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Capítulo 22

En el día diez de estar internado, Zack fue dado de alta. En ese tiempo vi a su tío una sola vez, y su abuela todos los días. La anciana duraba un par de minutos. Lo que hablaban en ese tiempo, lo mantenía enojado el resto del día.

En las noches, el mal humor cedía, pero regresaba al otro día cuando la dama llegaba. Un círculo vicioso que parecía no tener fin y parecía corroer el buen humor de Zack, día tras día. Todos decían que los Mozzi eran una familia extensa, aunque yo conocía a cuatro de ellos.

En ese grupo reducido se encuentra Zack. A nadie más le interesaba la salud de Zack, o de plano mi presencia les mantenía al margen. Ambos datos me destruían algo por dentro.

Zack. Lanzo un suspiro largo, susurrando en mi mente su nombre y buscándolo dentro del auto que nos transportaba. Mientras nos preparábamos para abandonar el hospital, todo eran risas y bromas. Hasta que recibió una llamada que lo hizo enojar.

Desde que la recibió, no ha formulado más que monosílabos en las pocas veces que el chofer le ha buscado conversación. Yo he desistido de hacerlo, permitiéndole su espacio para pensar y buscar soluciones al problema que lo atormenta.

El que sea tenga en estos momentos lo mantiene ensimismado, con el brazo apoyado en la ventana del auto y el dedo índice cubriendo su labio inferior.

Intercambio miradas con el chófer por el espejo retrovisor. Un hombre mayor, de cabellos grisáceos, ojos marrones y rostro risueño, al que todos llaman Valerius. Las arrugas en su rostro lo señalan como alguien acostumbrado a sonreír. Aunque en este momento no lo haga y sus facciones sean de preocupación.

—Un buen día para salir, joven Zachary.

Valerius, decide romper el silencio una vez más, encontrándose con el mismo resultado. Me lanza una mirada ansiosa en búsqueda de apoyo de mi parte y suspiro.

—Lo digo por el cumpleaños de la señora Antonieta. —continúa diciendo.

—¿Es hoy?

Me arrepiento de haber planteado la pregunta mucho antes de formularla, pero el rostro de Valerius se llena de preocupación cada vez que su jefe lo ignora.

—Es hoy —responde entre dientes.

—¿Tiene listo el regalo?

La conversación debería sacarlo de su letargo, pero no lo logra. Mantiene la mirada pérdida en los transeúntes, cejas fruncidas y labios apretados.

—Mi ausencia sería un gran obsequio. — responde luego de una larga pausa y cuando estoy por pensar que no ha escuchado.

—Debe ser una broma. —insiste el anciano —La señora, solo le falta respirar por usted.

—Marcos y Lidia deben ir con Leonora al mediodía.

Mantengo mi boca cerrada, pero pendiente al comportamiento de Zack. Es visible que la tensión va en aumento y no lo digo por la mano que mantiene en su pierna o en los nudillos que se tornan blancos. Todo él, es una bomba cuyo reloj tiene una cuenta regresiva en los últimos números.

—Debe ser un obsequio enorme —murmura emocionado.

—Hasta el día de hoy trabajarán conmigo. —responde tajante —, nos dejas en el edificio y regresas con la abuela.

—Pero, señor —balbucea —, la señora Antonieta se enojará.

—Fueron órdenes del tío Filippo —le interrumpe.

—Debe existir un error —insiste el anciano.

El alivio que me produce acercarnos al edificio es indescriptible. Me siento incómoda en medio de esta conversación, una parte de mí, sospecha que mi compañía es la que está causando todo este caos.

—No hay tal error, Valerius —le calma —. La abuela está al tanto de la situación. —Luego de un largo suspiro, continúa —era algo que tenía que suceder tarde que temprano.

—Usted estará en la oficina y la señorita —me mira un instante e intenta sonreír, pero fracasa— necesitará compañía.

—Mis vacaciones se están acabando —comento a los dos, pero viendo solo a Valerius —. Haré mi propio plan turístico, no voy a aburrirme, te lo prometo. —alzo una mano de manera solemne y el hombre sonríe.

—¿Cuándo se va? Me gustaría saberlo —detiene el auto frente al edificio y siento los ojos de Zack puestos en mí. —Usted no puede irse de Roma sin una despedida como se la merece.

Mi boca se reseca y humedezco los labios en búsqueda de una respuesta. En un acto inteligente, mi salida de Roma y de la vida de Zack, tendría que ser urgente. Por alguna razón me cuesta dar una fecha para irme y dejarle.

