Capítulo 5
Narrador
Para Carl, tener a su hija a su lado, es la realización de su más grande anhelo. Desde su llegada, Peyton se convirtió en el motor que le mantenía a flote en este mundo. Por desgracia, su escasez de recursos y origen humilde le impidieron obtener la custodia total.
Por aquellos días, no entendió lo injusto y arbitrario de la decisión de sus padres. Fueron ellos, los padres de Frida y los abogados de las partes, quienes tomaron esa decisión. Carl, sabía que Frida era incapaz de querer a alguien que no fuera ella, pero poco y nada pudo hacer para girar esa decisión a su favor.
Perdió la cuenta de las veces que intentó tener la custodia de su hija, pero jamás se rindió. El estatus alto de los Orellana había logrado que Frida se saliera con la suya, pero Carl no era un hombre cobarde.
Mientras se calza los zapatos, recuerda todas las veces que le fue negada la solicitud y la diversidad de excusas que le dieron. En todas, maldijo a la vida, a su inocencia, a la debilidad por el licor y hasta a sus padres por obligarle a firmar ese documento.
Con el tiempo, llegó a adaptarse a ver a su hija por instantes robados y cada diez meses. Si deseaba verla antes de ese tiempo, se inventaba viajes de fines de semana, salidas para no ceder a su hija.
No tenía más opciones que adaptarse a las reglas de Frida y un juez lo consideraba no acto para educar a una bebé. Sonríe con desdén ante ese pensamiento.
Como si Frida, Sofía fuera la mejor de las mujeres.
Se calza el saco, la corbata y avanza hacia la salida, cruzando la corbata en su cuello y haciendo el nudo. Detiene los pasos a mitad del pasillo, extrae el móvil de su bolsillo y vuelve a leer el mensaje de Frida.
Maldice por última vez y no solo por el texto enviado.
No era posible que Frida siguiera creyendo en la inocencia de su prometido y no a su hija. ¿Acaso no la conocía? Supone que no, de otra forma, no entiende cómo la considera capaz de inventarse los acosos de Giorgio.
—Hija de puta —escupe de mal humor guardando el móvil en su bolsillo.
El ruido de la planta baja y las risas de sus hijos y esposa logran disminuir su mal humor, pero no del todo.
¿Qué hubiera pasado si Zack y Tina no la acompañaran? ¿Cuál era el maldito plan de ese infeliz? Emborracharla o drogarla, le responde su experiencia policial.
¿Y luego? Peyton le diría a él lo sucedido, ese malviviente lo sabía. ¿Cómo escondería el delito?
Empuña el móvil en sus manos con fuerza, su cuerpo tiembla ante las imágenes mentales que se le vienen tras esas dos preguntas. El calor que despide el móvil en sus manos, le hace disminuir el agarre. Cierra los ojos y le da varios giros a su cuello, escuchando cómo crujen ante ese gesto.
—¡Papá! —El llamado de Peyton le hace abrir los ojos.
Avanza a pasos rápidos por las escaleras hacia él con una sonrisa en los labios. Trae puesta un pantalón corto hasta las rodillas y una camiseta con estampados de palmeras. Completan su atuendo un sombrero rosa adornado con flores y zapatos deportivos.
—Miami —le dice lanzándose a su cuello —, no puedo creerlo.
—Te dije que, si te portabas bien, serías premiada —le recuerda besando su frente y tomando su rostro entre sus manos. —tus notas han mejorado y en dos días es tu cumpleaños, eso amerita una recompensa.
Sus hermosos ojos, verde oliva, brillan de felicidad al verle. Está próxima a cumplir diecisiete años, hace unos días era una niña traviesa de rostro redondo y larga cabellera castaña ondulada. Hoy, es una adolescente con cuerpo de mujer y eso le altera los nervios y le produce terror.
Al igual que él, su hija ama el deporte, lo que se ve reflejado en su cuerpo. Su estatura sobrepasa a las chicas de su edad, al igual que su belleza. Tiene una hija hermosa, excelente deportista y bailarina.
Giorgio Rossi ha visto lo mismo que él, pero con diferentes ojos.
—¿Papá? —parpadea varias veces y su hija le sonríe —¿Puedo saber en qué piensas?
—En la hermosa hija que tengo —confiesa viéndola sonreír —, ¿qué decías?
—Que no me quiero ir sin ti —le dice y suspira —. Silvia dice que llegarás el sábado.
—A primera hora, estaré tocando tu puerta con una enorme torta —promete —lo juro —sigue diciendo al notar la duda en sus ojos.
—Vale —responde luego de pensarlo un poco —pero si no vas —alza el dedo índice a manera de advertencia y lo arropa entre una de sus manos, se lo lleva a los labios y le da besos fugaces.
