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Capítulo 3

Mi padre me llevó a despedirme de mamá, no se despegó de mí y mantuvo en todo momento contacto visual con un Giorgio bastante incómodo por la situación.

"—Te estaré vigilando, no que vivir con tu padre es una especie de libertad, porque no es así." Fueron sus últimas palabras antes de dar media vuelta y perderse entre la multitud de pasajeros.

"—Yo también voy a extrañarte, mamá." Respondí intentando aligerar el ambiente y no pensar en el nudo que se instaló en mi garganta tras esas palabras. "—Ella te quiere, solo que no sabe demostrarlo." Le sonreí a mi padre, ante la imposibilidad de replicar a esa frase.

Han pasado quince días desde mi llegada a casa de papá y todo marcha con normalidad. La relación entre mi padre y Silvia está tirante desde el suceso con Julios, de quien no hemos vuelto a saber.

Pese a que el comportamiento de mi padre con Silvia no es el mejor, ella sigue siendo adorable conmigo. En las pocas veces que he intentado mediar entre ella y papá, he recibido un tajante: "No intervengas, no tienes idea de lo que hay detrás."

Y, en resumen, tiene razón, eso no quita de mis entrañas las intensas ganas de darle una mano a Silvia. Se nota que le afecta lo que sucede con mi padre. Existe amor entre ellos, eso debe ser suficiente para limar cualquier aspereza.

—No entiendo el motivo de ese enojo. —Habla Tina del otro lado de la línea —dices que le mentiste a tu padre.

—No lo digas de esa forma —riño, lo que ocasiona en ella una risita nerviosa —que me haces sentir mal.

—Fue lo que insiste —insiste en echarle sal a la herida. — Ese tipo te estaba manoseando.

—¿Te imaginas lo que le hubiera hecho si lo digo?

—Golpearlo, es lo que se merecía —reflexiona Tina.

—Delante de mi hermano —le recuerdo —, el pobre no podía controlar el llanto.

—¿Sabes? Hay algo que no logro entender —tomo el morral y cruzándolo en mis hombros —, el llanto de tu hermano.

—¡Grité! —le recuerdo —eso lo hizo despertar y ver lo mismo que yo.

—Un hombre en nuestra habitación, —continúa —, uno que supo quién era al encenderse la luz. Eso debió calmarlo.

Me quedo procesando esa información, mientras le doy un último vistazo a mi habitación. Tenerla limpia y sin desorden, no hace parte de las reglas de mi padre, sino de las mías o de la abuela. Antes de que se le desajustará un tornillo, solía decirme, que una habitación impecable hablaba mucho de una dama.

—Él debería estar acostumbrado a ese caos —le escuchó a mi amiga decir —. Por lo menos, es lo que parece.

—Te llamaré cuando llegue a casa de la tía —le prometo.

—Nos vemos allí, mamá, me dio permiso —dice —. Exijo saber todo lo que sepas de Silvia y sus hermanos —comenta antes de colgar.

Silvia tenía dos hermanos menores, un chico y una chica. Estaban en la preparatoria cuando ocurrió la boda con mi padre; fue la primera vez que los vi. Rubios, altos, ojos claros y bastante bromistas. Se presentaron como mis tíos, todos se rieron, menos mi madre.

A la chica no volví a verla, no ocurrió lo mismo con Julios. Él estaba en casa siempre que iba a de vacaciones con papá, esas que ocurrían cada diez meses al final del año. Pasaba Noche Buena con él y el 26 de diciembre debía volver a la cárcel, lo que significaba para mí la convivencia con mamá.

Fue en una de esas visitas que me enteré de que Julios no estaba de vacaciones, sino que vivía allí. Sus padres descubrieron que era miembro de una pandilla y no encontraron otra solución que enviárselo a su hermana.

La convivencia con Julios, le hizo ver a mi padre que estaba en las drogas, algo que Julios y los padres de Silvia rechazaron. Lo que ha ocurrido desde ese momento hasta ahora, no lo tengo claro. Hasta donde tenía conocimiento, el chico había sido devuelto y el tema fue cerrado.

Escucho voces al llegar a las escaleras, una de ellas es la de Silvia.

—Ha gastado una fortuna en su hijo —escuchó una voz decir —Ha iniciado cinco carreras y a mi hijo, que sí desea estudiar no le ha querido ayudar.

— Ese tipo es un malnacido. —dice Silvia.

El descenso por las escaleras es en calma, un poco por la morbosidad de escuchar lo que platican, la otra para evitar saludar a la desconocida.

—Ni que lo digas —replica la desconocida —. ¿Sabes qué se atrevió a decirle cuando se le habló de la universidad de mi hijo?

—No sé si desee saberlo.

