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03- Asume Las Consecuencias

° ° °

|| NARRA; JAY ||

Sumido en la reconfortante placidez del sueño, aún así percibo un delicioso olor que inunda mis fosas nasales, obligándome a abrir los ojos de pronto. A su vez, me ayuda a percatarme que el sueño que acabo de tener, estando en casa, desayunando en compañía de... de Erin, no es real.

En realidad nunca lo ha sido.

Lo que ha ocurrido en los últimos meses entre nosotros, se ha vuelto... complicado. Algo de lo que no quisiera pensar ahora.

Dirijo una rápida mirada al reloj de pared que marca las 8:05am. —Es tarde— restriego mis ojos en modo de despertarme del todo. Es difícil saberlo con todo el lugar siempre sumido en penumbrosidad o luz artificial. Aparto mi mano cuando reparo una manta colorida que me cubre hasta el torso. La examino, extrañado.

—Ah, pensé que morías de frío.

Esa voz...

Centro mi atención en la cocina, en mi compañera de cautiverio, que yace cortando y preparando algo.

Puede que en eso no me haya equivocado.

—¿En que punto pude haberme quedado dormido? —inquiero, acercándome a ella.

—Después de las 12. Eso creo.

—Joder. Se supone que no debía dormir.

—Estabas cansado, Jay —me justifica—. Ayer no fue un día fácil para ninguno, y me alegro de que al menos tú si lograras conciliar el sueño.

—¿Cómo? ¿No dormiste nada? —desviando la mirada a la cesta de naranjas sobre la mesa. Se ven frescas.

—No pude. Por más que lo intenté —suspira con la mirada baja—. De hecho, vine aquí y... ya estabas dormido. Así que te cubrí con la manta, tome un buen libro, asiento en el sofá de al lado y de vez en cuando te observaba.

Rápidamente frunso el ceño. Ironía, ¿eh?

—¿A sí? ¿Con que te dedicaste solo a observarme, Burgess?

Ella ríe.

—Es broma, solo en observarte. Sí leía un libro. "Leía", luego me quedé dormida al igual que tú —se da la vuelta, friendo delicias en la sarten.

Aspiro hondo. Hummm, tocinos. De segundos la boca se me vuelve agua. No he ingerido nada sólido desde ayer. Eso genera más rugidos en mi estomago y humedece mi paladar.

Por otro lado, me agrada la actitud que ha tomado Burgess, en cierta forma, ante la situación. Tanto ella como yo, estamos al tanto de lo que implica estar en manos de ese... manipulador, y se nota que se esfuerza por mantener la calma. Así pues, pensar con el estómago vacío no es una opción.

—¿Por qué no me despertaste antes? —pregunto—. Podría haberte ayudado con el desayuno al menos.

—Es que te veías tan tierno al dormir.

Alzo las cejas ante sus propias referencias. Me parece que se incomodó así misma, puesto a que detuvo sus movimientos y agregó en modo precipitado desviando el tema:

—¿Quieres Café?

—Por favor, pero antes, iré a lavarme.

—Aquí esperaré.

—Vale.

La helada agua de la ducha no me desagrada. De hecho, me ayuda a despejar el sueño y pensar con la cabeza fría.

Mente Retorcida... Miserable.

Descubriré tú verdadera identidad y lo lamentarás. Lamentarás haber retenidos cautivos a los Detectives equivocados. Y me aseguraré personalmente de que te pudras en una cárcel. Sino termino matándote antes, con mis propias manos si se me presenta la oportunidad.

Termino, volviendo a la habitación a por un cambio de ropa. Lo único que consigo en esta estúpida cómoda son ropas diarias: de estar en casa. Es una broma, ¿no? De nuevo pantalones de dormir; grises y un suéter azul claro.

Regreso poco después a la cocina, sentándome impaciente a la mesa a abastecer mi estómago y retribuir mi energía. A parte del tocino y el delicioso café, Kim preparó huevos y tostadas en pequeños cortes con queso fundido encima.

Saboreo el primer bocado, degustado.

¡Es una exquisitez!

—Mmm. Burgess, esto... está muy bueno.

—Gracias —se nota alagada—. Con el estómago vacío es imposible concentrarse en planear una forma de escape —bebe un alargado trago de café.