—Es tu paso de niña a mujer. ¿Cómo voy a perdérmelo?
—No lo sé —se lleva el dedo índice a su mentón mientras finge pensar unos instantes —. ¿Tu trabajo?
—Tengo todo planeado, solo ve y disfruta de mi ausencia —baja los escalones, que los divide y la toma por los hombros —. En dos días desearás que no hubiera ido.
Héctor, el padre de Tina y su fiel amigo, pasará por ellas y las llevará al aeropuerto. Las dos mujeres se irán primero con sus hijos, ellos deben finiquitar un par de cosas que hacer antes de unírseles.
El claxon de un auto le dice que han llegado. Peyton se aleja de él y corre hacia la salida. Sonríe al verla perderse hacia la calle. Su comportamiento infantil contrasta con su cuerpo de mujer. Cruza sus brazos en mitad del salón y vuelve a reír al verla regresar, esta vez con su hermano.
Ambos con una sonrisa en los labios y rastros de culpa en su rostro.
—Serán las horas más largas de mi vida —le dice con su hijo en brazos y Peyton pegada a ambos —. Haré lo posible por llegar antes de tiempo.
Los conduce a la salida y los instala en la camioneta de su amigo. Silvia es la última en ingresar, permanece a un costado.
—¿Estás seguro de que es lo correcto? —le pregunta recibiendo su abrazo —va a enojarse. —aleja su rostro de su pecho y le observa preocupada. —hizo planes con Peyton.
—Y Giorgio —le recuerda —. Se lo he advertido, solo muerto le dejo a ese hijo de perra a mi hija.
—Entiendo tu temor, pero temo que ellos...
—Ya no tengo dieciocho —le interrumpe —. Los Rossi no me intimidan.
—¡Silvia!
—¡Mamá!
—Son solo dos días, no es como si nos fuéramos para siempre —bromea Victoria, la madre de Tina, y ambos le sonríen —no tienen tanta suerte —le hace un guiño y vuelve a ingresar su dorso.
—Será mejor si ingreso —le da un beso fugaz en los labios y cierra la puerta cuando su cuerpo se pierde en la camioneta.
—Te veo en la estación, no abras ese email, sin mí —dice Héctor antes de pisar el acelerador.
Permanece allí hasta que el auto atraviesa la última curva que lo conducirá a la salida. Una figura conocida se posa a su lado, pasa la mano por los hombros del chico y le lanza una mirada fugaz.
—¿Hablaste con tu madre? —pregunta y el chico afirma —¿Qué te dijo?
—Que sí —afirma distraído. —Pero lo costearemos.
—No es necesario.
—Puedo hacerlo —le calma —, las deudas han disminuido.
—¿Qué hay del tratamiento de Regina? —le recuerda y su sonrisa se esfuma.
—Está controlado.
—¿Seguro? —afirma lanzando un suspiro.
—Me gusta, su hija —la confesión le hace alejar su brazo del chico y tensar todo su cuerpo —y sé que soy correspondido.
Admira la solemnidad de sus palabras y su porte erguido. Dentro de todos los hombres que pueden pretenderla, Zack es el mejor de ellos. Es honesto, leal, de buenos modales y lo conoce desde pequeño.
—Es menor de edad.
—Lo tengo claro —responde en calma —. Le aseguro que no he traspasado los límites.
—¡Y no lo harás! —le advierte.
—Pensé que confiaba en mí —se queja —. Lo que le digo puede verse como abuso de confianza, pero le aseguro que no es así.
—Confío en ti, pero no en tus hormonas ni en las de mi hija —le responde liberando el aire de sus pulmones e intentando controlarse. —Mantenlo todo lo platónico que puedas.
—Mamá, me pidió ser sincera.
—Y te lo agradezco —acepta —. Peyton es menor de edad, si Frida se entera —guarda silencio y le ve antes de seguir—, hará un jodido drama que puede arruinar tus sueños.
—Estoy dispuesto a hacer lo que me diga —ofrece plantándome ante él.
—Lo mejor es esperar a que ambos estén donde deben —le señala —. Ella tiene la mayoría de edad y tú en la universidad.
—Entendido.
—No me defraudes —le advierte y afirma —y busca el mejor momento para decirle tu origen. —Su cuerpo se tensa y niega enérgico —lo mejor es que lo sepa de tus labios.
—Buscaré el momento perfecto —promete.
***
—¿Qué quieres decir con que Peyton no está? —Su rostro luce rojo al decirlo —. Te dije que teníamos planes. Giorgio, la presentaría a su familia.
—Me encantaría que dejes de actuar como si ese hijo de perra fuera el padre de Peyton —pide.