—Que si deseaba ser profesional, debía partirse el lomo, tal cual él lo hizo o aspirar a una beca universitaria, pero que con ese apellido le sería difícil ser seleccionado—. La voz se rompe en la última frase y yo doy el primer paso en la sala.

—¿Por eso la insistencia en quitarse el apellido?

—En parte —solloza la mujer —, estaré en deuda con Carl, lo que hizo por mi bebé...

—No hizo nada —le interrumpe Silvia —, todo el mérito es tu hijo.

Los últimos pasos hacia la cocina, los hago haciendo mucho ruido y logro mi objetivo. Las voces dejan de hablar y, al asomarme a la puerta, ambas están viendo en mi dirección. Silvia sonríe al verme en la puerta, mientras que la desconocida limpia sus lágrimas disimuladamente.

—¿Qué haces, despierta tan temprano, cariño? —pregunta avanzando hacia mí.

La desconocida le saca a Silvia una cabeza, es dueña de una larga cabellera negra y unos ojos color miel bastante hermosos. Es difícil definir su edad, no aparenta más de treinta años. Es alta, esbelta y llena ese vaquero como y donde se debe.

—Iré a visitar a la abuela —menciono sin dejar de ver a la mujer —. Buenos días, le saludo y su reacción es sonreír.

—Tú debes ser Peyton —comenta estirando su mano que tomo sin pensarlo dos veces —. Soy Regina, vivo en la casa de al lado. Tu padre no hace más que hablar de ti.

—Le aseguro, exagera —me apresuro a decir, ocasionando una sonrisa que se me hace conocida.

—No te preocupes, lo supuse —bromea —. ¿Has hecho muchos amigos? —niego lanzándole una mirada a Silvia, que sonríe rumbo a la hornilla.

—Tiene prohibido hablar con los chicos del barrio. —habla Silvia, lanzando un huevo al la sartén y recuerdo sus palabras.

—Todos son vagos, menos Zack —me encojo de hombros al verlas a ambas verme de manera extraña —fue lo que me dijo.

—¿Antes o después del Taser? —bromea Silvia.

—Eso fue lo segundo —les digo avanzando al refrigerador y recordando que lo tercero fue no acercarme a Julios, pero dudo que Silvia quiera saberlo. —Lo dijo justo después de prometerme las llaves si me portaba a la altura.

—Muy de Carl. —dice Silvia y me señala —. Es sobre protector.

—Yo también lo sería si tuviera tremenda belleza —comenta la mujer.

—Gracias, —digo desviando la mirada y sintiendo calor en mis mejillas —. ¿Puedes pedirme un taxi? —le pido a Silvia —. Debes anotar la placa.

—Y enviársela a papá —sigue por mí. —Me lo dijo —sonríe.

—Zack está en casa, él puede llevarla —sugiere la mujer.

Antes de que pudiera negarme, Silvia ha aceptado y celebrado el pedido. Demasiado tarde para hacer algo, descubro que la mujer es la madre de Zack. Por lo que imagino de quién estaban hablando era de él, a no ser que tenga varios hijos.

—Puedo irme en taxi —les digo en un último intento por no estar cerca al tal Zack —, no es la primera vez.

—Estarás en buenas manos —me calma la señora Regina tirando de mi humanidad hacia la calle —. Te aseguro que mi bebé es todo un caballero.

No lo dudo, el problema es que ese caballero me hace sentir cosas que no me gustan. Regina me deja en el porche y cruza hacia su casa llamando a su hijo a toda voz.

—No tienes nada que temer —habla Silvia detrás de mí —. Cuando lo trates, te darás cuenta de que no exageramos. Zachary es todo un príncipe, me encantaría que Julios fuera la mitad de lo que es él.

Siento sus manos en mis hombros y su presencia a mi lado. Apoya su cuerpo contra el mío y me acerca a ella dejando un beso en la frente. Sin entender lo que sucede, me alejo de ella captando un par de lágrimas en su mejilla.

—Gracias por callar esa noche —susurra —. No sueles mentirle a tu padre y lo hiciste ese día.

—No quise hacerlo —acepto —, pero tampoco quería complicar las cosas, era mi primer día en tu casa.

—Algo me dice que sospecha que le has mentido—guardo silencio y la observo limpiar su rostro —, por eso está enojado y lo entiendo. —Suspira, viendo hacia el otro lado de la calle —. Julios no es su obligación y Dios es testigo de todo lo que hemos hecho por él, pero nada parece resultar.

—¿Dónde vive? —No puedo evitar preguntar.

—En cualquier rincón en que lo coja la noche —cierra los ojos y sacude su cabeza —. Mi madre también está enojada, porque no me perdona que lo sacase de casa. —Me mira un instante y sonríe tomando mis manos —no me perdonaría si sales dañada en una de sus crisis.

