08- Soportaré El Dolor _1Era Part
||NARRA; KIM||
Ejerzo menos fuerza y más movimientos precisos en la división del brazalete con la mitad del bisturí. Llevo intentándolo más de una hora, supongo, en un angosto rincón bajo la regadera, fuera del alcance del espejo en la parte superior.
El agua ya es helada, comienza a crispar los bellos de mi piel bajo las ropas húmedas. Hago caso omiso a ello y prosigo. No me rendiré hasta lograrlo. Me desharé de este y el siguiente será el de Jay. Sólo es cuestión de tiempo, aguantar unos retos o consecuencias más, y sin pensar, ya estaremos burlando a esos tipejos y saliendo en definitiva de este maldito encierro.
Respiro hondo, dejándolo por ahora. Y para no pescar un resfriado, me quito las ropas empapadas y termino de ducharme, de espaldas al estúpido espejo. No dejaré que esos depravados vean más de lo que desean. Culmino pronto, y como no quería volver a pasar por lo ocurrido con Jay la noche anterior –por poco y muero de la vergüenza. Estuvo a milímetros de ver mis...– traje anteriormente una muda de ropa extra; otros estúpidos pantaloncillos color crema y una sudadera fucsia.
Dejo la toalla tendida en la perchera, volviendo a la habitación a por un cepillo de pelo, dejando este amarrado en una coleta. Cae más allá de mis hombros. Contemplo un segundo más mi propio reflejo. Mi rostro transmite señales de palidez y cansancio severo debido a las visibles bolsas oscuras bajo mis ojos. En ello reparo una figura acercarse desde atrás.
–Hey, ¿podrías ayudarme?.
Vuelvo mi rostro al umbral, notando en como Jay mantiene su mano derecha en el borde de su franela, alzándola hasta el torso. Se nota mojada.
–Es que... No logro sacarmela.
–C-Claro.
Agarrando los dos lados inferiores de su frasela –evitando rozarlo más de lo necesario– la alzo. Me inclinó sobre la punta de mis pies, puesto a su estatura. Y que me observe mientras lo hago, no me ayuda a disminuir la incómoda sensación que me provoca todo esto, sino que genera el efecto contrario. Llego a la parte superior de su cabeza, él saca su brazo derecho, luego el izquierdo con sumo cuidado hasta sacarsela por completo.
–Está hecho –me alejo centímetros, simulando no estar incomoda.
–Te lo agradezco. Hacía algunas flexiones y, no podía sacarmela con una sola mano –posa la camisa sobre su hombro.
–¡¿Pero qué...?! ¿Como pudiste realizar flexiones con la mano en ese estado?. No te has recuperado completamente...
–No fue para tanto. Todo el peso estuvo en mi brazo derecho. Nada de que preocuparse, Burgess.
Sonríe excusándose. Yo suspiro. Jay es realmente impredecible y demasiado testarudo.
–Nunca cambias, ¿cierto?.
Sigue observándome al igual que yo a él. Mentiría si dijera que así pasamos varios minutos, pero en realidad fueron segundos, que para mi resultaron eternos. Me esforzaba por no desviar la mirada a su torso, a su ejercitado torso descubierto.
–Vamos, Burgess. Relájate. Pensaría que comienzas a preocuparte demasiado por mí.
Paso saliva antes de contestarle. ¿A caso me está tomando del pelo? Es lo que presiento en este instante.
–E-Es lo natural, ¿no?. Somos compañeros en cautiverio.
–Claro. "Natural" –repite, con una ceja enarcada con demasiada ironía.
–Como sea. También ejercitaré, pero mi mente, con un buen libro –informo pensando salir cuanto antes.
–Genial. Espero que encuentres uno bastante entretenido.
Desacelero una vez que entro a la estadía principal, regulando tanto la respiración como los latidos de mi corazón. Comienza asustarme la situación alterada de mi cuerpo cuando se acerca demasiado... –¡Kim, serenate y deja de pensar idioteces!–.
–Veamos... –escojo un libro al azar de los estantes de la biblioteca. Realmente no me fijo en el título o de que pueda tratarse. Lo único que tiene importancia es a que me ayude a desviar ciertos pensamientos tan ajenos a mí.
Me acomodo en el sillón, humedeciendo mi dedo índice, en modo de pasar de mejor manera las páginas del libro.
–"El diario de Anna Frank", eh?.
Leo a penas dos párrafos; mi vista fija en cada palabra, menos mi mente que vaga a otra parte. A quién trato de engañar. No logro calmar esta abrumadora sensación que me carcome, esta ansiedad por salir, por salir ahora mismo y respirar de ese aire puro que tanto he anhelado.
