Capítulo 23
Ciro Grasso, no mueve un músculo de su cuerpo mientras mira la pantalla del ordenador. La única señal que está con nosotros, el parpadeo de vez en cuando y los dedos de su mano que tiemblan ligeramente.
—No quería llegar a estos extremos —empiezo a hablar cuando el silencio es incómodo —. Conservaba la esperanza de que Fiorella hablara con usted.
El hombre no hace comentario y pasa saliva mientras que su dedo tembloroso desliza lentamente la página hacia arriba.
Solo él se muestra sorprendido por lo que lee, Filippo Rossi mantiene esa pose de todopoderoso. Manos en los bolsillos, mentón en alto y ojos fijos en algún lugar entre el escritorio y la pared.
En la pantalla se muestra la aplicación de mensajería y una conversación entre Fiorella y un número desconocido. Filippo fue astuto en no hablar con ella desde su número personal, en no enviar fotos y hasta en llamarse así mismo "Tu leoncito."
Fiorella, por su parte, demostró su inocencia o enamoramiento al enviarle fotos de ella en poses sugestivas y mantener un diálogo candente con su amante. Gracias a Peyton supe que el amante era Filippo. De otra manera, yo jamás hubiera dudado de mi primo.
—Iré a vestirme.
Les digo a los dos hombres que se han quedado mudos en las últimas líneas de la conversación, la parte más interesante de todas. En donde ambos son protagonistas y son señalados como imbéciles, autoritarios, de mentes estrechas y sin visión.
No hay rastros de Peyton en mi avance hacia la habitación. El recuerdo de mi despertar con ella en la cama, yo desnudo, ella en pijama, me llega. Un par de golpes en su brazo, cuello y mejilla llamaron mi atención. En lo único que pienso es que, en mi afán de olvidarme qué día era, pude haberle hecho daño.
Quince minutos más tarde, estoy tocando su puerta con el alma en vilo y el corazón latiendo a mil. Estoy por tocar una segunda vez cuando su imagen aparece. Cabello mojado, en traje deportivo, auriculares y una mirada inquietante.
Buscando la mejor manera de hacer la pregunta, me encuentro con que no hay una forma correcta. Sin importar cómo lo diga, se escuchará fatal y la respuesta puede que sea aún peor. Alza una ceja al ver que me he quedado viéndola de más y cruza sus brazos.
—Amanecí contigo. —empiezo a decirle y su ceja se enarca aún más —desnudo —resoplo fastidiado de mi tartamudez y paso una mano por mi rostro —tienes golpes en el cuello, mejilla y brazos.
—Fuiste salvaje —responde tajante —, y no aceptabas un no por respuesta.
—¡Mi Dios!
Doy un paso hacia ella y empuño las manos retrocediendo. ¿Qué mierda hice? Soy observado con enojo y marcas de humillación. Sus labios se han perdido y se han convertido en una fina línea, sus cejas oscuras están juntas y su mentón alto.
—Lo siento... ¡Mierda! Te juro que yo no quise hacerte daño —empiezo a decir —. La última persona que dañaría es a ti.
—¡Pues lo hiciste! —arremete en calma —me has puesto en una posición incómoda —señala detrás de nosotros antes de seguir —gracias a tu negativa a soltarme, esas dos momias creen que tuvimos sexo.
—¿Sexo? —pregunto como si fuera la primera vez que escuchara esa palabra y rueda los ojos —lo siento, es que, yo pensé, es decir. —maldigo un par de veces y cierro los ojos un instante —¿No te forcé?
—¿Forzar? —repite.
Abro los ojos, encontrándome con los suyos, curiosos y llenos de dudas.
—Aparte de los golpes y esas marcas, —insisto en saber —. ¿Te hice algo más? Estaba desnudo, tienes golpes visibles —le señalo un par de ellos sin tocarla y entorna los ojos.
Por un instante permanece viéndome de la misma manera, hasta que sus ojos se abren y una sonrisa empieza a marcarse en sus hermosos labios.
—¿Quieres saber si me violaste? —La forma cruda en que lo dice me hace dar un paso atrás y a ella ampliar su sonrisa —me amenazaste, pero no llegaste a tanto.
—¿Qué quieres decir?
Si, soy un imbécil en querer detalles, pero deseo aclarar que tan imbécil fui a noche. Hasta el momento, Peyton es la única amiga real que tengo en Roma y no deseo de ninguna manera herirla.
