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Capítulo 9

Peyton

La más feliz por mis vacaciones forzosas era Tina, que quiso aprovechar mi desgracia para que le acompañara a organizar su boda. Seis años de relación, era para ellos tiempo suficiente para conocerse y pasar a lo que llamaban "Segundo nivel".

Como si estar casado fuera una especie de pirámide alimenticia que había que ir escalando. La única similitud que le encontraba eran los obstáculos que había que sortear en cada escalón.

Mi experiencia me la daban el matrimonio entre mi padre y Silvia.

Sin entender para qué podría ser necesaria mi compañía, acabé aceptando. Cualquier cosa era mejor que quedarme en casa y afrontar era pensar en lo sucedido. Corría el riesgo de caer en tentación e ir a la estación y exigir mi reintegro.

Mantener mi cerebro ocupado y lejos de los eventos que me llevaron a entregar mi placa era por momentos agotador. En las noches en que mi cerebro y cuerpo no estaban ocupados, regresaba a esas calles.

Revivía mi carrera para atrapar a ese malnacido, una y otra vez. Los detalles eran perfectos y nítidos, jamás lo perdí de vista. ¿En qué momento hicieron un cambio? El jefe no lo tiene como teoría, pero estoy convencida de que a quien asesiné tiene que ver.

—Irás a Roma —pregunta Tina, sacándome de mis pensamientos y mirando a mi alrededor.

—¿A dónde cojones me llevas?

Tina sonríe, bien sea por el cambio de conversación o por mi rostro intrigado. He ido con a ese edificio una sola vez, no duré más que un par de minutos. Podría jurar que este no es el camino.

—Papá, dice que lo mejor es que estés al margen. —continúa —Tu mamá te ha pedido ir a visitarla, siempre estás ocupada.

—Lo estoy para ella —respondo viendo el camino —. No me interesa ver a Giorgio o a Francesco o a nadie de esa familia.

—¿Has visto la prensa?

—¿Para qué leer la prensa? Tengo el detalle de los crímenes a diario. —Le digo y señalo la vía —¿No íbamos a ver a esa organizadora de eventos? —le digo viendo el desvío que ha tomado.

—Deberías hacerlo de vez en cuando —menciona cuando un auto gris pasa a toda velocidad por nuestro lado y se posa ante nosotros—. Hay que revisar esa herida —señala mi brazo al decirlo.

No le respondo, toda mi atención la tiene el auto gris que frena con violencia, obligando a Tina a hacerlo y a todos detrás de nosotros. Mi compañera y los demás maldicen, cada uno al auto de adelante.

—¡Maldición! —le digo retirando el cinturón de seguridad.

—¿A dónde vas? —me pregunta al verme salir del auto.

—Llama al 911 o a tu padre.

Del interior sale un hombre en americana marrón y un arma en manos. La escena que empieza a proyectarse, la reconozco y mi reacción es producto de la experiencia de actos pasados.

—¡Alto! Policía —le ordeno sacando la mía. — ¡Baje el arma!

El hombre tiene la vista fija en la acera de la izquierda, pero de momento, la posible víctima no es importante. No alcanzo a repetir la orden una segunda vez, un disparo que dispersa a la multitud como si fueran hormigas siendo atacas por insecticida. Hay demasiada gente para responderle, y maldigo mi mala suerte.

—¡Llamen ambulancia! —ordeno persiguiendo al sospechoso.

Dos calles más adelante se embarcan en un segundo auto, con la bolsa de la chica en manos. Saca la mano por la ventanilla y me muestra el dedo medio perdiéndose entre la multitud.

Sin otra cosa más que hacer, marco al 911 dando los detalles de lo sucedido. Minutos después me acerco a la víctima, y un grupo de curiosos la rodea. Tina le busca el pulso, mientras intenta calmar a la prometida de la víctima.

Un hombre alto, de cabello negro, cejas pobladas y pestañas tupidas, yace en el suelo, con una herida que sangra en exceso. En silencio y viendo los avances de mi amiga por controlar la hemorragia, lo detallo a ambos.

Viste un Jarper, que a juzgar por poco se adapta a su cuerpo, exclusivo. El Rolex del diseñador en su muñeca, los zapatos, sus largos y delicados dedos, hablan de que no es una persona del común.

Un tipo atractivo, de esos a los que Tina y yo solíamos admirar en las discotecas.