Me acerco a la cocina, preparando café para aliviar los males. Mientras el café no está listo, reviso una de las alacenas, dando con la ubicación de unas galletas de avena. Me llevo una a la boca, dibujando un gesto insípido. Es dietetica.
Sirvo una rebozada taza de café y me doy el primer sorbo. Está bueno. Sirvo en una taza extra. Puede que a Jay se le apetezca.
–Mmmm. Huele muy bien.
–Puede que ayude a apaciguar esta espera infernal –contesto, volviendo la mirada hacia él.
Nos sentamos a la mesa, acercando el café a mi compañero. Bebe un tendido trago.
–Es una delicia.
–Y pensar que nos retienen con el mejor contenido de alimentos –comento satíricamente con los labios pegados a la tasa–. ¿A poco habíamos sido tan consentidos?.
Jay profiere una pequeña risa, breve pero encantadora.
–Sabemos que hay cierto límite sobre las cosas que podemos hablar en estos momentos– sisea, inclinándose con los codos sobre la mesa–. Pero, ¿qué es lo primero que harás...?.
Lo comprendí. Se refiere a cuando salgamos de este lugar. Intuí que también quiso decir: "Una vez que salgamos, hayamos rescatando a las jóvenes secuestradas y encerrado a los Malnacidos que están detrás de todo esto". Pero ambos somos conscientes de que debemos andar con cuidado de nuestras palabras. Las paredes tienen oídos, o más bien, los estúpidos espejos metafóricamente tienen oídos. Justo tengo uno frente a mí, al final, y otro a un costado, sin mencionar la cantidad de micrófonos que deben haber en cada lugar. Ser lo más precavidos posibles.
–Pues... –iba a comentar algo referente de mi hermana, mi sobrina, pero con tan solo nombrarlas podría exponerlas al peligro. Y eso es algo que jamás permitiré o soportaría–. Embriagarme en unas cortas pero deseadas con urgencia, vacaciones.
Jay arquea los labios, agradado por mi idea.
–Buena elección.
–¿Tú que harás?
–Después de comer una gran aburguesa con todo tipo de salsas, pasaré al 'Mollins' a por unas anheladas cervezas y charlas con amigos, volveré a mi rutina diaria atrapando al siguiente rufián.
–Espera... Eso lo que haces siempre.
–Exacto. Y no extraño nada más.
–¿Interrumpo tan reveladora e íntima charla? Veo que comienzan a conocerse mejor...
–Así es –réplica mi compañero en tono hostil–. No veo lo extraño de una simple charla. No como pudieras pretender tú: Mente Corrupta y Retorcida.
–Oh, es una verdadera lástima –finge empatía en su asqueroso tono de voz–. Justo venía por la diversión de un nuevo reto, ¿eh? ¿Qué les parece? Y quizás de esa forma no perderán el tiempo pensando en un imposible futuro fuera de esas solidas paredes –su voz se torna amenazante–. Eso jamás pasará.
El castaño deja la taza ya vacía sobre la mesa, bastante serio.
–¿Sabes?, Mente Retorcida, noto tu voz distorsiosa un tanto preocupada. ¿A caso no estás seguro de nuestro cautiverio? ¿De la solidez de esa puerta, eh? ¿Qué me dices a eso? –mi compañero prosigue. Trata de probar algo. Una manera de persuadirlo y sacarle alguna información reveladora, ¿tal vez?–. ¿Puede que estás paredes o esa puerta sean penetrables, o hay algo más?.
–Jum. Sé lo que pretende, Detective. Se como actúan los de su tipo. El juego de palabras. No logrará obtener de mi más de lo que yo mismo permito que sepan. También volveré a repetirle, por si lo ha olvidado, que...
–O hay personas desde fuera pisando tus talones –le interrumpe de manera áspera–. Es eso, ¿no? ¿Mi equipo está tan cerca de dar con tu ratorena?.
Tras un sepulcral silencio, Mente Retorcida esbosa una improvista carcajada.
–Vuelvo y repito: No pierdan el tiempo, Detectives. En cuanto a su equipo... están a millones de yardas de siquiera pisar mis talones. A estás alturas ya están resignados a no verlos jamás, prosiguiendo a otros casos de mayor prioridad. Y, ¡Oh si!. Sólo por curiosidad, ¿de que hablaban tan secretamente anoche, bajo el cobertor?
Mi compañero y yo cruzamos miradas de soslayo, pero imperturbables. Y dejándole pensando unos minutos, intercedo:
–Hablábamos de cosas que no tienen la mayor importancia, ni son de tu incumbencia.
–Espero y no estén planeando hacer algo estúpido. Sería devastador para ustedes. Los saben. Están consientes de ello, ¿cierto?.
