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05- Reacciones Inesperadas _1Era Parte

||Narra; Jay ||

Dormir fue realmente reconfortante. Aún, con las punzadas de dolor en mi mano, hacía dos o tres días que no dormía tan cómodamente. Me remuevo, recapitulando en mi mente ciertas escenas que tal vez soñé de anoche, pero el característico aroma a mi lado... ¿Rosas? Me dicen todo lo contrario.

Real.

Ella sigue aquí, de costado frente a mí; su piel se ve tan tersa, muy a pesar de la poca claridad alrededor, tan relajada, tan... Tan todo. No quisiera despertarla, al parecer la molesté demasiado anoche y necesita descansar. Sólo que no encuentro la manera de incorporarme sin hacerlo o lastimar mi mano.

Piensa.

Por simple movimiento involuntario llevo el dorso de mi mano –sana– a su mejilla en un tacto sutil a que despierte. Ella mueve el rostro, sin abrir los ojos aún, y en lugar de despertar u apartarse, se acerca, tanto que su cabeza recae por completo sobre mi hombro. Su respiración choca, caliente, contra mi cuello, el brazo rodeando mi torso.

Paso saliva, bastante rígido. Me agrada su cercanía. No puedo negarlo. Y a su vez me inquieta. Despego los labios hasta que al fin logro pronunciar un susurro:

–Oye, Burgess.

–¿Qué...? –contesta, o más bien, balbucea con los ojos cerrados–. Diez minutos más... Por favor... madre –y mejora su abrazo de oso.

Juro que lo intenté; no reír. Sin duda alguna me fue imposible. Mis risas causan el despertar por completo de mi compañera. Su rostro se torna de un rojo intenso que presiento lo avergonzada y confundida que ha de  estar. Me observa un segundo, helada, y luego se aparta, sentándose a la orilla de la cama.

–Lo siento. Creí que...

–¿Por qué te disculpa? ¿Por usar mi cuerpo cuan almohada? Apoco soy tan suave e irresistible.

Tras una mirada entrecerrada y un suspiro de agotamiento ella replica:

–Que irónico resultas algunas veces, ¿no te parece?

–Tengo mis momentos.

Finalmente me incorporo, sentado a su lado. Me lastimo la mano accidentalmente y dibujo una mueca.

–¿Jay, que piensas...?

–Presiento que es temprano aún. Tu vuelve a dormir. Yo me encargaré del desayuno. Te compensaré el día de hoy.

Se deja caer, cubriendo su rostro con el antebrazo.

–No puedes. Tu mano...

–¿Qué difícil puede ser servir cereales en un cuenco, Burgess? Y me pareció ver leche en el refrí el otro día.

–Está bien –me sonríe–. Por cierto, ¿cómo está tú herida?

–Mejor. Siento leves punzadas y nada más. Gracias a tus conocimientos sobre primeros auxilios sanaré en cuestión de nada.

–No fue mucho lo que pude hacer. Luego, no olvides que hay que limpiar y cambiar las vendas, ¿ok?

–Está bien.

Dejando a mi compañera descansar un momento más, acudo a lavar mi rostro, sepillar mis dientes y demás necesidades diurnas antes de pasar a abastecer mi estómago. De soslayo diviso el sobre amarillo en la mesa, nervioso por su aberrante contenido, mientras abro la nevera en busca de la leche; aquí reparo unos cuantos víveres, enlatados, salsas. Esto corrobora todavía más ciertas conjeturas que luego aclararé con Burgess.

Agarro el cartón de leche, como todo debo hacerlo con una sola mano, lo coloco sobre la mesa y ubico lo demás, una por una. Con cuidado sirvo la leche en un mediano cuenco. Intento abrir la envoltura de los cereales, pero no lo consigo. Es demasiado difícil con una sola mano...

–¿Necesitas ayuda con eso?

–¿Que no dormirías otro rato?

–Pretendía hacerlo, más el rugido en mi estómago lo impidió.

