Capítulo 4
Gracias a Silvia y a la estrecha amistad que tenía con Regina, sé todo lo que necesito saber sobre Zachary. Algunos datos, puntualmente los que comprometen a su familia paterna, se han negado a mencionar, por consideración, a su amiga.
Le he pedido a Tina acompañarme a casa de Giorgio prometiéndole contar todo lo que hasta ahora he averiguado. A Tina le fascina el chisme y he descubierto que todo lo que tenga que ver con Zack me importa.
—¿Le dijiste a tu padre que irías conmigo? —me dice alzando la mano para detener un taxi.
—Sí, y no —respondo evasiva —. Le dije que iría con Zack.
—¿Y? —pregunta urgida —creí que buscabas cualquier momento para estar con él.
—No lo vi —me encojo de hombros fingiendo indiferencia —. Le envié un mensaje y no respondió.
—Seguro estaba apagando el fuego de alguna dama —detengo mis pasos y le miro enojada —. ¿Por qué te enojas? —chilla —Hasta donde me has dicho no son nada —calla —. ¿O lo son?
—¡Cierra el hocico! —gruño y abre los brazos.
—Me prometiste contarme todo sobre Regina —se queja —y no has hecho otra cosa que ver ese móvil —señala el objeto en mis manos y resoplo.
—Lo haré si prometes no hacer un comentario estúpido —alza la mano y afirma con solemnidad —. Es más triste de lo que llegamos a sospechar —inicio.
Regina Mozzi, llegó a este país procedente de Italia, el sitio exacto y Silvia aseguró desconocerlo. Mentía, pero no quise insistir por considerarlo poco relevante. Una familia adinerada, le había traído con la promesa de darles empleo a cambio de su trabajo como niñera.
Su origen humilde le hizo buscar fortuna en otro país y vio en esa familia la esperanza de sacar a su familia de la miseria. La escasez de dinero no era impedimento para estudiar. Regina tenía buenas notas y un coeficiente alto, dos datos que le permitieron acabar la secundaria a los quince años. A los dieciséis, con permiso de sus padres, cargada de sueños, ingresó a un avión que la llevaría a un futuro mejor.
Nada más lejos de la realidad.
El primer año, dicha familia cumplió lo prometida. Inscribieron a Regina en la universidad y le dieron todo lo que necesitaba para cumplir su sueño de ser pediatra.
Regina cuidaba a los dos hijos del matrimonio, el tercero y mayor de todos se había quedado en Italia concluyendo sus estudios.
Con el arribo del señorito de la casa llegaron sus problemas. Tenía diecisiete años cuando su mundo se dividió en dos. Regina desconocía el universo, la maldad y lo que se podía esconder detrás de una sonrisa. Había vivido rodeada de personas honestas y de sentimientos limpios.
Era joven, ingenua, hermosa y el nuevo integrante de la familia lo descubrió al entablar el primer diálogo. En adelante, buscaba cualquier pretexto para estar con ella, siendo sus hermanos menores la excusa perfecta. Su negativa a traicionar la confianza de sus jefes, no fue un obstáculo para él, todo lo contrario.
Con la experiencia que le dejaron los años, entiende que su negativa fue vista como un reto. De haberle seguido la cuerda, la hubiera dejado tranquila. Empezó a creer en su supuesto amor, en las promesas de un futuro distinto, en el matrimonio que oficiaría luego de ella graduarse, entre otras muchas historias ficticias.
Una mañana de otoño, Regina descubrió que el atraso tenía un motivo. Estaban esperando un bebé; eso representaba el fruto de su amor. Emocionada y confiada en que aquello no sería un problema en su relación, pidió a su amor verse, pero este no hacía sino evadirla.
Una semana después, la tranquilidad en la mansión se vio violentada por gritos y llanto. De manera fortuita y sin que nadie la viera, corrió a ver lo que sucedía al escuchar entre los gritos el nombre de su amado.
Era la esposa de uno de los socios de la compañía, quien traía de la mano a su joven hija. Había descubierto no solo el romance inmoral entre el heredero de la familia y su pequeña hija, sino también un embarazo que ambos planeaban finalizar ese mismo día.
La dama exigía reparación a la afrenta o se vería en la penosa necesidad de llevar el caso a la policía. Evidentemente, había sido seducida y demandaba una respuesta urgente.
Los preparativos de la boda iniciaron, con una Regina lidiando con los primeros síntomas de su embarazo, un corazón roto y viendo su castillo se desmoronaba. Le fue imposible ocultar su estado y el causante. La reacción de sus jefes fue inesperada, la sacaron de la casa prometiéndole ayudarle a salir del problema.
