfoco en Francesco. Está sentado en silencio junto a Luc. No es capaz de verme a la cara cuando extiendo mi mano hacia él. Me tiende un sofisticado mando sin librar su rostro de los rizos oscuros que lo esconden de mí. Al tenerlo en mi poder, le dedico una mirada a Kai. Junto a su hermano gemelo y con una laptop en el regazo, él asiente. Frente a todas las personas que elegí como supervivientes, puesto que ahora sé lo que mi padre sentía cuando tenía el control absoluto de todo, Luciano verdaderamente empieza a morir. Los explosivos que Francesco importó para él de Sicilia para iniciar la construcción de su prostíbulo de esclavas, más de la cuenta, de lo que no se percató, estallan, hundiendo y calcinando la isla de la violación.
La isla y las almas, ahora malditas, en ella.
Los gritos que escucho desde aquí, a casi un kilómetro de distancia, son música para mis oídos. Al igual que el resto de las chicas que se encontraban en ella, disfruto de la sensación de las llamas calentando mi rostro a medida que se hacen cada vez más grandes. No hay manera en la que la ley de Chicago pueda pasar esto por alto. Quizás ni siquiera los federales. No importa. Sin importar lo mucho que investiguen, no tendrán pruebas. No después de esto. Tampoco testimonios. Todo lo que habrá serán cadáveres y cenizas. Eso y un montón de víctimas que están en mi poder. Suelto un suspiro satisfecho antes de enfrentarme a ellas.
Esto es solo el comienzo.
─A penas lleguemos a Chicago, tendrán dos opciones. ─Me aseguro de hablar con una voz lo suficientemente alta para que todas escuchen, mi atención enfocada en sus rostros desechos y golpeados─. Podrán regresar con su familia, me encargaré de que lleguen a ellos a salvo, y volver a sus antiguas vidas en las que cosas como estas pasan todo el tiempo y no son mujeres capaces de defenderse a sí mismas, como antes, o pueden trabajar para mí y ayudarme a construir un imperio tan grande que hará retorcer de envidia a los antiguos romanos. Cada centímetro de ustedes se convertirá en un arma. Obtendrán todo lo que quieran, venganza, dinero, poder, a un solo precio... su lealtad incondicional. Si escogen la segunda opción, pueden alzar su mano. ─Mis ojos se encuentran con los de Hether, aún en su vestido de novia, quién es la primera en hacerlo. Cuando otra mano se le une, una más pequeña y pálida, mi garganta se cierra debido a que de todas, con la que más quería trabajar era con Brenda, pero en su lugar las tengo a todas, inclusive a su hermana, menos a ella. De dieciocho, poco a poco voy contando cómo solo siete quieren volver con sus familias─. Bien ─susurro─. Sea cual haya sido su decisión, espero que jamás se arrepientan de haberla hecho. Después de esto, no hay vuelta atrás. Les daré hasta llegar a la orilla para pensar en ello, luego... me pertenecerán, el mundo les pertenecerá, o no.
Cuando llegamos a la orilla, solo cinco chicas no alzan su mano.
Tras recuperar su libertad, acaban de perderla.
Seth tiene razón.
No soy mejor que Luciano, pero al menos pago. No me limitaré a verlas como objetos. Son fichas en mi juego. Peones que le robé al bando perdedor antes de ir por a la siguiente ronda. Peones con una historia. Con debilidades y fortalezas. Aunque no las necesite ahora, algún día lo haré. A través de ellas, pues el éxito de hoy es la prueba de que la subestimación es un arma, acabaré a algunos de mis enemigos sin que lo vean venir.
*****
Aunque Marcelo no lo hace, sus hombres se quedan conmigo después de que dejamos un grupo de ellos con Flavio y con Francesco en una habitación de hotel, dónde hago una rápida parada para alistarme para mi próxima reunión. Gavin, así se llama el chico mudo que Luciano obligaba a trabajar para él, me arregla con lágrimas en sus ojos, haciéndome lucir como una obra de arte. Después de haber obtenido una mascarilla de sangre, mi piel brilla como una piedra preciosa. Al igual que las chicas, no se lo pensó dos veces antes de aceptar servirme. En su caso, como mi estilista personal hasta que sus mágicos dedos dejen de funcionar.