Una vez apaciguado el ardor de nuestros estómagos, nos enseriamos en proseguir buscando más indicios/sobres. Si encontramos ese en la pared detrás de la peinadora, puede que hayan otros ocultos más cerca de lo que imaginamos, pero antes, nos centraremos en urgar el ducto a muchos metros sobre la tina en la que encontré a Burgess. Ella por el contrario, tubo interés en el ropero sellado. Tenía cierta corazonada, al igual que yo. Así acabamos dividiendonos el trabajo.

Por no dejar, inspecciono los casilleros, topándome con que están vacíos, con algunas que otras bolsas de plástico y nada más.

No tiene el menor sentido.

Paso mi atención al ducto. Está más o menos a unos 3 metros sobre mí, con medida semejante a una mediana caja de cartón. Nadie podría entrar o llegar a el. Está a una altura demasiada prolongada.

Una idea cruza rápidamente por mi mente.

—¡Burgess! —le llamo con voz lo suficientemente elevada a que me escuche—. ¡Necesito tu ayuda!

—Claro ¿Qué has encontrado? —pregunta, haciendo acto de presencia en breves segundos.

—¿Sabes mantener el equilibrio?

Hunde el entrecejo lentamente, extrañada.

—¿Qué estás... pensando?

Su rostro de intriga me estuvo propenso a sonreír. Luego lo reprimo.

—¿Podrías subir en mis hombros hasta llegar al ducto y echar un vistazo en el?

—Eh... Sí. Creo que puedo hacerlo —responde con algo de inseguridad.

—Bien. Y una vez sobre mis hombros, te pasaré el cuchillo en caso de que tengas que forzar la rejilla, ¿de acuerdo?

—Entiendo.

Kim recoge su cabello en una alta coleta, y yo arrastro una silla desde la cocina; eso ayudará a que ella se suba sobre la misma, y pose sus pies en mis hombros hasta estar de pie sobre mí. Me posiciono frente a la pared, a una distancia corta, de modo que si algo no sale bien, Burgess pueda apoyar sus manos de la misma.

—¿Lista?

—No.

—Muy bien. Hazlo ahora.

Me flexiono un poco, a la vez que ella posa el primer pie, y mis manos sujetan las suyas sobre mis hombros, ayudándola a subir sobre mí. Por fortuna y determinación de mi compañera lo conseguimos al primer intento.

—Ok. Estoy en el sitio. Las rejillas del ducto ahora están frente a mí.

—Excelente —suelto con esfuerzo, sin moverme demasiado por el peso demandante sobre mí—. Ah, Burgess, antes de que eches la rejilla al suelo, deberías considerar bajar un poco de peso.

—Cállate —gruñe, no enojada u ofendida, sino más como captando el sarcasmo a la primera.

Esta vez no evito reír. Luego toma una pausa para suspirar, a la vez en que le escucho ejercer fuerza tratando de quitar la rejilla, que segundos después arroja al suelo. Eso fue rápido. No fue siquiera necesario pasarle el cuchillo.

—Fue más sencillo de lo que pensé —se jacta, imagino que sonriente por su fácil logro–.  Espera... Esto... ¡Oh por Dios! ¡No!

—¿Qué? ¿Qué sucede? ¡Burgess! Te bajaré enseguida...

No escucho respuesta, más que una risita burlesca que rompe el intrigante silencio.

—Es broma —confirma parando de reír. Hago una mueca no vista por ella. Supo cobrarselas, ¿eh?—. Y tenías razón Jay, aquí hay otro sobre amarillo.

—Bien ¿Logras ver algo más ahí dentro?

—La verdad..., no. A medida que se alarga, el ducto se materializa más angosto. Ah, si tuviera luz de alguna linterna me fuera más sencillo.

—No importa. Ya tenemos otro de los indicios. Seguro es uno que él no quería que descubrieramos aún. Es momento de volver su juego un completo descontrol. Desordenar su planes e ideas.

—Sí.

—Ey, ¿puedes sostenerte del borde del ducto por breves segundos, entre tanto me posiciono para atraparte?

—¿S-Seguro que podrás? ¿No hay alguna otra manera de...?

—Confía en mí. No dejaré que te lastimes.

Mi compañera se sostiene del borde del ducto, algo insegura, me alejo unos centímetros dejándola colgada, y con los brazos flexionados espero su caida.

—¡Ahora!