Una opresión en mi pecho se apodera de mí, mientras que en mi garganta se instalan las palabras apiladas una con otras. Ninguno ha salido del auto, Valerius ha girado su cuerpo en espera de respuesta. Bajo la vista a mis manos al sentir las de Zack cubriéndolas.

—No le he enseñado la ciudad—la respuesta me obliga a verle, chocando con su mirada enigmática y rostro serio —. Trece días y diez de ellos los ha usado para cuidar de mí.

—Merece una compensación —dice el chofer.

—Merece mucho más —responde sin dejar de verme.

El ascenso al apartamento es en medio de un silencio cómodo. Zack sostiene una conversación de trabajo y yo aprovecho el tiempo para responder unos mensajes de mis hermanos. El mismo contenido con diferentes palabras.

Se irán de vacaciones en diez días y quieren saber si los acompañaré. Me gustaría hacerlo, pero es imposible. He pospuesto hacerme cargo de mis conflictos y ha llegado la hora de afrontar errores.

Ingreso el móvil en la parte trasera de mi pantalón, escuchando a Zack despedirse de Leonora, su asistente. Por más que lo intenté me fue difícil no escuchar partes de su conversación.

Le ha pedido enviar el obsequio de cumpleaños a la casa de su abuela y excusar su asistencia. Una vez más me embarga la sensación de que estoy alejándolo de su familia y no quiero cargar con esa culpa.

—Debes ir a esa fiesta —le pido —. Veré una película, hablaré con papá, con los chicos y Tina. Me faltará tiempo, no te preocupes.

—Tú no tienes que ver...

—Es posible —le interrumpo —, ellos pueden pensar que sí. No puedes alejarte por mí, por Fiorella ni por nadie; son tu única familia. No lo olvides.

—Son ellos lo que lo han olvidado —dice en tono amargo.

Las puertas del ascensor se abren y nuestro ingreso es en silencio. No hay rastros de Lidia por ningún lado y un vistazo a la cocina me hace sonreír. Le ha dejado a su jefe una tarta de bienvenida, tres globos verdes, un ramo de rosas amarillas y una nota.

—Todo volverá a ser como antes cuando yo no esté —respondo con seguridad y escucho su risa. —¿Negarás que tenías una buena relación hasta que reaparecí en tu vida? —me atrevo a preguntar. —Todos hablan de ti como alguien bueno antes de aparecer.

—Tuve una buena relación hasta que me di cuenta de que se aprovechaban de mi cariño y les puse límites. —corrige —Me llaman egoísta porque empecé a priorizar —se ubica ante mí y lo siguiente lo dice con una sonrisa triste —. Yo no era bueno, linda, era tonto.

Saca un par de platos de una gaveta, una botella de vino y dos copas. Va dejando todo sobre la mesa, me deleito con su imagen y sus movimientos diestros en la cocina.

—Si te hace sentir mejor, iré a esa fiesta —dice cortando un trozo de tarta —. Estaré un par de horas y volveré. ¿Mejor?

—¡Mejor!

Afirmamos en silencio, sentándonos uno frente al otro.

****

—No puedo creer que algo así ocurra en pleno siglo XXI. —Escucho el resoplido de Tina del otro lado y un gruñido —¿Cómo pueden pedirle que continúe con ese falso matrimonio? ¡Es increíble!

—Habló de límites y el abuso del cariño que les tenía —recuerdo lo último que me dijo.

—¡Estúpidos sin corazón! —escupe lanzando un bostezo.

—Ve a dormir, —le aconsejo —, yo haré lo mismo.

Miro la hora en el reloj de la mesa de noche, falta una hora para la media noche. Una conversación que debería durar quince minutos, pero que acabó siendo de cincuenta.

¿Quién habla tanto en plena luna de miel? Tina, sin dudas. Quizo darme detalles de su reciente idilio matrimonial, que no pedí y menos, deseo escuchar.

—Si no quieres afrontar a tu madre, la casa de la playa de papá está a tu plena disposición. —ofrece —, es perfecta y casi nadie conoce su paradero.

—Eres un ángel.

—Desde aquí puedo ver tu sarcasmo, palparlo y cortarlo —dice indignada y ambas reímos —. Te quiero, cariño.

—Y yo a ti —respondo antes de colgar.