La forma en la que lloró cuando le di un teléfono para que pudiéramos comunicarnos se grabó a fuego en mi mente. Justo como Luciano lo quebró, así quiero quebrar a todo aquel que se interponga entre mi venganza y yo. Recuperando rápidamente la compostura, me enseñó el traje de dos piezas, negro de satén, femenino a pesar de que se trata de pantalones, no falda, que escogió para mí de la boutique del primer piso mientras me duchaba, mis moratones protestando debido al impacto del agua sobre ellos, mi herida cerrada. Ya que no puede hablar y en su teléfono no está el contacto de ninguno de mis enemigos, le conté mi siguiente jugada como si estuviera hablando conmigo misma, solo que obteniendo como respuestas sus encantadoras expresiones. La mayoría de ellas estaban llenas de terror y miedo.
También maravilladas.
Me agrada Gavin.
─Arlette ─susurra Bartolomé, incrédulo, cuando toco la puerta de su casa con veinte hombres armados detrás, su cuerpo cubierto con un traje, lo cual me indica que estaba a punto de salir a una fiesta─. Yo... mierda, pensé que no te volvería a ver otra vez. ─Me encojo entre sus brazos cuando me envuelve con ellos a pesar de su evidente incomodidad─. ¿Quieres pasar? ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? ─Baja la voz─. ¿Por eso estás aquí?
Afirmo.
─Sí, Bart, necesito ver urgentemente a tu padre.
*****
El rostro de fiscal del distrito se agria cuando enciende la luz de su sala de estar y se da cuenta de que tengo a su hijo como rehén, lo que es solo un estímulo para que se adentre en la casa sin ser arrastrado. A pesar de que lo golpea para sacar su ideal de perfección fuera de él, lo ama. Le preocupa verlo atado a una silla con el calibre de una pistola apuntándolo. Niego cuando levanta su celular e intenta llamar al novecientos once.
─No quieres llamarlos ─susurro mientras me inclino hacia adelante para aspirar la cocaína que encontré en la habitación de su hijo─. Si lo haces, Franklin, deberás explicarles esto. ─Dejo un USB con la copia del disco duro de la computadora papá en la mesa, lo único, además de mi traje, que Fósil buscó en casa después de su muerte. Ellos pudieron haberse llevado los diamantes, pero dejaron atrás la información. El verdadero poder─. Antes de que me preguntes qué es, lo que tengo puede hacer que tengas que responder preguntas incómodas como, por ejemplo, ¿por qué mi padre tenía acceso a información clasificada? ¿A todos los archivos y sistemas de la ley? ─Me levanto─. ¿Por qué se lo diste? ¿A cambio de qué?
El padre de Bartolomé, un hombre atractivo, pero común debido a que no posee el carisma de su hijo, ni el pelo verde, ni lo agradable, da un par de pasos en mi dirección, pero uno de los hombres de Marcelo se despide de las sombras y se interpone entre él y yo. Cuando apunto con el dedo hacia arriba, él ve la hilera que lo apunta desde el balcón, su sistema de seguridad arruinado fácilmente por Kai, quién ahora duerme plácidamente en la habitación de hotel que comparte con su hermano, Francesco y Flavio, tras terminar con el encargo en menos de cinco minutos.
Sus hombres no están muertos, sino atados el patio trasero.
─No puedes chantajearme. Eres solo una niña.
Alzo las cejas, mis labios curvándose hacia un lado.
─Así que perteneces a ese club ─susurro─. ¿Quieres oír una historia? Bueno, no importa si quieres oírla, de todas maneras te la contaré. ─Relamo mis labios─. Hether, ya puedes salir de tu escondite ─la llamo y al instante esta aparece en el recibidor de Bartolomé, sus labios llenos de chocolate que limpia con el dorso de su mano con expresión culpable. Gavin también la arregló y consiguió un lindo vestido para ella, por lo que ya no luce como una esclava, sí un poco como la chica que solía molestarme en los pasillos de San Antonio y que ahora trabaja para mí─. Ignorando el hecho de que acaba de engullir toda tu comida, por lo cual me disculpo, pero que ruego que entiendas... ya que acabamos de escapar de una isla de traficantes de blancas, esta es Hether. Se casó con Luciano, el último hombre que me llamó tonta y que esta noche ha muerto en circunstancias extrañas, a quién seguro conociste, dejándole todo a ella y a su hijo. ─Hether mantiene la mirada del fiscal a lo largo de mi discurso, siendo la mejor en lo que es buena: siendo una perra─. Pero ya que no quería morir o vivir como mendiga, hizo un trato conmigo. Su vida y la de su hijo a cambio de la facilidad de llevarle la ventaja a los hombres de La Organización, apoderándome de todo lo que le pertenecía a Luciano con una simple firma, ¿no es así, Hether?
