Capítulo 21
Peyton
Despierto desorientada, abrazada a alguien y en lo que parece ser una habitación de un hospital. En mi viaje a las respuestas, mis ojos chocan con Zack.
Apoyo mi rostro en su hombro, acariciando con mis ojos cada parte de su facciones. Largas y tupidas pestañas, cejas oscuras y bien cuidadas, su cabello negro causan un contraste hermoso con su piel clara al caer en su frente y el nacimiento de su barba empieza a mostrarse en sombras oscuras alrededor de su rostro.
Extasiada de tanta perfección y en contra de mi voluntad, abandono sus brazos, lo hago teniendo cuidado en no despertarle. Al pie de la cama le doy una última mirada a su imagen antes de alejarme de la magia que parece envolverlo en este instante.
Un vistazo a mi móvil me muestra varios mensajes de mi papá, mamá y de los chicos. Acompañan cada llamada perdida un mensaje, de mi padre y hermanos, pidiéndome devolver la llamada en cuanto lea el mensaje. El de mi madre es más demandante, exigente y con marcas claras de histeria.
Alivia en gran medida que aún no sepa dónde estoy y con quién, de saberlo, ya hubiera tocado la puerta de los Mozzi haciendo su mejor drama. Y, es que, cuando se trata de armar teatro, Frida Orellana, es la mejor. Capaz de armar una tragedia griega de mi desaparición con Zack.
Quince minutos más tarde, con el rostro lavado y la mente despejada, salgo a los pasillos con el móvil en manos. En Roma eran las cinco de la mañana, en casa era un poco más de las nueve. Eso me daba la certeza de que, papá, estaba en la oficina.
Mientras espero que levante la llamada, inspecciono el largo pasillo. Salvo por un hombre en mono gris, que arrastra un carro con diversos productos de aseo, no hay nadie en el pasillo.
—Cariño, buenos días —escucho la voz jovial de mi padre. —¿Cómo estás?
—Bien —le calmo al sentir la intranquilidad en su voz —, ayer no pude llamarles, Zack tuvo una recaída y lo olvidé.
—¿Qué tipo de recaída? —me interrumpe.
—La herida del asalto —avanzo hacia la silla más cercana y me siento en ella dando los detalles del día anterior. —Él no había seguido con el tratamiento.
—¿Por descuido o a propósito?
—No tengo idea. —confieso tras un largo suspiro —no hemos podido hablar de ello.
—¿Cómo está ahora? ¿Qué tan grave es?
—Está estable. —Le calmo —de aquí no saldrá, hasta tanto los médicos no lo den de alta.
—Me alegro de que esté rodeado de personas que lo quieren.
El silencio que sigue me desconcierta, mi padre no es el tipo de individuo que es vaya por las ramas. Siento su respiración pesada y, tras un largo suspiro, decido romper el silencio.
—¿Entregaste mi renuncia? — pregunto.
—Aún no. —responde tajante —, es una decisión apresurada.
—¿Por qué?
—Sánchez me visitó ayer en la tarde. —El cambio de conversación y el tema que aborda me obligan a guardar silencio.
Mi jefe no abandonaría la comodidad de la estación para ir con mi padre a una simple visita. Ese tipo de actos suele hacerlo un domingo o en vacaciones. El que papá se tome el tiempo para hablar, indica que lo que está por decir no es bueno para mí.
—Las investigaciones están adelantadas —continúa —. Su nombre era Holman Yancey, bastante conocido por la zona, con un coctel de delitos e ingresos a la cárcel bastante extenso.
—¿Por qué tengo el presentimiento de que no hablas del miserable del callejón?
Si lo hiciera, su voz no sonaría en un contraste entre derrota y odio. Mi padre no responde, en cambio, continúa narrando lo descrito por mi jefe. Holman traficaba con todo a lo que lograra sacarle dinero, un tipo peligroso de moral escasa y ética cuestionable.
—Su esposa murió hace cuatro años producto de una neumonía —sigue diciendo ante mi silencio —. Tres de sus cuatro hijos los acogió el sistema, el cuarto era mayor de edad, tampoco se llevaba bien con su padre y no vivía con ellos.
