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04- Cuidaré De Ti

|| NARRA; KIM ||


Ante la completa oscuridad, enciendo la lámpara una vez que ayudo a Jay a recostarse sobre la cama, la mano izquierda delicadamente sobre su pecho. La cubrí con suficientes vendas, así evitará lastimarse. Su respiración es entrecortada. Es solo cuestión de tiempo a que la morfina lo adormezca, alivie el dolor y logre, al menos, dormir tranquilo lo que resta de noche. Agradezco al cielo porque solo haya perforado el músculo entre el dedo índice y el pulgar, y no un tendón o astillado algún hueso.

Observo mis propias manos. Una horrible sensación me atociga por segundos. Están embadurnadas... ¡embadurnadas con la sangre de mi compañero!. A pasos rápidos acudo al cuarto de baño y las restriego con fuerza bajo el chorro de agua del lavamanos, juntando suficiente jabón a la espera de que el olor ferroso desaparezca.

Todo es mi culpa. Lo es. Sino hubiera insistido en buscar más indicios. Esto... Jay estaría bien. Rayos. Rayos. ¡RAYOS! ¿Ahora que debo hacer?.

Levanto la mirada al espejo, odiandome todavía más. Siento una presión que me oprime el pecho, ennudece mi garganta e incita a mis lágrimas descender con ímpetu. Acabo sediento a ello, a caer de rodillas sumida en el lamento. No me había sentido tan mal y devastada desde que... desde que perdí a mi bebé. Es doloroso recordarlo ahora, así hayan pasado varios meses. No dejo de llorar hasta que mis ojos ardan.

Esa ha sido mi consecuencia desde un principio: el sufrimiento.

No quiero pasar por eso ahora, pero debo deshacerme de la sangre de la mesa del comedor...  Me incorporo con poca fuerza, y tomando una de las tantas toallas de la perchera, la corto sacando al menos dos largas y gruesas tiras con el mismo objeto que aumentó el pánico entre nosotros; el estupido cuchillo. Cruzo a penas a una esquina de la habitación, echando un vistazo a Jay de soslayo. Sigue en calma. Quizás ya esté dormido completamente.

Entro a la cocina y empapo lo suficiente el trapo con el agua del fregadero, deshaciéndome de las manchas de sangre que ya están secas. Utilizo tanta fuerza que las mismas no tardan en desvanecerse. A continuación, coloco dentro del botiquín todo lo que yacía regado y no usado, arrojando al mini-contenedor de basura a un costado de la alargada encimera, lo utilizado. A demás, devuelvo las envolturas de comida a las alacenas.

Como el reloj indica lo tarde que es: 11:40pm, vuelvo a lavarme la cara al cuarto de baño, más que eso, me doy una pronta ducha, enfriando mis penas y quitando por completo los restos de sangre de mi cuerpo. Rebusco en el gabinete sobre el lavamanos y encuentro una loción. La acerco a mi nariz por curiosidad. Su olor es exquisito: huele a rosas fresca. Unto un poco en mis manos y la extiendo a mis brazos. Tomo otra toalla y voy a por un cambio de ropa. No me molesto en cambiarme a otra parte, puesto a mi compañero sigue dormido. Entre tanto que urgo en la cómoda, encuentro unos pantaloncillos de dormir y una blusa de mangas color rojo.

De pronto, el espacio se ha vuelto más frío de lo habitual. Es extraño. Me apresuro en ponerme los pantaloncillos, y dejando la toalla sobre la cómoda, me doy vuelta –simple reflejo de precaución– Me atoro en buscar el lado derecho de la blusa, es incomodo tener los pechos al aire con semejante cambio de temperatura. Diablos, ni siquiera tiene etiqueta, ¿como sabré cual es el lado correcto?. Tal vez deba encender la lámpara...

–Lindo torso.

Pego un brinco al conjunto con un chillido que se me escapa. Apego la tela contra mis pechos y procedo a ubicar nerviosamente a mi compañero con la mirada por encima de mi hombro.

–¡Dios! ¡Jay, me matarás de un susto!

Su mirada se nota cansada, entre-cerrada, al igual que su voz.

–Lo siento –Se restrega los ojos con la mano libre de herida (la derecha)–. No fue mi intención sorprenderte de esa manera.

Culmino en poner la blusa rápidamente, avergonzada. Trago saliva desviando la tensión y me siento a un lado suyo, palpando su brazo.

–Descuida. ¿C-Cómo te sientes?

–Como si un auto me arrollara repetidas veces.

–Son efectos secundarios de la morfina –tras un breve segundo–. ¿Jay, por qué lo hiciste?

Él fuerza una sonrisa.

–Me conoces.

Parpadeo varias veces, suspirando. Mi compañero no tiene remedio; arriesga su vida en salvar a los demás, sin importar lo peligroso que resulte para su salud. Aunque, pensándolo bien, él y yo no somos tan diferentes después de todo. Quise hacer lo mismo para no hacerle algo peor a él. Intenté salvarlo, pero fue el quien terminó salvándome a mí.

–Lo siento –susurro cabizbaja.

–¿Por qué te disculpas?

–Fue... Fue mi culpa. Sino hubiera encontrado el 3er sobre o hecho aquel desastre, tú no estarías...

–Oye. Nada de esto es tu culpa. Que quede claro. El único completamente culpable en todo esto soy yo.

En esta ocasión se me escapa una risita. Era más que obvio que ninguno retractaría su culpabilidad en el asunto.

–Está bien. Los dos tenemos la culpa ¿Mejor así?