—¡Es el cumpleaños de mi hija! —chilla —. Llevo dieciséis años celebrándoselo.
Controla las ganas de retorcerle el cuello, aferrándose la pluma con fuerza. Finge que el objeto es el cuello estilizado y elegante de la mujer ante él. Extrae un sobre de uno de los cajones y se lo extiende a ella.
—¿Qué es esto? —toma el sobre y saca del interior el papel que mece en el aire con desprecio.
—Un juez aceptó el caso de la custodia —señala el papel en sus manos —. Peyton estará a mi lado en adelante.
—¿Crees que no sé lo que buscas? —acusa —pero no voy a permitir que destruyas el futuro de mi hija.
—¿Cómo voy a ser algo así? —se cruza de brazos mientras sonríe —. Muero por escucharte.
—Me encantaría tomar esa frase literal —responde con burla— y que te diera un infarto al escucharme.
—¡Inténtalo! —le reta reclinando su cuerpo en la silla y apoyando ambas manos en su cuello —puede que tengas suerte.
—Siete meses contigo y has roto la regla más básica que le tenemos. —empieza a decir. —Peyton no tiene permitido tener novio — en adelante sabe lo que vendrá. —La han visto pasearse con un chico. Incluso lo llevó a la mansión Rossi. Eres tan incoherente, Carl.
—Me imagino que hablas de Zack —resopla.
—No es un buen chico, estoy preocupada —dice preocupada —. ¿Quién nos garantiza que su deseo no sea desquitarse de su padre?
—Lo estás confundiendo con Francesco. —mueve el bolígrafo en el aire mientras sonríe —¡Deberías ver su historial!
—Estoy hablando en serio.
—También yo —inclina su cuerpo hacia el escritorio y se acerca todo lo que el espacio le permite a ella. —Giorgio Rossi jamás ha sido un padre para Zack. Todo lo que es hoy día es gracias a Regina Mozzi.
—Su madre es todo menos una mujer de bien. —Carl suspira, no quiere escuchar las excusas de ese infeliz. —Quiso escalar en la familia seduciendo al heredero.
—¡No me jodas! —pasa ambas manos por su rostro mientras sonríe —. Ese bastardo la violó.
—¿De qué estás hablando?
—Regina era menor de edad —confiesa viendo su rostro palidecer —. Fue sacada de su casa en Italia, le prometieron estudios. Tu prometido —le señala —la sedujo a ella y a la madre de Francesco.
Frida empuña las manos y se remueve incómoda en la silla al escucharle. Lo único que Zack y Giorgio tienen en común es el físico, todo lo demás es heredado de su madre.
—Tenía la edad de nuestra hija. Fue violación —recalca cada palabra con firmeza.
—¡Estás mintiendo! —habla con seguridad, incorporándose de la silla.
—Este escritorio y esta placa, han encerrado a muchos como Giorgio Rossi. Por eso no lo quiero ni lo querré al lado de mi hija. —menciona golpeando el escritorio —, si no me crees, puedes constatarlo. — Finaliza, lanzando al escritorio un folio.
Su pulso tiembla cuando lleva el bolso a sus hombros. Sus ojos están cristalizados y sus labios se curvan en una mueca de dolor. Observa los folios que le han entregado y sacude la cabeza.
—Solo quieres arruinar mi felicidad —acusa —. Es tu forma de vengarte por mi error.
—¿Llamas error, drogarme y usarme? Tú y tus amigas, vieron en este miserable un juguete. —Han pasado muchos años, tiempo en el cual ha logrado recordar esa etapa sin sentirse perdedor. —encontraste al hombre perfecto para ti.
—No puedo contigo —da media vuelta y camina a paso rápido por la puerta, dejando a Carl sumergido en sus pensamientos y recuerdos.
Peyton no lo sabe y, si depende de él, jamás lo sabrá. El embarazo de Frida fue la prueba que necesitaron para confirmar su acusación. Frida, junto con tres amigas, lo emborracharon y drogaron en un bar.
Carl amaneció desnudo y atado en una habitación de un hotel de lujo, con marcas de azotes y golpes en todo su cuerpo. El recuerdo de las chicas que se le acercaron sirvió de ayuda para dar con los detalles de esa noche. El barman, las meseras y un par de clientes contribuyeron a dar detalles a esa noche.
En su cabeza no había rastros de nada. El psicólogo aseguró que estaba saboteando sus recuerdos.
"—Para un hombre es difícil de aceptar una violación, sobre todo si el victimario es mujer." Le había dicho.
En aquel entonces no lo creía posible, hoy día es distinto. La experiencia cargando esa placa le ha hecho ver que una mujer sí puede dañar a un hombre y destruirlo.
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