—La amenazaron para que callara —continuo diciéndole a una Tina bastante sorprendida —. Le prometieron pagarle un apartamento, los estudios universitarios y el apellido al pequeño, a cambio de su silencio.
—¡Qué hijos de perra! —escupe mi amiga de mal humor.
—Se refugió en casa de una amiga que le ayudó con el embarazo y a encontrar empleo —continuo —le dieron el apellido a Zachary por insistencia de su abuelo, nada más.
—¿Y dices que no se volvió a casar? Ni volvió a casa.
Guardo silencio mientras ingresamos al taxi, le doy la dirección y solo cuando empieza a deslizarse retomo la conversación.
—Asegura que Zack ha sido su único y verdadero amor. —respondo con una sonrisa y me gano un codazo de Tina. —Y le avergonzaba ir con su familia.
—Es increíble que, teniendo familia con dinero, no haya podido estudiar —se queja Tina y afirmo lanzando un suspiro.
Zack acabó sus estudios hace dos años, divide su tiempo entre cuidar la salud de su madre, pagar deudas y su trabajo como bombero. Hace cinco meses y al conocer el estado crítico de su madre, hizo a un lado el orgullo y le pidió ayuda a su padre.
—Se la negó —mi voz sale amarga al decirlo —. Le aconsejó trabajar duro, una beca le sería negada, apenas descubrieran que era su hijo ilegítimo.
—¿Qué tan delicado es la salud de su madre? —niego sin saber qué decir.
Silvia fue escueta en esa respuesta; por más que insistí en repetirle la pregunta, no quiso responderle. Fue en casa de los padres de Silvia donde Regina encontró un hogar y el apoyo que necesitaba para seguir adelante. Una amistad que lleva más de dos décadas y que no planea romper.
—¿Quién cuidará de su madre cuando empiece a estudiar?
Tina insiste en hacer preguntas a las que no le tengo respuestas. Deben tener un plan trazado, son bastante unidos y no veo a Zack haciendo planes que no comprometan a su madre.
—Llegamos.
La voz del chofer me hace ver hacia la calle y detallo el exterior de la mansión Rossi, el hogar de Giorgio. Salimos del auto en silencio y ambas nos quedamos durante largo tiempo viendo las rejas y el enorme jardín.
—¿Sabes qué vienes a buscar?
—Espero que la custodia total para papá —no puedo evitar responder y ambas sonreímos —mencionó algo sobre una sorpresa.
Mi experiencia con Frida Orellana, me dice que no me emocione. Las sorpresas de mi madre no siempre son buenas para mí. Lanzo un largo suspiro y doy el primer paso hacia las rejas con Tina a mi lado.
Ni siquiera sé si seré recibida, ellos no me conocen y fácilmente podrían confundirnos con indigentes. Ese pensamiento y la vibración de mi celular en la parte trasera de mi vaquero me hace detener.
—¿Qué? —pregunta Tina, ansiosa, viéndome sacar el móvil —¿Otra vez?
—Es papá —le digo viendo la pantalla —. Tu mamá te ha estado llamando, no le respondes.
Le entrego el móvil, lee lo que dice mi padre y busca el suyo en el morral. Mi padre es escueto en las explicaciones, solo me pide decirle a Tina que le hable a su madre y a Zack que la lleve a donde ella diga.
—Tu padre cree que estamos con Zack —reflexiona ella viendo la pantalla —. Estaremos en problemas cuando descubra que llegamos aquí sin la guardia presidencial.
Me distraigo viendo el auto negro de lujo que empieza a acercarse al enrejado. Desconozco de marcas, pero lo que hay ante las dos despide dinero. Las rejas se abren ante nosotras y sin pensarlo dos veces nos hacemos a un lado. Los vidrios del lado del conductor empiezan a bajarse al mismo tiempo que el claxon de un auto nos hace saltar.
—¿Están perdidas? —La voz profunda de Zack me hace sonreír mucho antes de verle. —¿Por qué no me esperaste? —me reclama.
—No recuerdo que aceptaras traerme —le riño y su reacción me hace sonreír, retira la gorra de su cabeza y se rasca la cabeza.
—Pensé que lo había hecho —se excusa y entorno los ojos —. ¿No les ha pasado? Creen haber respondido un mensaje y no es así.
—A mí sí —comenta Tina —, creí que apagabas un fuego. —golpea mi cintura con los codos, haciéndome un guiño.
—Estoy de descanso —le responde viendo hacia el sitio el auto negro. —Tu madre necesita hablar contigo —señala a Tina, quien afirma buscando algo en su móvil —:es urgente.
