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Capítulo 20

Abro los ojos al sentir la caricia en mi mejilla y me encuentro con el rostro de mi abuela. Pestañas y mejillas mojadas, ojos rojos y viéndome preocupada.

—Eres un irresponsable —acusa.

—¿Peyton? —pregunto al no hallarla en la habitación.

—Está afuera —responde acariciando su rostro —. ¿Por qué la trajiste?

—Es una buena compañía. —lanza un suspiro y se sienta en la silla dispuesta al lado de la cama.

—A tu tío no le cae bien —sonrío al imaginar el intercambio de miradas de esos dos —. Ella es un poco… burda en los bordes. Le doy la razón a Filipo.

—La acusó de ramera, mujerzuela, sin educación, callejera, entre otros muchos calificativos, abuela —confieso —. Una mujer normal se lanzaría a defenderse, ella guardó la compostura.

—¿Por qué no me dijiste? —suspiro largo al imaginar a lo que se refiere—. ¿Desde cuándo lo sabes?

—¿No lo sabías?

—¡Por supuesto que no! —responde indignada —. De saberlo, jamás hubiera insistido en esa boda.

—¿Cómo te enteraste? Supongo que fue el día en que evadiste a los chicos.

Tomo la decisión de dejar a Peyton por fuera, nadie tiene por qué saber que fue ella la que puso el gusano de la duda. Le doy los detalles en los que no se mezcla su nombre. Su negativa a estar conmigo en el hospital y cómo las excusas aumentaron con la llegada de Filippo.

—Encontré un par de mensajes en el móvil —continuó con ella en silencio —. Bastante comprometedores, eso, el intercambio de miradas y la insistencia en ir juntos a todos lados.

—Siempre han sido así —se excusa —. ¿Estás seguro de que esa chica no tiene nada que ver con tu decisión?

—Los encontré en la cama, teniendo sexo, abuela —mi comentario le hace enrojecer de la furia y a mí verla apenado —lamento ser tan crudo, pero no hay forma de adornar lo que vi. Me siento estúpido.

—No más que yo —acepta —te insistí tanto en proteger su virtud. —sonrío pese al dolor que ocasiona recordarlo.

—¿Qué excusa dio ella a sus padres? —deseo saber —. El tío Filippo dijo que solo lloraba, no dio más detalles.

—Que, habías decidido romper el compromiso. —responde ella apenada —te bastó ver a la chica para hacerlo.

Su abuela y sus padres se negaron a aceptarlo, los tres me conocían lo suficiente para saber que no tomaría una decisión de esa magnitud a la ligera. Fue Filipo el que ayudó a despejar la duda al asegurar que estaba allí cuando yo di por terminado el compromiso.

—Se inventó una tercera luna de miel, dejó a los niños con sus abuelos y se fue con su esposa—, comenta mi abuela sacudiendo su rostro.

—Ese es el verdadero motivo del llanto de Fiorella. —cierro los ojos y los abro al sentir las manos de mi abuela cubriendo las mías.

—Tu tío considera prudente desistir de romper ese compromiso —alza una mano al ver que estoy por protestar —. Le teme a un escándalo y tiene razón.

—No voy a casarme con Fiorella, abuela —hablo seguro —fue Filipo el que debió pensar en las consecuencias de sus actos.

—Te entiendo —aprieta mis manos y me hace verle —. La gente empezará a murmurar cuando se enteren de que has traído compañía. Ya los empleados lo hacen.

—Peyton no tiene nada que ver —la defiendo —, y lo que digan los rumores no me importa, abuela. Son ellos los que deben dar explicaciones a sus seres queridos, tal cual lo hago yo ahora contigo.

—¿Es tu última palabra? —afirmo en silencio y suspira —. Está bien, pero te pido, que seas prudente en dar detalles.

—¿Hablarás con Beatrice? —le pregunto y guarda silencio —, o con sus padres.

—Hablaré con ella —responde luego de una pausa —. Es ella la que tiene que decírselo a sus padres. Ellos jamás lo aceptarán.

—Ahora entiendes, ¿por qué no he querido hablar? —afirma en silencio —resultaría fácil entregar lo que hallé, pero eso la pondrá en vergüenza con los suyos. Le estoy brindando la oportunidad de ser ella quien lo haga, pero no va a hacerlo.

No cuando Filippo arrancó de un tajo las páginas de su libro en que la nombraba. En caso de que se arriesgue a decir la verdad, se enfrentará a la furia de su familia y a ser señalada como la que quiso destruir un hogar.

