01- Turbio Despertar
| NARRA - JAY |
Me remuevo, acostumbrándome a la superficie helada bajo mi cuerpo tumbado de bruces. Tengo entumecido los músculos, y un leve dolor aturde mi cabeza.
Para cuando mis sentidos se van activando, abro los ojos con lentitud, y lo primero en entrar en mi campo de visión es un lugar completamente desconocido, contiene; una pequeña sala ante mí, dos sofás con una mesita de cristales en medio, y un gran espejo a un lado. Por reflejo, llevo la mano en busca de mi arma.
Debo estar prevenido...
Mi rostro palidece, ya no poseo mi arma, y no es lo único que me ha sido arrebatado, hacen falta también mi ropa con chaleco antibalas, mi placa... Todo sustituido por pantalones de dormir oscuros y una playera blanca ¿Y qué podría resultar más confuso e insólito? Este objeto que rodea mi muñeca como una especie de brazalete metálico con una cúpula diminuta a un extremo. Hago el intento de quitarmela, pero es aparentemente imposible.
¿Quién carajos me trajo aquí?
Lentamente me incorporo, desorientado, aún mareado y bastante desconcertado. La sala no es lo único que adorna este pequeño espacio, o mejor dicho, amplio espacio. Al final de mi izquierda se materializa la extensa encimera, incluyendo en ella todos los objetos y utensilios de cocina, a demás de un amplio comedor en medio. Girando un poco más sobre mis talones, en diagonal, distingo una puerta, o más bien el espacio que podría asumirse como una, y más a mi derecha, casi a mi lado, otra pequeña sección (otro gran espejo), con una gran biblioteca repleta de libros de todos los colores y tamaños. Lo curioso es que no hay ninguna ventana.
Es lo que se espera de un secuestro, claro.
¡Burgess!
¡Demonios!
Recuerdo haber acudiendo a su llamado de auxilio en aquellas instalaciones... Para cuando llegué a socorrer a mi compañera, alguien me golpeó con fuerza en la cabeza.
No supe más.
Debo buscar en caso de que también la hayan traído aquí.
A pasos silenciosos pero ágiles, reviso una por una las alacenas, los gavetines de la encimera en busca de un cuchillo u objeto filoso que me sirva de protección en caso de un repentino enfrentamiento.
Una vez con el objeto en mis manos, me encamino hacia el umbral. Un angosto pero largo pasillo se cierne de forma horizontal frente a mí, al final de la derecha solo se aprecia una pared, y a mi izquierda se divisa otro umbral, sin puerta, y más allá otra solida pared. Me introduzco en la siguiente estancia sin demorar demasiado en el asunto de pensármelo, el cuchillo al frente en todo momento.
Estoy atento.
En esta ocasión me encuentro con una habitación, posee: cama, ropero, mini- cómoda, y dos espejos igual de grandes, a demás del que tiene añadido la peinadora. Busco con suma cautela en cada rincón, debajo de la cama e incluso intento abrir el ropero, sin éxito alguno. El mismo refleja una placa traslúcida y táctil en la que se podría introducir un código para poder curiosear en su contenido.
Pondré más desempeño para abrirla luego.
Por último me dispongo a revisar el cuarto de baño en la pared diagonal a ésta habitación, pero llegando a penas al umbral me detengo en seco, alerta ante el sonido metálico de un grifo deslizándose, seguido de un chorro de agua al chocar contra una superficie sólida.
Desde mi punto de vista el cuarto de baño tiende a tener gran tamaño, aunque no tanto como el de las dos estancias anteriores. Frente a mí está la cortina impermeable color verde árbol, la ducha sigue activa al otro lado, y a la derecha se amplía otro largo pasillito que termina en algún punto a la derecha, que desde mi posición no logro distinguir su final. Decido revisar aquí primero. Si resulta ser mi compañera quien está al otro lado, duchandose.., me perdonará por ser precavido al evitar que alguien más me tome por sorpresa, y sino resulta ser ella..., pues me temo que tendré otro enfrentamiento con quien sea que me vaya traído aquí.
Mis recuerdos siguen inconclusos.
Entonces deslizo de un sopetón la puerta plegable, tenso, atento e intrigado, sin embargo, el área de la ducha está completamente vacía, el agua cae a tempestad contra el suelo de baldosas. A un lado yace el inodoro y sobre el un pequeño gabinete semi-abierto, en el cual no dudo en hurgar, y advierto que está repleto de pasta de dientes, cepillos, enjuagues bucales, y demás productos de cuidado personal. La parte final del gabinete posee otro maldito espejo.