Ocultaba su verdadera vocación bajo la fachada de comerciante, en la tienda de objetos antiguos que administraba en compañía de un amigo. Su socio, un hombre al que todos conocían como "el trigo", un apodo que hacía referencia a su color de cabello.
La última vez que lo vieron en la tienda fue hace dos meses. Cuando llegó a despedirse de sus vecinos, tras haberle vendido a su socio la mitad de la tienda aseguró que se iría al norte.
—¿Ajuste de cuentas o pelea de territorio?
Decido preguntar e ir al grano, entendiendo que no habla del maldito de ese callejón. Aunque su rostro y cuerpo llevaban las marcas de los excesos, su edad estaba entre los veinte y los treinta.
—Cristóbal Yancey, se presentó en la estación y confesó el crimen.
Era el hijo mayor de Yancey, quien culpaba a su padre de la muerte de su madre. Su progenitora, pilló la neumonía luego de una paliza recibida por su esposo y de ser obligada a dormir en el porche de la casa. Un ataque que se negó a denunciar sin importar los ruegos de su hijo y la promesa de ayudarle a educar a sus hermanos.
Su relato coincide con el de los testigos y en un allanamiento a su apartamento le fueron encontradas el arma homicida y la ropa que usaba el día de los hechos.
—Lo siento cariño —finaliza. —corroboré cada dato, todo indica que fue él.
—¿Qué hay del tipo del callejón? —Deseo saber procesando la información recibida. —Tienes todo el derecho de desconfiar de mi relato, los errores humanos son muy comunes en estos casos.
—Creo en ti —se apresura a decir.
Me veo liberando el aire aliviado de escuchar esas tres palabras. La única persona a la que me importa que me crea es él; los demás, no tienen relevancia.
—Su nombre era Amir Hernández, veintitrés años, de padres mexicanos. Tres multas de tránsito, dos arrestos una por conducir en estado de ebriedad y la otra por conducta inmoral.
—¿Algo más? ¿Hay relación entre Amir y los Yancey?
—Ninguna por el momento —ambos suspiramos y permanecemos en silencio. —tengo a dos hombres buscando relación.
—¿Qué se sabe de su socio?
—No mucho. Era un tipo de pocas palabras y cero, amigos —confiesa —, al punto que a todos les extrañó que se despidiera de ellos.
—¡Es una locura! —susurro reclinando mi rostro en mis piernas —debí ignorar el llamado por radio o tomar otro camino a casa.
—Nada ganas con lamentarte, ocurrió de esa manera —me reprende mi padre —. Era tu ruta a casa, seis años viviendo en ese sitio. Es el mismo tiempo que llevas usando ese camino, eres una mujer de comportamientos fijos y responsabilidad alta.
—¿Dijo algo del escape? —pregunto de repente —sobre el momento en que evadió mi seguimiento.
—No va a gustarte...
—Por favor —le ruego —¿Qué dijo papá?
—Al pasar por una frutería, lanzó al piso varias carretas —empieza a decir.
Busco el evento en mi cabeza con rapidez. Una tarea bastante fácil, cuando el insomnio me atrapa en sus redes, revivo esa mañana una y otra vez.
—Dos mujeres cayeron al suelo tras ese hecho, una de ellas.
Una anciana, recuerdo. La ayudé a levantar, constaté que estaba bien y retomé mi camino. Tardé un par de segundos en hacerlo. Al hacerlo, descubrí que se había quitado la chaqueta y la lanzaba a un costado.
—Tomó un taxi al cruzar la calle y te vio levantando a la mujer —escucho a mi padre decir —. Lo último que vio fue que corría detrás de un miserable con prendas parecidas a él.
—¡Lo que dice es estúpido! ¿Por qué alguien correría siendo inocente?
—Llevabas un arma en las manos —me recuerda mi padre —, y Amir Hernández acaba de asaltar a una pareja en la entrada de un supermercado.
—¿Es posible? Dos personas con apariencia parecida, vestimenta similar, una robando, la otra asesinando —empiezo a desvariar —. Es difícil de verlo como casualidad.