Ella libera su peso, y se viene con todo, rosando su cuerpo apenas con la pared. La atrapo de la cintura rápidamente hasta sostenerla por completo entre mis brazos, generando de su aterrizaje más liviano y preciso.

Nos incorporamos, quedando Burgess frente a mí.

—¿Estás bien?

—S-Sí —jadea, con el sobre nerviosamente apretando entre sus manos—. Perfectamente.

Entremeto la rejilla por debajo de la tina con la punta del pie, en algún momento podría servir, y con Burgess pasamos a la sala, a examinar el intrigante y quizás bizarro contenido de esas nuevas tarjetas.

Esta vez es mi turno en abrir el sobre, leyendo la primera tarjeta con suma cautela:

—Reto número 5: "La Detective Kim deberá elegir entre... —me detengo, mis extremidades congeladas. Como lo imaginé, el contenido de este reto es... No puedo siquiera terminar de leerlo en voz alta ¡Es un completo sádico mal nacido!

—Jay, ¿c-cuál es el contenido en esta ocasión? —tartamudea Burgess, preocupada.

Paso saliva pesadamente. Sé que esto no le agradará, pero en lugar de terminar de leer la tarjeta, la rompo impulsivamente a la mitad, seguido de otras dos mitades. Burgess parpadea consecutivamente, buscando una explicación que no me molesto por aclararle. Simplemente no pudo relatar ese tipo de contenido perverso...

Leo la siguiente tarjeta con airada rigidez, sin darle tiempo a mi compañero de preguntar nada más:

—Palabra Clave: "Frigorífico".

—¿Qué? ¿Pero...? —su semblante se torna preocupado a gran escala—. Nos asignará una grave consecuencia, ¿no es así?—. Resignada se deja caer sentada sobre el sillón, cabizbaja.

—Burgess... Eso no... —me incómodo a mi mismo de siquiera recordar el contenido de ese reto. Luego lo deshago rápidamente, me inco de rodillas frente a ella—. Ey, estaremos bien. Lograremos superar esto y... —cuando toco el dorso de su mano, ella me observa, sus ojos cafés yacen cristalizados provocando un nudo en mi garganta—. Soportaremos lo que ha de venir, ¿de acuerdo?

La castaña se limita a asentir. Imagino que teme hablar a que su voz se quiebre y termine por derrumbarse ante mí.

—Quedate aquí e intenta pensar en otra cosa —sugiero—. Me encargaré de abrir ese ropero de alguna forma. Sigo pensando que debe haber algo de vital importancia hay dentro.

—Yo.., revisaré lo que pueda en este espacio.

—Está bien. Llama si necesitas algo.

—Sí.

Vuelvo a la habitación, llevando el cuchillo conmigo, en caso de que lo necesite. Monitoreo el ropero, cada detalle de la cerradura es demasiado forzada y sólida: una especie de cerradura de hierro nunca antes vista junto con un tablero pequeño que requiere de una combinación de digitos. Burgess tiene razón, algo importante han de ocultar aquí como para poner semejante protección. En este caso el cuchillo no ayudará en lo absoluto. Necesitaré algo más resistente que me ayude a doblegarla.

Con frustración dejo de intentar forzarlo con el cuchillo, golpeando con media fuerza las paredes del ropero. Comienzo a sentir la fatiga del encierro en estás solidas paredes en incremento, y me asfixia. Respiro hondo antes de volver con mi compañera, no ha de faltar mucho para que resuene en cada rincón de está prisión la asquerosa voz de Mente Retorcida.

—Burgess... —digo a penas, encontrándome con el desastre de libros desperdigados por doquier.

Ella prosigue agitando todos y cada uno de ellos, apilando los ya revisados en un extremo, hasta detenerse en uno de portada marrón.

—Encontré otro sobre —comunica casi en un susurro. Le noto el doble de tensa de lo que estoy ahora por lo que pueda contener ese 3er sobre.

Y como se esperaba, la distorsionada voz del perverso, irradiando enfado, no se hizo esperar más.

No. No. ¡NOOO! ¡MUY! ¡MUY MAL! Estoy realmente decepcionado de ambos, Detectives. Me esforcé por remodelar este lugar lo más hermoso y costoso posible para ustedes. El encierro perfecto. Pero ¡No! ¡No son capaces de apreciarlo! ¡Nuestro esfuerzo! ¡Mucho menos cumplir simples órdenes! ¡Todo desordenado, destruido! ¡Todo! ¡ABSOLUTAMENTE TODO FUERA DE CONTROL!