—¿Puedes quitar ese desastre de mi vista? —La orden en tono, espero, viene del auto negro, de cuyo interior un chico de cabello castaño observa a Zack con fastidio.
—Si no sabes conducir, ¿para qué usas el auto de papi? —habla Zack señalando la salida —. Tienen espacios suficientes para salir de todas las formas.
El chico se baja del auto y avanza hacia Zack. Este, por su parte, no parece incómodo o temeroso por el porte beligerante y bravucón.
—La entrada del servicio es por el este —nos dice a todos, aunque Zack tenga toda su atención.
—No soy del servicio —responde Zack saliendo del auto.
—¡Mierda! —comenta Tina, ajena a lo que sucede a su alrededor —la abuela está en la clínica —continúa.
—Zack te llevará —le digo sin perder de vista a Zack y al chico que insiste en provocarle.
—No es necesario, papá, viene por mí.
—Viene conmigo —logro decir —. Soy Peyton Beck, vengo...
—Sé quién eres, lo que deseo saber es: ¿Qué hace ese mugroso auto dañando la fachada de mi casa? —me interrumpe y Zack sale del auto.
—Zack, por favor —le ruego.
—¡Francesco! —habla una voz masculina detrás de nosotros —¿No tenías algo urgente que hacer?
Vuelvo la vista hacia quien habla y me encuentro con un anciano. Cabello teñido de blanco y con vestimenta deportiva. Detrás de él, un chico carga un enorme bolso con varios palos de golf que deja en el césped mientras observa la escena con curiosidad.
—¡Te estoy hablando! —le dice en tono enérgico y con claro acento europeo al notar que no hace pie por alejarse de Zack. —¡Ingresa a la casa o lárgate! Pero, ¿has algo con ese auto? —finaliza el anciano con la vista fija en Zack.
Quien ahora, sé, se llama Francesco y da un paso atrás sin despegar la mirada de Zack. Por su parte, Zack se ha cruzado de brazos y apoyado en el capo, observa la escena con una sonrisa en los labios.
Si bien, la reacción de Zack no parece beligerante, la del chico dice otra cosa. Tina parece entender lo que está sucediendo y acelera el paso al verme avanzar hacia Zack. Ambas nos detenemos a lado y lado de él. Si bien, no somos las mejores con los puños, a nuestro alrededor hay varios objetos que podemos usar para defenderle en caso de que ese idiota quiera golpearle.
No podemos evitar respirar aliviadas al verle retroceder e ingresar al auto. Una vez dentro, empieza el vehículo, empieza a rugir y mi garganta se seca al entender que ese imbécil le está restregando a Zack su auto.
—Lo siento —no puedo evitar decirle viéndolo un instante y me hace un guiño despreocupado.
—No tiene que ver contigo —me calma —. Hace tres meses tuvimos que sacar su trasero de un auto, vuelta mierda que estrelló borracho. Mi error fue estar presente cuando su madre le reprendió.
Pisa el acelerador y pasa por nuestro lado dejando una estela de polvo y hojas secas. Zack sacude su cabeza mientras resopla y le da una mirada fugaz al anciano que nos observa desde las rejas.
—Lamento el inconveniente hijo —se excusa —. Francesco es igual de impulsivo y arrogante que Giorgio. De todas las cosas que pudo heredar de su padre, el destino quiso que fuera todo lo malo.
Así que ese imbécil era el hijo de Giorgio, pienso viendo en dirección en que se ha ido. Zack no hace comentarios, alza los hombros con indiferencia y desvía la vista hacia mí.
—Si no quieres ingresar, lo entenderé —me apresuro a decir.
—Le prometí a tu padre que lo haría —dice ingresando una mano en los bolsillos. —No te dejaremos hacer esto sola —mira a Tina —. ¿Verdad?
—Ni de coña —la frase nos hace reír y el anciano se aclara la garganta.
—Soy la hija de Frida Orellana, ella me ha pedido venir —empiezo a decir al anciano que afirma.
—Peyton Beck —menciona mi nombre, viéndome fijamente —. He escuchado hablar de ti.
—Me lo imagino —susurra Tina—seguramente de su hijo pervertido. —Zack sonríe mientras mi corazón se acelera cuando me pide acercarme.
—No se queden allí, ingresen —nos dice a los tres —. Puedes dejar esa máquina allí —señala el auto —. El vecindario es sano —una broma a la que Zack no parece encontrarle el chiste. —Dile a Giorgio que la chica ha llegado —le dice al chico que lo acompaña —. Los acompañaré a la sala.
El chico deja la bolsa en el césped y corre escaleras arriba, perdiéndose en el interior de la mansión. Espera hasta que nos acerquemos para dar media vuelta marcando el camino.