—Por el momento es lo que todos creen y la investigación señala.
—¡Me niego a creerlo!
Tras varios minutos intentando buscarle forma a este asunto, acabamos por rendirnos. Mi padre me aconseja disfrutar de mis vacaciones y dejarles a ellos la investigación. Hace una llamada grupal y me enlaza con mis hermanos. En los siguientes minutos me concentró en ver su imagen en la pantalla y escuchar sus bromas.
Me despido de ellos, sintiendo sobre mis hombros y pecho una carga pesada que me impide avanzar y respirar. Constato que Zack siga dormido y regreso a la silla frente a la puerta.
Cierro los ojos recreando aquella mañana en mi cabeza por enésima vez. Busco en esos segundos el instante en que, tras perderlo de vista, logró ingresar a un taxi.
Abro los ojos al sentir unas manos sobre mis hombros y al abrirlos me encuentro con Antonieta y su hijo. Cada uno de ellos con una reacción diferente en sus ojos. La ternura y el odio, la indiferencia y la curiosidad, la superioridad y la humildad.
—Valerius te espera en la entrada, no es necesario que te quedes —me dice en orden que no si deba obedecer.
—Ve a casa y descansa, querida —la voz de su abuela me hace girar y verla. —Necesitas energía para estar con él esta noche.
—No es su obligación cuidar de él, mamá —interrumpe Filipo.
Ese tipo luce tan tenso como las cuerdas de un violín; su rostro parece esculpido en piedra. Cada músculo de su cuerpo se tensa cuando sus ojos oscuros se posan sobre mí. Soy observada como si en lugar de un ser humano fuera una cucaracha o un ser pestilente.
Resulta increíble ese gesto en alguien con origen humilde. Es decir, espero ese acto de los Rossi, pero no de un pariente de Zack. El tipo no disimula su antagonismo, ese que puede ser para mi madre. ¿No? ¿Qué otra cosa tengo para que me mire con tanto odio?
—Los Grasso empezarán a especular. —continúa diciendo, viéndome sin parpadear.
—Me despediré de Zack —le digo y me detiene al dar los primeros pasos.
Observo su mano bronceada apoyada sobre mi brazo y alejo mi piel del contacto de esos dedos.
—No es necesario —su respuesta es más un gruñido que me obliga a alzar la ceja.
—¿Para quién?
—Ve, casa a cielo —ruega la señora llamando mi atención y relajo mis hombros —. Le diré a Zack que has ido a cambiarte y buscar algunas cosas.
—Las puedes enviar con Marcos o Valerius —se apresura a decir ese miserable y sonrío sin verle.
—No se preocupe, tengo tanto interés en volver a verlo como lo tiene usted —le indico —, me aseguraré no respirar su mismo aire en encuentros futuros.
—Odiaría tener que decir mentiras a los Grasso sobre su presencia. —continúa y puedo ver la vergüenza cruzar el rostro de su madre —su nombre no es el más popular en nuestras familias.
—Es suficiente, Filippo —ruega su madre —lo lamento —se excusa la anciana tomando mis manos y hago un mohín restándole importancia a su exabrupto.
—No se preocupe, —le obsequio mi mejor sonrisa y avanzo un par de pasos, pero acabo por detenerme al quedar ante él y le sonrío —. Yo también estaría de mal humor si tuviera que lidiar con hijo cuyo comportamiento es el reflejo de mis malas acciones.
Su rostro pasa de la palidez al rojo en segundos, pero no le doy tiempo a responder. Continuo mi marcha con la frente en alto y vista al frente.
Zack
—¿Dónde está Peyton?
No disimulo la decepción que me produce ver a mi abuela y mi tío cruzar la puerta cuando a quien esperaba era a ella. Ninguno me responde, el tío Filippo se cruza de brazos mientras me observa con reproche y la abuela deja un beso en mi frente.
—Hice una pregunta.
—La envié a casa a descansar —la abuela toma mi rostro entre sus manos sin dejar de sonreírme, continúa —tuvo que dormir en esa silla incómoda, cariño. Necesita de una cama real.
