09- Soportaré El Dolor _2Da Part
Después de arduas horas e intrigante espera para ustedes,
finalmente acabé éste capítulo.
¡Ufff! Y valla que fue tenso... Muuuuuuyyy Tenso...
°°°°
|| NARRA; JAY ||
° ° ° °
<<No cortaré su vida. Sólo es una quemadura. No cortaré su vida. sólo es una quemadura. No cortaré su vida...>>, me repetía mentalmente una y otra vez, entre tanto humedecía mi rostro, contemplado mi terrible aspecto ante el espejo del lavamanos.
No puedo. No podré. ¿Cómo podría hacerle algo como aquello a mi compañera?.
—¡Maldita sea! —por impulso mi mano sentida impacta contra el espejo. Éste se cristaliza como si una sarta de raíces tomaran cada extremidad del mismo.
Un fulminante dolor atraviesa mi mano, entonces paso de observar mi imagen múltiple, a la sangre que comienza a empañar las compresas que Burgess me había cambiado ésta mañana. La sangre me hierve de la ira. Las venas del cuello se tensan. Hago caso omiso a mi propio dolor, y decidido volver.
Inmovilizo mis pasos ante el umbral, respiro profundo y exhalo, regulando apenas mi respiración. Sigo frenético. No quiero amplificar los males a mi compañera con mi descontrolada actitud ante la situación. Me costó un mundo y miles de galaxias, no obstante lo conseguí.
—¿Burgess...?
La castaña hacía mucho se movió al sillón, terminaba de beber una copa rebozada de licor. A penas y carraspea. El soplete yace sobre la mesita de cristales, junto a la segunda botella de Vodka recién destapada. Botella que ella no tarda en erguir sobre la copa a llenarla otra vez para un segundo trago.
—¡Huuuu! —emite un gritico enérgico, como quien agarra un toro por los cuernos—. ¡Hagamozlo de una vez!.
Aprieto los dientes. Burgess se esfuerza, pero no es suficiente. La he conocido mejor en tampoco tiempo que intuyo en cada una de sus reacciones casi sin fallar. Y esa, "motivada y agrerrida" no es más que una cuartada para camuflar un sin número de inseguridades, nervios e inconmensurable temor.
No soy capaz de contestarle, más, paso a sostener el soplete entre mis manos, sintiéndome doblemente abatido, y entonces el rostro de Burgess se torna preocupado, porque repara en mi mano:
—¿Cómo pasó, Jay?.
—Sólo me lastimé.
—"¿C-Cómo que sólo te lastimaste...?". ¡Jay, los puntos! Mierda. Habrá qué—
Pretende incorporarse, pero la sostengo de un brazo. Le transmito con mi propia mirada que no es nada, que hay que proseguir. Terminar con esa nueva tortura rápidamente. La castaña se deja hacer y con un gesto la devuelvo a su asiento. Me uno a su lado.
Con su mirada ya cristalizada puesta sobre la mía, Kim procede parsimoniosamente a desabotonarse el chal. La situación atenuante me obliga a sostenerle la mirada mientras lo hace. De ser distinta la situación, menos abrumadora e impactante, me sentiría contorsionado, y a su vez, irresistiblemente tentado a contemplarla... Ella me da la espalda en el punto en que sus firmes bustos comienzas a sobresalir, y profundamente suelto todo el aire que había contenido en mis pulmones. La piel me ardía ya, inconteniblemente.
—Estoy lista —musita con la espalda completamente expuesta, el chal hasta sus codos.
Parpadeo repetidas veces. Hecho un breve escaneo a su complexión. Su piel sigue siento tan blanca. Libre de cicatrices. Pulcra. Sin tocarla aún, la imagino tan tersa como sus propias mejillas, como sus manos, que me asedia un terrible sentimiento de culpa por lo que estoy apunto de hacerle.
Renuevo su larga cabellera prisionera en esa coleta a que caiga por su hombro. Trago saliva y poso mi mano —dejando un delgado rastro de sangre— siguiendo el hueso de su espina dorsal. Kim reacciona a mi tacto y su espalda se contrae. El frío que empezó de manera súbita empeora la situación para ambos. Mis manos las siento engarrotadas, los minúsculos tensados, y los nudillos encalambrados.