Él cierra los ojos, respirando hondo y dibuja una sonrisa de medio lado.

–Me parece justo.

–De acuerdo, pues... dormiré en la estadía. Así descansarás cómodamente –Me incorporo de pie, Jay sigue con los ojos cerrados–. Si necesitas algo, no dudes en llamar, ¿sí?

Doy apenas un paso al umbral, cuando su mano sujeta mi brazo de improviso.

–¿Dime que necesitas?

–¿Podrías traer un poco de agua?

–Por supuesto, ahora vuelvo.

Rápidamente busco el agua, sirviendola en un vaso de cristal. Vuelvo y le ayudo a beberla, al erguir centímetros su cabeza con delicadeza.

–¿Algo más?

–Sí... ¿Podrías quedarte?

Sus palabras generan un impacto inesperado en mí. ¿Sorpresa? ¿Extraño? ¿Inquietud? ¿Neviosismo? ¿Por qué nervios? No lo sé con certeza.

–C-Claro. No hay problema.

Él logra moverse pocos centímetros, brindándome espacio a su lado derecho.

–Lamento tantas molestias –susurra.

–No te disculpes, Jay. Recibiste esa consecuencia en mi lugar. Ahora yo cuidaré de ti, ¿de acuerdo?

Le sonrío. Él siente, volviendo a cerrar los ojos. De alguna manera alcanza mi mano y la aprieta. Respondo delicadamente a su gesto.

–Kim..., eres maravillosa como ser humano.

No eran muchas las veces que me llamaba por mi nombre, pero cuándo lo hacia sentía que tanto para él como para mí significaba mucho. Transcendía a un nivel de confianza entre ambos.

–Gracias.

–¿Sabes?

–¿Mmm?

–Hueles muy bien.

Se me seca la garganta de golpe, y pasó saliva, bastante incómoda. Olvidaba aquella loción que había aplicado en mi piel.

–Ah... Encontré una loción fragante en los gabinetes.

–Entiendo.

Posiciono mi cuerpo de costado, contemplando a mi compañero recostado de perfil. Él no dice nada más, imagino que ha logrado conciliar el sueño nuevamente, sus ojos permanecen cerrados.

Sigo pensando que es extraño estar tan cerca... Sus facciones, la complexión de su cuerpo, aún en la penumbrosidad resulta... apuesto. En sus días de preparatoria lo imagino como el Don Juan para las chicas, como lo ha de ser hoy en día para toda mujer...

Por instante mis propios pensamientos se congelan ante lo último mensionado. Así pues, cierro mis ojos fuertemente, repitiéndome mentalmente "Ya duerme Kim". No reparé en que momento ocurrió, pero el sueño me fue envolviendo más y más...

El frío fue lo que me despertó, congelando y crispando todos los bellos de mi cuerpo. Hace mucho le había dado la espalda a Jay, así que vuelvo el rostro hacia él, incorporándome sobre los codos; su respiración es afanosa, su pecho sube y baja preocupante-mente. Como reflejo llevo el dorso de mi mano a su frente. ¡No puede ser! Está ardiendo en fiebre.

Inmediatamente ubico otro pedazo de tela, un cuenco con agua, en el cual agrego pequeña cantidad de alcohol, y regreso junto a él, colocando el paño húmedo sobre su frente. Jay instantáneamente reacciona ante el frío tacto. Atrapa mi muñeca con rudeza.

–Sshhhh, tranquilo. Soy yo. Es para bajar la fiebre.

Sin despertarle del todo, desvanece su agarre. Después, le alzo la franela con sumo cuidado hasta dejar descubierto su torso, y le coloco otro trapo húmedo en el abdomen, el mismo se contrae. No para de temblar. Me preocupa que su herida se haya infectado, pues el frío tampoco ayuda. Lo único que se me ocurre de momento es cubrirlo bien con el cobertor hasta la barbilla, a que sude la fiebre.

De la misma manera en que yo tampoco soportaba la frigorífica atmósfera, me adentro en el cobertor acurrucada a su lado, cambiando cada diez minutos los dos paños.

Él albucea. No pude entenderle bien la primera vez. Por ende, me acerco más a su rostro a que repita lo que acaba de decir. Tal vez este delirando.

–Jay, ¿qué has dicho?

–Te amo.

A este punto, la magnitud de esas palabras no son suficientes para describir mi reacción atónita. Contuve la respiración por varios segundos hasta que las palabras volvieron a surgir de mi boca en forma a que vuelva a repetirlo.

–¿Cómo dices?

–Erin...

Permanezco con la boca semi-abierta. De una forma me alivia... Está recordando a Erin. Es lo natural ¿no? Ellos tuvieron historia. Mucha tela que cortar. Algo tan sentimental así no podría olvidarse de la noche a la mañana, claro está. Aunque por otro lado me..., ¿desencaja? ¿Por qué?.

–Kim...

–¿Sí?

Creo que reaccioné demasiado rápido. Él vuelve su rostro de frente hacia mí, con los ojos como han permanecido hasta el momento: cerrados.

–No te alejes.

Espero un breve segundo, antes de responder, aunque él no logre entenderme u escucharme:

–No lo haré, Jay. Me quedaré junto a ti, lo prometo.

Su frente estuvo por centímetros de rosar la mía. No me alejé, permanecí hay, tan cerca de él. Comprové su temperatura, más aliviada en ésta ocasión. Todo rastro de fiebre ha desaparecido finalmente. Que bueno es saberlo.



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