Permanezco sentada en el sillón, con la vista fija en la pantalla de la TV. Viendo sin ver la película que se proyecta y con la opresión en mi pecho en aumento. Mis vacaciones inician a partir de hoy una cuenta regresiva y lo odio.

Detesto ese sentimiento de vulnerabilidad que la presencia de Zack ha creado en mi vida y en el caos que le he traído a la suya. Es lo que mi visita ha ocasionado, así lo verán su familia, aunque para él no lo sea.

El apartamento se inunda con los primeros acordes de la quinta sinfonía de Beethoven, un acto que anuncia la llegada de alguien. Escucho los pasos en el vestíbulo, seguido del ruido de un cristal romperse.

—¡Shhh! No hagas ruido, la princesa duerme.

Apago la TV y salgo del estudio, encontrándome con una imagen de Zack que nunca imaginé ver. Cabello revuelto, camisa por fuera, sin corbata y arrastrando el saco en sus manos. Intentando mantenerse en pie, sin demostrar que está ahogado en licor. Literal, su pestilencia me llega a los cinco metros que nos separan uno del otro.

—¿Cuántas tomaste, Mozzi?

No pude evitar sonreír ante su imagen en mitad del vestíbulo, intentando mantenerse erguido y fingiendo una sobriedad que, a juzgar por el zigzag de sus pasos, hace muchas copas, dejó atrás.

—Tantas como me fue posible —dice hipando —, quería olvidar.

—¿Cómo te fue con eso? —quiero saber avanzando hacia él y pasando brazo por debajo de los suyos.

—Bastante mal —su cuerpo se mece mientras me observa en silencio por unos segundos. —Eres la mujer más hermosa que he visto.

—Te falta conocer más mujeres —digo divertida. —Te llevaré a la cama.

Mis intentos por dar un paso son anulados por su resistencia a caminar. Maldigo un par de veces tirando de su enorme cuerpo, pero él ha decidido tomarse una copa más. La imagen nuestra, tirando en direcciones distintas, resultaría divertida, si no hubiera recibido un par de golpes. Él, rumbo al el minibar, yo a su habitación.

—Debiste estar allí. —insiste.

—La próxima vez —le prometo y me alivia que empieza a avanzar hacia su habitación —, por ahora, a dormir.

—Me hubiera gustado que estuvieras allí —insiste, deteniéndose a pocos pasos de la puerta y tiro de él, una tarea que reconozco es imposible, pero que eso no me impide insistir. —No quería estar solo en el funeral de mamá, ni rodeado de extraños. —Detengo mis intentos de hacerle caminar ante esas palabras y le veo un instante. —¿Cómo pueden festejar el día en que mi vida se destruyó?

—¿Qué día es hoy para ti? —logro preguntar cuando encuentro voz y empiezo a entender lo que le ha afligido todo el día y lo motivó a beber.

—El día en que perdí a la única persona que le importaba, Regina Mozzi. —responde con voz quebrada —. Me gustaría tener el poder de quitar este día del calendario o traerla de vuelta.

—Si duermes ahora, puedes eliminar el día de hoy. Después nos haremos cargo a traerla de vuelta. —susurro viéndolo a los ojos y hallando rastros de llanto en ellos. —Ayúdame a hacerlo —le pido —, por favor—. Por un instante no dice nada y se limita a verme en silencio.

En lo que parece una eternidad, se limita a verme, hasta que afirma en silencio y avanza a la habitación. Los siguientes movimientos son mejores, aunque no fáciles. Él sigue resistiéndose por momentos, lanza manotazos impidiendo que retire su camisa y maldiciendo una y otra vez a Filippo Mozzi.

¿Su tío o primo? Solo él lo sabe.

—Necesitas un baño —le digo alejándome de él y avanzando hacia la ducha —. Te prepararé todo.

Lo dejo sentado en mitad de la cama, descalzo, sin camisa y con el pantalón a medio quitar. Nunca imaginé tener que lidiar con su borrachera, que solo le perdono por lo que significa este día. Entonces, recuerdo su renuencia a asistir y lo equivocada que estaba al pensar que se trataba de mí.

—¡Qué estúpida Peyton! —susurro saliendo del cuarto de baño —. Todo listo...

Las palabras quedan suspendidas en el aire al ver su humanidad en mitad de la cama, desnuda. Brazos debajo de su cuello, piernas extendidas en total relajación y una puta erección de la que no puedo despegar la vista. ¿Dónde tenía esa espada? ¿Es eso real? Parpadeo un par de veces y sacudo mi cabeza anulando mis oscuros pensamientos.