Aunque la mirada de Burgess estaba llena incertidumbre, ambos comprendimos que funcionó. Lo molestamos, quitamos piezas importantes de su controlado juego. Ahora empieza a perder la paciencia, y a mostrarse como realmente es, un compulsivo perfeccionista de mierda que aborrece el desorden de sus planes.

—Ahora ya no pareces tan seguro de mantener el control, ¿eh? —pienso en voz alta, provocándole.

La voz emite una risita cambiante que suena peligrosa. Mente Retorcida —el apodo encaja perfectamente con su desagradable personalidad— ahora sabemos más de él, de lo que puede imaginarse. Sin embargo, sus cambio de actitud un tanto volátiles, nos saca de conclusión

¿A qué se debe su sombría risa ahora?

Claro. Ahora entiendo —suelta, en tono satírico—. Es lo que esperan que suceda, ¿no? Lo que buscan; sacarme de mis cabales. Más sin embargo, han hecho de esto algo más... divertido e interesante, ¿pueden creerlo? Ah, pero por supuesto que no —tras una sombría pausa—. Ahora me temo que tendrán una severa consecuencia.

—¡Electrocutanos las veces que te venga en gana! —bocifera la castaña, dando un iracundo paso al frente—. Total, si morimos ya sea aquí dentro o ahí fuera, esto terminaría de una ¡jodida vez por todas!

Lo seguía provocando. Podía notarlo en su voz, en sus facciones contraídas de alteramiento.

Mmmm. Muy bien, Detectives rebeldes —habla con aspereza y el singular regodeo—, pensaré a quien otorgar la consecuencia por orden correspondiente al sobre que acaban de abrir. El Detective Halstead insistió en el ducto,¿cierto? Topándose con un sobre amarillo, luego rompió el excitante reto a la mitad sin siquiera terminar de leerlo, sin contemplación alguna. Pero ha sido la entrometida Detective Burgess, quien ha dado con el 1er sobre, y luego el 3er oculto en la biblioteca. Tú, querida.., ¡recibirás la mayor consecuencia! —Tras un breve y cepulcral segundo—. ¡Oh! y me siento obligado, además, a recitar el reto que tu compañero arruinó al destruir la tarjeta, Detective Burgess.

—¡No te atrevas! —advierto, con las venas del cuello tensas de irritación.

Éste hace el menor caso y carraspea antes de comenzar a relatar con cierta ironía:

"La Detective Kim, deberá elegir entre hacerle sexo oral a su compañero o masturbarlo hasta sacar su jugos". ¡OH!, me encanta... ¡Pero felicidades!, la consecuencia es aún mejor y más excitante que cualquier reto que haya nombrado antes.

El semblante atónito de Burgess es algo que no olvidaré así nada más. Imagino el desenfreno de su corazón. La incomodidad. El sentirse avergonzada o ultrajada por semejantes retos sin alternativas a las que nos imponen.

—¡Sólo hazlo de una vez! —exclama ella—. ¡Adelante! ¡Preferiría mil veces una consecuencia que someterme a tus locuras, cerdo!

En respuesta a esa exigencia, caigo de rodillas al suelo, retorciéndome, Burgess a mi lado. Nos regala una descarga a ambos, esta vez es breve, pero el doble de dolorosa y potente que las demás veces. Por instantes saboreo lo ferroso de mi sangre al morder mi propia lengua por accidente.

¡Ah! ¡Maldita sea! Como duele...

Intento incorporarme, sosteniendo a Burgess del brazo durante el proceso. Esta vez es cautiva del pánico. Algunas lágrimas se le escapan incontrolables. Tiendo a sentirme culpable. La alzo finalmente, como puedo, ya que, ni yo mismo logro siquiera mantener el cuerpo correctamente ergido. No me parece siquiera que mis sentidos estén funcionando correctamente en estos momentos. Mis oídos escuchas pitidos consecutivos. Mi piel cosquillea dolorosamente y mi sangre hormiguea.

No. Por supuesto que no he terminado, Detectives. Esto sólo es una pequeña e insignificante apertura a lo que ha de acontecer a continuación.