Filipo se encarga en estos momentos de que su esposa confíe en él, en caso de que Fiorella o yo decidamos hablar. A simple vista, la única salida parecería ser casarnos, pero a mí no me atrae la idea de cubrir las faltas de otro.

—Odio verte así —me dice tomando mi rostro y haciendo que lo vea —. Detesto ser yo la que te haya puesto en este dilema.

—Pensé que la idea de casarnos fue para alejarlos —confieso viendo su rostro sorprenderse —. Imaginé que lo que tú, el tío y la familia de Fiorella lo sabían y buscaban era cubrir rumores.

—¡Jamás te haría algo así!

—Ahora lo sé. —Sonrío tomando la mano que caricia mi rostro y llevándola a mis labios.

—Sigo teniendo reservas en la presencia de esa chica —dice luego de una pausa —. Es hija de esa mujer, ella causó el ataque de tu madre, está casada con Giorgio. Cuando sepan que está contigo, tendrás problemas.

—Veo a Peyton desde otro Angulo, distinto al de ustedes —confieso —. Su padre, Carl Beck, fue por veinte años lo más parecido a un padre, sin mencionar que es mi padrino —inicio diciendo —. Silvia, su esposa, fue la mujer que le dio alojo a mi madre cuando estaba embarazada.

—Y lo entiendo, cariño, pero temo por retaliaciones —insiste. —y la gente empezará a rumorear, esos cotilleos pueden dañar su imagen.

—Se lleva mal con Frida y la gente va a hablar siempre, abuela.

—Al final del camino es su madre —me interrumpe. — ¿Le has dicho?

—Aún no.

—¿Por qué no?

—No quiero dañar aún más su relación —le confieso.

— Si todo sale como lo planeas y ella se entera de la verdad, ella puede llegar a odiarte.

Es un riesgo que estoy dispuesto a correr. Confío en el buen juicio que la ha acompañado siempre. Peyton sabrá alejar nuestra amistad de los pecados de su madre y entenderá que mi deseo de buscar justicia es lo correcto.

La conversación sigue el rumbo de la visita de Peyton en el apartamento. Antonieta Mozzi, no le gusta la idea de que el buen nombre de una dama esté en boca de todos. Para ella, mi deber es velar porque su imagen y su buen nombre no se vean manchados.

“¿Te imaginas? ¿Qué nuestras amistades la señalen como la causante de tu ruptura? No me lo perdonaría. Ni siquiera siendo la hija de la mujer que ocasionó la muerte de mi hija.”

Con esas palabras dio por terminada la visita y le dio paso a ella. Peyton había decidido ser ella quien me acompañara en el hospital y no hubo nadie que la hiciera entrar en razón.

—¿Te molesta si me acuesto a tu lado? —me pregunta señalando un costado de la camilla y le hago un espacio a mi lado —se ve cómodo. —susurra, cerrando los ojos y acunándose en mis brazos.

Mientras lo hace y entrelaza nuestras manos, no puedo evitar comparar su comportamiento con el de Fiorella. A mi prometida le disgustaba quedarse conmigo en el hospital y solía seguir a Peyton a todos lados. Peyton no tiene problemas en acompañarme. Fiorella requería de la historia clínica para el más mínimo detalle. Peyton se lo aprendió de memoria.

Acaricio su cabello de forma distraída, con las diferencias entre ellas aumentando cada vez más. En algún punto de mis pensamientos, la imagen de Julios, el conflictivo hermano de Silvia, llega a mi mente. En las veces que he hablado con Carl y visité a Silvia, no lo vi y tampoco lo mencioné. No ocurrió lo mismo con su hermana y sus padres.

—¿Por qué estás tan callado? —pregunta rompiendo mis pensamientos.

—Pensaba en Julios —admito y alza el rostro hacia mí —. ¿Qué fue de él?

—La última vez que busqué en sus registros purgaba una condena de cinco años por robo —me responde —. Lo hice para asegurarme que no era un peligro para los míos, a mí no me interesaba saber de él, no después de lo que hizo.

—¿Y qué hizo? —juega con mis dedos, distrayéndose con ellos por largo tiempo antes de responder.

—La investigación registra que esperó a que solo yo estuviera en casa y no actuó solo. Aunque, él negó estar acompañado esa tarde.

Con ese inicio tengo una sola cosa clara: lo que voy a escuchar no va a gustarme y me hará odiar a Julios más de lo que ya lo hago. Julios solía culpar a todos de sus errores, a sus padres por no darle cariño, a su madre por casarse e irse lejos, a Carl por ser oficial y buscar perfección en él.