Cierro el grifo y vuelvo a salir atento a revisar la última sección de este inquietante y sólido laberinto sin salida, y me topo con que sigue sin alguna actividad humana. Deduzco una hilera de casilleros que resaltan a lo largo de la pared, al final de este hay un perchero con toallas limpias, al parecer. Un muro mediano de cerámica azul, y una tina al final son lo único que posee esta última área.
Lo impresionante y aterrador en todo esto, es que, el lugar parece impecable, también un intenso olor a desinfectante, como recién pulido, organizado. El piso es de baldosas completamente blancas, sin manchas alguna.
Excepto por...
Inevitablemente me estremezco de horror de improviso, puesto que noto una gran mancha carmesí debajo de la tina.
Que no sea lo que estoy pensando...
Corro allí sin titubear, con cierto pavor que comenzaba a hormiguear en mis entrañas. Y cuando veo aquello... el alma me cae a los pies, y un temblor se apodera de mis extremidades. La tina estaba a medias de un espeso líquido color escarlata con fuerte hedor ferroso. Mi estómago se contrae en arcadas repentinas que me atocigan, pero logro reprimirlas a tientas.
Aquellos restos de carnes, vísceras y demás deformidades semejantes a órganos, rodean un cuerpo que yace todo sumergido, a excepción del rostro.
Es cuando una exclamación de angustia se escapa de mis labios.
—¡Burgess!
Dejo caer el cuchillo al suelo, y me adentro en medio del contenido altamente ferroso y viscoso, posicionado de pie a cada lado del cuerpo de mi compañera. A movimientos precipitados, pero lo más delicados posibles, la alzo en brazos hasta sacarla de la tina, a tenderla cuidadosamente sobre las frías baldosas.
¡Dios!
Su rostro luce tan pálido que me torturo de pensar lo peor.
Lo primero que hago es buscar su pulso, el corazón pendiendo de un hilo. Exhalo aliviado poco después, puesto a que sigue con vida. Lo segundo es palpar cada parte de su cuerpo, y un inconmensurable temor me invade mientras lo hago, de solo imaginar que alguno de aquellos restos desgarrados... sean de alguna de sus extremidades. Por consiguiente, me enfoco en áreas donde hayan grandes y oscuras manchas de sangre, sin dejar ni un centímetro de su piel sin ser inspeccionado, por más incómodo que resulte.
Concluyó que para seguir con vida puede que solo esté herida, y como puede ser de gravedad, debo descartarlo ya.
En mi rápida inspección de su estado, vuelvo a sentir alivio, pese a que la sangre tampoco pertenece a ella, en lo absoluto. Es el momento en que advierto, a demás, que posee un brazalete metálico similar al mío.
Analizo y, existe una alta probabilidad de que le han inyectado un fuerte sedante, mientras me me golpearon hasta dejarme inconsciente, acto seguido, nos trajeron aquí; a Burgess la depositaron en la tina, arrojandole la sangre, los desperdicios de (es menos mordido pensar que son de animales), sobre todo su inerte cuerpo a penas cubierto con una sudadera y bragas del mismo tono, ahora teñidas de rojo intenso, y a mí solo me dejaron tirado en medio de aquella estancia.
Claro, una jugada bastante perversa y sucia por parte de los secuestradores, porque supongo que tuvieron que ser muchos en número para hacer y organizar todo esto.
Acomodo su cabeza sobre mi regazo, dándole palmaditas leves y constantes en el rostro, que sigue demasiado pálido y frío, a que despierte pronto. Pienso y me saco la playera sin importar quedar con el torso desnudo, y la cubro hasta la medida del pecho. La incertidumbre de saber a dónde nos trajeron, que sabe o pudo haber escuchado Burgess antes de que la sedaran, puede resultar de relevante ayuda para empezar a armar todo este rompecabezas en este turbio despertar.
—Vamos, Burgess. Por favor, despierta.
Repentinamente su cuerpo ejerce un brusco movimiento en incorporarse sentada, y con movimientos pasmosos, chilla inaudiblemente por la conmoción de ver toda esa sangre sobre ella.
Cometo el error de tocar su hombro con poco cuidado.
—Burgess...
—¡N-NO...! ¡NO ME TOQUES!
Reacciona histérica, lanzando manotones con intenciones de arañarme la cara, por lo que la sujeto de los brazos, tratando de movilizarla.
—¡Ey! ¡Ey! ¡Tranqui...! Ah...