–No hace falta repetirlo por enésima vez –resopla Jay–. Sé breve y sentencianos con el nuevo reto de una vez por todas.
Otra risotada.
–La impaciencia nunca trae nada bueno, Detective Halstead. Pero si hace de esto algo más divertido, como el hecho de que el reto será una completa consecuencia en esta ocasión.
–¿C-Cómo que consecuencia? –repite el castaño, el ceño exageradamente fruncido ¿Lo acostumbrado es un reto, junto a una palabra clave, y la consecuencia se asignaría en caso de negarnos a tal reto?.
–En efecto. Lo era. Tiempo pasado. Estuvimos pensando, ideando, y créamen, muchos, incluyéndome –dice lo último jactándose–, votaron a favor de que está vez llevarán a cabo una consecuencia. No tienen otra elección que cumplirla al pie de la letra.
Imagino mi rostro reflejando por el mismo temor que se apodera de mi cuerpo y congela todos mis sentidos. No soy capaz ni de respirar con normalidad. Él de Jay es el claro color de un papel.
–¡Oh!, ahora noto perplejidad en sus rostros. ¡Me gusta!.
–¿C-Cuál es la consecuencia? - inquiero, un nudo formado en mi garganta.
–¿Ansiosa, Detective Kim?
–¡¿Cuál es la maldita consecuencia?! –explota mi compañero, sobresaltandome.
–"El Detective Halstead deberá marcar su nombre en la espalda de su compañera".
–¿Marcar...?
–Así es, pero se alegrarán de saber que no será con un marcador o mucho menos. El objeto a utilizar lo encontrarán bajo las cuatro patas de madera.
El castaño me lanza una mirada intuitiva. Entonces tuvo sentido su gesto hacia el punto en el que nos encontramos. Pues lo único con cuatro patán de madera en todo este Búnker son la mesa y juego de sillas. Yo acudo a voltear las sillas sin cuidado a romperlas, no fue hasta que Jay llegó a la última y notamos un bulto pegado en la parte de abajo con suficiente adhesivo oscuro. Lo miro horrorizada. Él lo desencaja, alzandolo a la vista.
–Parece que ya lo han encontrado.
–Esto no sólo la marcará..., ¡le dejará una grave e imborrable quemadura! –agitando el soplete, semejante a una pequeña pistola de silicón.
–Vamos. Nadie a muerto por una simple quemadura. A demás, ¿no desearías vengarte por lo ocurrido con tu mano. Que ella sienta en carne propia el intenso dolor que tú sentiste.
–¿Pero de que mierda me estás hablando?
–Clavaste un cuchillo en tu mano por ella. ¿No te gustaría siquiera contemplar su rostro contrariado de dolor...?
–¡Fue mi decisión!. ¡Tú consecuencia!. ¡En dado caso deberías ser tú quien...!
–Jay –poso mi mano en su hombro -te está provocando y nada más.
Él resopla, más me toma la palabra.
–Escucha a tu compañera, ejecuta la consecuencias y todos seremos felices. Bien, sólo por esta ocasión no les apresuraré, inicien cuando les apetezca. Total, tendremos todo el tiempo del mundo - tras una risa malvada y sombría–: Diviertanse.
Corta la señal.
Él castaño ancla su mirada desesperada en mí. Asumo que busca la manera de cargar con mi castigo una vez más. Pero no lo pienso permitir, soportaría una simple quemadura o cualquier otra tortura a verlo sufrir nuevamente.
–Escucha, Kim...
–No. Ni siquiera se te ocurra –encierro su mano con el soplete entre las mías–. Está vez es mi turno. Y no harás nada para cambiarlo.
Él tensa su mandíbula, pero se reprime en objetar.
–Sólo escribirás tú nombre –añado, aparentando una sonrisa de "no hay nada de que preocuparse. Es una simple quemadura y nada más"–. de la forma más rápida posible, me pondré algo húmedo sobre el ardor, me inyectarás morfina y todo estará bien.
Él desvía la mirada.
–Jay. No lo estoy preguntando. Lo harás. Ey, mírame –vuelve su preocupada y azulada mirada hacia mí–. Lo harás, ¿de acuerdo?
–Bien –contesta con pesar–. Lo haré. Sólo... Sólo déjame pensar unos segundos.
Se libera de mi amarre con sutileza y me da la espalda, perdiéndose en el umbral. Tal vez acuda a lavar su cara, a refrescar sus pensamientos. ¡Yo que sé!. Con frustración entremeto las manos en mis cabellos, tumbando una de las sillas que había alcanzado a incorporar. Bajo la otra mano que sostiene el soplete y me lo quedo mirando un instante, repitiéndome mentalmente que no dolerá más de lo que he de soportar.
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