Hether afirma.
─Sí, muy inteligente. ─Se encoje de hombros─. En realidad, no tenía ninguna otra opción. Podría haber vuelto con mis padres, quiénes me vendieron por estar en la quiebra, pero aún así lo están de nuevo, como madre soltera del hijo de un monstruo, al que ni siquiera sé habría podido abortar a tiempo debido a que no tenemos nada de dinero, o hacerlo más fácil aceptando trabajar para ella, aún no sé en qué, imagino que intimidando personas, en lo cual soy buena, puesto que era... en la escuela era una bully, y ganar dinero para tener la opción de decidir si abortar con los mejores médicos de Chicago, en el quirófano presidencial que me merezco, o no ─suelta, haciéndome sentir orgullosa.
Al igual que yo, se niega a ser una víctima.
─¿Entonces? ─pregunta el fiscal del distrito mientras se sirve una copa de whisky escoces, sus manos temblando─. ¿Este drama juvenil me sirve para darme cuenta de que...?
─O trabajas para ella ─gruñe ella mientras le quita la botella y la lleva a sus labios, tomando un sorbo que me hace pensar que ya decidió deshacerse de la descendencia de Luciano─. Y nos das lo que queremos... o acabarás peor que mi violador. Asesinado en su propia cama. Desnudo. Con su pequeño pene frígido hecho trizas debido a una explosión que inició la destrucción de su imperio.
Franklin, quién trabajó con mi padre por años, me mira.
─¿Y qué es lo que quieres?
─Quiero que vayas en contra de las leyes de La Organización cediéndome el control de los bienes de mi padre. De mi herencia. ─Franklin traga cuando me acerco a él, finalmente consciente de cuáles son mis intenciones─. Y quiero que aceptes el traspaso de los bienes de Luciano a mi nombre. Si lo haces, no solo no te asesinaré o no arruinaré tu carrera, sino que la llenaré de éxitos. Te haré responsable de la desaparición de la trata de blancas en Chicago. También, si un día decides postularte a senador, financiaré tu campaña, por no hablar de todos los tratos que podemos hacer. Los mismos tratos que tenías con mi padre.
Aunque su mirada grita que desea decirme que sí, niega.
─No puedo. Si lo hago, La Organización irá detrás de mí.
─No, no lo hará, porque si lo haces me habré apoderado de La Organización y, créeme, prefiero, al igual que mi padre, tener al fiscal del distrito de mi parte a comprar simples jueces.
El silencio que llena la lujosa sala se rompe cuando Hether enciende el televisor, el cual transmite el noticiero. Imágenes de los restos de la isla de Luciano se ven en vivo. Ella suelta un sonido de sorpresa y disgusto mientras señala la pantalla.
─Oye, Franklin, creo que acabo de ver una parte del pene de mi difunto esposo. ─Frota su vientre, un gesto involuntario que, al percatarse de lo que hace, trae un fruncimiento de cejas a su frente mientras lo retira─. El idiota era tan desagradable, no niego que lo mereciera, pero admito que debe ser horrible morir y que todos vean trozos de tus partes privadas al aire.
Después de palidecer, él nuevamente me mira.
─¿Realmente fuiste tú?
Afirmo.
─Sí.
─Bien... yo... ─Hether hace zoom a la imagen del televisor, congelada, para enseñarle nuevamente el trozo de carne calcinada que según ella es el pene de Luciano. No solo el fiscal luce en conflicto con ello, sino también Bartolomé y los hombres de Marcelo─. Firmaré, pero debes garantizar protección para mí y para mi familia, escoltas las veinticuatro horas, en caso de que decidan vengarse. También quiero una compensación.
─Por supuesto que sí.
Estoy gastando medio billón de dólares iniciando una guerra, así que no me molesta complacer sus términos.
Holaaaa!
Les juro que llevo demasiado tiempo, tal vez desde que empecé a escribir Arlette, con este capítulo en mente. Lo amo demasiado.
Cómo se sienten después de leer este y el anterior?
Qué opinan de Francesco, de Luc, de Marcelo, de todos traidores? jajaja
Qué opinan del plan de Arlette? Fueron team realmente creí que estuviera esclavizada o team siempre supe que tramaba algo?
Siguiente dedicación a quién comente +
Love u
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