Capítulo 7
Doce años después...
Zack
—Podrías repetirme, ¿Qué hacemos aquí? —la voz de Fiorella exasperada detrás de mí me saca una sonrisa.
—La idea de acompañarme fue tuya —le recuerdo —jamás te invité.
—¡Ah! Eres la cosa más desagradecida que existe. —responde con fingida indignación —no es mi culpa, es de la nonna.
Desde que le participé mi decisión de regresar, no ha parado de quejarse y reclamarme, en su perspectiva, cualquier cosa que desee de este país, alguien puede encargarse.
De los Rossi, vender la casa de mi madre, entre otros.
Pocos pueden comprenderme, llenaría mi alegato de y detalles sobre los motivos que me llevan a hacerlo y no lo entenderán.
Fiorella, pasa por mi lado arrastrando el equipaje y admirando todo a su alrededor.
—Por lo menos, la nonna tuvo buen gusto. —suelta el equipaje y avanza a la cocina —¿Café?
—¿Qué te hace pensar que encontraras algo distinto a agua allí?
—La nonna es todo menos mediocre —asoma su cabeza en la entrada, mostrándome el empaque en sus manos —. La mediocridad no hace parte de ella.
—La subestimé —acepto. —Cargado y con doble azúcar.
—Acabarás, diabético —me riñe meciendo la bolsa en sus manos —. A los diabéticos se les cae "el mago de oz", espero lo tengas presente.
—Gracias por preocuparte por mi virilidad.
—¡De nada! —responde haciéndome un guiño y perdiéndose en el interior de la cocina. —¿Puedo hacerte una pregunta?
—¡No!
Su risa preside a mi comentario y sacudo la cabeza ¿Por qué acepté? Su compañía es una distracción. Algo me dice que era lo que la abuela buscaba cuando insistió en que la trajera.
—¿Por qué quieres hacer esto desde aquí? —pregunta ignorando mi pedido —tienes un excelente grupo, ellos pueden encargarse.
Su voz se ahoga con el ruido de los trastes y el sonido del agua brotando del grifo. El apartamento cuenta con dos habitaciones amplias, un balcón con vista a los rascacielos de la ciudad, sala de estar, comedor y hasta estudio. Un sitio elegante, amplio y lujoso. Ingreso el equipaje a la habitación más pequeña y me distraigo con el decorado. Miento, la verdad es que no deseo responderle, ni traer a la luz el dolor de esos tiempos.
De vuelta al salón lanzo mi humanidad a un sillón, buscando una respuesta simple y que no la lleve a la inquieta Fiorella a una segunda pregunta.
—Es difícil de explicar. —respondo al fin. —Es simple y difícil a la vez.
—¡Inténtalo! —pide —prometo no juzgarte.
—Es lo que hiciste en todo el vuelo—me defiendo.
—Alguien debe pagar —escucho, un bufido y sonrío —. ¡Sacarme de Roma en esta época! He demostrado mi amor por ti.
—Me siento alagado y conmovido.
—¿Vas a responderme? —insiste.
Entiendo que no tengo otra opción más que hacerlo. Fiorella lanzará sal a la herida y atacará todos los blancos hasta obtener lo que desea. Por algo, la familia la dejó al frente de la empresa.
—Si voy a atacar, deseo hacerlo de frente —inicio — necesito que Carl y Peyton, sepan que esto no tiene que ver con ellos.
—¿Estás seguro? La nonna dice que tienes mucho rencor en tu corazón y no solo con los Rossi y Frida.
Sale de la cocina y lanzándose a un sillón, como si acabara de hacer el mejor banquete. Retira su abrigo y lo tira a un costado, acusándome de mentirle sobre el clima.
—¿Y bien? —mueve los brazos en mi rostro para llamar mi atención. —¿Qué tienes que decir?
—Mi odio es fundado —comento —no estabas allí, entiendo si esto te parece absurdo.
—Tengo el presentimiento que lo que buscas es una excusa para verla. —alza las manos impidiendo que responda —¡No voy a juzgarte! Todo lo contrario, voy a ayudarte en todo lo que requieras.
—No esperaba menos de ti—me apunta su dedo índice mientras resopla.
—Te daré un consejo —suspira —si te plantas ante ella, no va a escucharte. No uses tu presencia o sex-appeal.
—¿Bromeas? —extiendo los brazos en el sillón al decirlo —si es lo mejor que tengo.
—Lo mejor que tienes es la verdad —dice con semblante serio—. Una de las que estamos seguras, su madre, ocultó.
—No conoces a Peyton.
—Tampoco tú —me interrumpe —. Han pasado doce años, mucho tiempo para madurar a un corazón.
Nadie cambia tanto, menos ella. Peyton era la chica más dulce que he podido conocer, en todo este tiempo no he encontrado a una mujer la mitad de lo que ella era. Femenina, agradable y perfecta.
Peyton
—¡Hijo de perra! ¡Aun lado! —grito a los transeúntes sin perder de vista a mi objetivo.