—¿Cómo que te amenacé? ¿Puedes ser más clara?
—Con una espada —señala sonriente —bastante grande, por cierto —entorno los ojos al ver que se ha quedado viendo mi entrepierna un instante al decir eso —si alguien pudo ser violado anoche, serias tú, pero fui decente.
—Peyton, no juegues con eso —empiezo a decir con el alivio que representa cada palabra que he escuchado —si te hice daño.
—Estabas demasiado ebrio —me interrumpe —apenas podías mantenerte en pie, llevarte a la cama fue un jodido problema —señala las marcas a su paso —me golpeaste un par de veces porque querías ir al bar y no a dormir.
—¿Y mi desnudez? —pregunto en un hilo de voz y se pone en puntillas para ver detrás de mí.
—¿En serio eso es importante? —cuestiona incrédula y mi rostro molesto resopla —fui a prepararte la ducha, te dejé en pantalones y al volver estabas desnudo. —responde entre dientes —intenté cubrirte, porque soy humana y sé apreciar las cosas buenas.
—Peyton —le advierto y sonríe, en ese punto de la conversación, también me resulta divertida la anécdota.
—Tiraste de mi y no me soltaste —se encoje de hombros —me dije que cuando te durmieras me iría, pero al parecer me quedé dormida antes. Fin —mueve las manos al mejor estilo de un arbitro de futbol mientras me rodea —haré mi trote acostumbrado, le he prometido a Filippo Mozzi no respirar su mismo aire y soy una mujer de palabra.
—Espérame en el lobby. —le pido atrapándola a medio camino y tomando sus manos —lamento lo que pasó ayer.
—Fuiste un hermoso oso borracho —comenta divertida y hace un mohín —no hay nada que lamentar. —entrelaza nuestras manos y lo siguiente que dice lo hace viéndome a los ojos y obsequiándome una sonrisa —ignora las faltas de respeto, no reacciones a los insultos y aléjate de ellos.
—Gracias —le digo tirando de ella, lo que ocasiona que acabe entre mis brazos y una sonrisa fuerte —. Eres la mejor Gurú que he conocido.
—Nacer como hija de Frida Orellana, me hizo madurar antes de tiempo —susurra dejando un beso en mi mejilla antes de alejarse —. Tuviste la buena fortuna de ser educado por una dama, no lo olvides, Zack. Eres un príncipe.
Me hace un guiño y señala la salida del servicio hacia donde se dirige. Me quedé en mitad del pasillo contemplando la puerta cerrada por donde ella se ha ido.
No puedo evitar sonreír al recordar a mi madre en esas últimas palabras. Una sonrisa que permanece en mis labios al dar media vuelta y dirigirme hacia el sitio en que he dejado a mi tío y Ciro.
El primero en descubrir mi presencia es Filippo Rossi, que mira detrás de mí y lanza un suspiro de alivio. Desvía la mirada hacia Ciro, que se mantiene en silencio viendo a la pantalla apagada del ordenador.
—Por lo menos tuviste la cordura de no traer a esa muchacha —escupe al verme —. Ciro y yo hemos estado hablando sobre la mejor forma de callar este escándalo.
—Debo irme —le interrumpe levantándose.
—Lamento lo que acaba de suceder. —Me excuso —me hubiera gustado que esto acabara de otra forma.
—Como si pudiéramos creerte —es Filippo quien responde. —lo que acabamos de ver es una vergüenza.
—Entiendo que tu deseo es cubrir la vergüenza de nuestros hijos —le interrumpe Ciro —, Zachary es una víctima en toda esta historia. —Detiene sus pasos al llegar a mi lado y posa una mano sobre mis hombros —mi familia está en deuda contigo, lamento mucho el dolor causado.
—Espero que todo se solucione.
—Yo también —susurra —. Te espero en la oficina —le dice, viendo a Filippo por encima del hombre —. Asegúrate de llevar a tu hijo y tu esposa.
Con los hombros caídos sale del estudio, dejándome en mis entrañas un sentimiento de culpa que no tengo cómo aliviar. Permanecía en silencio, hasta que la puerta se cierra y se escucha el ruido del ascensor descender.
—Dejaste que esto tomara terrenos escabrosos —empiezo a decir. —Esto no sucedería si hubieras obligado a tu hijo a afrontar sus culpas.
—¡Tú no vas a darme lecciones de moral! —habla en tono alto apuntando la mano hacia mí —acabamos de verte con esa mujer cuando hace un mes planeabas la boda con Fiorella.