Intento que no me sorprenda el lujo a mi alrededor, una tarea que por momentos me resulta imposible. Tina parece tener el mismo sentimiento que Zack no parece sorprenderse. Cada objeto y lujo que ve le saca una sonrisa cínica que no sé cómo interpretar.
—Ustedes esperen aquí —les dice a Tina señalando el salón —. Mi hijo te espera en el estudio —una señora vestida con traje de servicio sale de una de las puertas y le ordena —. Acompaña a la chica al estudio.
—Iremos con ella —le interrumpe Zack y el anciano se tensa —si no le molesta —continúa diciéndole con una sonrisa que no alcanza a llegar a los ojos.
—Como quieran —responde indiferente, dando media vuelta y murmurando en italiano.
—¿Qué dijo? —susurra Tina —¿Alguno sabe italiano?
—La juventud apesta —nos dice Zack y ambas nos lo quedamos viendo —, y algo sobre los errores, que no logré entender.
El carraspeo de la mujer nos hace movernos y en silencio la seguimos por un largo pasillo. La admiración por el lujo regresa y la tensión en el cuerpo de Zack es cada vez más evidente.
—Debiste quedarte en la sala —murmuro y niega.
—Estoy bien —responde, pero no lo parece.
—Es aquí —la mujer se detiene ante una enorme puerta marrón, da un par de golpes y regresa sobre sus pies.
—¡Adelante! —dudo en dar un paso y es Tina la que acaba obligándome a que lo haga al empujarme hacia la puerta.
Tomo el pomo con cautela y empiezo a mover la pesada puerta hacia adelante. La figura inconfundible de Giorgio detrás de la barra del bar sirviendo dos copas empieza a materializarse. Gira su cabeza con una sonrisa en los labios y las dos copas en las manos. La sonrisa en sus labios se esfuma al verme acompañada.
—¡Vaya! —logra decir luego de unos minutos —trajiste refuerzos. —Mira los vasos y luego a mis dos amigos mientras sonríe —brindaremos los cuatro.
—Yo no tomo —le interrumpe Zack quien de pronto la voz le sale más profunda —. Tampoco ellas —nos señala —. No olvidemos que son menores de edad —finaliza con una sonrisa en los labios.
—¿Cómo olvidarlo? No hay un día en que Carl no me lo recordará —dice —. Tu rostro se me hace conocido —mira a Tina y sonríe con burla al verle acercarse a Zack.
—¿Le molesta darme lo que mi madre me envió? —hablo exasperada —. Tenemos cosas que hacer.
Afirma en silencio dejando la copa en el buró, mira a Zack luego a mí y avanza hacia el escritorio. La tensión puede palparse en el ambiente, Zack se mantiene impasible y en silencio. Giorgio toma del escritorio una caja dorada y avanza con ella hacia los tres.
Se detiene a pocos pasos de mí y la extiende sin mucha ceremonia. Tomo el regalo con cautela, descubriendo con sorpresa que no pesa mi primera reacción: moverla cerca a mi oído.
Esto puede que explote cuando decida abrirlo con mi padre. Mamá es capaz de eso y mucho más con tal de no dejarle ganar.
—Es la invitación a nuestra boda —comenta con orgullo —. Nos casaremos en diez meses —continúa —. Tu madre insistió en esa fecha.
—¿Qué la hace especial? —Deseo saber y abre los brazos cuál estampa del sagrado corazón.
—Es el tiempo que falta para que estés con nosotros en Roma —me recuerda y palidezco.
El mundo a mi alrededor empieza a oscurecerse, recibo las manos de Tina y Zack cada uno a mi lado. Me aferro con fuerzas a la de Zack que me permite reclinar mi cuerpo contra él.
—¿Lo olvidaste? —sonríe tomando la copa y llevándosela a los labios —porque nosotros no.
Me mira a través del cristal y sonríe, desvía la mirada hacia Zack y la baja a nuestras manos tomadas. Vacía el contenido de la copa y toma la segunda sin dejar de ver nuestras manos.
Me guardo lo que pienso de esa boda. No deseo alarmar a mi madre ni meter en problemas a papá.
—¿Nos vamos? —me dice Tina tirando de mí y afirmo en silencio.
—Nos vemos, cielo —se despide con una sonrisa en los labios —. Fue un placer verlos —comenta a Tina y a Zack.
—¡Hijo de puta! —escupe Tina ya en los pasillos —de todos los seres vivos que a diario se mueren, ¿por qué no se llevan a este? Merece ir al infierno.
—El infierno se encuentra en la tierra —le dice Zack y me hace un guiño —. Aquí la haces y aquí lo pagas.
Eso espero.
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