<<Acción generada por los nervios>>, me persuado en creer.
Con un último alito de gallardía preciso el accionador del soplete, tan pequeño como una pistola de silicona, pero tan mortal como una lanza térmica. El sonido del refulgente mechero le causa un sobresalto a Burgess. La noto llevarse el borde del Chal a la boca. Lo muerde con toda presión. Entonces anclo la mirada, absorto, sobre la llamarada azul potente e implacable. No dejo pasar un segundo más de desesperada tortura y comienzo a escribir con caracteres lo más pequeños posibles, mi nombre en linea horizontal, y mi apellido en la segunda línea.
En cada milímetro de piel que recorre la fina llama, deja tras de sí, líneas al rojo vivo para luego transformarse en cargadas apoyas. Se me escapa un sollozo, la vista se me nubla por la lágrimas contenidas. Burgess reacciona a cada fogonazo con reprimidas contracciones. De vez en cuando se le escapan gemidos de dolor, gruñidos. Incluso así, evita removerse más de lo necesario para no estropear mi difícil trabajo. Siento de pronto su mano recaer y apretar mi rodilla. La dejo hacerme, aunque sus uñas se claven molestamente en mi piel, no me importa. Jamás podría compararse a lo que ella siente en éste preciso instante.
Finalmente acabo. Dejo caer el soplete sin cuidado sobre la mesita, a sostener a Burgess por los hombros, exasperado, porque inmediatamente cambia a una posición erguida hacia adelante. Deja escapar todo el aire contenido, su valor se quebranta y llora sin cesar.
—Lo lamento... Lo lamento tanto, Burgess.
Se vuelve de costado. Su cabeza recae sobre mi clavícula. La rodeo sin tocar mi recién escrito nombre sobre su piel. Luego me desmorono. Apoyo mi mentón sobre la coronilla de su cabeza, después de plantarle un acometido beso de comprensión e igualado dolor.
—Burgess, debo... Hay que lavar la herida.
Se obliga a asentir. La cargo entre mis brazos, rodeando su espalda en la parte más baja a no lastimarla, o peor aún, ser el causante de romper las ampollas. Me aproximo con rapidez al cuarto de baño. No sé me ocurre otra cosa o mejor lugar para curarla que meterla a la tina en la que despertó aquél fatídico día dónde todo éste caos inició.
La deposito a que permanezca sentada. La espalda por completo ante mí, y abro precipitadamente el grifo del agua fría. Burgess pega un chillido porque la misma humedece su punto más sensible, no obstante, se esfuerza en que debe permanecer lo más inmóvil posible, consiente de que eso es lo que ayudará a disminuir el ardor.
Dejándola ahí un segundo, acudo por el botiquín de primeros auxilios dentro del armario. Es lo único que me viene a la mente en éste momento. Con el mismo en manos, regreso incandome de rodillas ante ella. Trataba de recordar fallidamente lo poco en que había escuchado a mi hermano Will persuadirme a que aprendiera a tratar heridos de quemaduras. Obviamente plante más interés en que hacer ante heridas causadas por disparos. Ahora me odio severamente por haberme negado a dichos conocimientos que en estos momento hubieran servido de vital importancia.
No me cause más remordimiento del que llevaba encima. Coloco el botiquín sobre el pequeño muro de cerámica azúl y empiezo a desperdigar su contenido, examinado cada uno: puntos de compresas, botes de alcohol, pinzas, agujas, incluso un pastillero. Y tras notar que las líneas ampolladas se había roto, dejando nada más que el rastro de piel desprendida, centro la mirada en las largadas tijeras quirúrgicas, claro en lo primero que debo hacer.
Lavo mis manos, restregándolas con jabón líquido duramente, aplicándome una capa de alcohol luego, y a las tijeras, para proceder a lavar las líneas con leves tactos.