—No me gusta que ande sola y rodeada de extraños —corrijo y el tío Filippo alza una ceja.
—Vendrá en la tarde —Antonieta Mozzi me hace verla de nuevo —, nadie va a hacerle daño.
—No somos los malos en esta historia, al parecer, lo has olvidado —me reprocha su hijo —.¿Has pensado en lo que hablamos?
—No tengo nada que pensar —maldice, dando un paso al frente.
—No soporto tu insensatez e indiferencia —escupe de mal humor.
Mientras lo hace, su rostro se enrojece, empuña sus manos, junta sus cejas y sus labios se pierden al ser apretados con fuerza. Me recuerda que tengo en mis manos el buen nombre de mi familia y que, de mí, depende cómo seremos llamados en adelante.
—Hablas como si Zachary hubiera sido el infiel —le riñe la abuela —. Si eso ocurre, no será por él.
—¡Él ha olvidado quienes somos! —ataca señalándome y su pulso tiembla.
—La amnesia es la enfermedad de moda en esta familia —acepto —empezando por tu hijo, quien olvidó que era casado y su amante era mi prometida —describo —Fiorella se olvida que es una dama y acepta ser usada como mercancía de poco valor.
—¡No sabes lo que dices!
—Conozco lo que importa —replico en calma —. Planean una boda para calmar a los amantes —continúo viendo a mi abuela sentarse en la silla y bajar el rostro. —Todos olvidamos cosas y cometimos errores, unos más delicados que otros —finalizo.
Lo cierto es que estoy hastiado de todo, de intentar encajar, de caer bien, de olvidar. Ingreso aire a mis pulmones y cierro los ojos. La imagen sonriente de mi madre me llega a través de ese gesto y al volver a abrirlos todo el caos en mi mente desaparece.
—No voy a casarme con Fiorella —les digo y alzo una mano para no ser interrumpida— y sé que ella tampoco quiere casarse.
—¿Cómo lo sabes?
—¿Has hablado con ella? —me pregunta la abuela y niego —¿No te ha llamado?
—No.
—No la ha llamado, porque está cegado por esa mujer. —camina de un lado a otro en la habitación mientras lo dice —una mujer que hasta hace un mes era la prometida de su hermano.
—¿Es eso cierto? —pregunta mi abuela incrédula.
—Fue un rumor que empezó cuando fueron vistos charlando en una fiesta —le digo lo que su padre me contó tras preguntarle —. Solo han sido vistos ese día, nada más.
—¿Por qué no salió a negarlo? —me encojo de hombros, gesto que le molesta.
—Esa criatura es rebelde, se comporta como si nada ni nadie le importara. —La abuela sacude la cabeza y resopla —basta con verla para darse cuenta de que no es del tipo de personas que va por la vida aclarando rumores.
Sonrío al darme cuenta de que la abuela ha entendido, como nadie, el comportamiento de Peyton y hasta parece celebrarlo. Algo que no comparte su hijo, quien insiste en que ella me buscó al darse cuenta de que su prometido ya no tenía dinero.
—Todos saben, que eres el dueño del 75 % de Rossi, —le observo en silencio y me sonríe —. Y ella salta a tus brazos. ¿No te resulta extraño?
—Yo la busqué, le hice cientos de llamadas —le explico —. Fui ignorado y bloqueado, no tuve otra opción que buscar a su padre. Me dio la dirección y toqué a su puerta.
—Y la traes aquí —finaliza por mí —. ¿No te das cuenta de lo que eso puede causarnos? La prensa la cree novia de tu hermano, tú estás comprometido y ahora los dos andan juntos.
—Tu tío tiene razón —la abuela suspira y sacude la cabeza —. Lo que están haciendo no es correcto.
—Lo que no es correcto es llamar mi hermano a ese hijo de perra, que sigan insistiendo en ese compromiso, incorrecto es lo que Filippo y Fiorella hicieron, lo que siguen haciendo y lo que ustedes insisten en tapar —les corrijo — mi amistad con Peyton y con los Beck no va a quebrarse porque a ustedes les asusta el que dirán.