Abre de buena fé la envoltura que yo no pude, y sirviéndose de igual manera en otro recipiente, nos sentamos a la mesa, uno frente al otro a desayunar, ojeando de momento el sobre. Que intriga tener que esperar unas horas más para abrirlo. Una vez terminamos, Burgess recoge la mesa y vuelve junto a mí.

–Es momento de cambiar las vendas.

Después de ella traer el botiquín, sacar lo necesario, sentarse cerca, desenvuelve la venda de mi mano suavemente, y seguido, limpia la herida por sobre los puntos; cinco en la parte inferior y cinco en la superior.

La observo atentamente. Me impresiona la determinación con que lo hace, la seguridad que ahora transmite. En los últimos meses Burgess se ha convertido en uno de los miembros más tenaces y capacitados de Inteligencia –debo reconocer– Su rostro está más despierto, calmado, el cabello ondulado cayendo perfectamente más allá de sus hombros. No había detallado antes su color: brillante, semejante al chocolate...

–¿Y... qué has pensado respecto a las dos palabras claves? –habla bajo, a evitar que le escuchen.

"Aislado, Frigorífico" –aporto, imitandola en bajar la voz. Uno mitades en mi mente–. Puede referirse a este lugar.

–Es una posibilidad. Estamos completamente aislados. Y anoche también hizo más frío de lo habitual. Pensé que nos congelaríamos.

–Eso explica lo del cobertor –intuyo.

Ella sonríe.

–Así que, un lugar aislado y frío ¿eh?. ¿Alphes? ¿Colinas nevadas?. Es imposible saberlo con exactitud. Todavía necesitamos más palabras claves, más información.

–¿Sabes?, todavía hay algo muy importante en todo esto –ojeo alrededor–. Mente Retorcida no pudo haber diseñado este encierro "perfecro" por el mismo. Han de haber muchos más implicados.

–También he llegado a pensarlo. ¿Una organización, quizás?

–Tal vez. ¿Y cuál es su objetivo principal? Mantenernos aislados, grabarnos y asignarnos retos depravados, mientras se divierten de todas y cada una de nuestras reacciones y situaciones. ¿Qué más hay detrás?. Aparte, hay algo que refuerza el que hayan más implicados. ¿Recuerdas cuando se enojó por ver destruido todo lo que construyó?

–Sí.

–Puede que él mismo no se haya dado cuenta de que habló en plural:  ..."Estamos realmente decepcionados de ambos, Detectives. Nos esforzamos por remodelar este lugar lo más hermoso y costoso posible para ustedes. El encierro perfecto..."

–Lo recuerdo bien, y –ladea una sonrisa–..., ¿desde cuando lo bautizaste como "Mente Retorcida"?.

Me encojo de hombros.

–Se me ocurrió de pronto. Hemos quebrantado el orden de los retos ¿no? Topandonos con el número 2. Luego saltamos al 5.

–Así es.

–Lo que significa que aún nos quedan los sobres número 1-3, que ya tenemos a la mano, y 4. Pero quién sabe cuantos más hayan ocultos. Sin embargo, Estoy seguro que no nos quedaremos lo suficiente como para saberlo.

Burgess culmina en envolver mi mano con el nuevo y limpio vendaje, haciendo un delicado nudo al final.

–Está hecho –se incorpora de pie, con las manos recargadas en las caderas. Sigo observándola con atención–. Procura no moverla demasiado para no lastimarte, ¿de acuerdo?.

Sólo asiento.

–Ahora que lo recuerdo, Jay, tienes que ver lo que encontré dentro del ropero.

–Dime que es mi arma, mi placa, una llave maestra o artillería pesada que nos ayude a derribar esa puerta.

Ella me observa con mirada burlona. El rostro ladeado.

–Desearía poder decirte eso, pero me temo que te decepcionarías en gran, gran manera.