—Sólo aguanta un poco más... —le susurro, estirando cuidadosamente y cortando ya la piel muerta.
Las horas siguientes fueron de inminente martirio para los dos. Ella había perdurado bajo el chorro de la regadera más o menos siete o diez minutos. Gracias al cielo el ardor disminuyo un poco, pero no del todo... Vendé su herida —rodeando también sus pechos— con compresas húmedas y esterilizadas después de aplicarle un poco de pomada antibacteriana y compelerla a tomarse un leve analgésico, de modo que ayudara a calmar algo de dolor. Añadiendo el que le ayudé —viendo en lo menos posible su cuerpo semi-desnudo— a cambiar sus chorts, por unos pantalóncillos color crema, a disolver un tanto el nudo en sus oscuros cabellos.
Verla acurrucada, boca a bajo sobre el sillón seguía partiendo mi alma en dos. He acudido a los medidas —lo poco que me vino a la cabeza— de curación en quemaduras más severas de segundo grado. E incluso paró de llorar, su respiración ahora es regular. Sin embargo no es suficiente, me siento aplastado contra mi propio remordimiento.
¡Maldición!. Hubiera preferido mil veces ser yo y no mi compañera.
No me separo de ella más que unos pocos segundos, cuando acudí a tratar mi propia herida en la mano, no porque desee desparecer el punzante y martirizado dolor —merezco mucho más que eso— sino por evitar a que el mismo se infecte y la situación se torne mucho peor. Cambio la compresa —para mi fatídica suerte los puntos siguen intactos— ajuntando un torpe nudo al final.
Burgess sigue con la mirada cerrada. Sé que no está dormida, por ello he acudido a hacerle preguntas en cuanto a que se le podría ofrecer. Lo que sea. Estaré ahí para ella, como ella lo estuvo cuidando de mí aquélla noche de fiebre delirante.
Al cabo de unas horas deseó agua. Es algo que le vendría bien; hidratarse. La ayudé a beber con sumo cuidado, como si fuera una vasija frágil y pudiera quebrarse entre mis manos. También le dí de comer unas cuantas cucharadas de una insípida sopa instantánea que encontré en las alacenas, seguido de unas cuantas frutas picadas. No estaban tan frescas como el primer día, pero seguían pasables. A demás de que repondría sus bajas defensas.
Cada cierto tiempo en que sentía que las compresas se secaban, las retiraba con vehemente cuidado y volvía a colocarle un cambio de nuevas. En todo ese tiempo no respondía a mis precautivas preguntas de "dime si te duele. ¿Te lastimé? O ¿Está bien así" más que con asentamientos de cabeza, un "sí o un no" de boca cerrada.
En todo ese largo transcurso, Mente Retorcida no dió señales de ironía alguna. Nada. Me sentía aliviado de alguna manera por ello. Oír sus asquerosas burlas mordaces, repletas de sadismo, o un nuevo reto asignado, me escocía la sangre de irritación. Espero y siga permaneciendo al margen. Sinceramente no me he recompuesto para una consecuencia más.
A eso de las 09:20pm, la castaña había alcanzado a recomponer el sueño. Un alivio inunda mi ser profundamente por ello. Espero que descanse el resto de la noche, pese a que estaré completamente al pendiente de cambiar sus compresas. No quiso removerse a la habitación, por ello le traje una almohada —la más suave— y acomodé bajo su cara. Ella exhaló con profundidad por la suavidad impacta contra su rostro. Traje además, una segunda almohada junto a una manta, y me tumbe a su lado, pero sobre el suelo.
—Jay...
—¿Sí, Burgess? —alzo la mirada, notando la suya casi ausente, el rostro a punto de ocultarse por completo entre su mata de cabello castaño—. D-Dime que necesitas.
—Kim... Llámame Kim...
—Kimberly —repito medio sonreído, pero nada despreocupado.
—No deseo dormir. ¿Podrías... contarme una historia?
Vuelvo a mi posición, con las manos entrelazadas sobre mi abdomen, la mirada fija sobre el techo. En ello un vago recuerdo de mi niñez sucumbe en mis pensamientos.