Encamino a mi compañera a que se siente a la mesa, y mientras Mente Retorcida sigue parlotendo quien sabe qué más estúpideces, me esfuerzo por servirle agua en un vaso de cristal, luchando contra mis músculos entumecidos a que éste no caiga. Ella bebe un poco, sin dirigirme mirada alguna. Rodeo la mesa y tomó asiendo al frente.

¡¿...me están escuchando?!. Oh, por todos los cielos ¿Y además han perdido el sentido del oír? —la sínica voz vuelve a resoplar—. Ok, quizás esto les ayude a reaccionar; Detective Halstead, usted clavara el cuchillo, atravesando el dorso de la mano de su compañera. Tienen 5 minutos para cumplir con la consecuencia. Y ni se les ocurra siquiera abrir ese 3er sobre hasta mañana —su tono se ensombrece—. Podría sustituirla a una consecuencia mucho peor que una descarga electrica —y desactiva la señal con sonido de estatica.

Burgess ejerce el primer movimiento en extender lentamente su mano sobre la mesa, estaba a punto de coger el cuchillo que yace sobre la misma, junto al sobre. Antes reacciono con mayor rapidez y lo aparto de su alcance.

—Por supuesto que no —cuestiono, observándola atentamente—. Ni siquiera lo pienses, Burgess. Jamás te dejaría hacerlo...

—No es cuestión de pensar o de elección alguna, Jay ¿Es que no lo entiendes aún?

—No lo entiendo, tampoco lo entenderé, ok. No pienso herirte de esa manera ni de ninguna otra manera antes pensada. Me reuso rotundamente.

—No quiero sufrir algo peor —su voz ya es quebrada, pero persiste—. Hazlo, por favor.

—¿A caso has enloquecido, Burgess? Esto no es un maldito Juego Macabro. Es la puta realidad —la cara ya ardiendome de colera—. Así que no accederé a que Mente Retorcida termine obligandonos a matarnos entre sí. Preferiría morir electrocutado antes que...

Golpea con fuerza la mano empuñada contra la mesa, y demanda toda histerica:

—¡Es mi elección! ¡Elijo ésta consecuencia! ¡Así que lo harás!

—Qué no te estás escuchando, ¡¿EH?! ¡Es una completa locura lo que me estás exigiendo! —exploto, enojado con todo, conmigo mismo, con este maldito encierro que nos está enloqueciendo a ambos, con Mente Retorcida. Es mi culpa el estar en este aprieto por haber insistido en ese maldito ducto.

¡¿Por qué tuve que sugerirlo en primer lugar?!

—Entonces.., ¡lo haré por mi cuenta!

Con un movimiento vertiginoso se inclina sobre la mesa, a modo de alcanzar el arma blanca y arrebatarla de mi mano. Reacciono con destreza y lo aparto de su alcance. Ella vuelve, apocada, a su asiento, con la voz en un hilo.

—Jay, por favor... no es para tanto. Mañana... Mañana estaré bien, buscaremos más indicios. No Nos detendremos, ¿ok? Pero por favor, hazlo. No quiero que me obligue a hacerte algo peor a ti. Algo que no podré...

Perturbado, me tenso y con toda la presión sobre mis hombros, miro de soslayo el reloj.

Nada más restan...

Tic-tac. Resta un apremiante minuto —recuerda Mente Retorcida—. Vamos Detective Halstead, ¿que espera? Asienta a la petición de herir a su compañera.

—¿Jay? —sigue Brugess, y comienzo a desesperarme por su insistencia—. Por favor, ejecuta la consecuencia.

Adelante, Detective, no haga esperar a su compañera.

El sudor comienza a descender por mi frente, mis pensamientos bloquean mi lado racional y suspicaz...

—Vamos, Jay, salgamos de esto pronto, ¿sí? La herida curará en cuestión de nada.

Sus voces distorsionan mi pensar, aceleran mi respiración.

¡Me enloquecen!

Ahora, Detective. Hagalo.

—Jay.., ¡acaba con esto yaaa!

¡Ahora, Detective!

—¡HAZLO JAY!

El punto de colapsar me instó a reaccionar, y esta vez lo hice, impulsé mi mano hacia bajo con el cuchillo, con todo lo que tenía, clavando la punta en el dorso de la mano con tanta fuerza que atravesando la carne a su vez, este quedó atascado en la mesa. A continuación, me inclino todo lo que puedo hacia atrás en la silla, conmocionado con la respiración contenida y los ojos presionados con fuerza.