Por un instante olvido que Burgess es parte del cuerpo de inteligencia de Chicago y que sabe enfrentarse y defenderse contra quien quiera que pretenda doblegarla, y me propina un golpe en la mejilla. Tan rápido como me golpea, recobro la compostura, me impulso contra todo mi peso y finalmente caigo sobre ella, a sostener sus brazos por encima de su cabeza.
—¡Detente, Kim! ¡Es suficiente!
Sus ojos húmedos por las lágrimas, irradian a su vez horror, tras mirar a todos lados hasta detenerse finalmente sobre los míos, como si finalmente me estuviese reconociendo.
—¿Jay...?
Su ritmo cardíaco se va regulando poco a poco, al igual que su esporádica respiración. Aún así, sigue temblorosa debajo de mí.
—Estás bien —susurro—. La sangre no pertenece a ti, Kim. No estás herida.
Aflojo el agarre a sus muñeca y me voy apartando de encima de ella poco a poco, con cierta cautela. Burgess, sin emitir una sola palabra aún, imita mis movimientos y se incorpora sentada. De súbito, cubre su boca. Toda esa sangre le provoca arcadas intensas, pero al igual que yo, respira hondo y las reprime de alguna forma bastante difícil.
—Está bien. Respira profundo —aconsejo, exhalando todo el aire que había aislado dolorosamente en mis pulmones. Si no demuestro calma, ella tampoco podrá lograrlo. Así que, con sumo cuidado y sutileza esta vez, palpo su espalda—. Ven. Vamos a lavarte.
Le ayudo a ponerse de pie y la encamino con cuidado hacia la ducha. La dejo allí dentro e iba a cerrar la puerta plegable. Su mano se interpuso, evitandolo.
—No te vallas, por favor —expresa en tono trémulo.
Sigue afectada. Y no es para menos. Despertar como lo hizo, embadurnada de sangre viscosa de quien sabe qué o quién, embargaría de completo asco y pánico hasta el hombre más valiente.
Suspiro y le contesto en modo calmado:
—Te buscaré una toalla. Tranquila, no iré muy lejos.
Escuchando el chorro de agua de la regadera ser abierto, me alejo en busca de alguna de esas toallas de la perchera.
No me devuelvo sin antes escrutar con detenimiento, la tina.
Introduzco mi mano sin pudor, quitando el tapón del fondo, a que este se trague toda la sangre, y abro esta parte de la regadera de mano, a que se lave. Miro en todas direcciones, y es cuando diviso en la parte superior de la pared, una especie de rejillas pertenecientes a un pequeño ducto que se encuentra a una altura demasiado elevada para echar un vistazo en ella.
Luego buscaré algo que me ayude a llegar allí y revisar.
Puede que sirva de salida...
El cerrar de la regadera varios minutos después, me indica que su baño ha terminado.
Vuelvo con mi compañera.
Introduzco mi brazo con la toalla en manos, por un extremo de la cortina. Burgess no tarda en tomarla.
—¿Qué está pasando, Jay? —pregunta del otro lado, su voz surge serena y controlada.
De ese modo la necesito; cuerda y racional, a que me ayude con este millón de piezas sin encajar.
—Es lo que trato de averiguar —repongo.
—Nada de esto parece tener sentido, Jay.
No tardo en retroceder, cuando ella desliza la cortina y se aproxima hasta salir al pasillito, sosteniendo la corta toalla sobre su pecho. Ahora luce limpia, su cabello mojado cae en ondulaciones sobre sus hombros, y su piel blanca se nota todavía más blanca bajo esta luz. Por inesperada reacción desvío la mirada para no incomodarla más de lo que ha de sentirse con esta situación crítica.
—Ven. Se dónde encontrar ropa —anuncio, pensando en que también necesito de otra franela.
Camino a la habitación mientras me sigue de cerca, escudriñando enrrededor.
Mientras Kim urga en la cómoda en busca de ropas, me consigue una franela azul oscuro, la cual no dudo en ponérme. Acudo luego a cederle privacidad y esperarla fuera, en el largo pasillo.
Al cabo de un rato se acerca a mí.
—Es... lo más decente que pude encontrar —dice, con una mueca que transmite disgusto.
Consiste en unos pantalones cortos color café, y un suéter negro.
—Dímelo a mí. De detective con arma y placa, a un civil hogareño —me señalo, brevemente irónico. Con ese mal chiste al menos consigo sacarle una sonrisa—. Bien —añado, señalando el umbral en dirección a la amplia sala en la que desperté—, entremos ahí, ahí mucho que debemos hablar.
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