— ¿Esa mujer es tan valiosa? ¿Vale más que nosotros? —cuestiona.
—Mi tranquilidad y felicidad son cruciales en mi vida —corrijo —, y de momento, la amistad con Peyton me brinda ambas.
—Zachary, cariño —dice la abuela en tono conciliador.
—Hablaré con Fiorella —prometo a ambos —. La última vez que hablamos fue cuando los encontré en el apartamento. —continuo y solo la abuela afirma, el tío se mantiene impasible sosteniendo mi mirada. —Aun así, estoy dispuesto a hablar con ella.
—Gracias, no esperaba menos de ti —comenta la abuela.
—No estoy diciendo que voy a casarme. —Aclaro—, eso no va a ocurrir.
—Hemos hecho tanto por ti...
—¡Filippo!
—Y ahora me pasas la cuenta de cobro —le interrumpo a mi abuela —. Me pides cubrir las faltas de tu hijo, pero no haces nada para hacerlo entrar en razón.
—¡Fue un error! —habla en voz alta —. ¿Tu madre o tú no cometieron errores? ¿No fue un error lo que te trajo al mundo?
La abuela empuña las manos, su rostro palidece y el silencio que sigue es tan tenso que puede cortarse. Mi pecho se oprime y la respiración se hace difícil cada segundo que pasa.
—Déjenme solo —les pido, señalando la puerta.
—Sé que tu tío no quiso decir eso...
—Por favor, salgan. —ruego, cerrando los ojos.
Escucho la puerta cerrarse y al abrirlo me encuentro que estoy solo. Asi permanezco en las siguientes horas, salvo por las enfermeras y los doctores, nadie me acompaña. En uno de sus ingresos me entregan el móvil y un pequeño maletín que dejan en el armario.
No sé en qué momento me quedo dormido y al abrirlos descubro que no estoy solo. Fiorella está sentada en la silla dispuesta a mi lado. Tardo en darme cuenta los motivos por los cuales la encuentro extraña.
Ella trae el rostro lavado y sin rastros de maquillaje, su cabello está sujeto a una coleta en su cuello. Sonríe de manera triste ante mi escrutinio y lanza un suspiro que se quiebra a mitad de camino.
—Tu tío Filippo me llamó esta mañana —empieza a decir —, me dijo lo que había sucedido.
—¿Te dijo algo más? —baja el rostro lo que en resumen me dice que conoce los detalles y suspiro pasando las manos por mi cabeza —¿Qué opinas?
—No tengo moral para opinar —responde con voz casi inaudible —, pero estoy dispuesta a resarcir mi error.
—Soy un hombre de fe —lanzo una sonrisa sarcástica antes de seguir —. Por eso espero que con "Resarcir tu error" te refieras a decir la verdad. —Su rostro palidece y lo aleja de la camilla reclinándolo en la silla —me lo imaginé.
—No puedo hacerlo, decepcionaría a mis padres, a la abuela —se excusa juntando sus manos y apretando sus dedos temblorosos unos con otros.
—Ya has decepcionado a la persona más importante —alza el rostro, mostrándome sus ojos cristalizados por las lágrimas y niego con pesar —. A ti, Fiorella, lo hiciste al dejarte embaucar por Filippo.
—Nos llevamos bien, podemos hacerlo funcionar. —balbucea y niego seguro. —¿Por qué antes sí y ahora no? Es por Peyton ¿verdad?
¿Por qué nadie parece entenderme? ¿Por qué no ven lo mismo que yo? ¡Ellos me engañaron! Han sido amantes. Dios sabe cuánto tiempo. ¿Cómo pueden normalizar algo así?
—Te entiendo —ella ha malinterpretado mi silencio y no me molesto en corregirla.
—No puedo casarme contigo porque amas a otro, Fiorella —hablo cuando he encontrado las palabras adecuadas. Lo último que deseo es herirla —porque me imagino que lo amas, solo así puedo entender que te hayas acostado con él —le aclaro buscando su rostro y al hallarlo desvía la mirada.