Juntos asentimos a revisar el ropero. Ella usa una combinación de números y accede a abrir. Extrañado, con el ceño fruncido diviso lo que hay dentro; en la parte superior se notan ropas tanto de caballero como de dama. No cualquier tipo de ropas, sino unas costosas, elegantes, lujosas; esmoquins, abrigos de pieles, pantalones de vestir, vestidos, etc.

–¿Pero qué clase de broma es está? –gruño, removiendo algunas, haber que más puedo encontrar.

La castaña suspira.

–Eso quisiera saber. Y aquí, donde se guarda el botiquín –Se inca de rodillas, sacando a la vista cinco cajas color marrón, una sobre otra.

Reviso cada una; zapatos, tacones... Esto empeora con las horas que permanecemos aquí. A continuación Burgess da con un aparato más grande que un equipo de sonido, y evidentemente pesado; un antiguo tocadiscos.

Debe ser una broma.

–También encontré... –sigue, metiendo mitad de su cuerpo en el gran ropero, alcanzando algo al final de la otra esquina–. Esto –alza una botella de Vodka a la vista.

Enarco ambas cejas, con ánimos renovados.

–Aunque eso ciertamente animaría un poco.

–Hay nueve más, justo a un lado de esa.

–¡Bien!. Empezaba a sentirme sediento –ella me pasa la botella, y dispuesto a probar unos cuantos tragos, me dispongo a volver a la estadía–. ¿No vienes, Burgess?.

–Te alcanzo en unos segundos.

Lo primero que hago después de entrar a la estadía, es ubicar las copas en la alacena de la cocina. En cuento doy con ellas, sostengo la botella bajo mi brazo y agarro las dos copas con una sola mano. Paso al sofá, a darme un gusto con todas las de la ley. Justo lo que había deseado y la retribución a todo lo difícil que ha ocurrido.

La tapa de corcho es un tanto difícil de abrir, más aún si solo utilizo una sola mano. Burgess sigue urgando en el ropero. Me da vergüenza molestarla, pedirle ayuda. Por un demonios, me siento inservible en este preciso momento. Aprieto la botella entre mis piernas, ejerciendo fuerza con mi mano derecha a intentar abrirla. Parece atascada... Agrego más fuerza y, al final lo consigo. Sirvo en las dos copas. El líquido espumoso sobresale de los cristales.

Mi compañera regresa a la estancia y toma asiento en el sillón de al lado. Noto su concentración, toqueteando el brazalete con algo que no alcanzo distinguir desde mi posición.

–¿Qué haces?

–Ah..., forzarla –explica, sin parar de intentarlo.

–¿Puedes hacerlo? ¿Quitarlas?.

–El material es hierro puro, sin embargo, advierto en una pequeña división en el centro. Puede que forzandola logre abrirse. Solo que... –El objeto con que intentaba abrirla se rompe a la mitad; un bisturí–. ¡Maldición! –arroja el otro pedazo a alguna parte bajo la mesita de cristales.

–Vamos, no te aflijas, y respira un segundo. Saldremos de esta, te lo aseguro. Solo es cuestión de...

–¿A sí? ¿Cuándo? –suelta, visiblemente irritada–. ¿Cuando más tendremos que estar aquí? ¿Cuando llegará el momento en que nos encuentren? ¿Cuando nos hagan perder la cabeza por completo o nos electrocuten hasta quemar nuestras neuronas y matarnos?.

Le doy beneficio al silencio en ésta ocasión. Y no es que me haya dado por vencido ni mucho menos. Es sólo que de nada serviría pintarle ilusiones a como van las cosas cada vez más turbias. Sino por escucharla. Si es la manera en que se pueda desahogar, pues entonces que lo saque todo.

No dice nada más. Se dedica a observarme unos segundos. Y a juzgar por la contrariedad en su rostro, presiento que no está muy lejos de volver a llorar. Entonces suspira con pesar, bajando la cabeza a sus manos.

–Lo siento. Es qué...

–Te comprendo, Burgess. He sentido lo mismo que tú ante toda ésta mierda, pero rendirnos no es una opción. Ni tampoco el perder el control con frecuencia–le acerco una copa–. Bebelo. Esto ayudará.