—Mientras ella se acostaba con otro —le recuerdo —, ese otro es tu hijo, con quien va a tener un hijo.
—Hijos, que tú quizá no podrás darle —escupe y cierro los ojos —. Estabas dispuesto a adoptar a un desconocido. ¿Por qué no darle el apellido a tu sangre?
Mis intentos por seguir los consejos de Peyton se hacen difíciles en algunos momentos. Empuño las manos cada vez que un insulto hacia mí sale de sus labios y cierro los ojos.
—Ibas a dejar que Ciro disparara, solo para cubrir a Filippo. —Acuso— tu idea de justicia me asquea.
Inclina su cuerpo en mi dirección y apunta una mano hacia mí, mientras la otra la hace un puño con fuerza. Es palpable el odio en su rostro y comportamiento. Un gesto que puedo aceptar tenga en contra de Frida y Giorgio, pero que resulta ilógico con Peyton.
—Te prefiero muerto antes que verte enlazado con la hija de la mujer que llevó a tu madre a la muerte.
—No tienes idea de todo por lo que Peyton ha pasado —la defiendo —. Si lo supieras, te avergonzarías de lo que dices.
—Aléjate de esa chica —advierte, señalándome con firmeza.
—Entiendo —le digo tras procesar esa orden —, ¿qué debo hacer después? ¿Casarme con Fiorella o decir que el niño es mío?
—No te pases de listo conmigo, muchacho —me toma por el cuello y sacude mi cuerpo —. Vas a casarte con Fiorella y te olvidarás de esa niña, o te olvidas de todo el maldito lujo con el que has gozado hasta el día de hoy.
—Suelta a mi nieto Filippo.
La voz de mi abuela lo obliga a dejar de sacudirme, pero no me suelta, mantiene las manos en mi cuello y la mirada cargada de odio.
—No puedes disponer de una fortuna que no es tuya —continúa diciéndole —, debes esperar a que tu madre muera.
—Tú no sabes lo que acaba de hacer. —Se excusa soltando mi cuello con lentitud —le dijo a Ciro la verdad.
—Iba a dispararme —le recuerdo —. Esperaba un imposible, que tu hijo tuviera los pantalones de aceptar sus faltas.
—Es un hombre casado.
—Y se limpió el trasero con ese matrimonio —empuña las manos y da un paso hacia mí, pero la voz de la abuela nos controla.
—Zachary hizo lo correcto, me alegra que alguien siga conservando el rumbo en esta familia. —le aclara, lanzándome una sonrisa. —Se irá a América en unas semanas, lo mejor es que limpie su imagen.
—Su viaje a América dependía de la boda con Fiorella...
—Quiero al único que vale la pena en esta familia, lejos de la inmundicia que tu hijo ha ocasionado —le interrumpe—. Perdí a una hija por culpa de tu orgullo y tu estupidez, no voy a perder a otro miembro de la familia.
—Mamá...
—¡No lo haré! — golpea el bastón en el suelo con fuerza, obligándolo a callar, me mira un instante sonriéndome —Tienes quince días para preparar todo.
—No voy a defraudarlos. —Prometo.
—Lo sé. —susurra tomando mis manos —la chica está en el lobby, espera por ti, no lo hagas esperar.
Miro a mi tío y a ella unos instantes, la duda de dejar a la abuela con él es notoria. El tío Filippo y sus hijos son manipuladores por excelencias, con la capacidad de hacer que la abuela haga lo que ellos desean.
—No la hagas esperar —me insta a seguir y señala a su hijo —. Tu tío y yo tenemos que ponernos de acuerdo en un par de cosas. ¡Anda! —finaliza haciéndome un guiño.
Regresar a América, pienso con una sonrisa en los labios ingresando al ascensor. Por más de doce años he soñado con verlos en la miseria y pagando por sus pecados.
Un sueño que está cada vez más cerca.
—Giorgio, Frida y Francesco —pronuncio su nombre con una sonrisa en los labios con las puertas del ascensor abriéndose en el lobby.
Al fondo, una figura en traje oscuro agita las manos manteniendo una conversación con Valerius. El chofer le dice algo y ella gira su dorso hacia mí. Lo que dice a continuación no lo escucho, solo sé que ocasiona risas en el anciano.
Ella será una distracción, lo mejor es alejarme. Aunque se lleve una parte de mí en el proceso.
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