¡NO! ¡¿Pero qué has hecho?! —recrimina Mente Retorcida.

El quemante dolor no me permite escucharle con claridad, ni siquiera la voz alterada de mi compañera.

Algo más que se te escapa de las manos, ¿eh? Jodido Mente Retorcida.

Vaya, ¡pero que testarudos! Nunca terminan realizando acorde a mis planes y siempre salen con cada cosa que me sorprende cada vez más —asegura en tono iracundo e insulso—. El maldito botiquín esta dentro del maldito ropero, la combinación es: 3-6-4-8-0. Les dejo solos ¡Me largo!

Vuelve a desconectar la señal.

Evitando ver toda esa sangre brotar desde mi mano a regarse por toda la mesa, dirigo una dolorida expresión a Kim, sus ojos están... Ay no. Maldita sea. No llores ¡Por Dios! No lo hagas. Pero al final termina por desmoronarse ante mí. Claro que para ella no fue, en lo absoluto, una gracia al haber tomado su lugar ante la consecuencia y clavarme el cuchillo que le correspondía a ella.

—¿Qué has... hecho? —jadea en tono tremulo, acercándose a mí, pero sin tocar mi mano.

Solo soy capaz de mostrarle una mueca lastimera en lugar de sonrisa. El dolor opaca mi hablar, se extiende fervorosamente por cada extremidad y tejidos de mi cuerpo. Aprieto los dientes con fuerza. Contenerlo no es suficiente.

—Lo... Lo sacaré, ¿s-sí? —pasa saliva pesadamente–. B-Buscaré antes el botiquín. Vuelvo enseguida...

Me rodea y escucho sus pasos apresurados alejarse. Cierro los ojos un instante más. No me arrepiento de haberlo hecho. Me sacrificaría una y otra vez por cualquier persona que de verdad me importe. Más aún por un compañero de mi propia Unidad.

Burgess regresa rápidamente, coloca el botiquín sobre la mesa, y con movimientos temblorosos pero precisos, comienza a sacar lo que necesitará. Lo primero que hace es desinfectar sus manos con el alcohol, a revisar mi mano. Se ve insegura en mover el cuchillo, nerviosa y temerosa. Yo sólo tenso la mandíbula. Soportaré lo que tenga que soportar.

Es necesario desencajarlo...

—Tranquila... —le hablo en susurro—. Atraviesa solo un músculo. No... es de gravedad. No moriré, Kim.

—Ok —sorbe la nariz y limpia unas cuantas lágrimas con el dorso de su mano—. Lo sacaré, ¿de acuerdo? Si sientes mucho dolor solo...

—Kim... Confío en tí. Hazlo ya.

Dicho eso último, Burgess desencaja el cuchillo sin permitirme siquiera contener la respiración o contar estúpidamente hasta tres. Un quejido lastimero se me escapa. Vuelvo a inclinarme hacia atrás, apretando mis dientes con suficiente intensidad.

—¡Ey! Está hecho —me informa, tratando de tranquilizarme así ella se sienta el doble de conmocionada—. Estás... bien.

Respiro hondo, con la mirada sobre el techo, con una severa presión en mi pecho. Burgess no para de temblar, sus palabras resultan trémulas.

—Ahora.., s-saturaré la herida ¿ok? Y Jay, aguanta un poco más, por favor.

Soportando en la medida de lo posible aquel dolor que se extiende desde mi mano a todo mi ser, Burgess aplica alcohol para prevenir alguna infección, entonces procede a cerrar la herida con la aguja curva e hilo quirúrgico. Es el punto en que el dolor se vuelve adormecedor, pero que suben a mi cabeza; siento mareos que proceden a arcadas repentinas que conmueven mi estómago.

—Te inyectaré morfina, ¿ok? —notifica ella, su rostro es un tanto borroso ahora—. Jay... estarás bien. Lo prometo. Jay... ¡EY! ¡NO! ¡No cierres los ojos! ¡No te duermas aún!

De alguna forma se las ingenia para llevarme a la habitación y dejarme sobre la cama una vez termina de atender mi herida. Y nuevamente todo da vueltas sobre mí hasta que... se torna totalmente negro.

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Ufff!!

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Y no olviden que OS quiero.

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