—¡Eres un exhibicionista! —le digo indignada, consiente que no va a escucharme y dispuesta a cubrirlo con la cobija.

Lo que ocurre a continuación no lo veo venir. A mitad de acabar mi tarea por cubrir su serpiente, toma una de mis manos y tira de mí hacia la cama. Balbuceando cosas sin sentido y pronunciando mi nombre a mitad de ellas. Maldiciendo mi mala suerte, consciente de su desnudez y de su masculinidad, en mi trasero, permanezco en silencio, sin mover un músculo, a la espera de que acabe por dormirse para largarme y recuperar mi dignidad.

*****

—¡Hijo de puta!

El rugido de un hombre me hace abrir los ojos desorientada. Dos cosas descubro al despertar: no abandoné la habitación como lo quería y no estamos solos. Dos hombres más están en la habitación, uno de ellos es el tío de Zack y el otro no lo conozco. De momento me preocupa más la 9 ml que sostiene en sus manos.

Zack ya se encuentra en pie ante un hombre en traje elegante, es el que tiene el arma y le apunta directo a su pecho. A Zack, le cubre una toalla, la parte inferior de su cuerpo. Su cabello está mojado junto con su dorso, descalzo y pendiente al hombre que lo amenaza.

—Mientras mi hija llora, tú te revuelcas con otra —le dice retirando el seguro del arma —, si crees que te dejaré humillarla más, estás equivocado.

—¡Baje el arma! —le pido retirando las cobijas que no sé en qué momento cubrieron mi cuerpo y saliendo de la cama lentamente. —No cometa un error del que pueda arrepentirse.

—Será mejor si no interviene, ya ha causado mucho sufrimiento en mi hija. —Me ordena y señala a Zack —esto es entre él y yo.

Me sorprende y asusta la calma con la que Filippo presencia la escena. En silencio y cruzado de brazos, observa a ambos hombres. Se ha metido tanto en el papel que su sobrino es culpable, que no hace pie por calmar al alterado hombre o de plano, le interesa muy poco si el hombre le hace daño.

—No has buscado a mi hija una sola vez, no has pedido disculpas, ni explicaciones —enumera —, ni siquiera te has dignado a hablar conmigo.

—Porque no hay nada que hablar, quien tiene que hacerlo es su hija. —le interrumpe Zack —, asesinarme no eliminará el problema.

—¿Problema? —repite con un leve temblor en la mano que sostiene el arma —. ¿Asi llamas a la llegada de un hijo? ¿Tu primer hijo es un problema? ¡Fiorella está embarazada!

Regreso la atención a Filippo y puedo vislumbrar una sombra de preocupación que cruza por sus ojos, tan fugaz que pude imaginarla. Zack empieza a reír sin control, en un acto de nerviosismo, y el hombre refuerza el pulso apoyando la mano libre en el arma.

Avanzo un par de pasos y me ubico en mitad de los dos, aunque marcando la distancia. El hombre no parece querer disparar; sin embargo, las lágrimas que brotan de su rostro me hacen dudar.

—Esto ha llegado muy lejos —dice en medio de risas y alzando la vista hacia su tío —. Serás abuelo por tercera vez.

— ¿Así quieres limpiar tu falta? ¿Culpando a inocentes? ¿Qué clase de mujer crees que eduqué?

—Antes que siga haciendo el ridículo o cometa un asesinato, le enseñaré algo —le interrumpe rodeándolo.

—Zachary... —Habla su tío por primera vez —. Sé racional, esto no es necesario.

—Acompáñeme —le pide al desconocido—. Tú también —le dice, viendo al hombre que se ha quedado en su sitio y pendiente a mis movimientos. —Espérame aquí —me dice cuando nuestras miradas se cruzan —. Voy a estar bien, no te preocupes.

Me relajo al ver que el desconocido baja el arma. Ignoro la recomendación de quedarme y le sigo a una distancia prudente. Mientras lo hago, no dejo de pensar en el comportamiento del tío Filippo.

¿Estaba esperando que le disparara? Mis ojos lo buscan en la habitación y lo encuentro que estoy siendo vigilada. Zack saca la PC, la enciende y avanza al minibar.

—Necesitará de un trago fuerte. —murmura —los dos —señala a su tío tomando dos vasos y una botella.

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