La última persona a quien culpó fue a Peyton, a quien acusaba de ser la causante de que su hermana lo sacara a la calle. Carl se negó a darle alojo y rompió cualquier tipo de ayuda cuando quiso asaltar a sus hijos cierta noche.

—Silvia, papá y Junior estaban en el hospital —le escucho decir —. Yo acababa de llegar de la escuela, ellos estaban en la primera cita de control de embarazo.

Nadie sabe cómo logró acceder a la casa; es posible que, por alguna ventana abierta, porque ninguna entrada fue forzada. Salía de la ducha cuando escuchó el primer ruido. Alguien arrojaba piedras en los cristales de la ventana.

—Me asomé al pensar que era Tina, que había decidido acompañarme —continúa —. No había nadie y, como estaba sola en casa, no pasé seguro cuando me desnudé para cambiarme.

Mi piel se eriza y un sudor frío recorre mi espina dorsal al imaginar el camino que aquel relato tomará. Admiro la frialdad con que ella narra lo sucedido, como si se tratara de un tercero y no fuera ella la protagonista.

—¿Qué edad tenías?

—Cinco meses después de mi cumpleaños número diecisiete.

Y eso me remonta sin quererlo a la última vez que la vi. La imagen de su madre sentada en la cama y mi madre escuchándola con el rostro bañado en llanto. Mientras él, Giorgio Rossi, se reía de mi sorpresiva e inesperada llegada.

—Hoy entiendo que debió estar escondido y a la espera de que estuviera desnuda. —su voz disipa en el aire esos recuerdos y me hace abrazarla con más fuerza, aunque ella no parezca necesitar consuelo —Ingresó cuando solté la toalla, mis únicas armas eran una braga y un cenicero que junior había traído a mi habitación a jugar.

—¡Dios!

—Tenía los ojos desorbitados, un bate que pasaba de una mano a otra y sonreía con sadismo —continúa, ajena a mi tensión —describía al detalle de dónde iba a golpearme y las veces que lo haría.

Mencionaba entre risas que estaba dispuesto a pagar la pena de muerte si podía ver el rostro del gran Carl Beck, cuando tuviera que ir a reconocer el cuerpo en la morgue. Culpaba su llegada al abandono de su hermana y el rechazo de su familia. Aseguraba en medio de sus desvaríos que solo su destrucción mitigaría el fuego del odio que le consumía por dentro.

—Verifiqué mis probabilidades —sigue diciendo con una sonrisa —. Estar desnuda era el mínimo de mis problemas en ese momento. Alcé el cenicero y apunté con fuerza, se burló de mí al imaginar que lo atacaría con él.

—¿Y no? —niega.

—Lo lancé a la ventana —recuerda— y al alzar su rostro hacia mí sonríe —mientras lo hacía, grité con toda la fuerza de mis pulmones. ¡Fuego!

Aquello alertó a los vecinos, que escucharon el grito y se guiaron por los vidrios rotos. Alza un costado de su remera y me muestra una cicatriz en forma de arco. Se lanzó sobre ella y ambos cayeron sobre restos de los vidrios de la ventana.

—Intentó sofocarme, sin darme cuenta, yo seguía gritando fuego y eso lo desestabilizó —sigue diciendo con orgullo —. Es un imbécil perdedor, no dejaba de decírselo entre “fuego y fuego”

Los vecinos derribaron la puerta de la entrada, otros llamaron al 911. Lograron someterlo al tiempo que otros cubrían su desnudez. Su padre llegó en el instante en que las patrullas se detenían y los vecinos lo sacaban de la casa con marcas de golpes y mordeduras.

—Le dio una paliza y nadie pudo lograr que lo soltara —dejó un beso en su frente y sonríe encogiéndose de hombros —. Después de eso, papá decidió vender la casa y comprar una más grande.

La excusa fue la llegada de los mellizos, pero la realidad es que los vecinos temían con que Julios regresara a casa cuando saliera de prisión. Le dieron doce años de prisión, de los cuales cree que pagó seis y hoy día no sabe si está vivo o muerto.

—Su nombre es un tema tabú en casa —me confiesa.

—Lamento haberte hecho recordar momentos amargos —niega con una sonrisa en los labios y alza sus hombros.

—Te regalo una frase "Nadie recibe tanto odio que el se atreve a decir la verdad." —sin decir otra cosa cierra los ojos.

Viéndola relajarse en mis brazos, me pregunto si tanta rudeza es real o superficial. ¿Qué esconde ese comportamiento desdeñoso e indiferente a las emociones?

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