La chica es otra historia, desde su traje, hasta el bolso y los zapatos gritan dinero. Sin mencionar las joyas, que, aunque sencillas, son costosas. Aunque esa piedra del anillo de compromiso es el equivalente a un año de mi salario. Es lo que vieron los asaltantes: la pareja era la viva imagen del dinero y la elite.

Tina le dice algo a la chica que afirma en silencio lanzando un sollozo.

—Se escaparon, ¿verdad? —me pregunta y afirmo.

—Tengo todos los datos, no se preocupe —le calmo.

Mi compañera sigue controlando el flujo de sangre, mientras le hace preguntas a la prometida.

—Es sobreviviente de cáncer —responde ella en medio de las lágrimas—, aquí tiene todo lo que necesita.

Me entrega un folio con unos documentos, en el momento justo en que una ambulancia se detiene y dos paramédicos se bajan a toda prisa. Abro el documento viendo cómo el hombre es pasado a la camilla.

La primera lectura me obliga a ver al hombre un instante, pero ya está siendo ingresado a la ambulancia. La chica ingresa detrás de la camilla y las puertas se cierran.

—Debemos llevar ese documento —dice Tina y afirmo en silencio.

El viaje rumbo al hospital es en silencio, Tina lanzando maldiciones a los transeúntes y yo inmersa en una lectura.

****

La camilla, con dos enfermeros y un doctor, traspasa una puerta y se pierde en el interior. Una enfermera detiene el avance de la novia de Zack y una segunda le pide llenar unos datos.

Las manos le tiemblan al recibir el bolígrafo y de sus labios empieza a salir lo que parece ser una oración. Apoya su cuerpo en la pared con la planilla en manos y limpia su llanto con fuerza.

—¿Te sientes bien? —me pregunta Tina. —Desde que leíste ese documento, estás callada.

—Lo estaré cuando hable con mamá. —Mi respuesta es un gruñido que no sé si lograra entenderme.

—¿De qué? —toma mis manos y me hace verle —¿Amiga?

—¿Sabes quién es? —le pregunto y niega en silencio. —¿No lo reconoces? —insisto y vuelve a negar.

—Es Zachary —cubre sus labios con las manos al mejor estilo de su niñez.

—Nuestro Zachary —pregunta en voz alta y mi vista viaja a su prometida. —ella dijo que era sobreviviente de cáncer.

—Su madre también —comento lo que decía ese documento.

Ambas callamos cuando la chica se acerca a nosotras.

—Le dije que algo así podía suceder —nos dice mordiéndose el labio inferior —. —susurra —¿Qué le diré a su familia?

¿Familia? ¿Qué familia? El Zack que recuerdo solo tenía a su madre. Mi piel se eriza y un fuego ingresa a mi sistema al entender a qué familia se refiere.

Giorgio Rossi, su padre.

—Necesito hacer una llamada —me mira fijamente al decirlo —. Me robaron el bolso y Zack dejó el suyo en el apartamento.

Tina y yo sacamos el móvil del bolsillo, ella se queda viendo el gesto por largo tiempo antes de reaccionar. Nos dice que es una llamada internacional, algo que hace a Tina retirar el suyo y a mí sonreír.

—A Roma. —me aclara.

—No hay problema —respondo dejando el objeto en sus manos.

Aquello solo confirma que a quien llamará es al imbécil de su padre. Se aleja un par de pasos, con el rostro bajo y la mirada perdida en el piso del lugar.

—¿Crees que llamará a Giorgio? —me pregunta Tina. —No lo reconocí en medio de tanto lujo —continúa diciendo.

El hecho de que su madre haya muerto el mismo día en que desapareció no lo hace inocente. Me repito una y otra vez en mi cabeza, consciente de que es un alegato débil. La chica alza el rostro y se acerca a mí mientras habla en italiano a toda prisa sin dejar de llorar.

—¿Es usted, policía?

—Sí. —y afirma entregándome el móvil.

—La nonna quiere hablar con usted. — Tomo el objeto en mis manos y le dice algo a Tina, ella afirma mientras avanza con ella hacia recepción.

—¿Diga? —pregunto a quién mierdas este del otro lado y deseando que no sea la abuela de Giorgio o algo parecido, porque mis vísceras explotarán

—¿Con quién hablo? —demanda una voz del otro lado.

—Soy la teniente, Beck —respondo formal —. ¿Con quién tengo el gusto?

—Antonieta Mozzi, soy la abuela de Zachary Mozzi —responde la mujer y mis hombros se relajan. —Sé quién le hizo esto a mi nieto.