El sospechoso se despoja de su americana marrón. Sonrío, entendiendo lo que busca. Ocultarse entre la multitud, pero le será imposible. Los espantados transeúntes se hacen a un lado al verme correr, otros no son tan diestros y son derribados a mi paso.
El hombre ha pasado de tener una americana marrón y vaqueros negros, a una remera amarilla.
—Hoy no es tu día—le digo al hombre a la figura que cruza hacia un callejón sin salida. —Te atrapé.
Su escape duró, veinticinco minutos, en ese lapso de tiempo lo he visto despojarse de su ropa y derribar un sinnúmero de obstáculos para evitar ser capturado.
Solo cuando estoy en la entrada del callejón, disminuyo los pasos y retiro el arma de la funda. Conozco el lugar, al parecer el sospechoso, no tanto. No hay forma de escape, a no ser que tenga alas y logre traspasar un muro de más de siete metros.
El callejón hace parte de las ruinas de un viejo desmantelado por los ladrones, con la mayoría de entradas selladas con concreto por los dueños. Puertas y ventanas fueron canceladas, dejando solo la principal, con cadenas y candados.
Completan la escena, cuatro contenedores de basura, dos a cada lado del largo pasillo y un quinto en el fondo. Sobre este último se encuentra el sospechoso, creyéndose el hombre araña.
Peter Parker, después de diez días de intensa diarrea. Su cuerpo esquelético dando saltos intentando llegar a su objetivo, me saca una sonrisa mientras me acerco.
—Me gustan los hombres que no se rinden ante el primer obstáculo —le digo deteniendo mis pasos a unos diez metros —sin importar lo imposible que se vean. No hagas esto más difícil. —aconsejo al ver que retira el seguro.
Detiene sus intentos de escape, pero no suelta los nueve milímetros con el que hace unos minutos mandó a mejor vida a un comerciante.
—Suelta el arma —le ordeno. —suelta el arma y pon las manos donde las vea —repito.
No obedece y no va a hacerlo, porque los de su especie no están acostumbrados a hacerlo, no a la ley. Lanzo un suspiro largo al verle girar hacia mí y alzar el arma, repito la orden.
—Teniente Beck, no puedo creer que me haya olvidado.
La sonrisa que me brinda, enseña una hilera de chuecos y amarillentos lentes. No es su mensaje o su sonrisa lo que llama mi atención, es su atuendo. La contrariedad tarda unos segundos, el ruido de las sirenas, acercarse ejercen el poder de hacerme reaccionar o es el disparo que escucho.
—¡Y una mierda! —exclamo viendo su cuerpo caer del contenedor luego de haberle disparado.
En segundos, el callejón está lleno de oficiales y patrullas. Uno de ellos se acerca al herido, apoya su mano en el cuello y alza el rostro hacia mí mientras niega. Un segundo hombre, toma el arma y otros se encargan de cerrar el perímetro.
—Creí que el sospechoso llevaba americana marrón y remera amarilla —reclama mi jefe detrás de mí —. ¿Podrías decirme, qué ocurrió Beck?
—Las dejó en un contenedor a dos calles —respondo viendo el cuerpo.
—¿Qué hay del pantalón? —insiste —¡Beck! No eres nueva en esto.
A pasos lentos, me acerco al cuerpo y un sudor frío recorre mi cuerpo. Las preguntas de mi jefe continúan, yo le anexo un par a sus inquietudes. El hombre no solo cambió de atuendo, sino también de corte y color de cabello.
No es el sospechoso, lo que me lleva a la incógnita más grande de todas. ¿En qué momento hicieron el cambio? Estoy segura de que no lo perdí de vista.
—¡Estás fuera, Beck! —le escucho decir, enseñándome las manos.
Retiro la placa de mi cintura, le entrego el arma escuchándolo decir que no me quiere cerca a mis compañeros. Me ordena mantenerme al margen todo lo que pueda.
—Lo hago, por tu padre —continúa —. Esto no puede enlodar su imagen.
—Vamos, Beck. —me dice uno de mis compañeros —:no te preocupes, esto va a solucionarse.
Me detengo al sentir el ardor en mi brazo y al verle, descubro que sangra. Me llevo una mano distraída hacia la herida, cubro la yema de mis dedos con la sangre y juego con ellas.
—Te llevaré a suturar —sugiere y niego —. Estás sangrando —insiste.
—Llévame con Tina —le pido.
—¿La sexy doctora? —bromea —¿Cuándo vas a presentármela?
—Tiene prometido, y un padre bastante celoso —le recuerdo.
—¿Por qué tienes que decirlo? —se queja —yo solo quiero conocerla.
—O fallártela —corrijo —,tú no quieres ver a Héctor cabreado.
—No debe ser más peligroso que el comisionado, Carl Beck.
—Te puede sorprender —respondo ingresando al auto.
Bellezas, están ante el primer capítulo de esta historia
Mil gracias por el apoyo
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