—Recuerdo que tenía ocho años, Will siete, cuando cometimos, quizás, la más grande travesura de nuestras vidas: Mis padres habían preparado una gran cena familiar, celebraríamos el día de Acción de Gracias.
>>Habían asistido, recuerdo claramente, casi todos nuestros familiares, primitos de incluso nuestra edad. Algunos de ellos siempre terminaban en complot con Will o conmigo por creerse siempre los mejores en todo. Sólo por el hecho de ser mayores.
>>Uno de ellos, el más hábil para hacernos bromas pesadas nos impuso un reto. Un reto que nos calificaría como valientes o gallinas, sino los cumplíamos al pie de la letra.
>>Entre nuestras —no tan queridas tías— se encontraba Milene Halstead, hermana mayor de papá; la más hostil y poco agradable que podría existir. El reto impuesto por Cárter consistía en hurtar el magnífico pastel de tres pisos hecho por las brillantes manos de mamá, y embarrar el abrigo por dentro, las botas de nieve y el fondo de la cartera de tía Milene.
>>Y estúpidamente lo hicimos: entre Will y yo habíamos dirigido el pastel, atravesando el pasillo exterior, entre tanto todos canturreaban desaliñados villancicos, se saludaban y reían por sus malos chistes.
>>Llegando a la puesta principal, donde aguardaba la perchera con suéteres a un lado, el enorme y pesado pastel se nos resbaló de las manos y calló, desperdigandose por toda la entrada. El glaseado rosa incluso llegó hasta los primeros escalones que dirigían al segundo nivel. A Will y a mí se nos subió el corazón a la boca, espantados. Sabíamos que estábamos fritos. Que nos castigarían por semanas, e incluso meses. Aún así, demostramos nuestra valentía y estupidez a la vez, porque embarramos lo que había que embarrar de tía Milene.
>>Para cuanto todos se dieron cuenta, nuestro tramposo primo, Cárter, se tomo el atrevimiento de fotografiarnos en el acto. Ese caradura río como nunca había reído. Pero desde esa vez fuimos sus héroes, porque por los años siguientes nos trato como unos iguales.
>>Que tontos fuimos. La alegría del reto cumplido duró poco, puesto a que mamá nos propinó un par de cinturonasos a espalda pelada junto ahí, frente a toda la familia que desde esa vez nos repudió como a insectos maleducados.
>>Y esa fue... la peor idiotez que había cometido jamás.
No evito relatar lo último con una nostalgia que me acometió ante semejante recuerdo. Estaban ellos... Madre, padre. Una lágrima se desliza en linea recta a pasar cerca del lóbulo de mi oreja. Nunca había extrañado tanto a mi hermano como ahora, Will...
Comprendo lo egoísta que he sido, pensando que sólo yo sufro, o Burgess por vernos en éste encierro. Pero que hay de nuestros familiares, amigos, ¿eh?. Ellos sufren igual o el doble que nosotros, temerosos, quizás, que en lugar de encontrar cuerpos con vida, encuentren sólo cadáveres. Presos de la incertidumbre. De la espera.
Para ellos mucho menos es sencillo sobrellevarlo.
Limpio mis lágrimas y vuelvo a levantar la mirada. Por fortuna Kim ha conciliado el sueño. Una leve sonrisa permanece aún perceptible en sus labios, un rastro de lágrima baja por el perfil de su nariz. Mi relató la conmovió, de la misma forma en que pudo causarle gracia, supongo.
Me dispongo también, a echar una breve pestañada antes de volver a cambiarle las compresas secas por una nuevas y humedas. Estoy tan agotado que a penas cierro los ojos, el sueño me consume...
Para cuando despierto algo desorientado por haberme olvidado de cambiar las compresa, entonces el corazón me comienza a palpitar con tal frenesí por la preocupación. Burgess no está en su lugar.
¡¿Pero qué demonios...?!
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Capítulo dedicado con mucho esfuerzo y cariño a p12s09 creadora de mi adorada portada.
💓💓😘 ¡Te quedó increíble!. 💓💓😘
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