—Es un imposible —logra decir con vos quebrada —. Me siento tan estúpida —solloza—. Le creí cuando me dijo que me amaba tanto o más como yo a él. ¡Me mintió!
El día que los descubrí cortó la relación, asegura, fue cruel con ella. Llamó a su relación "Un revolcón" que duró demasiado, le pidió buscarme y convencerme de que le perdonara. Le había enseñado un par de trucos en la cama que podía usar para hacerme entrar en razón.
—Era casado, ¡por supuesto que te mandaría al diablo si se descubría! —le recuerdo —. ¿Cómo se supone que iban a lidiar con eso? ¿Y nuestro matrimonio?
—Me pidió tiempo —habla arrastrando las palabras y sollozando —. Me prometió hacer algo antes de la boda.
—¿Te dijo qué? —niega y resoplo viendo a todos lados.
—¿Se lo dirás a mis padres? —ante mi negativa siento su respiración soltarse y el alivio aparecer en su rostro.
—Se lo dirás tú —le aclaro sosteniendo su mirada —, te daré tiempo para hacerlo.
—La boda está organizada, faltan pocos detalles. Es en cinco meses, podemos seguir —continua diciendome apresurada.
Entiendo que se encuentra en un callejón sin salida, pero no soy yo el que le ayude a salir. No es a mí a quien le corresponde hacerlo, por más que intento aceptar ese matrimonio, una fuerza desconocida me impide hacerlo.
—No habrá boda, Fiorella — interrumpo sus planes y lanza un sollozo lastimero —. Estoy preparado para afrontar los ataques de tus padres, hasta que obtengas el valor de decirles la verdad.
—¡No lo haré!
—Al final del camino la verdad saldrá a la luz —continúo diciendo—. No tengo prisa, no me molestan las acusaciones.
—¿Qué hay de Peyton? —dice con voz rota y la veo sin entender —. Todos la verán como la que destruyó una relación.
—¿Peyton? —pregunto y ella afirma, lo que me hace lanzar un suspiro largo y sonreír —. No creo que llegue tan lejos y de hacerlo, a ella no le importará —su barbilla tiembla al escucharme y por un instante me veo tentado a darle una mano.
—¿Aún la amas?
En ese instante las puertas se abren y ella ingresa a la habitación. En esta ocasión ha dejado de lado los pantalones y remeras holgadas, trae puesto un vestido blanco, sandalias a juego y un morral rosa cruzado en sus hombros.
—Fiorella, es bueno verte —le saluda acercándose a ella y posando una mano en sus hombros —. ¿Todo bien en casa? —niega lanzando un suspiro.
—Es complicado, tener que dar explicaciones que pueden decepcionar a todos —le dice luego de una pausa y Peyton se queda en silencio por largo tiempo.
—Explicar me resulta agotador —responde y ambas la vemos sin entender —. Me es más fácil que me juzguen y ya.
—¿Y las decepciones? —le pregunta confundida —. Quiero que se sientan orgullosos de mí.
Sonríe avanzando hacia la camilla, se sienta en un costado, cruza sus brazos y piensa por largo tiempo.
—Fue la primera lección de mi padre cuando me independicé —le responde —: "Solo hay dos personas que debes enorgullecer a tú yo de diez años y al de ochenta. Si esas dos personas están orgullosas de cómo viviste la vida, significa que lo hiciste bien."
—¿Y los demás? —insiste ella y le sonríe.
—Estarás más tiempo contigo que con ellos —explica —. Eres tú al final del camino, nadie más.
Fiorella cruza miradas conmigo y por un instante siento que repite la pregunta que no logré responder por la llegada de Peyton. "—¿Aún la amas?".
La respuesta me llega con la fuerza de un huracán cuando, tras sonreírme, acomoda mi almohada en mi espalda y se asegura, que estoy cómodo. Peyton sigue siendo la dueña de mis suspiros desde que nos reencontramos.
"—Sí, todavía, mucho y con toda el alma, pero en silencio." —respondí en ese intercambio de miradas.
La pregunta que me hago es:
¿La espero o la olvido?
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