En lo único que pienso es que todo este caos lo ocasionó mi presencia. Nada de esto hubiera pasado si me hubiera ido con mi madre, no dejo de pensar en eso desde que todo pasó.

Zack sale de su casa calzándose una americana seguida de su madre. La toma de la mano y juntos cruzan los dos jardines. Su madre no deja de decirle cosas y mover sus manos en el aire, lo que le saca una sonrisa. Se detiene a pocos pasos de nosotros, toma su rostro entre las manos y deja besos en todo su rostro.

—Si a todo, Regina —le dice entre risas —, eres la dueña de mi universo, tus deseos son órdenes.

—Maneja con cuidado.

—Sí, señora. —responde avanzando hacia las dos y con su madre siguiendo sus pasos.

—Carl, te enviará la ubicación. —continúa ella.

—Ajá. —Sonríe al llegar a nosotras y le extiende la mano a Silvia —Buenos días, Silvia.

—Buenos días, cariño —le responde estrechando su mano y apoyando la segunda sobre ellas —. ¡Felicidades!

—Gracias, es solo la preselección —le responde sonriente —, falta mucho camino por recorrer.

—Sé que vas a lograrlo, esa universidad no puede perderse del mejor abogado —dice Silvia y su reacción es erguirse y lanzarse una sonrisa.

Una sonrisa que no se borra de sus labios cuando gira hacia mí y extiende su mano. Mi embeleso contemplando su rostro me impide escuchar con claridad lo que dice. El contraste de su piel con su cabello y ojos oscuros les da un toque hermoso a sus facciones. Sin mencionar su considerable estatura, él puede estar casi a la altura de mi padre e incluso más alto.

—Ya nos hemos presentado, pero hagamos esto más formal —le escucho decir —. Zachary Mozzi, —se presenta al tomar mis manos —. Zack, para mis amigos.

—Peyton Beck —le respondo —no tengo diminutivo, mi nombre lo hace imposible.

—Ya nos encargaremos de eso —comenta sonriente y viendo a los demás —¿Nos vamos?

Afirmo en silencio avanzando hacia su lado del jardín en cuya calle nos espera un viejo jeep de color amarillo con negro. Silvia me acompaña al auto, toma mis manos mientras me pide enviarle un mensaje a mi padre al llegar. Un nudo se instala en mi garganta al verla mencionar el nombre de papá mientras se humedecen sus ojos.

El sentimiento de culpa por destruir una hermosa relación regresa y me impide disfrutar de la compañía. En un semáforo, Zack sintoniza una emisora y me lanza miradas fortuitas.

—Lamento que mi madre te obligara a aceptar —se excusa y vuelvo la mirada hacia él —se siente en deuda con tu padre.

Su vista de perfil es hermosa, nariz respingada, labios carnosos que en estos momentos aprieta con fuerza.

—Lamento enviar el mensaje equivocado —respondo luego de una pausa —Silvia y papá están enojados desde que llegué a su casa —le digo al fin.

Zack me lanza una mirada fugaz y afirma regresando la vista a la vía. No pide amplitud de mi comentario y por largo tiempo permanece en silencio, a la espera quizás de que continúe con mi relato.

—Fue mala idea vivir con ellos —continuo —es mi culpa que estén enojados.

—No tienes nada que ver —me interrumpe —es Julios, siempre es Julios —comenta en tono amargo —todas las veces que han discutido es por él. —me mira un instante antes de volver la atención al volante. —tu padre sabe que no es casualidad la llegada ese día y no te creyó cuando le dijiste que no te tocó.

—¿Cómo...?

—Me lo dijo —interrumpe. —si deseas ayudarlos a unirse, lo mejor es que le digas la verdad.

—Va a enojarse. —le digo apretando el morral —vi el rostro de Silvia y mi hermano, si hubiera dicho la verdad...

—Lo comprendo —dice ante mi silencio —y él también lo entenderá.

—¿Tú crees? —afirma curvando sus labios en una sonrisa —. ¿Qué tan amigo eres de papá?

—Me gustaría que fuéramos los mejores, —sonríe al decirlo —pero la diferencia de edad, lo hace por momentos difíciles.

—¿Qué edad tienes?

—Veinte —responde sin dudar —¿Y tú? —me mira en espera de una respuesta que no quiero de pronto dar.

Él parece tener menos edad, en mis pensamientos era menor de edad, al igual que yo. Enarca una ceja y me observa con burla ante mi nula respuesta, lo que me hace aclarar la garganta y apresurarme a responder.

—Dieciséis —respondo al fin.


—Dieciséis —repite —la principessa de papá, tiene dieciséis.

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