—A simple vista fue un asalto que salió mal.

¡Es lo que quieren hacer ver! —me interrumpe —hizo lo mismo hace doce años, cuando su madre enfermó. —continúa—los trajo a Roma.

—Señora, me temo que no es a mí.

—¿Y qué hizo? —dice la mujer ajena a mis ruegos de que no soy yo la que debe escuchar esa declaración —lo dejó abandonado en el hospital, mientras su madre agonizaba, mi nieto se enteraba de que tenía cáncer.

Lo que sigue diciendo lo escucho distorsionado e irreal. Lo encuentro más doloroso para mí de aceptar que aquello en lo que he creado todos estos años.

—Su único pecado es haberse enamorado de la hija de su esposa —continúa diciendo la anciana —. Quiero dejar claro, jovencita, que, si algo le ocurre a mi nieto, la culpa recae sobre Giorgio y Frida Rossi. Espero de ustedes una investigación limpia y detalles en mi escritorio lo antes posible.

Sin decir, nada más, cuelga la llamada. Apoyo todo mi cuerpo en la pared sin poder creerlo. Zack ha limpiado su imagen y enlodado la mía.

—Escuché el reporte por radio —la voz de mi padre me hace reaccionar y verlo a los ojos —¿Estás bien? —afirmo en silencio ante la imposibilidad de que hablar.

—El atacante iba en la parte trasera de un auto gris, se bajó y accionó el arma contra la víctima. —empiezo a decir y mi padre afirma —. Le robó el bolso a su acompañante y huyó en otro vehículo dos calles después.

—¿Un robo que salió mal? —niego y me observa contrariado.

—Su familia opina otra cosa y acusa a dos personas de este asalto.

—Algo en el bolso de valor —sacude sus manos y mira mi rostro —. ¿Qué haces aquí? ¿Qué hacemos tú y yo hablando de uno de los miles de asaltos que suceden a diario en la ciudad?

—La víctima es sobreviviente de cáncer...

—¿Y eso qué? —increpa juntando las cejas y viéndome fijamente.

—Se lo diagnosticaron, en Roma, tras la muerte de su madre —continúo diciendo —, sitio al que llegó luego de que su madre le pidiera morir en casa.

—¿De qué hablas, cielo? —la voz de mi padre suena preocupada —. ¿Es por tu investigación? Sabes que lo mejor es que estés fuera. No quiero que digan que mi cargo influyó en que limpiaran tu imagen.

—Fue hace doce años, su madre murió el mismo día en que se enteró de que tenía cáncer y que su padre lo abandonara en un hospital de Roma —sigo viendo a mi padre sin parpadear —. Él (su padre) y su entonces esposa, le prometieron ayudarle, jamás le cumplieron. —Sus ojos se abren lentamente y sus manos se hacen un puño.

—¿Zachary? —afirmo y maldice.

—Su familia señala a Giorgio y a mi madre de este asalto — comento y resopla cubriendo su mano.

—Siempre supe que existía algo raro en medio de todo esto.

Una parte de mí también, pero me negaba a ver a mi madre haciendo un acto en mi contra o culpando a un inocente. Le doy los detalles de la llamada y me escucha en silencio. Es extraño, pero mi padre nunca se sorprende de las cosas de mi madre.

—Lo mejor es que no hables con tu madre sobre esto —empieza a decir y vuelvo a verla —. ¡Es lo que debes hacer!

—¿Quieres que lo deje pasar? —reclamo.

—Lo que quiero es una investigación limpia —me aclara —. Si le reclamas a tu madre, ese malviviente lo sabrá. —inclina su rostro hacia mí y apoya su dedo índice en mi pecho —te prohíbo hacerlo, Peyton. No lo digo como superior, sino como padre.

—Cómo digas.

—¿Con quién está? —señalo la chica rubia que está con Tina y sigue el rumbo de mi mano.

—Su prometida. —ingresa una mano en su bolsillo y mira a la chica. —Si lo que dicen es cierto, ella corre peligro. Debería tener custodia, por lo menos hasta que llegue su familia. Alguien que no llame la atención.

—En eso estaba pensando —me mira un instante y una sonrisa empieza a dibujarse.

—¡Olvídalo! —niego sacudiendo mis manos. —Lo que desees menos esto.

—¿Qué mejor forma de pagarle que cuidar de su futura esposa? —Su pregunta hace bajar mis hombros y reflexionar en la respuesta.

¿Por qué mierdas tuvo que aparecer y joderlo todo?

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