Levanta la mirada y agarrando la misma, bebe como si de agua se tratara.

–¡Muy bien! –la elogio. Ella carraspea, luego ríe.

–Una más, por favor –extendiendo la copa hacia mí.

–¡Pero claro!. Nos quedan unas nueve botellas más. Podemos beber sin remordimiento.

Sirvo hasta llenar de nuevo su copa. Esta vez es más sensata y bebe de sorbos. Yo hago lo contrario, acabo con el contenido de la mía de una sola estocada, seguido de otra, y otra más. A penas y carraspeo.

–No deberías beber demasiado, Jay. Empezarás a delirar y balbucear cosas sin sentido nuevamente.

–¿Cómo dices? –frunso el entrecejo

La castaña permanece callada un segundo, como si no hubiera pretendido comentarlo. ¿Qué puede haber dicho que no recuerde?.

–Ah, pues... –se nota lo nerviosa e incómoda que está por la respuesta–. Estabas ardiendo en fiebre, delirabas y, pronunciabas un nombre.

Dibujo una mueca, algo confuso. Luego lo intuí en un suspiro.

–Erin.

–S-Sí.

–¿Dije... alguna otra estupidez...?

–No. Bueno... No... No que haya escuchado con claridad –Bebe, ocultando la tensión que fluyo en el ambiente tras el licor.

Dibujo un mohín de disgusto para luego beber de otra copa hasta el fondo. Carraspeo, siento como arde el licor cuando baja por mi esófago. Siempre que se trata de Erin, no finjo que no me afecta o perturbe. Para nadie es un secreto que no terminamos nada bien. Al menos no en el sentido amoroso.

Veo que se la han pasado de maravilla, Detectives. Y... ¿Qué estamos celebrando?

La tranquilidad de tragos finalizó. Finalizó para volver a ser manipulados por Mente Retorcida pese a un nuevo reto.

–¡Hasta que al fin te dignas a hablar! –escupo con sorna a ninguna dirección en particular–. Empezábamos a extrañarte, sucia, Mente Retorcida.

¿Mente Retorcida? Mmmmm. Creo que me gusta. Muy ingenioso, Detective Halstead, pero me temo que sus horas de calma han culminado. Es momento de abrir el sobre y cumplir con el siguiente reto.

Burgess y yo nos miramos, serios e intrigados.

–La leeré ésta vez –apunta ella, en busca del sobre a regresar a mi lado.

No hablo, nada más asiento con la cabeza a que lea de una vez. Ella comprende y así lo hace. Saca a la vista la 1era Tarjeta.

–Palabra Clave: "Profundo" –Pasa a la siguiente, la más desquiciada...

Cualquier cosa podría estar escrita en ella. Cualquier obscenidad que salga de la mente de éste basura, mejor dicho, de estos depravados mentales.

–Nota número 3 –se detiene, estupefacta. Su expresión me aterra–. Jay, tiene tu nombre.

–Déjame ver –la rapto de sus manos en un movimiento vertiginoso, procediendo leerla de una–: "Detective Halstead, ya sabemos lo fácil que puede exitarte tu compañera... –observo a Burgess, comienzo a enfadarme. Paso saliva pesadamente evitando que no ocurra lo de la última vez y decido seguir–: Tu reto será... pasear sensualmente  meter tu lengua... sobre el cuello y dentro de la boca de tu compañera en un ardiente beso... –bajo la nota arrugada casi por completo entre mis manos.

Oh!, olvida la parte donde específica: "...beso francés, con duración de 10 minutos" Detective.

Aprieto los dientes con fuerza, tragarme los insultos que de momento se me ocurrían vociferarle. No obstante, perdería mi tiempo, puesto a que negarme significaría ganar un reto.

Está claro como el agua. Él mantiene un inconmensurable control sobre nosotros. No quisiera pensar asquerosamente de esa forma, pero nos mueve como piezas para sus gustos sexuales a su antojo...

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